La marcha interminable

    “El respeto hacia los animales por el hombre

    está ligado al respeto de los hombres entre ellos mismos”

    Preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos de los Animales (1978).

    La marcha (I)

    Llegan varias personas, todas con sus perros y gatos atados a correas o envueltos en telas dentro de coches de niños. Quienes pueblan de a poco el parque de J y 23, alrededor de la estatua desnuda del Quijote, en Vedado, son casi todas mujeres. Traen carteles preparados o cartulinas, goma de pegar y plumones de colores. Aquí mismo, sobre el suelo, harán pancartas que digan:

    «CAMBIAMOS DE CONDUCTA O CAMBIAMOS DE PLANETA»

    «ELLOS NO CONOCEN LAS SEÑALES DE TRÁNSITO, PERO TÚ SÍ. BAJA LA VELOCIDAD. SU VIDA IMPORTA»

    «POR UNA SOCIEDAD SIN VIOLENCIA, DI NO AL MALTRATO ANIMAL»

    «LOS ANIMALES TAMBIÉN TIENEN DERECHOS»

    «CUBA CONTRA EL MALTRATO ANIMAL»

    Transcurre la mañana del domingo 7 de abril. Hace mucho calor y hay poca gente en las calles. En este parque, donde suelen distribuirse los puestos de artesanía barata, las carpas de libros gastados, los vendedores ambulantes de maní, los disimulados visitantes del baño público y quienes esperan pacientemente por un taxi, hoy solo se escuchan ladridos y maullidos. De un momento a otro alguien, cualquiera, dará la orden de comenzar la «Marcha contra el maltrato animal», que es la primera marcha independiente que ha aprobado el Estado cubano en 60 años.

    Es algo insólito. Sin embargo, todos aquí se comportan con naturalidad, como si fuese cosa de todos los días. Desde hace días circulan por las redes sociales convocatorias, noticias y expectativas de la marcha. Para los escépticos y temerosos, los activistas también han compartido el permiso oficial que respalda su realización. Se ha previsto que ocurra a lo largo de la céntrica avenida 23 del Vedado hasta llegar a la calle 12, y luego lleguen al cementerio de Colón. Sin embargo, en el parque, los organizadores advierten de un pequeño cambio. La caminata partirá ahora de la estrecha y poco transitada calle 25, debido a la ineptitud de las autoridades municipales para regular el tránsito principal por menos de dos horas.

    Pasadas las nueve, todos comienzan a avanzar. Caminan en silencio, como si todavía pensaran qué decir, qué hacer más allá de levantar sus carteles y andar a paso moderado. Alguien grita: «Hablamos por los que no tienen voz», y la multitud le sigue a coro.

    Odalis

    Odalis León
    Odalis León / Foto: Darío Alejandro Alemán

    Odalis León no puede dar tres pasos seguidos sin cuidarse de no pisar a alguno de los perros que corretean entre sus piernas y le saltan a la cintura todo el tiempo pidiendo caricias y atenciones. Entonces se sienta en el espacio del sofá destruido de su sala que no está ocupado por sacos de arroz medio llenos y apilados, prende un cigarro, juega con sus animales y con el rabillo del ojo vigila la hornilla de la cocina donde se hierven, en un caldero, decenas de muslos de pollo.

    «¿Tú ves esto? Pues todo el día es así: juega que juega. Yo no me despierto, me despiertan ellos, que tienen una cama, pero vienen temprano a chivar a la mía para que juegue. Trabajo para ellos desde que me levanto hasta que me acuesto. Y, fíjate, no es un decir, es literal.»

    Odalis es muy delgada, de clavículas que se pronuncian bajo la piel y arrugas pronunciadas a sus 56 de edad. Fuma con frecuencia, habla rápido, camina rápido. Es una mujer inquieta e hiperactiva a la que el tiempo nunca parece alcanzarle.

    «Ahora mismo tengo 36 perros y 4 gatos. Bueno, 36 perros no, 37, porque anoche me llegó uno que tengo en cuarentena.

    «La cuarentena es cuarentena. Da igual si es con personas o animales, es lo mismo. Cuando viene un perrito suele traer sarna, parásitos, cosas que puede transmitirle a los demás que están sanos. Así que los aíslo por 45 días en unos cuarticos que tengo en la finquita, y los curo y busco cómo esterilizarlos. Así hacemos los protectores de animales. Es un protocolo de salud. Ahora mismo allí tengo a Pelao, que ya te imaginarás por qué le puse así. El pobrecito, no tiene casi pelo y está flaquito, con el espinazo afuera. Pero bueno, lo tengo en mi casetica de cuarentena y confío en que se pondrá bien.»

    La finquita de Odalis es un terreno a las afueras de Marianao, cubierto por hojas secas y algunas piedras y yerbajos, donde se alzan su casa, la de su hija y la de su madre. De las tres, la de Odalis es la única hecha de madera vieja y enmohecida, de paredes inclinadas y el piso de cemento con juguetes de su nieto desperdigados por doquier. Su cuarto es una habitación oscura, llena de pequeñas bolsas de plástico repletas de medicinas en las que ha escrito el nombre de cada uno de los animales a los que les corresponde tales medicamentos. Hay varios colchones destrozados por mordidas y arañazos. El resto de los espacios de la finca se comparten entre unas pequeñas casetas de madera, un gallinero rústico y su refugio para animales callejeros.

    Odalis con Ángel Negro y Albi
    Odalis con Ángel Negro y Albi / Foto: Darío Alejandro Alemán

    «¿Mi primera mascota? ¡Claro que la recuerdo! Aunque a mí me gusta decir ‘mi primer rescate’, porque fue un gatico callejero que encontré cuando tenía 5 años y le pedí a mi mamá traerlo. Después, cuanto animal me encontraba se lo traía y ella no siempre me dejó.

    «Sí, a mi mamá sí le gustan los animales, le gustan mucho, pero creo que ella ya adivinaba por donde yo venía. En cuanto me volví una muchacha independiente comencé a traer animales callejeros. Todos venían con sarna o atropelladitos, desnutridos, deshidratados. Yo los llevaba al veterinario, les costeaba todos los medicamentos que podía y que había, y los alimentaba.

    «Bueno, figúrate, si a veces es difícil encontrar comida para uno, qué me dices para 15 perros. Porque aquí, desde hace muchos años, nunca hay menos de 15 perros. Yo trabajaba en el policlínico 26 de julio, en Playa, de técnica de electros, y allí los doctores me daban las sobras del almuerzo para mis animales. Pero con eso no alcanzaba. Entonces me iba con una tanqueta a hacer una ruta por los centros de trabajo que yo sabía que tenían comedor a mendigar las sobras, sancocho para mis perros. Eso era casi todos los días.

    «No, ya no trabajo.

    «Desde hace un año y algo.

