Las tradiciones de año nuevo han tenido que dar, a la fuerza, espacio a los lenguajes digitales y de redes sociales. Cada primero de enero alguien postea una foto de la manera en que despidió los doce meses anteriores debajo de una mesa para atraer una pareja o le pide al año por venir que le sorprenda. Y 2023 no se anda con rodeos: en menos de dos semanas ya encajó, sin suplicar perdón ni pedir permiso, un momento clave para entender la cultura pop actual.
El productor argentino Bizarrap acaba de publicar su sesión musical número 53. Cada una de sus colaboraciones es en sí misma un acontecimiento digital, sin embargo, esta vez algo fue distinto: en uno de los experimentos más inesperados, la persona que le acompañaría en sus beats sería Shakira, la quintaesencia de la educación sentimental, estética e intelectual para toda una generación latinoamericana.
«Se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por aquellas que permanecen desatendidas», escribió Santa Teresa de Jesús y luego esta frase la retomó Truman Capote para titular uno de sus libros.
Y aún es temprano para saber si este será un año de risas o lágrimas, de milagros catastróficos o de omisiones beatíficas. Pero una cosa quedó clara en apenas un puñado de días: quienes pidieron que 2023 los sorprendiera, ya tuvieron lo suyo.
¿Están contentos, cabrones?
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A principios de los noventa, Shakira lanzó dos álbumes que nadie escuchó (Magia y Peligro), actuó en telenovelas de tres pesos que nadie recuerda y ante la amenaza del anonimato de quienes pudieron ser, pero no fueron, lanzó el primero de sus temazos, el inicio de una carrera cimentada en abrazar lo que los antiguos griegos llamaban hybris (la desmesura, la exaltación, el orgullo pasional y desmedido): «Donde estás corazón». Un tema claramente influenciado por Alanis Morissette y en el que ella, Shakira, nos dejaba clara la nuez de su poética: un llamado desgarrador que rehuía de la sutileza o la levedad, para decir que le dolía, que el otro la hacía doler, que la vida se le había vuelto una víscera insoportable por culpa del amor no correspondido.
Shakira, por supuesto, no solo ha cantado sobre despecho o desamores, sobre enamoramientos y hombres malos, ruines. Ojos así, su mejor canción, es una parrafada siniestra y perturbadora de ecos vagamente surrealistas que impone la forma a cualquier nomenclatura narrativa. «Hips don’t lie», la cumbia pop por la cual todo el mundo la conoce y la relaciona con las caderas. O «Waka Waka», un incomprensible pastiche mundialista que hizo lo que parecía imposible: consagrar a quien ya estaba consagrado. Pero el hilo conductor de estos temas, con «Dónde estás corazón», el primer escalón, la piedra fundacional, es la potencia de la desmesura. Todo lo grande lo puede ser aún más, la fanfarria más absoluta puede tener trompetas más estridentes y lo que ya brilla, necesita enceguecer.
A Coco Chanel se le atribuye la mítica frase: menos es más (y, en este punto, es más fácil creer que intentar desentrañar los orígenes de las frases hechas). A esto, Shakira responde: no, más es más, no me vengan con pendejadas.
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Un fantasma recorre a los millenials, es el fantasma de Shakira. Un espectro con un tiempo propio, particular, que puede entenderse como la partición de dos eras globales: a.R y d.R: antes del cabello rubio y después del cabello rubio. La discusión al respecto es encarnada, porque lo que está en juego es qué era geológica del credo shakiresco es mejor: aquella en que ella tenía el cabello negro, largo y lacio y coquetaba más con las influencias rockeras de los ochenta y noventa, o la otra, la advenediza, de pelo rubio y corto (a veces con extensiones) que abrazaba sin pudor no solo al pop más bombástico, sino también a esos otros sonidos plebeyos que apenas empezaban a alzar el cuello: el reguetón, la bachata y ahora el trap.
Toda forma de nostalgia guarda en su interior un deseo de conservadurismo. Y pocos casos son tan paradigmáticos para ejemplificar esto que Shakira: quienes se refugian en sus grandes éxitos noventeros suelen negar los ritmos actuales, es decir, mostrar formas de desprecio ante lo barriobajero, lo popular, lo urbano. No es necesario ahondar en este punto, otrxs lo han hecho ya y mejor, pero el desprecio hacia el reguetón, por ejemplo, se cimenta en la defensa de un cacareado buen gusto (y la noción de gusto nació como una manera de compaginar los deseos materiales, objetables ante los ojos de dios, con el beneplácito institucional de la iglesia1), usualmente blanco, clase media alta y urbano, con un gusto malo, incorrecto, censurable (usualmente racializado, pobre y periférico).
