Exiliados, arrasados

    «La idea del retorno es misteriosa y con ella Nietzsche dejó perplejos a los demás filósofos: ¡pensar que alguna vez haya de repetirse todo tal como lo hemos vivido ya, y que incluso esa repetición haya de repetirse hasta el infinito! ¿Qué quiere decir ese mito demencial?»                                                                                                                    Milán Kundera. La insoportable levedad del ser

    Antes de 1990, mi barrio ya era un cementerio de exiliados. Hay fotos que no existen, rostros desdibujados. Unos se fueron con el mar, otros con las ventoleras. Muchos arrastraron una maleta vacía la noche del 31 de diciembre. Con la maleta a cuestas le dieron la vuelta a la manzana. Para abrirse a una realidad inminente y no dilapidarse en días aciagos.

    Pero toda esa gente se marchó antes. No conocieron la aventura de los apagones, el agua con azúcar en el desayuno, el condimentado bistec de frazada. Tampoco el nacimiento del Hércules cubano y su bicicleta china. El apetito se trastocó, brotó la incongruencia, el estupor. La tablita se hizo añicos. Ya no hubo manteca sólida, igual a un iceberg por su blancura. Ni siquiera quedó una lata de leche condensada, aplastada, para jugar al pon. Uno, dos, tres, cinco, once, y a saltar encima de los números marcados con tiza.

    Vecinos, amigos, arrastraron la maleta y las memorias por el aeropuerto, sin mirar atrás. Misión y sueño cumplido: olvidarse de Cuba. Dejaron atrás la Isla Flotante. Consiguieron huir por las rutas más disimiles. Magalys, su madre y hermana, a Suecia. Giovanny atrapó a una deportista inglesa que le parió tres hijos. Luisito y su padre volaron a Italia. En Roma, arrojaban tres monedas en la Fontana di Trevi. Pedían regresar a Cuba todos los años. Las monedas quedaron en el fondo y los deseos también. Jorge se hizo camionero en Australia. ¿Adónde fue a parar el Niche, el guía de los yumas rubicundos? A Islandia. Una vez se topó con Björk en un mercado. Ella andaba natural, como cualquier persona. ¡Tú sí que te la comiste, negro! 

    De niños jugábamos a Policías y Ladrones. Yo nunca quería ser policía. Quizás vislumbraba el tufo de los maltratadores, de los que dan palos y rompen huesos. Era un juego nocturno, porque la oscuridad propiciaba no ser descubiertos fácilmente. Implicaba escondernos en los recovecos más intrincados, para estar a salvo: en estrechos pasillos, en las últimas escaleras de un edificio, y hasta entre las ramas de frondosos árboles. 

    Una noche me escondí en el patio de la casa cerrada, la que tenía un sello en la puerta. Trepé por una valla lateral. Al rato tuve que salir, porque nadie me descubrió. En el caserón de cinco cuartos, vivía la vieja loca. La anciana más amable que conocí. Tenía once gatos y dos perros mestizos. Todos recogidos de la calle. A veces, por la tarde, nos llamaba para darnos jugo de naranja, en unos vasos de cristal, con círculos dorados. Ponía un cubito de hielo a cada uno: «tómenselo rápido, porque pierde su esencia». Luego nos llevaba hasta el patio, para tocar el árbol y abrazarlo. Para que el naranjo no se secara.

    Un día dejamos de verla. Alguien advirtió a los gatos en el portal, estaban alterados y no dejaban de maullar. Fue un aviso. Vinieron los bomberos y echaron la puerta abajo. Encontraron a Marta sentada en el sofá. A su lado, había un libro. Quizás era una novela, o un compendio de cuentos. Guardaba libros por todos lados, en libreros, apilados en el piso y hasta en el baño. Los gatos escaparon y se volvieron vagabundos. La mujer de al lado se quedó con los perros. Una muerte no es nada bueno para los niños. Nos sentíamos tristes. Al cabo de una semana ya jugábamos otra vez, como si nada.

    El CDR se encargó de notificar a la Reforma Urbana. Un funcionario se presentó y pegó un sello en la puerta. Ya era una casa sin dueño. A la espera de entregársela a un personaje importante, o a un pincho. Finalmente, como un milagro, se la cambiaron a la inválida de enfrente por la suya, pues necesitaba un piso en bajos.

    ¡Qué injusto cuando nos obligaban a participar en las actividades del CDR! Organización fecunda en citaciones, en jodernos el sueño de los domingos con el trabajo voluntario. Efectiva en convocar a donaciones de sangre, recogida de materia prima, plan tareco, la patrulla click. También se especializó en chivatería, mítines de repudio y las reuniones de las nueve. En horario de telenovela. No negaremos su impronta en las fiestas de espera del 28 de septiembre. Bachatas interminables hasta después de las doce de la noche, cuando el hambre aún no era implacable y había míticos refrigerios: cerveza a granel, en vasos altos, encerados.