    «No tenía tiempo para el policlínico y mis animales. Ahora ellos son mi trabajo a tiempo completo. Oye, que esto es to-do-el-dí-a. Y la noche. Porque no es solo hacerles la comida; es curarlos, sacarlos, controlar que no rompan nada, jugar con ellos y hablarles. Espérate… ¡Ángel Negro, deja al gato! «¡Alabao el perro este! Este es Ángel Negro. ¿No está lindo? ¡A que sí! Pero no se está quieto nunca y ahí donde tú lo ves es zorro. Pero es bueno. Tiene una sarna difícil que ni con pastillas ni aceite de coco la quito. Ufff. Déjame ver qué invento con él. Mira, para ponerte un ejemplo. Yo a Ángel Negro lo curo, pero con eso no basta. Tengo que jugar con él, hablarle. Eso es parte del trabajo que hago para mantenerlos felices a todos. ¡Y son 37 perros y cuatro gatos! Pero por lo menos ahora es más fácil.

    «Sí, chico, más fácil en el sentido de que ahora todos estamos organizados. Digo, los protectores de animales. Y esto, este aparatico que está aquí con su Facebook y sus cosas, nos ayuda mucho.

    «Bueno, ayuda a las donaciones. Sin las donaciones nada sería posible. Hay donantes aquí, en Cuba, y afuera. Todos ayudan, desde los cubanos, que te dan un dinerito o te regalan un poco de arroz o picadillo, hasta los de afuera que traen medicinas y juguetes y camitas para perros y jabones especiales y pañales. En eso, en lo que sea que vayas a escribir, tienes que hablar de ellos. Tienes que decir que los protectores estamos agradecidos por las donaciones.

    «Ellos me contactan por Facebook y coordinan para que alguien venga a traer las cosas. Después una las usa, y las que sobran se les dan a otras protectoras que también tienen refugios.

    «Sí, sí, sí. Nos conocemos todas. Te digo, somos una red grandísima. Te sorprendería.

    «Imprescindible. Todo lo que sea ayuda es im-pres-cin-dible. Sígueme, vamos para aquí atrás a ver a Polly que, por cierto, tiene que coger ya su solecito. Míralo ahí. ¿Viste, con su pañalito? A ver, ¿cómo está mi gatico hoy? ¿Cómo está mi Polly? Tócalo. Él se deja tocar. Es muy cariñoso.

    Polly
    Polly / Foto: Darío Alejandro Alemán

    «Polly vino muy malito. Yo lo curé, pero en ese tránsito uno de mis perros lo mordió y se quedó inválido, sin poder mover las paticas de atrás. Eso me deprimió. Estuve muchos días triste, decaída. Me sentí culpable y no puedes imaginarte cómo es eso para un protector de animales. Por suerte ha salido adelante y mira, cómo camina, cómo se arrastra con sus paticas de adelante. ¡Y no lo has visto con las rueditas que le trajeron! Con esas hasta corretea.

    «Lo que más me deprime, lo que más me tumba así, dejándome sin ánimos y triste, es ver a mis perros pelearse. Es difícil evitarlo cuando son tantos y cuando cada uno tiene una historia, una historia terrible de abandono, de maltrato, de miseria. Hay gente mala que los hace sufrir, y los animales son como nosotros, que guardamos resentimientos y traumas que nos definen. Entonces no todos logran reponerse de eso y son violentos con otros perros. No se suman a la manada. A mí misma me han mordido algunas veces. Han sido mordidas graves y las manos se me han hinchado como melones. Por esos días no puedo atenderlos como siempre, pero tengo a mi familia y, sobre todo, a mi nieto.

    «¡Baf, a mi nieto le encantan los animales! Y nació con su estrella para eso. Fíjate, que mi hija tiene una perrita que lo vio nacer y que se ponía debajo de su cuna. Esa perrita solo dejaba que mi hija y mi nuero se acercasen y cargasen a mi nieto de bebé. A cualquier otro se le tiraba. Yo te digo, todos los que refugiamos a muchos animales tememos por lo que pasará con ellos cuando muramos pero, en mi caso, puedo irme tranquila. Mi nieto los cuidará por mí.

    «Ah, estas son Sissi, Chiqui, Albi. Albi vino muy mal y los veterinarios me decían que lo mejor era sacrificarla y mírala aquí, vivita y coleando. Esta es Vilan, que está muy viejita. Tengo a otro viejito, más que Vilan, en un cuartico especial con su camita y su espacio para que no lo molesten los demás. Los otros perros están por allá, en el refugio. Ven, te lo enseño.

    «Aquí está. Esto lo hice gracias a los donativos de una señora canadiense que vio cómo tenía a mis perros viviendo en mi casa, que se me está cayendo y tenía que estar baldea que baldea todo el tiempo. Ella me dio dinero para hacer mi refugio. Porque yo siempre soñé tener un refugio y logré hacer estas caseticas, donde pongo a los más conflictivos o a los que necesitan tiempo para curarse. Los saco siempre, pero supervisados. Ahora logré hacerme con unos saquitos de cemento y unos bloques y voy a ampliarlo por allá, cerca de la casa.

    Refugio de Odalis
    Refugio de Odalis / Foto: Darío Alejandro Alemán

    Por Facebook, ahí pongo todo, desde cada donación que me llega hasta el ‘antes y el después’ de los animales.

    «El ‘antes y el después’ es una foto de cómo llegó al refugio y otra de cómo ha sido curado. Hay que ser transparente, mijito, para que no piensen mal. Esto no es un negocio. Esto es un sacrifico que se hace con amor. Nada me hace más feliz que trabajar por estos animales. Tú solo observa mi casa, cayéndose en pedazos, y mis perritos con un refugio de cemento y cercado y pintado, con su techito. Es difícil asumir la vida que llevo, hacerme la idea de que vida, lo que se dice una vida normal, no la voy a tener. Pero no me arrepiento. Lo hago de corazón porque son mis hijos también y a los hijos uno les da lo mejor.

    «¿El refugio? Sole de Esperanza.

    «Sole, se llama Sole de Esperanza, no Soles de Esperanza.

    «¡Aaaah! Eso te lo cuento después.»

    El cuerpo cansado y encorvado de Odalis, esos años que no tiene y se le suman uno tras otro en la piel bajo la forma de arrugas, funcionan como filtros recogedores de impurezas entre sus pasiones humanas y la infinita bondad que irradia. El sacrificio, como elemento trágico, siempre ha sido un espectáculo hermoso.

    La marcha (cinco días antes)

    Beatriz Batista / Foto: Facebook

    Antes de entrar a la estación policial de Zapata y C, Beatriz Batista ensaya en su mente el discurso que le dirá al oficial que la reciba. Debe ser clara, explicar bien la causa de su visita para que no haya malentendidos de ningún tipo y las cosas no se salgan de control. Sin embargo, al entrar a la oficina donde la atienden a ella y a su amiga, Odalis Jaramillo, solo atina a decir:

    –Queremos hacer una marcha contra el maltrato animal.

    El oficial la mira confundido, y le responde:

    –¿Y cuál es el problema?

    –Que queremos llevar carteles de concientización en contra el maltrato animal –contesta Beatriz, casi sin poder creer lo que oye.

    –Sí, está bien, pero ¿y cuál es el problema?

    –¡Los carteles, los carteles!

