Poca gente sabe tanto del mecanismo de la censura como Miryorly García. Hace dos años, como parte del Comité de Selección de la Muestra Joven en Cuba, debió apostar por la inclusión o no en el evento de un documental sobre el cantautor exiliado Mike Porcel. Los compañeros de Miryorly García no la conocían por beligerante o por contestataria. Todos saben, en cambio, que su honradez suele desplazarla a una zona de la coherencia donde hay miedo, pero sobre todo mucha sinceridad.
Ramón Samada, presidente del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), decretó su predecible no respecto al filme Sueños al pairo, realizado por José Luis Aparicio y Fernando Fraguela. Miryorly García esta vez tendría un encaramiento más peliagudo. No debía defender su criterio solamente frente a la directora de la Revista Cine Cubano, donde llegó a fungir como jefa de redacción. Esta vez debía enfrentarse a la autoridad máxima del Instituto, y por supuesto, cosa de la que era consciente, a la rigurosa orientación gubernamental detrás de sus palabras. «Este documental debe ser expuesto necesariamente. Las personas que disienten deben tener derecho a hacerlo», cuenta que dijo entonces. Los altos funcionarios del ICAIC mostraron su incomodidad con el criterio. Y ella: «Hay que tener en cuenta que los jóvenes tienen una lectura de la historia diferente a nosotros, diferente a los cubanos de los ochenta».
Fidel Castro no debía ser manchado; la Revolución no debe darse el lujo de ser señalada de esa manera: era el criterio interno de los directivos.
«Los jóvenes no verán a Fidel como lo ha visto la generación de nosotros; ellos construyen una historia desde sus propias investigaciones, sus lecturas, y no concuerda necesariamente con nuestra experiencia. ¿Cómo es posible que aprobemos el fondo de fomento para que los jóvenes produzcan material audiovisual, y luego pongamos límites a la libertad de creación de estos jóvenes?», pensaba en aquellas circunstancias Miryorly García.
El ICAIC había aprobado además el uso de imágenes de su Archivo Fílmico a Aparicio y a Fraguela, y ahora negaba la exposición de estos archivos en su obra cinematográfica. La razón principal para la censura no era el protagonismo del músico Mike Porcel, sino la incómoda exposición de una vieja práctica ochentera contra quienes pretendían emigrar y, posteriormente, contra muchos disidentes cubanos: los llamados «actos de repudio». Porcel había decidido marchar a los Estados Unidos en 1980, y fue víctima de esos mítines.
El trovador confesó a Radio TV Martí que inicialmente el documental versaría sobre su trabajo artístico, pero que luego sus realizadores quizá descubrieron el camino que realmente querían transitar. Ese camino había resultado ser uno que desembocó en el énfasis de Miryorly García: «Estos actos de repudio no deben repetirse jamás», dice.
El ICAIC no transó entonces. Varios realizadores retiraron en solidaridad sus trabajos del certamen. Carlos Lechuga, quien presentaba Generación, fue uno de los primeros en hacerlo.Finalmente, en marzo de 2020, no hubo Muestra Joven que celebrar. Si posponerla indefinidamente fue una decisión tomada a raíz de la pandemia, o por la ola rebelde que inundó el gremio del cine cubano, es algo que aún se pregunta Miryorly García.
Un año y medio después, Miryorly García recuerda al presidente del ICAIC en aquellas circunstancias; también al cantautor Mike Porcel y cada una de las violentas consignas que asoman en Sueños al Pairo.
Está en el portal de su casa en el Cotorro, saya y blusa blancas, oyendo a la primera secretaria del Partido Comunista (PCC) gritarle la tríada habitual: «gusana, vendepatria y mercenaria». Tiene un cartel en sus manos. Otra vez la coherencia. La exeditora reescribe y reedita a Pablo Milanés para la ocasión. Sentada, con una sonrisa firme y una bandera cubana a sus espaldas, muestra sus pretensiones: «Yo pisaré las calles nuevamente / de lo que fue mi Habana ensangrentada / y en una hermosa plaza liberada / me sentaré a llorar por los ausentes».
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Es la 1:05 de la tarde del miércoles 17 de noviembre de 2021. José Raúl Lorenzo está sentado en uno de los cómodos sofás que compró regateo mediante en Artemisa. José Raúl Lorenzo llora. Llora sin consuelo. Jamás pensó que el vaticinio de su esposa se cumpliese. Pero Miryorly García es una mujer de muchas luces, y sabe de cuántas cosas el Gobierno cubano es capaz.
