Mientras en el mercado de un pueblo hay un anuncio que dice «Se vende avena y chicha», en el puerto de otro pueblo hay una canoa marcada con la frase «Así es la vida».
Después de atravesar el río y pisar tierra firme, uno puede encontrarse con otro puñado de palabras estampado en un bicitaxi: «Dios es la salvación». La vida no es fácil.
Algunos se reúnen en la esquina para hablar de esa vida dura y desahogarse… o para desatenderla por un rato. Además de la narración oral está el rebusque, esa pericia para sobrevivir al desempleo y ganarles la batalla al tiempo, al olvido y al tedio. La vida fácil no es.
Hay quienes bailan, juegan, saltan, se sumergen, caminan. Otros se quedan dormidos en medio de la faena y la espera. No hay agua, agua no hay. Hay que irla a buscar a la ciénaga antes de que se seque por el verano inclemente. Tremendo peso en la espalda. Inmensos silencios quedan cuando se acaban las fiestas. Risas breves, risas persistentes.
El tedio da calor; un calor que a veces ni los raspados con sirope logran mitigar. El reloj corre y las paredes con propaganda política que promete desarrollo e igualdad se van despintando. Mientras los embustes de esos muros se desdibujan en un pueblo, en otro lugar la gente se lleva las manos a la cintura y derrama monólogos que inician con una inquietud: «Y ahora, ¿qué?».
Estas fotografías —que tomé con mi teléfono cuando no dio tiempo de sacar la cámara, mientras caminaba por pueblos del Caribe colombiano— no braman. Ellas solo lo intentan. No son una serie; no poseen continuidad. Son fotografías sueltas y, al mismo tiempo, son una juntanza de sentires.
No quiero que estas historias —o apuntes— escritas con luz se queden archivadas en una carpeta del computador. Quiero compartirlas. Son escenas del Caribe en que tengo los pies puestos. Caribe alegre, tropical, anfibio, taciturno, ajetreado y laberíntico.
Solo yo sé qué decían mis latidos cuando obturé.
Después de los viajes me pregunto: ¿hay que fotografiar para comunicar o para estremecer al otro? Tengo claro que no fotografío para que me quieran ni para ser inmortal; fotografío para pegar gritos y sentirme libre, escarbar en mi interior y tropezarme a propósito con nostalgias viejas (y laberínticas). Fotografío para huir de la oscuridad y florecer un poco. Fotografío para escapar del tedio, hacerme preguntas y tratar de entender al otro. Para hacerme preguntas, muchas preguntas.
Y ahora, ¿qué? Seguiré huyendo del tedio a través de la imagen y continuará latiendo mi corazón cuando fotografíe. Iré aprendiendo, en los caminos y en los viajes, a no explicar las fotografías para que ellas bramen por su cuenta, aunque tal vez ni siquiera alcancen a bramar y solamente logren musitar… y perder el aliento.
Seguiré caminando.
(Fotografías autorizadas por Linda Esperanza Aragón).