    El oficial parece no entender la razón del tono nervioso y suplicante de esta muchacha de 21 años que tiene en frente, y contesta:

    –Yo no sé cuál puede ser el problema con eso. Si en el mundo entero se hacen marchas en favor de los animales, no veo por qué en Cuba no se haría.

    Beatriz tampoco entiende por qué no hacerlo, pero durante dos abriles ha acumulado experiencias suficientes para saber que una pancarta puede causar demasiados problemas.

    En 2017, cuando todavía cursaba el 2do año de la carrera de Comunicación Social en la Universidad de La Habana, Beatriz, su madre y tres amigas más, decidieron asistir al llamado de una peregrinación en favor de los animales, la cual se celebraría en el cementerio de Colón. La peregrinación había sido organizada por la Asociación de Protección a Animales y Plantas (Aniplant), la única asociación protectora de animales reconocida por el Estado cubano. Por su parte, Beatriz, su mamá, Odalis Jaramillo, Vivian Bravo y Gilda Arencibia, eran todas protectoras independientes, cuya labor en el rescate y atención a los animales callejeros se desarrollaba al margen del reconocimiento legal.

    Para la peregrinación habían confeccionado varios carteles, algunos de concientización contra el maltrato a perros y gatos, y otros que reclamaban una ley de protección animal. El de Beatriz, por ejemplo, rezaba en letras grandes:

    LA GRANDEZA DE UNA NACIÓN PUEDE SER JUZGADA POR EL MODO EN QUE TRATAN A SUS ANIMALES.

    MAHATMA GANDHI

    Al llegar al camposanto habanero, las protectoras independientes encontraron que la peregrinación apenas rebasaba las 25 personas. Excepto por ellas, solo había miembros de Aniplant apiñados a los pies de la escultura de Rinti, la perra fiel que murió custodiando la tumba de su dueña. Beatriz se sintió algo decepcionada. La peregrinación no era tal cosa, sino un espectáculo deprimente donde todos se miraban las caras entre sí, desanimados y, al final, poco convencidos de la utilidad del acto para la causa animalista. Quizás el único sobresalto en aquella monótona reunión fue el momento en que los miembros de Aniplant regañaron a las protectoras independientes por haber llevado carteles. Para Aniplant estaba bien lamentarse por el maltrato animal, repetirse unos a otros lo que ya conocían de sobra y contra lo cual nada podían hacer; los carteles, en cambio, estaban mal, causaban demasiado revuelo, interrumpían la triste solemnidad del acto.

    Al año siguiente, en 2018, Beatriz y sus amigas volvieron a la peregrinación. Esta vez no llevaron carteles, pero se tomaron el trabajo de estampar en sus camisetas los mismos mensajes. Tal osadía colmó la paciencia de Nora García, presidenta de Aniplant, quien, enojada, les dijo:

    –Cuba no está preparada para una ley de protección animal.

    Curiosamente, este fue el mismo argumento que en 1988, solo unos meses después de fundarse Aniplant, usó la Asamblea Nacional del Poder Popular (ANPP) para rechazar un primer anteproyecto de ley de protección animal. En los siguientes años, Aniplant presentó tres anteproyectos más que sufrieron igual suerte en manos del órgano legislativo nacional. Después de tres décadas de desestimaciones y rechazos, la asociación terminó por asumir que tal vez la ANPP tenía razón y Cuba no estaba preparada para semejante ley, aunque las protectoras independientes no lo tenían tan claro.

    Los desencuentros entre Aniplant y las protectoras independientes fueron tratados en un espacio más íntimo, una suerte de reunión en la que cada grupo salió más convencido de su postura inicial. Para abril del 2019, Beatriz y sus amigas estaban convencidas de que debían emprender otro camino, lejos del resguardo institucional de Aniplant, si es que querían lograr la aprobación de la ley. El primer paso era, por supuesto, organizar su propia marcha.

    Ya fuera de la estación de policía, Beatriz se siente algo más calmada. Cree que la sola posición de aquel oficial respecto a la marcha es una buena señal, aunque solo eso. La Policía Nacional Revolucionaria únicamente puede otorgar otro tipo de permisos, como los de hacer fiestas hasta altas horas de la noche. La marcha por los animales, en cambio, requiere de la aprobación del gobierno municipal de Plaza de la Revolución.

    El permiso es fácil de conseguir. Uno de los vicepresidentes de la Asamblea Municipal del Poder Popular apenas comprende de qué se trata y autoriza a su asesora a firmarlo. Él no puede. Está demasiado ocupado, siempre de reunión en reunión. Pero al otro día, quizás después de leer con calma el documento, entiende la magnitud del acto que acaba de permitir. Tan solo quedan unos días para la marcha y este funcionario se empeña en decir que no se hará, que no importa lo que diga un papel firmado y acuñado porque él tiene poder suficiente para echarlo todo atrás.

    Odalis Jaramillo (izq) y Beatriz Batista (der) mostrando el permiso para la marcha del 7 de abril / Foto: Facebook

    Beatriz, por su parte, ni siquiera puede dormir. El acecho constante del vicepresidente y el peligro inminente que corre la marcha le provocan un estrés terrible que va creciendo hasta provocarle ataques de pánico y ansiedad. En la madrugada del 5 de abril decide, al fin, descansar, pero el sueño se ve interrumpido cuando Lucy, su perra de 14 años, comienza a sentirse mal.

    Aunque Beatriz tuvo una jicotea y pollitos de pequeña, su pasión por los animales realmente comenzó cuando Lucy llegó a la casa. La perra se convirtió en su mejor amiga, «su hermana peluda», el motivo por el cual ella decidió compartir su tiempo entre los estudios y el activismo en favor de otros perros y gatos que no tenían la suerte de haber encontrado un hogar. Ahora Lucy, casi sin poder moverse, sufre consecutivas isquemias. Beatriz no duerme, se mantiene a su lado hasta el último suspiro, llora. Al llegar la mañana, se siente agotada. Demasiadas cosas le han venido encima en los últimos días y no cree tener la fuerza suficiente para soportarlo. Mientras tanto, en Facebook cada vez son más quienes confirman su asistencia a la marcha.

    Finalmente, llega el 7 de abril y Beatriz espera con impaciencia en el lugar del encuentro desde bien temprano. Pasa una hora, después una hora y media más, y a J y 23 se han arrimado unas escasas 20 personas. Los nervios comienzan a aflorar y Beatriz piensa en las amenazas del vicepresidente del gobierno municipal, en las peregrinaciones de Aniplant, en toda esa gente que dijo que vendría y no está. Consulta la hora en su móvil. Son las 8:50 am. Quedan solo 10 minutos para que la marcha empiece. Lo mejor es atrasarla un poco, se dice a sí misma. De pronto, un tropel de mujeres cruza la avenida hasta el parque, cargadas todas de animales y carteles. A las 10:00 am son cerca de 400 los presentes y Beatriz Batista, por primera vez en una semana, sonríe.

    Aymara

    Aymara y Muñeca / Foto: Darío Alejandro Alemán

    «Sí, no hay donde sentarse. Ellos duermen en los muebles, en el butacón, en la cama. Uno tiene que pedirles permiso para poder sentarse. Ven, siéntate aquí. ¿Ya? ¿Cómodo? ¡Ah, perfecto! Entonces ¿por dónde empezamos?»