José Raúl Lorenzo saca su dolor a solas. Miryorly García ha aprovechado que le retiraron la vigilancia para hacer unas compras en el mercado. El hijo de ambos está en la escuela a estas horas, y José Raúl Lorenzo se encuentra solo en el silencio de la acogedora sala trasera. Tiene tiempo para recordar y su mente viaja hasta el pasado 30 de marzo: el día en que se efectuó la última de varias reuniones que desembocaron en su renuncia como presidente de la Sociedad Filatélica de Cuba. Se despidió tras 26 años en la organización, 19 de ellos dirigiéndola. En parte también dijo adiós a causa de su padecimiento. José Raúl Lorenzo es uno de esos cuatro de cada 100 mil que sufre la enfermedad de Crohn. El médico le había recomendado no sobrecargarse laboralmente. En el Ministerio de Comunicaciones, al cual se adscribe la Sociedad Filatélica, conocían esta situación. Pero también —y así lo dejaron saber en la primera de aquellas cuatro reuniones realizadas entre febrero y marzo de 2021— conocían que José Raúl Lorenzo había plasmado su firma en una carta que exigía la renuncia de Alpidio Alonso, ministro de Cultura.
«No estoy para nada de acuerdo en que un ministro use la violencia en vez del diálogo», fue entonces uno de sus planteamientos. El 27 de noviembre de 2020, cuando cientos de artistas y de otros ciudadanos se manifestaron espontáneamente a las puertas del Ministerio de Cultura (MINCULT) en La Habana, José Raúl Lorenzo había quedado al margen de los acontecimientos. Pero el 27 de enero siguiente, los hechos le tocaron de cerca. Su esposa estuvo allí. Fue una de las personas arrojadas a la guagua que las autoridades destinaron para la detención de quienes, nuevamente, se habían presentado ante el MINCULT.
En la primera de aquellas reuniones, José Raúl Lorenzo recordó incluso cuando Carlos Manuel de Céspedes, el «Padre de la Patria» no tolerara ciertas decisiones y actitudes de sus compañeros de guerra. Debido a sus argumentos, aquella primera ocasión, en febrero, no resultó definitoria. Tuvo que darse otra reunión, un poco más agresiva. Luego, una tercera y una cuarta.
—Él no pudo haber actuado con ingenuidad porque él es el más preparado de todos nosotros —escuchó José Raúl Lorenzo de uno de los más de 40 militantes del PCC presentes en la segunda reunión.
—¿Cómo un hombre que ha viajado a más países que cualquiera de nosotros, y que nos ha representado en cuanto evento internacional ha habido, puede hoy hacernos esto? —protestó otra de las asistentes.
Una persona fue más allá:
—Nosotros siempre hemos sabido que el compañero ha presentado problemas ideológicos. Él nunca ha sido una persona confiable.
José Raúl Lorenzo no pudo contenerse. Él mismo se define como contestatario:
—Ustedes mismos se contradicen. ¿Cómo van a decir que soy el más preparado de todos nosotros y, a la vez, no ser confiable? ¿Cómo pueden decir que el hombre que ha representado esta organización internacionalmente, que se ha reunido con figuras importantísimas, que ha viajado a Nueva York con medio millón de dólares en sellos en su maleta, que ha viajado con toda su familia y nunca se ha quedado, no es una persona confiable? ¿Cómo, después de 20 años, van a decir que yo no soy confiable?
Su lógica silenció el local.
—Lo otro. Si yo tengo problemas ideológicos, ¿cuál fue el papel de ustedes como militantes del Partido, que desde hace mucho tiempo supieron que yo tenía esos problemas y nunca me llamaron a constar? ¿Por qué en cada reunión, en vez de señalarme o criticarme, me daban su apoyo discretamente, después de haberme visto discutir en la forma en que lo hacía? Nunca me callaba lo que pensaba o creía, y muchos de los aquí presentes luego se me acercaban a decirme que estaban muy de acuerdo conmigo. Lo hacían en privado por temor a ser señalados. Ustedes son entonces muy hipócritas.
No había forma en que José Raúl Lorenzo pudiese ser desacreditado por que su firma estuviera en aquella carta contra Alpidio Alonso, redactada por los miembros del 27N. Su prestigio estaba en su currículum y en la memoria de cualquier filatélico en la isla. No había forma de que este hombre, quien ostenta un puesto en la Academia de Jurados de la Federación Mundial de Filatelia (FIP), y que es aún director de la Federación Interamericana de Filatelia, además de ser el único latino que ha sido presidente del Buró Juvenil dentro de la FIP, fuese expulsado sin ruidos mediáticos peligrosos de la Sociedad Filatélica de Cuba.