    Todavía no nos veíamos como sujetos de cambio. La metamorfosis del sapo en príncipe, los ideales, el mantra sagrado. Más tarde, poco a poco, nos lanzaron cubos de agua fría. Crecimos, maduramos, envejecimos en la utopía. La guardia cederista, la de recorrido, esa sí que valía la pena. Si mal no recuerdo, era de once a una de la madrugada. Servía para refrescarse, para contarse chismecitos, hablar del chico recién mudado, el que ponía los discos de Billy Joel a todo volumen. Diego, el dios rubio.

    Entretanto, yo deslizaba cartas de amor anónimas por debajo de su puerta. Nunca supo quien las escribió. Amiguitos y nada más. Juntos íbamos juntos a la lechería, llevando dos litros cada uno. En los estantes, las maravillas lácteas, el queso crema en papel plateado, los vasitos de yogurt, la mantequilla. El mundo cabía entonces en un grano de maní tostado. 

    Diego se largó para Colombia. Visitaba a su madre y traía droga camuflada en su equipaje. Hizo dos viajes. Al segundo, lo cogieron. Treinta años por la cabeza. María Luisa, su novia cubana, iba a darle Pabellón. Por lo menos tuvo sexo carcelario. No sé nada de él, si por fin cumplió los años de condena, o si lo sacaron antes, en libertad condicional.

    ¡Ay, los tiempos del carrito del helado y su musiquita contagiosa! El mundo helado, feliz. Labios con sabores, dientes y lengua en máxima complacencia. Todos son paisajes exiliados, paisajes de niñez y adolescencia. Igual que los demás, emigré de mi casa natal antes de que se cayera. Aterricé de flay en el mapa de Miramar, conseguí un marido y un parto por cesárea. 

    Resido en un barrio ex elegante, perdido en los años treinta, cuarenta y cincuenta. Camino por la Quinta Avenida y observo sus mansiones. Aún se alzan moradas con jardines olorosos, columnatas, vidrios coloridos. Portales frescos, donde nadie se sienta. Espacios de ensueño. El juego de las sillas concluido. Adioses, para renacer en otras tierras, cuando la fantasía se volvió un estertor. 

    Las casas metamorfosearon en policlínicos, centros de trabajo, tiendas, corporaciones y embajadas. Y debieron quedarse así, quietecitas, como niñas buenas y obedientes, sin protestar. Arrasadas, como los años que nos arrasaron.

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    7 COMENTARIOS

    1. Eres la última mohicana. Sé que tienes que sacar todo eso de tu interior, pero es devastador para los que vivimos otra Cuba. La pura realidad resultado de un experimento social sin parangón. Un abrazo.

      • Aunque rosario de penas, no llega a impacientar su letanía. Son sus cuentas tan comunes, para quienes compartimos la truculencia del paisaje aludido; que, como masoquistas trasnochados, acabamos hasta agradeciendo el regalo de la evocación de lugares de cuyos nombres, al decir de Cervantes, creíamos que no queríamos acordarnos. Y así la supuesta letanía se vuelve como la calabaza de Cenicienta, un poema sinfónico de añoranzas ¿dolorosas? Quizás sí, pero no tanto; si recordamos que la realidad siempre termina siendo y estando, como es y como debe estar y nunca de otra manera.
        Así que, ¡Gracias! Irina, por este texto… que exhala poesía.

    2. Siempre he pensado que la historia de Cuba no la conocemos y tampoco su literatura. La de verdad, sin mimetismos para encajar en el sistema. Y no la historia política, sino la peculiaridad de una raza y su experiencia en un entorno (o experimento) demencial donde vivíamos con una intensidad inexplicable e insuperable. Quizás solo quienes han vivido diversos tipos de guerra puedan entender lo que los cubanos sentimos.

    3. Pues nada, Este es un articulo donde tantos nos sentimos reflejados, Historias que nos llevan a otras que hemos vivido y llevamos en nuestras memorias, y no hemos tenido el arte para narrarlas como tú lo haces, estimada amiga, Gracias por llenarnos de esas vivencias que al de cursar de los tiempos, por más amargas que nos puedan parecer en su momento, nos dejan nostalgias de tiempos que partieron con cosas malas y buenas y porque no, también regulares, Tiempos que tomaron el boleto de ida para no regresar jamás. Un beso a la distancia, que que la musa de la inspiración siempre vaya contigo.

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