    Aymara Zorrilla, de 46 años, vive en La Habana Vieja, en uno de esos apartamentos pequeños, todos parecidos entre sí, que casi dan a la calle por la estrechez de las aceras. Tal vez la única pista para encontrar el suyo sea ese trozo de cartón que ha colgado en su puerta enrejada, donde se pude leer, entre brillantes pegatinas de perros y gatos: REFUGIO “ESPERANZA ANIMAL”.

    «Siempre he vivido aquí. Antes teníamos un patiecito, pero esto lo reformaron. Con el patiecito parecía que había más espacio, y eso me dio margen para tener perros, curieles y hasta una patica que tuvo descendencia. Todo eso de los animales fue gracias al padre de mi tercer hermano, porque a mi mamá no le hacía gracia tanto animal aquí metido. Tuve que esperar años para volver a tener mascotas, y ahora mira, 15 perros y 5 gatos viviendo conmigo y con mi hijo, todos apretaditos en la casa.

    «¿Esta? Se llama Muñeca. Bueno, le puse Muñeca. Es la más nueva en el refugio. Está aquí hace tres días.

    «A Muñeca la dejaron en una cajita en la línea del tren, supongo que para que le pasaran por arriba. Una protectora la encontró y lo puso en Facebook. Yo, nada más verla, arranqué para allá y me la traje. Está sorda y casi no ve. Mira aquí, a sus ojos. ¿No los ves grises, como vidriosos? También está muy viejita y desnutrida, aunque yo creo que la botaron de una casa, porque es dócil y demasiado cariñosa.

    «Realmente no entiendo cómo alguien puede cansarse de su perro y abandonarlo y ponerlo en la línea del tren para que lo maten. ¿Tú lo entiendes? Porque yo no. Mira que le doy vueltas y no sé por qué hay gente así. Tampoco comprendo que los quemen porque sí, como le hicieron a Armando, ese, el perrito chino que ves ahí. Por suerte existimos nosotras.

    Armando y los gaticos ciegos de Aymara / Foto: Darío Alejandro Alemán
    Armando y los gaticos ciegos de Aymara / Foto: Darío Alejandro Alemán

    «Nosotras. Sí, bueno, también hay hombres, sobre todo veterinarios y donantes, pero protectoras, gente con refugio, somos casi todas mujeres. Y no sé por qué es así. Será por eso del instinto maternal o qué sé yo.

    «Sí, sí, sí, muy unidas y muy fuertes. A una protectora, como es capaz de sacrificar todo en su vida por sus animales, hay que darle candela para que deje de hacer lo que hace. Yo creo que esto es un vicio. Por ejemplo, yo tengo 20 animales, pero quisiera tener más. El problema es que no tengo espacio, y ya ves cómo vivimos. Pero si no fuera así… ¡muchacho! ¡Yo te iba a hacer un cuento! Hay quien tiene hasta 50 animales en su refugio.

    «Para que lo entiendas bien: nosotras, las protectoras, decimos que esto es como la mafia, porque nunca te puedes salir. Original, ¿no?

    «Creo que sí, que es necesaria –¡pero me refiero a ya mismo!– una ley de protección animal. Porque una ley educa, y al que no quiere cumplirla, lo castiga. Para eso son las leyes ¿no?

    «No me gusta la palabra activista, prefiero protectora. Pero sí, sí hago lo que tenga que hacer y voy hasta donde tenga que ir por los animales desamparados y maltratados. Nosotras no queremos saber de política ni nada de eso. No. Lo nuestro es proteger a los animales, exigir una ley de protección para ellos y luchar contra las campañas de Zoonosis. Vaya, te lo dije exacto, bien resumido.»

    El activismo, el protagonismo que han adquirido en la vida socio política del país que existe fuera del sistema de medios oficiales, la omnipresencia en las redes sociales, todo eso, es solo la fina capa que recubre la naturaleza simple del actuar de estas mujeres. Dentro, hay cierta inclinación hacia el anonimato; la aspiración a una vida apartada y dulcemente monótona donde convivan, únicamente, ellas y sus mascotas. Llamamos activismo al entusiasmo feroz de estas protectoras que defienden a sus perros y gatos como lobas a su camada. No hay en el movimiento animalista cubano espacios para la política de todos los días ni para nada más complejo que la pasión pura, original, casi animal.

    «La adopción siempre es difícil. Si no lo fuera, no estaríamos todas cargadas de animales que no podemos alimentar por nosotras mismas. ¡Y gracias que existen los que donan, ya sean de aquí o de otros países!

    «Perros de raza, eso es lo que más adopta la gente. ¡Ah! Y cachorritos. A los gatos, desde mi experiencia, casi nadie los adopta. Mira a esos dos gaticos de ahí, que nacieron cieguitos. A esos nadie ha querido adoptarlos. A los perros grandes tampoco los quieren mucho, menos si tienen algún defecto físico o si son hembras.

    «No sé por qué a las hembras no, porque todas las que tenemos en adopción están esterilizadas. La gente abandona a las perras por su condición de hembras, para que no les llenen las casas de perritos, y yo me pregunto: ¿no es más sencillo, más humano, esterilizarlas? Ah, pero entonces hay gente que no sabe, que no lee, que no se informa, y piensan que esterilizar a un animal es más malo que abandonarlo a su suerte. Y no es así. Esterilizar a la edad adecuada no causa ningún daño físico en el animal y evita que haya más callejeros por la ciudad. Pero la gente no se informa. ¿Y por qué no se informa? Eso es algo que quisiera saber.

    «¡Ufff! Quién se acuerda de eso. Bueno, era un decir. Yo sí me acuerdo de cómo empecé el refugio. Es más, me acuerdo de todo. Tengo buena memoria. A ver, por dónde empiezo… Ya: en el 2012, cuando recogí a Canela, que es la primogénita de Esperanza Animal: después a una camada de cachorritos, de los que solo queda Pirulai. A Verduga la recogí un 10 de enero del 2015, que la habían abandonado y atropellado. Luego a Esperanza, a quien veía siempre de camino al trabajo, hasta un día en que la encontré muy malita (17 de septiembre del 2017, creo) y la traje. Luego, Mimi, Niña Lucía, Oshin, a una que adoptaron y se la llevaron a Londres, y otros más. Vino también Rivery… ¡Ay, Rivery! No quiero ni acordarme, pero lo extraño.

    «Rivery era un perrito muy cariñoso que tenía una lesión en el rostro. El año pasado tuve un brote de moquillo aquí que, al final, pude controlar; pero se llevó a Rivery. Por esos días casi me vuelvo loca, de no ser por un extranjero que estaba alquilado cerca y me consiguió las vacunas y los medicamentos.

    «Bueno, a muchos los he encontrado de camino a mi trabajo.