Fue amenazado con auditorías, en busca de un error para aplicar el castigo, pero esta no fue la razón por la que finalmente cedió. José Raúl Lorenzo supo que su destino estaría marcado por aquella firma. Tarde o temprano perdería esa guerra dentro del vigiladísimo Ministerio de Comunicaciones.
Su médico también había sido claro: «Ya no puedes trabajar como antes, José. Debes bajar tu actividad».
Así que Jose Raúl Lorenzo se despidió de una vida dedicada al gremio. «Hoy es un día de luto para la filatelia», llegó a postear alguno en redes sociales.
Dos meses y medio después, está sentado con a su teléfono en las manos, sobre el que caen lágrimas. Se decide a escribir finalmente un mensaje que le apremia: «Mis queridos alumnos, por razones ajenas a mi voluntad, en la tarde de hoy, al llegar a la escuela, Fernando me informó que no podía continuar…».
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El 14 de noviembre de 2021, a las cuatro de la tarde, Miryorly García escribió en el grupo de Telegram de la plataforma cívica Archipiélago: «La presidenta del Poder Popular está aquí. Creo que me van a hacer un acto de repudio».
Hacía poco más de 48 horas de que fuera citada en la estación de la Policía Nacional Revolucionaria del Cotorro. Se cumplían ya 24 horas de haber sido interrogada y advertida por «Fran», el agente de la Seguridad del Estado que la atiende: «No vas a poder salir ni 14 ni 15. Desde tu casa puedes hacer lo que quieras, como si quieres gritar “Abajo la dictadura”».
El sábado 13, de regreso de la citación policial, Miryorly García había comprado un ramo de flores blancas y planificado la liturgia dominical. Yunior García Aguilera, líder de Archipiélago y principal organizador de la «Marcha por el Cambio» fijada para el lunes 15 de noviembre, había anunciado días antes que realizaría su manifestación personal en vísperas del 15N. Ella determinó apoyarlo ese domingo con su propia performance. No iba a ofrecer su cuerpo por adelantado a la patrulla que tendría seguramente frente a su casa. Y al día siguiente ella tenía un derecho de manifestación que conquistar en la calle.
A las cuatro de la tarde del domingo hace seis horas que el portal de la casa de la opositora Miryorly García ha sido engalanado como nunca. El consultorio médico que tiene en frente sostiene el puso y, según la orden recibida, pretende ganar la silenciosa pugna iconográfica. Dos banderas cubanas se miran fijamente en la céntrica calle 71 del Cotorro. Una moto Suzuki —que suelen asignarse a los agentes de la Seguridad— y varios hombres custodian una de ellas. Una editora y curadora de arte, vestida toda de blanco, unas azucenas y una estampa de la Patrona de Cuba, están junto a la otra.
Miryorly García se ha sentado en su portal, y de ahí no se mueve. Su hijo, Ian David, está en casa de un amigo de la escuela. Ella lo llama y le dice que se quede por allá un rato más, hasta que pase todo. Una señora pasa por allí, se asoma en la reja verde que separa la acera del portal. «¿Esa es la Virgen mambisa, la Patrona de Cuba?». «Sí, esa misma es», responde amablemente Miryorly García. Llama también a su esposo. «Me están armando un acto de repudio. Ten cuidado si llegas y eso está andando. Entra directo para la casa».
Miryorly García oye las indicaciones de uno de los funcionarios del Poder Popular: tú lees esto y tú dices lo otro… Ha estado inquieta porque aún no recibe improperio alguno, ni siquiera se ha escuchado una consigna. Los ve organizarse y no concretar nada. El consultorio, el puesto de mando para el repudio planificado, es un caos logístico. Teresa, la presidenta del Poder Popular del Cotorro, llama y anima a los vecinos. Se suman unos pocos, menos de cinco. No llegan a 20 los individuos con que se pone a andar el circo, pero pareciera, a ojos de Miryorly García, que la vergüenza por no reunir quórum suficiente para la ocasión los hace contenerse. El consultorio ha sido acondicionado con luces para la noche, por primera vez en muchos años. Miryorly García vuelve al chat de Telegram, extrañada y sonriente: «Caballero, esto se disolvió. No pasó nada».