Este bando de la discusión, el nostálgico, clama entonces que extraña a Shakira: quieren a la Shakira de verdad, la de antes, la blanquita tímida que con guitarras, baterías y armónicas tendía puentes entre la banda de producción pop y la originalidad rockera. Más allá de cegueras evidentes y fracasos intelectuales de esta facción, lo cierto es que Shakira, la nuez de su talento, el hueso fundamental de su carrera, nunca se marchó. Y la sesión #53 de Bizarrap es la celebración de un proyecto artístico, estético e intelectual por parte de la barranquillera.
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Las letras de Shakira nunca han sido sutiles. En «Si te vas», por ejemplo, una mujer dolida canta con voz de gata irónica: «toda escoba nueva siempre barre bien/ luego vas a ver desgastadas las cerdas/ cuando las arrugas le corten la piel/ y las celulitis invadan sus piernas». En «No» un ser humano al borde del derrumbe susurra: «espero que no esperes que te espere/ después de mis veintiséis/ la paciencia se me ha ido hasta los pies». En «Te aviso, te anuncio» una expresidiaria del amor grita: «por ti me quedé como Mona Lisa/ sin llanto y sin sonrisa/ que cielo y tu madre cuiden de ti/ me voy será mejor así».
La sesión #53 retoma todos estos recursos histriónicos, pero no como meras simulaciones o reiteraciones nostálgicas, sino que los actualiza con bases, ritmos y modas actuales. Shakira es una herida que nunca termina de sanar ni de sangrar. Los dioses griegos pensaban que la hybris, esa fiebre emocional con la que maldijeron a la humanidad, era el destino más trágico para cualquier humano. Shakira se ríe de esto y su publicitada separación con Gerard Piqué se transforma en una tiradera sin tregua: «tanto que te la das de campeón/ pero cuando te necesitaba/ fuiste tu peor versión» o «una loba yo no está pa novatos» o «entendí que no era culpa mía que te critiquen/ yo solo hago música perdón que te sal…pique».
Shakira está cabreada, enfurecida, quiere incendiar al mundo y verlo arder sin más pretensiones que esa. Bizarrap, esa genialidad de productor que incinera el tejido espacio-tiempo con beats frenéticos, es el cómplice en este acto de destrucción motivado por el amor que es la humillación constante en la vida de ella. Y en cada una de estas caídas, en vez de poner la otra mejilla, Shakira se adelanta a los golpes y en un uno, dos, tres, te da un golpe en la quijada que no te esperas. A Shakira no le interesa ser la persona más grande, sino pegar más fuerte y mejor. Como un pugilista cuya eficacia está en el combate corto de golpes evidentes pero certeros, y no en revoloteos innecesarios que gastan la estamina y hacen sudar porque sí.
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En 2022 una de las sesiones de Bizarrap más comentadas fue probablemente una de las más flojas hasta la fecha: la tiradera de Residente a J Balvin. Un efecto Kuleshov amañado en el que René de antemano nos hacía entender que era el más malo, el más fuerte, el más macho: su cara en primeros planos con el ceño fruncido escupiendo rimas que en este punto, tras el desgaste de la repetición sin variaciones desde hace años, son más que esperadas.
Shakira, por el contrario, genera un efecto peculiar: suelta escopetazos verbales mientras sonríe. Nos habla de su dolor, de su rabia, del odio que su expareja y la nueva novia de este le producen, pero todo con una sonrisa y una jovialidad de quien pareciera estar cantándole al primer amor. Y este es otro sello de la casa: Shakira es capaz de decir las cosas más hirientes y patéticas de la manera más dulce y tierna, no por el fondo, sino por la forma (y Shakira es una maestra para entender que el misterio está en la forma, en nada más).
Mientras Residente se desgasta exagerando su masculinidad de chico malo, Shakira te guiña un ojo y te manda a comer tres carrozas de mierda. Todo sin dejar de sonreír.
Sorpresa, 2023, Shakira está más viva que nunca.
Notas:
Homo emoticus: la historia de la Humanidad contada a través de las emociones, Richard Firth-Godbehere.