    «Trabajadora social, pero lo dejé. No podía hacer las dos cosas a la vez. Aunque te confieso que me encantaba mi trabajo, me encanta ayudar a la gente, aunque es muy difícil hacerlo y, al final, es triste cuando ves que no resuelves nada. Ser trabajadora social y protectora de animales son las mejores cosas que me han pasado en la vida, pero aquí, entre perros y gatos, soy más útil. »

    Aymara continúa meciéndose en su sillón, con Muñeca entre los brazos. La mima, la besa, le pregunta cómo alguien pudo abandonarla a morir de una forma tan atroz, y después le llama ‘afortunada’ por haber llegado a su refugio. A veces, cuando recuerda el pasado de sus animales, quiere odiar, pero después piensa en sus compañeras y en sí misma, y olvida los rencores que jamás llegó a sentir. El sacrificio, como parte de una historia, resulta el mejor de los finales posibles.

    La marcha (7 meses después)

    Beatriz Batista y sus amigas apenas hablan mientras viajan apiñadas en un auto por la avenida 51. El silencio es incómodo, pesado como el poco aire que respiran. Se miran unas a otras y cada una reconoce en el rostro de las demás la sombra de la duda. La marcha del 7 de abril, piensa Beatriz, fue difícil, pero entonces contaba con el respaldo de un permiso oficial. Hoy no, hoy todo es distinto. Las protectoras independientes van esta vez por su cuenta, solas, dispuestas a enfrentar a las autoridades frente a las puertas del Centro de Observación Canina de Zoonosis.

    Perro encerrado en Zoonosis / Foto: Cortesía de Beatriz Batista
    Perro encerrado en Zoonosis / Foto: Cortesía de Beatriz Batista

    En las últimas semanas, han circulado por las redes sociales infinidad de avistamientos en La Habana de la camioneta de Zoonosis, como suelen abreviar el nombre de esta institución. La camioneta, que es la única que puede permitirse el organismo debido a la escasez crónica de combustible en el país, se encarga de recoger animales callejeros y llevarlos a la sede para allí, como dicta su protocolo, sacrificarlos 72 horas después. Se murmura que esta vez las recogidas son masivas, que no una, sino varias camionetas recorren las calles para evitarle al Rey de España, quien vendrá en unos días, la triste imagen de una ciudad que celebra sus 500 años con decenas de miles de perros famélicos deambulando entre basureros.

    Ante el revuelo causado en los días previos a la visita del Rey de España, Beatriz ha organizado una protesta junto a unas pocas protectoras independientes que cuentan con su más absoluta confianza. Ha trabajado con sigilo en la confección de los carteles y la planificación del transporte, sin inmiscuir a nadie más, excepto por un grupo de periodistas independientes, a quienes han avisado, vía Messenger, pasada la medianoche de ayer. Cree que todo debe quedar registrado, da igual si sale bien o si, en cambio, la protesta termina reprimida por la policía como lo fue la marcha LGBTI del 11 de mayo.

    Protesta frente a Zoonosis / Foto: Facebook
    Protesta frente a Zoonosis / Foto: Facebook

    En el auto, Beatriz piensa en todas las cosas que cambiaron después de la marcha de abril, quizás para darse ánimos y convencerse de que la protesta valdrá la pena. En solo unos meses, reflexiona, el movimiento animalista se ha organizado mejor y se han creado grupos de protectores en varias provincias, han aumentado los refugios, los donantes, los hogares de tránsito, los rescatistas, la presencia en redes sociales de todos ellos. Pero también, al convertirse en una figura mediática en algunos medios independientes del país, han crecido las burlas de muchos de sus compañeros en la facultad por su fe en el islam y las acusaciones de otros tantos que ven en su activismo por los animales claras muestras de «problemas ideológicos» y posturas «contrarrevolucionarias».

    Poco antes de llegar al lugar de la protesta, Beatriz decide romper el silencio con una arenga simple pero efectiva.

    –Recordemos cómo es que son sacrificados esos animales, cómo los maltratan, todo el sufrimiento que les causa la estricnina –dice.

    Sus compañeras asienten. La furia canaliza la seguridad en sí mismas y los rostros se encienden. Cada una recuerda cuanto han leído sobre la estricnina y visualiza, en silencio, su horrible efecto en una escena escalofriante donde se retuercen en sus jaulas los perros capturados por Zoonosis. Imaginan, por ejemplo, el chillido de los animales asustados por la repentina rigidez de sus articulaciones, las convulsiones continuas, las tráqueas cerradas de súbito, los pulmones comprimidos y sin aire, las pupilas dilatadas, la confusión, los hocicos tornándose azules, los espasmos, el dolor punzante en los músculos tensos, la asfixia, el desespero, el agotamiento, la muerte que llega para poner fin a tres tortuosos minutos.

    Ahora, solo ahora, se sienten imparables.

    ***

    Los reclamos del movimiento animalista cubano, contrario a lo que muchos piensan, no contemplan el cierre de Zoonosis, sino el estricto cumplimiento de las funciones para la cual fue creada esta institución. Como organismo, Zoonosis existe en todos los países del mundo y su misión se limita a confrontar brotes de epidemias zoonóticas, es decir, enfermedades transmisibles de animales a humanos. En Cuba este tipo de enfermedades son ampliamente controladas y cubiertas –en especial la rabia– por el sistema público de salud, lo cual deja sin justificación las recogidas y sacrificios masivos de perros callejeros.

    Según estimaciones de la Dirección Nacional de Higiene y Epidemiología, en el país hay un perro por cada 10 personas, lo que significaría un aproximado de 200 mil perros en la capital. Es imposible decir cuántos de estos últimos son callejeros, pero basta recorrer pocas calles para intuir que la cifra es alarmante. Los protectores de animales, por su parte, realizan continuas campañas de esterilización como recurso para paliar este problema, y le han propuesto a Zoonosis adoptar dicha estrategia como sustituta de la recogida y el sacrificio indiscriminado. No obstante, la institución se mantiene sin dar respuestas, aun cuando las estadísticas juegan en su contra. En el año 2015, por citar un simple dato, el país invirtió 1500 CUC en la esterilización de 5000 perros, mientras Zoonosis gastó unos 10 mil litros de gasolina solo en la transportación de los animales a su sede.

    El protocolo del Centro de Observación Canina de Zoonosis establece que el sacrificio de animales se realice con estricnina, una sustancia que ha sido prohibida por ley en muchos países, incluidos los integrantes de la Unión Europea, al ser considerada un método de tortura y de muerte indigna. Al permitir su utilización, justificada a veces por el difícil acceso del país a fármacos anestésicos, Cuba también contraría la voluntad de la Organización Mundial de Sanidad Animal (OIE), organismo intergubernamental al cual pertenece.

    La aplicación de la estricnina como método de sacrificio, la situación de los perros y gatos callejeros, los continuos casos de maltrato y violencia hacia estas y otras especies, la ausencia de una legislación que prohíba las lidias de gallos y perros, todo ello viola la política establecida por la OIE en sus directrices para el bienestar de los animales terrestres. Estas últimas contemplan que cada animal debe ser: «libre de hambre, sed y desnutrición, libre de temor y angustia, libre de molestias físicas y térmicas, libre de dolor, de lesión y de enfermedad, y libre de manifestar un comportamiento natural».