Miryorly García, tras ver que sus vigilantes desmontaban el acto de repudio, pero previendo que en la noche destrozaran su instalación, llamó a su esposo. Jose Raúl Lorenzo trajo una silla y se subió él mismo para descolgar la bandera y los carteles tendidos en un cordel. Mientras él terminaba de hacerlo, un hombre al parecer borracho comenzó a gritar todo tipo de insultos. La orden de ofender había sido dada.
Miryorly García casi no lograba entender aquel lenguaje tropeloso. El sujeto, bastante mayor, exhibió una botella vacía en la mano. Gritaba y movía la botella descontroladamente. Ella temía que su marido cayera en la provocación, y llamaba a la calma.
José Raúl Lorenzo interpeló efusivamente a los oficiales de seguridad vestidos de civil que permanecían en el consultorio: «¡Cualquier cosa que pase aquí va a ser responsabilidad de ustedes!», gritó. Uno de ellos se acercó al borracho. La pareja pensó que interrumpiría aquella escena, pero resultó que el agente solo se acercó para supervisar un poco más de cerca el show. Finalmente, vino otro señor de la cuadra, conocido también por alcohólico, según los agredidos, para finalizar el griterío y llevarse al enviado.
Esa noche seis personas, entre agentes, funcionarios y vecinos, custodiaron la casa desde el consultorio. Miryorly García, luego de su cacerolazo de las ocho, dispuso la comida y logró dormir plácidamente. El 15 de noviembre sería un día grande.
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Miryorly García dice que sacó de su padre el don de ganarse el cariño de la gente, de la comunicación y la empatía. Amable, hospitalaria, serena. Es una mujer tímida. De niña se recuerda apática y poco participativa. No se involucraba en actividades políticas, deportivas ni culturales. Culminó el bachillerato en el Instituto Preuniversitario Raúl Cepero Bonilla, en el municipio Diez de Octubre, y en 2001 se graduó en la universidad de Historia del Arte. Justo ese año le encargaron la dirección de la Galería de Arte «Boada», en el propio Cotorro. Cuatro años después pasó al Museo Ernest Hemingway, donde laboró algunos años hasta que pasó al ICAIC. Integró el equipo de la Revista Cine Cubano hasta convertirse primero en editora y luego en jefa de redacción, cargo que desempeñó hasta 2016. Desde entonces estuvo cuatro años trabajando como editora independiente, contratada por el propio ICAIC y también por el Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT). En agosto de 2020 empezó como investigadora en la Dirección Municipal de Cultura de su municipio. De cualquier manera, nunca abandonó la edición ni el cine. Siguió colaborando con la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, y siguió vinculada a la Muestra Joven del ICAIC.
En noviembre del 2020 llegó el acuartelamiento en San Isidro. Miryorly García, como muchos otros artistas e intelectuales cubanos, estaba desvelada. Sintió preocupación por el bienestar de los activistas allí recluidos, y también se interesó por sus demandas. Denis Solís, que estaba preso, era un rapero. Luis Manuel Otero, líder de la protesta, artista plástico. Disidentes o no, eran artistas, y a ella no le gustó la crítica desmoralizadora lanzada contra ellos desde los medios estatales. El MINCULT podía interceder por ellos, pensó. Al menos debía representarlos.
Una vez allanada la sede del Movimiento San Isidro por la Seguridad del Estado cubano, en la noche del 26 de noviembre de 2020, muchos en redes sociales clamaron en favor de los acuartelados e incluso solicitaron auxilio, alguna intervención de las autoridades. Miryorly García sugirió redactar una carta. Ella misma podría llevarla al MINCULT a la mañana siguiente. Debía pasar muy cerca de la sede ministerial para recoger las invitaciones de los nominados a los Lucas, premios de videoclip en que fungiría como jurado.
El dramaturgo Yunior García se había comunicado con otros artistas de otros gremios, y finalmente un grupo acordó personarse allí. A las 11:00 a.m., Miryorly García estaba en el MINCULT. Doce horas después habían más de 300 personas, sobre todo, del mundo del arte. Llegaron también personalidades consagradas como el cineasta Fernando Pérez y el actor Jorge Perugorría. Al día siguiente, aquella jornada del 27 de noviembre ya tenía olor a efeméride.
Miryorly García conoció esa noche la democracia. Los 30 elegidos para hablar con los funcionarios ministeriales hablaron un mismo idioma, cada quien con su acento particular. Las mismas demandas, sin planificación previa, más allá del diálogo durante la sentada a las puertas de la institución. «Derecho a tener derechos», era la máxima de los congregados.