    ***

    Beatriz Batista (izq) y Aylín Sardiñas (der) en la protesta frente a Zoonosis / Foto: Facebook
    Beatriz Batista (izq) y Aylín Sardiñas (der) en la protesta frente a Zoonosis / Foto: Facebook

    El auto finalmente se detiene en las inmediaciones de La Novia del Mediodía, justo a las puertas de Zoonosis, donde los pocos periodistas independientes citados esperan desde hace un tiempo para conocer el desenlace de la protesta. Beatriz y sus amigas levantan sus carteles, gritan consignas, y las autoridades del Centro de Observación Canina no tardan en aparecer frente a ellas. Las patrullas tampoco demoran en llegar. Beatriz, tensa y nerviosa, grita con más fuerza, agita su cartel y no aparta la vista de los policías que comienzan a rodearlas. Los policías, adaptados a reprimir insignificantes trifulcas callejeras, así como pequeñas y esporádicas manifestaciones de grupos opositores, parecen confundidos. Una protesta animalista les resulta, tal vez, algo curioso y exótico, cosa de esa subcultura de hippies modernos, ahora llamados hipster, que, como todo, llega tarde a la Isla.

    ***

    Zoroastro, Buda, Pitágoras, Plutarco, San Francisco de Asís, cada uno de ellos, desde su visión cosmogónica, concibió a los animales como seres con alma cuya naturaleza comprendía también parte de la Creación, y solo por ello merecían un trato justo y humano. Entonces, el respeto a todas las formas de vida animal tenía de trasfondo un estricto sentido religioso. Sin embargo, en la modernidad estas posturas comenzaron a adquirir un carácter filosófico y jurídico, defendido a ultranza por figuras como Oliver Cromwell y Jeremy Betham. Después, en el siglo XIX, se fundaron las primeras grandes sociedades protectoras de animales en la India, Reino Unido, Alemania, Francia y Estados Unidos. y ocurrió un pequeño resurgir del vegetarianismo como estilo de vida, contrario al creciente consumo de cárnicos y el consecuente aumento de la explotación del ganado y las aves de corral impuesto por la Revolución Industrial.

    En el siglo XX, los grupos protectores de animales ganaron protagonismo como miembros de la sociedad civil de sus respectivos países al revelarse los primeros datos científicos sobre la finitud de los recursos naturales del planeta y los daños ambientales provocados por el vertiginoso avance de la industria moderna. Los principios de estos grupos y sociedades, traducidos en exigencias, fueron inclinándose hacia el mundo jurídico, de manera que, en octubre de 1978, se llegó a proclamar la Declaración Universal de los Derechos de los Animales. Esta última, redactada según la estructura de su homóloga para los humanos, considera, entre otras cosas, al abandono de un animal como «un acto cruel y degradante» (Artículo 6, inciso b) y también que «los derechos del animal deben ser defendidos por la ley, como lo son los derechos del hombre» (Artículo 14, inciso b).

    En los últimos 30 años, la filosofía contemporánea ha producido un efecto llamado extensionalismo, el cual considera aplicable en los animales no humanos los principios jurídicos fundamentales de nuestra especie, como la capacidad de poseer derechos. Este nuevo paradigma se debe, en gran medida, al desarrollo de disciplinas científicas como la biología y la etiología, que han revelado nuevos datos sobre la «sensibilidad» de los animales a partir del estudio de sus sistemas nerviosos. Amparado en la ciencia, el extensionalismo advierte sobre lo obsoleto del término «personalidad jurídica» cuando considera que los derechos más fundamentales no se otorgan a quienes tienen «personalidad», sino a todos aquellos seres capaces de tener una experiencia subjetiva del mundo, al menos de desde el placer y el dolor (4).

    Aunque las cuestiones anteriores provocan debates aún irresolubles desde un plano teórico, son muchos los países que ya han sumado a sus normativas diversas leyes de protección animal. En Argentina, por ejemplo, se aprobó en el lejano 1954 la Ley 14.346, la cual sanciona con penas de 15 días a un año de privación de libertad a quienes incurran en el delito de maltrato o crueldad animal.

    En países como Bulgaria, Israel, Singapur y Bolivia, existen normas que prohíben la explotación animal en espectáculos circenses. Noruega, Suiza y Finlandia establecieron la obligatoriedad de la anestesia para la castración de animales usados en la industria alimentaria y el derecho del ganado vacuno a la movilidad en un espacio libre. Argentina, en 2014, reconoció mediante una sentencia que «los sujetos no humanos (animales) son titulares de derechos, por lo que se impone su protección» (5). A su vez, Estados Unidos, en noviembre de 2019, aprobó una ley que reconoce la crueldad animal como un delito federal.

    Por su parte, Cuba carece todavía de una normativa jurídica de este tipo, a pesar de las crecientes exigencias de los protectores independientes de animales y los infructuosos intentos de Aniplant por lograr el beneplácito de la ANPP. No obstante, en diciembre de 2019 se informó del estudio de un proyecto de ley de bienestar animal, en el cual trabajan autoridades del Ministerio de la Agricultura (MINAGRI). Los medios oficiales cubanos alabaron entonces la iniciativa legislativa del MINAGRI e hicieron mención al propósito del país de cumplir con los estatutos de la OIE. Sin embargo, olvidaron decir que todo esto comenzó una mañana de noviembre, frente a las puertas de Zoonosis.

    ***

    La protesta transcurre de manera pacífica. Finalmente, las partes deciden llegar a un acuerdo, del cual hacen testigo a los oficiales del Ministerio del Interior que ya se han arrimado al lugar. Zoonosis propone una reunión para debatir las exigencias de las protectoras y estas, por su parte, piden a Zoonosis la liberación inmediata de los animales cautivos para tratarlos en refugios y hogares temporales. La reunión prevista en la sede del Centro Nacional de Higiene y Epidemiología no servirá de mucho. Un mes después se realizará otra, esta vez frente a las autoridades del MINAGRI, y allí se acordará detener la recogida de perros callejeros y la posibilidad de elaborar un proyecto normativo de bienestar animal para presentar a la ANPP.

    Aunque la protesta terminó mejor de lo esperado, Beatriz se siente inconforme. Tras varios años en contante pugilato con organismos del gobierno, ha aprendido a desconfiar de las promesas institucionales. Solo un consuelo le queda, y es que los protectores de animales, los grupos instituidos, los refugios, los que donan medicamentos o su casa como hogar transitorio, todos, han demostrado que todavía una causa noble por sí sola puede cohesionar y organizar en esta isla; que existe, aunque desamparada, una voluntad común capaz de tomar forma en una estructura compleja, eficiente y extendida como una tela de araña. La red de protectores, capaz de lograr no una, sino dos marchas frente a la mirada permisiva aunque incómoda del poder político que detesta y reprime cualquier asociación espontánea, es por sí sola una esperanza, un ejemplo claro de movilización orgánica e independiente, un precedente a subrayar en el pobre historial de nuestra sociedad civil.