EL 27 de noviembre dio paso a un 27 de enero. El 27 de enero dio paso a un 30 de abril. El 30 de abril dio paso a un 11 de julio. Lo sabe Miryorly García. Lo saben los artistas y los intelectuales. Lo saben la oposición y toda la sociedad cilvil independiente.
«El 11 de julio sentí miedo de salir a la calle», dice Miryorly García. «Por la lejanía de mi municipio, tenía miedo de ser detenida en un lugar intermedio entre mi casa y el punto de manifestación. Me reproché mucho no haber podido estar con Yunior [García], con Solveig [Font] y con los otros frente al ICRT. Ese día aprendí que no debía solamente manifestarme con la gente del 27N, sino que realmente yo iba a adquirir mi derecho de manifestación si me manifestaba en mi propio Cotorro. Si lograba abrir la puerta y salir, yo misma iba a poder hacer cuando quisiera mi 11 de julio».
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José Raúl Lorenzo temió por momentos que la Seguridad del Estado arremetiera también contra su reciente trabajo en un preuniversitario. Pero decidió pensar que, acaso por sus méritos como filatelista, no le hostigarían más. Su firma en la carta por la dimisión de Alpidio Alonso no llegó a conocimiento de la Dirección Municipal de Educación del Cotorro, o al menos eso pareció. A veces la policía política actúa de maneras insospechadas.
En noviembre de 2020, José Raúl Lorenzo entró como «contrata» en el Instituto Preuniversitario «Roberto Labrada Ávila», el mismo donde yo impartía clases. Tras varios años separado del magisterio, había vuelto a las aulas; por primera vez, no universitarias. Él se había hecho Ingeniero en Sistemas Automatizados de Dirección, en la CUJAE [Universidad Tecnológica de La Habana «José Antonio Echeverría»], carrera que devino en Ingeniería Industrial. Luego fue profesor durante más de 15 años en ese mismo centro de altos estudios.
Ahora se encargaría de Física. Yo llevaba dos cursos impartiendo Preparación Ciudadana. Ambos impartíamos clases al mismo grado. Sin embargo, nunca coincidimos, o al menos ninguno de los dos recuerda haber coincidido. Los «contrata» tienen menos frecuencia laboral. También está el hecho de que yo tuve problemas de salud entre noviembre y enero.
En marzo de 2021, aun cuando la pandemia estaba en su peor momento, los maestros asistíamos a reuniones, preparaciones metodológicas e, incluso, turnos de guadias. De habernos conocido entonces, teorizo, habríamos afinado. Ya él había firmado la petición de renuncia del ministro Alpidio Alonso, y para entonces yo había dado mis primeros pasos en la disidencia pública.
El 9 de abril, el director de la escuela, Fernando Dávila Meriño, me trasmitía nervioso la decisión de la Seguridad del Estado sobre mi persona. En una carta, elaborada, desde su perspectiva, con la mayor minuciosidad posible, disfrazó la orden dada por la policía política. En realidad, nadie iba a tolerar a un integrante del Movimiento San Isidro en las filas del Ministerio de Educación.
José Raúl Lorenzo comenzó a seguir mi caso de cerca, como también el de Félix David Rodríguez, expulsado definitivamente del plantel por mostrarme su apoyo en una de las detenciones arbitrarias en mi contra.
El 10 de noviembre de 2021, Dávila Meriño le comunicó finalmente que su solicitud como «contrata» ya había sido del todo verificada, y firmada. «Pásala a buscar a Secretaría», le dijo en uno de los pasillos. José Raúl Lorenzo se propuso entonces convertirse en «plaza fija», ya que sus responsabilidades en la Sociedad Filatélica de Cuba habían concluido unos meses antes. No cobraba tanto como un maestro regular, y necesitaba incrementar sus ingresos.
Al profesor de Física jamás le pasó por la mente que en apenas nueve meses, desde aquella carta, cupiera otra expulsión por motivos político-ideológicos. A Miryorly García, sí. De hecho, se lo había profetizado el 15 de noviembre, mientras respondían al hormiguero que simulaba frente a su puerta otro «acto de reafirmación revolucionaria».
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El lunes 15 de noviembre de 2021, José Raúl Lorenzo no fue a trabajar; no tenía turnos ese día. Convenientemente, pudo apoyar emocionalmente a su esposa. El 16 tampoco tenía clases. Pero el día siguiente, 17 de noviembre, se celebraba el Día del Estudiante. A las 12 de la noche abrió Whatsapp. El profesor había creado un chat por grupo, para dejar indicaciones y ejercicios de clase, para estar disponible. Escribió en cada chat sus felicitaciones. Los estudiantes luego agradecerían el gesto.
A la mañana siguiente se levanta temprano, sin alarma. No toma café. La única vez en su vida que lo hizo fue en una degustación a la que fue invitado en Colombia. Después terminó vomitando. Ian David, el hijo, se va a la secundaria básica, donde cursa el octavo grado. El profesor dispone en varias bolsas de nylon ejemplares de un libro, La perspectiva de la ciencia en la sociedad moderna. Al menos un obsequio por aula, para los más destacados en su asignatura.
Sale a eso de las ocho y media. Ha quedado con Rocío y algunos más en ayudarles con el Seminario Integrador en que están atascados. Rayando las 11 de la mañana, José Raúl Lorenzo vuelve a su casa. A las 12:30 está en la escuela, listo para impartir su primer turno al grupo 7 de onceno grado.
De izquierda a derecha, de arriba hacia abajo: «Física», «17 de noviembre de 2021», «Asunto…». La secretaria del Partido de la escuela interrumpe…
—Profe, dice el director que se presente en la dirección.
—Dígale al director que yo bajo cuando termine la clase…
—No, no. Tiene que ir ahora mismo.
Los estudiantes se asombran, pero nada sospechan. José Raúl Lorenzo escucha en su interior la reciente profecía de su esposa. Caminan hacia la dirección. Una mujer, ajena la escuela, y de porte militar, espera afuera del local. El director, Fernando Dávila Meriño, ordena la separación del centro.
—No eres contrata, y no tenemos presupuesto.
—¿Pero no me habían dicho que mi contrato estaba listo?
—Hubo problemas con el contrato.
José Raúl sabe que la batalla está perdida, pero quiere que se manifieste la verdad.
—Déjame al menos trabajar dos días más, mientras los otros profesores preparen las clases, para que los estudiantes no se queden perdidos.
—No, tranquilo, ya los otros profes van a entrar al aula.
—¡Yo trabajo gratis, hasta que puedan hacerme el contrato!
—¡No, qué va! ¡Si viene una visita y ve que tenemos un profesor trabajando sin cobrar salgo yo por techo!
La Secretaria del PCC y la subdirectora docente no hablan. El profesor lleva la controversia hasta el final.
—Si acaso, en enero te llamamos para hacerte la contrata —le dice el director.
—No me digas… Si me estás botando cuando incluso estoy ofreciendo trabajarte gratis, ¿me vas a llamar en enero?
El silencio otorga la razón a quien la tiene:
—Déjame, al menos, subir a los grupos para despedirme…
El director esboza su desacuerdo, pero permite en un descuido ese adiós. El profesor sube a las aulas. Fernando Dávila Meriño lo sigue. La misteriosa mujer también. En cada grupo José Raúl Lorenzo es breve. Los estudiantes se revuelven. Fernando Dávila Meriño vigila desde la ventana cada discurso. La agente vigila al director. Los estudiantes parecen tener mucha más información de la que el mismo profesor otorga en su despedida. Muchos saben que el profesor es además el esposo de una moderadora de Archipiélago, o por lo menos de alguien a quien el 15N le organizaron un mitin de repudio. Casi todo el Cotorro lo sabe.
A la 1:20 de la tarde, Miryorly llega del mercado, y ve a su esposo llorando. Para entonces, en la escuela, algunos estudiantes han protestado; alguno incluso se ha personado en la dirección. «Me cerraron el contrato», dice a su esposa José Raúl Lorenzo. El director Dávila Meriño tiene que volver aula por aula para refrenar la inconformidad. El teléfono del profesor suena insistentemente. Una notificación de mensaje tras otra. En Whatsapp, Jose Raúl Lorenzo recibe una parte del amor que ha dado a sus estudiantes. La pizarra del grupo 7 quedó vacía. El profesor solía comenzar sus clases con alguna frase célebre de un científico. No alcanzó a hacerlo esta vez, y tampoco pudo entregar los regalos.
Un año atrás había retomado la profesión. Ahora, José Raúl Lorenzo y Miryorly García están igualmente condenados al ostracismo por motivos políticos. La frase de Einsten seleccionada para abrir aquella clase prematuramente interrumpida jamás hubiese sonado tan profética: «¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio».
***
«La calle es de todos», rezaba un cartel que había escrito Miryorly García.