    Milagros

    Milagros trabajando en el refugio / Foto: Darío Alejandro Alemán
    Milagros trabajando en el refugio / Foto: Darío Alejandro Alemán

    Lo primero que hace Milagros Maylin González al levantarse de su cama es enfundarse un par de botas de agua y limpiar las heces y el orine que han dejado sus perros y gatos por toda la casa. Después pone a hervir tres cazuelas enormes con arroz y deja sobre el fregadero varios paquetes de pollo y picadillo congelados. Más tarde, sube a limpiar la azotea, donde una treintena de perros discapacitados aguardan para abalanzársele encima, lamerle las manos y disputarse entre ellos unos segundos de caricias. Milagros, de 45 años, baja entonces unas escaleras y camina por el pasillo estrecho que lleva a su salita, en cuyas paredes cuelgan varios diplomas cuidadosamente enmarcados de la Federación Cinológica de Cuba y algunas fotos en las que aparece ella sujetando en brazos a Dino, su bichón habanero, y un manojo de medallas. La Milagros de las fotos no es tan flácida ni encorvada ni ojerosa como la que ahora fuma y toma café en la sala. Cuesta creer que solo unos pocos años separan a una de la otra.

    Dino / Foto: Darío Alejandro Alemán

    «No, no soy veterinaria. El problema es que en el barrio hay dos Milagros, y la gente me conoce como ‘la Milagros veterinaria’ o ‘la veterinaria’ o ‘la del refugio La Milagrosa’. Pero veterinaria no soy. Yo trabajaba en una fábrica de pastillas. Ese fue mi trabajo antes de abrir La Milagrosa, pero siempre fui amante de los animales y con el tiempo, tú sabes, uno aprende cositas de veterinaria y atiende al gatico del vecino que tiene parásitos o al perrito que se fracturó una patica.

    «Mi amor por los animales… humm, bueno, no sé por dónde empezar. Tal vez en mi caso toda esta locura haya sido por un trauma, una historia triste que… fíjate, fíjate como empiezo a hablar de ella y se me aguan los ojos. Yo tenía un perrito cuando era niña. Lo adoraba, tenía obsesión con él, pero mi padrastro lo botó de la casa y lo dejó abandonado en un lugar que no quiso decirme. Yo lloré y lloré lo que no puedes imaginarte y un buen día, tres meses después, cuando abrí la puerta de la casa, el perro estaba ahí, justo afuera, muerto y magullado por todas partes. Alguien debió atropellarlo y así, herido como estaba, encontró el camino a casa para morir frente a mi puerta. Ese día –ay, es que me entristece hablar de eso– me prometí que haría todo lo posible por ayudar a los perritos de la calle. Es por ese animal que La Milagrosa acepta, sobre todo, animales discapacitados, ya sea por maltrato o porque han sido atropellados.

    «El refugio abrió cuando empecé a rescatar animales de Zoonosis, hace ya 12 años. El primer rescate fue una perrita a la que le faltaba una patica de nacimiento y andaba por mi trabajo. Pero allí había un señor que era tremendo… (eso no lo escribas). Ese hombre llamaba a Zoonosis para que se llevaran a los animales que, como es normal, se ponen a vivir cerca de los centros de trabajo porque la gente les tira sobras. A esa perrita la pude dar en adopción, pero ese señor seguía mandando perros para Zoonosis y atrás iba yo a rescatarlos, y así. Ahora tengo 57 perros y 8 gatos.

    «¡Para volverse loca! ¿Sabes lo que es alimentar a 57 perros y 8 gatos, limpiar varias veces al día los desechos de 57 perros y 8 gatos para que no me manden a Salud Pública y me pongan una multa? Se dice fácil, pero no lo es.

    «Yo les compro comida, pero puedes entender que nadie aquí tiene como para alimentar a tantos animales juntos. Pero para eso existen las donaciones. Por ejemplo, en mi caso, tengo una especie de ‘acuerdo de cooperación’ con una escuela primaria norteamericana que tiene un proyecto de ayuda a animales callejeros cubanos. Los niños y los profesores de esa escuela hacen recolectas cada cierto tiempo de pienso y medicamentos y las mandan cuando pueden con alguien. Ellos han ayudado mucho con las adopciones, al punto de que muchos animales que he tenido aquí han sido adoptados por extranjeros que se los han llevado. Las donaciones –en mi caso, no sé en los demás– vienen casi siempre de Canadá y Estados Unidos. Y así, con alguito por aquí y alguito por allá, los perros viven como reyes.»

    Varios grupos de apoyo a los animalistas cubanos, como Hope for Cuban Paws y Protector of Cuban Paws, recaudan alimentos, medicinas y accesorios de mascotas para después enviarlos gradualmente al país. Protector of Cuban Paws, por ejemplo, es organizado por Jenn Cobo, una joven estadounidense de origen cubano que realiza listas de compras en Amazon a partir de las necesidades de los refugios. Luego, cuando los donantes compran los productos, estos son llevados a su casa, en New Jersey, y de allí se trasladan a Cuba como parte del equipaje de algunos turistas voluntarios.

    «Sí, me sé los nombres de todos. No los confundo. Vamos a ver a los de abajo, que son los icónicos de La Milagrosa.

    «Sí. Los icónicos, los más famosos, por los que los donantes reconocen el refugio. Ella, por ejemplo, es Negrita, la perra icónica de aquí. Negrita fue arrollada a los dos meses de nacida y la dejaron tirada. Yo la llevé a operar, pero hubo que amputarle las dos paticas delantera. ¡Si tú ves aquello, cómo tenía los huesitos de las paticas de salidos! Durante muchas noches tuve que dormir en el sofá, pendiente de ella, casi sin pegar un ojo, para que no se lamiera. Gente de otros países han venido a adoptarla, pero a ella no la doy. Ella es mía y se queda aquí. Y la muy condenada aprendió a caminar en dos patas, como una persona, y se ha hecho famosita por eso.

    Milagros y Negrita / Foto: Darío Alejandro Alemán
    Milagros y Negrita / Foto: Darío Alejandro Alemán

    «No, no se cae.

    «Ah, ese es el otro animal icónico de aquí. Es Vida, la gatica, no sé si te acordarás, que casi matan en el restaurante La Carboncita, por Playa.

    Vida / Foto: Darío Alejandro Alemán
    Vida / Foto: Darío Alejandro Alemán

    «¿No? Oye, mira que ese caso fue sonado por Facebook. Un trabajador de La Carboncita la tiró contra un muro y se formó tremendo revuelo en las redes. Cuando fui a buscarla estaba casi muerta y estuvo seis meses cuadripléjica hasta que un día volvió a caminar. Fue un milagro que se salvara, la verdad. Yo denuncié mucho ese caso de maltrato animal y a las semanas me contactan la gente del restaurante para decirme que borrara mis post en Facebook porque les arruinaba el negocio.

    «Los mandé bien lejos. Ellos no fueron capaces de mandar ni un tubo de picadillo para la gata, ni siquiera preguntaron si estaba viva. No. Lo de ellos era ‘el negocio’. ¿Y sabes qué? ¡Ojalá se arruinen!