El 15 de noviembre era el día fijado para la marcha pacífica convocada durante de varios meses por Archipiélago. Miryorly García moderaba el grupo en Facebook, desde sus inicios, a petición de Yunior García. Ella no podría salir a la calle. El agente Fran se lo había dejado bien claro. Pero Miryorly García tenía una labor que hacer. Decidió, por prudencia, no sacar esta vez sus carteles, su bandera y sus flores, sino hasta las 3:00 p.m., hora exacta de la protesta.
Puso a esa hora una silla en su portal, y volvió a montarlo todo. Sacó una bocinita pequeña y, a bajo volumen, reprodujo a Pablo Milanés. Desde dentro de la casa, José Raúl Lorenzo hacía la playlist. Los oficiales de la Seguridad, y demás personas ubucadas en el consultorio, comenzaron a acusarla. La secretaria de la PCC del municipio fue una de las primeras en enfrentarla. «¡Payasa!», gritó. «¡Vamos sobre ella!». José Raúl Lorenzo salió al portal para acompañar y proteger a su esposa. Miryorly García no sabía que estaba a solo minutos de protagonizar uno de los actos de repudio más aparatosos en la historia municipal.
Los siete u ocho presentes trataron de organizarse mejor que el día anterior. Miryorly García escuchó decir, en boca de la propia secretaria del PCC, que el acto por el aniversario 502 de La Habana, dispuesto para ese día por las autoridades gubernamentales, había que efectuarlo justo en frente de su casa. La delegación de Cultura del Cotorro recibió entonces la orden de trasladar la logística y, sobre todo, a los participantes en la conmemoración para la maltratada calle 71, entre 20 y 22.
Llegó un camión con más de 40 personas. Trajeron unas bocinas inmensas, y también a algunos artistas aficionados del municipio. El acto de repudio fue más bien su contraprotesta, recuerda Miryorly García: «Lo primero que hicieron fue poner el Himno, y José y yo nos paramos y lo cantamos también, junto a ellos».
José Raúl Lorenzo y Miryorly García se conocieron hace 16 años, un 28 de diciembre, cuando ella trabajaba en el Hemingway. Ella solicitó la ayuda profesional del filatelista para que estimara la colección de sellos del museo. Luego vino una cita, y otra y otra. Se casaron un 21 de marzo. Han estado juntos desde entonces, especialmente en los momentos más duros para cada uno. Como ahora. Él no la abandona, aun cuando jamás ha sido activista ni opositor político.
Los bafles amplifican las notas de los artistas empíricos. A veces desafinan. Jorge Alfonso Pita, un comunicador social que vive a dos cuadras de allí, siente el bullicio y averigua el motivo. Un amigo de las redes le informa que se está haciendo un acto de repudio. Él ha trabajado para la revista universitaria Alma Mater, y el instinto periodístico lo moviliza. Jorge Alfonso Pita no conoce a Miryorly García, ni forma parte de Archipiélago, pero esto es un suceso que merece cobertura de prensa. Sube por 22 y se para en la esquina de 71. Una patrulla y varios oficiales uniformados han bloqueado la calle. Ningún carro está autorizado a pasar. Más abajo hay varias personas con aspecto de miembros de la Seguridad. El periodista teme que las cosas se salgan de control, que haya un episodio de violencia similar a los del 11-J. Pero se arriesga, avanza.
Frente a la casa de la opositora cuenta alrededor de medio centenar de personas. La música suena muy alta. Se reproduce al desaparecido Adalberto Álvarez y su: «Y qué tu quieres que te den…». Las personas bailan, o simulan un areíto. Cuando finaliza la canción se escuchan gritos, consignas: «Yo soy Fidel», «Viva la Revolución»…. Ve como al menos diez de los presentes se acercan a la reja de Miryorly García y le gritan…
La secretaria del PCC, la de la UJC, la presidenta del Poder Popular… le dicen que salga. Miryorly García les habla de las patrullas, les pide que le digan al agente Fran que la deje salir, aunque ella sabe que la provocación busca justamente que la arresten.
Jorge Alfonso Pita siente vergüenza. Se repiten los años ochenta. Miryorly García se siente afortunada. Sabe por lo que pasó el músico Mike Porcel hace más de tres décadas, por lo que pasó hace solo unos meses la activista Aynell Valdés, y se alegra de que su caso no sea tan denigrante.
El periodista ve un grupo de médicos. Apáticos. Parece como si estuviesen allí obligados. Se acerca.
—Doctor, buenas tardes —dice a uno de ellos, que no responde de inmediato.
—¿Usted conoce a la señora de la casa? —insiste Jorge Alfonso Pita.