    «No soy de ningún grupo. Primero, por mi carácter, y segundo, por la irresponsabilidad de algunos miembros de los grupos protectores de animales. Por mi carácter porque yo no me aguanto cuando el problema es con un animal. Mira, hace un tiempo un hombre atropelló a un perro pudiendo evitarlo, y yo estaba ahí. ¡Muchacho! Me paré delante del carro y me puse a gritarle horrores y a darle golpes y pescozones al tipo aquel que de policía y todo fue aquello. Menos mal que no me dio por tirarle una piedra al parabrisas porque no sé con qué lo iba a pagar.

    «Ah, lo de la irresponsabilidad lo digo porque hay algunos que reportan perros en la calle, le hacen la foto, la suben a Facebook y se van. Eso no es así. Hay que quedarse hasta que aparezca alguien que se haga responsable del perro aunque sea por poco tiempo o hay que llevarse al animal para la casa, pero nunca dejarlo en la calle. Una vez se dio un caso de alguien que hizo eso con un perrito que estaba en el latón de la basura. Yo partí para allá, pagué un taxi y cuando llegué no había nadie. El que reportó se había ido, así, tan campante. ¿Y sabes lo que le pasó al perro?

    «Pues que vino el camión de la basura y vació el tanque con perro y todo adentro. El animalito, al final, fue triturado en el camión de la basura. Eso me indignó mucho. ¡pero mucho!, y me peleé con los grupos protectores por eso. Yo sé que los grupos trabajan bien, que ayudan muchísimo, pero no todos los que lo integran son responsables ni están comprometidos de verdad con la causa de los animales. Y yo, repito, cuando es cosa de animales, no entiendo.»

    Al menos en La Habana, dos de los grupos protectores independientes de animales más grandes son CeDA (Cubanos en Defensa de los Animales) y PAC (Protección Animales de la Ciudad). Ambos, además de ocuparse del rescate y la atención de muchos perros y gatos callejeros, realizan campañas de esterilización y vacunación, organizan ferias de adopciones y también talleres educativos sobre protección animal en centros docentes de la capital. Solo entre estos dos grupos, el año pasado se esterilizaron 1385 animales callejeros y se entregaron 1085 en adopción.

    «Yo vivo con mi hijo, que es enfermero y no siempre está aquí para ayudarme porque a veces trabaja 24 horas seguidas. Hace tiempo vivía con mi pareja de muchos años, pero fue cuando empecé el refugio. Al principio él lo aceptó, aunque cuando traje más y más animales su postura cambió. Un día, así, de repente, me dijo que no aguantaba más, que yo le dedicaba demasiado tiempo a mis animales y no a la relación. Él tenía razón porque no podía llevar dos cosas a la vez y hacerlas todas bien, pero mis animales son mis animales.

    «Nada, que se paró en la puerta y dijo: ‘Escoge, o los animales, o yo’. Y yo le dije: ‘Ahí está la puerta’. Duro, ¿verdad? Pero él no podía ponerme a elegir, porque ningún hombre está por encima de los hijos.»

    Milagros vuelve a sus perros, a su rutina. En ocasiones, cuando está de ánimo, lo hace todo deprisa, como si pudiera ahorrar el tiempo, guardarlo en una alcancía y después utilizarl o de la manera en que ella disponga mejor. Usarlo, por ejemplo, en rearmar un poco su vida, en hacerla más «normal». El sacrificio, como decisión, parece ser la mayor libertad a la que puede aspirarse.

    La marcha (II)

    «Hablamos por los que no tienen voz», sigue escuchándose a lo largo de la calle 25. La marcha avanza a paso moderado y cada vez son más los que se suman, desde los curiosos en las esquinas hasta los vecinos entusiastas que ven pasar la muchedumbre y corren a ponerse un par de zapatos, toman a sus mascotas y ahora gritan a coro. Hay también personas extrañas en el gentío, ajenas al entusiasmo común y curiosamente posicionadas en los laterales de la marcha. Son todos hombres muy serios, silenciosos, que solo consultan sus relojes dorados, hablan a ratos por el móvil y miran a todos lados, como si buscaran algo. Algunos reparan en ellos y los identifican como posibles agentes del Ministerio del Interior, pero luego los ignoran.

    Al llegar a 12 y 25, la avanzada, con Beatriz Batista a la cabeza, se detiene. Ahora gritan con más fuerza otras consignas y levantan más alto los carteles. Los periodistas, que han seguido toda la marcha, se afilan los dientes y comienzan a hacer fotos, videos y entrevistas. Tras unos minutos de pausa, todos vuelven a caminar y entran disciplinadamente al cementerio por su paseo central. Pasan las tumbas de Máximo Gómez, de los padres de Martí, de los amantes Catalina Lasa y Juan de Pedro y Baró, el mausoleo de los bomberos. Después doblan a la derecha, atraviesan los espacios entre las lápidas y recorren algunas callejuelas estrechas hasta llegar a la estatua de Rinti, sobre la cual depositan flores.

    Oficialmente, la marcha ha terminado. Milagros decide entonces guardar el cartel que ha traído con la foto de un perrito que fue triturado por un camión de basura, carga a Negrita en sus brazos y se marcha. Aymara, por su parte, le coloca la correa al travieso de Rivery, que no para de dar vueltas y jugar con otros perro, y ambos van por un ómnibus.

    Alrededor de la estatua de Rinti algunos todavía conversan y ubican a sus mascotas intranquilas al lado del animal de mármol para intentar fotografiarlas. Odalis coloca entonces a Sole, una perrita que recogió de la calle hace unos días, tan enferma que es casi imposible salvarla. Esta, a diferencia de los otros perros, se queda quieta y mira directamente a los ojos de Rinti durante largos minutos. Odalis se estremece, interpreta en la escena una triste señal, un mal augurio para Sole. Entonces la carga de súbito en sus brazos, la besa y le susurra: «Si mueres, prometo que le pondré tu nombre al refugio que tendré algún día».

    Sole / Foto: Cortesía de Odalis
    Sole / Foto: Cortesía de Odalis

    Notas:

    1. El código penal cubano solo puede sancionar las lidias de gallos y perros bajo el cargo de “juego ilícitos”, según dicta su artículo 291.1, si se logra probar la existencia de un sistema de apuestas ligadas a ellas.
    2. La OIE, en su página oficial, considera el bienestar animalcomo “el estado físico y mental de un animal en relación con las condiciones en las que vive y muere”.
    3.  La Declaración Universal de los Derechos de los Animales no ha sido reconocido aún por la Organización de Naciones Unidas. Actualmente, su valor es meramente simbólico, al igual que la Declaración Universal de los Derechos de la Mujer y la Ciudadano, elaborada por Olympe de Gouges. 4.
    4. Silvina Pezzatta (2018) “Una teoría para el derecho de los animales no humanos. Aportes para la perspectiva interna del Derecho.” Publicado enRevista de Bioética y DerechoNo.44 Barcelona. España. 5.
    5. María José Chile Villadangos (2016) “Introducción al Derecho Animal. Elementos y perspectivas en el desarrollo de una nueva área del Derecho”. Publicado enIus et PraxisVol.22. No.2 Talca. Chile.

     

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    Darío Alejandro Alemán
    Darío Alejandro Alemán
    Nació en La Habana en 1994. Periodista y editor. Ha colaborado en varios medios nacionales e internacionales.
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