—No.
—¿Conoce a alguna de las personas que vive en esa casa?
—No.
—Entonces, ¿por qué está aquí?
—Porque sí.
Miryorly García ve desfilar ante su casa una pelotón absurdo de viejas consignas gastadas. El famoso «Pin Pon Fuera…» también cabe en esa sazón. Jorge Alfonso Pita reconoce en la turba funcionarios de Educación. El piquete de gente se agita. Miryorly García pide a su esposo que entre en la casa. Le gritan que es un cobarde. José Raúl Lorenzo decide quedarse. Los repudiantes ahora les reclaman que retiren la bandera de la fachada.
Uno de los presentes encara al profesor: «¡Maricón!», y hace el ademán de mostrarle su pene; un funcionario del Poder Popular hace como para taparlo con un casco de motocicleta. «¡Si tú eres hombre, sale!». José Raúl Lorenzo se ríe. Otra de las repudiante sigue la comedia, y le enseña sus blancas nalgas a Miryorly García.
Dos señores de la tercera edad andan vestidos de traje. Anacrónicos. Se acercan a la reja. Uno de ellos parece más noble que el otro. Le dice a Miryorly García, en tono amable, que está confundida, pero ella responde con total coherencia. El otro señor se altera. Saca un peso cubano de papel, y se lo arroja a la pareja, mientras dice: «¡Miren, mercenarios, cojan su merecido!». «¡Qué pena con Martí! ¿Qué sabrán ustedes de Martí?», responde José Raúl Lorenzo. La secretaria de la UJC también lo enfrenta: «¡No te atrevas a hablar de Martí!». Él entonces se enardece: «Tú lo que no sabes que yo soy miembro de la Sociedad Cultural José Martí, y que tengo además la distinción “Honrar, Honra”». No hay más argumentos. Los señores hacen silencio. No corre mucho aire, y el billete ha caído en la misma acera. Horas después, José Raúl Lorenzo vería al mismo hombre recoger el peso antes de marcharse a casa.
Jorge Alfonso Pita aún no se ha ido; ya sus amigos y familiares empiezan a preocuparse. «Sal de ahí, no vas a resolver nada», le escriben por Whatsapp. Él siente impotencia. Los médicos no se han sumado activamente al acto de repudio. Puede que sientan una vergüenza similar a la que está sintiendo el periodista. Jorge Alfonso Pita observa y confirma que ambas entradas de la calle 71 están bloqueadas por la policía. Cree que la policía debería impedir la violencia. Pero entiende que están ahí precisamente para resguardarla. Se marcha, apocado. LLegando a casa decide regresar. Vuelve y se sitúa en la esquina de 71 y 20. Se lamenta. Finalmente, se marcha a casa.
Tras cuatro horas el acto de repudio huele a conclusión, pero sus dirigentes no saben llevarlo a término. Una canción más desean reproducir. Miryorly García está lista también para concluir su performance. Ha sentido apoyo moral, no solo de su esposo, sino de varios vecinos que se las han arreglado, en pleno acto, para mostrarle discretamente su apoyo. Incluso una señora muy mayor ha pasado toda vestida de blanco, con collares de las potencias africanas. Se ha parado frente a la casa y ha saludado afectuosamente a Miryorly García.
Miryorly García ha estado serena, orgullosa de saberse cubana. Ha dejado atrás la etapa del temor. Ha conquistado su derecho a manifestarse, y ha sido repudiada por ello. José Raúl Lorenzo no sabe que dos días luego lo obligarán a abandonar también el magisterio. En este instante siente el privilegio de ser vilipendiado por justo. Abraza a su esposa. Desde el consultorio, las autoridades preparan el final. Él toma la mano de ella, y con la otra toma una flor. Suena de fondo un icónico Pablo Milanés.
José Raúl Lorenzo recuerda su discurso de graduación en el IPVCE Vladimir Ilich Lenin, a fines del milenio pasado. También sonaba entonces Pablo Milanés, una canción nacida de aquellos años. «Ya se va aquella edad…». El joven José Raúl Lorenzo, carismático adolescente lleno de pretenciones, no lograba articular su discurso. «¡Qué lindo fue! ¡Qué despertar! Fue sentir la inmensa sensación de que vivir es algo más que en sueños ir…».
Miryorly García aprieta la mano de él. Esa canción también la marcó en su primera juventud. Se sabe marcada ahora por la represión política. La silenciosa Miryorly García, la mujer tímida que desde las aguas mansas siempre ha expresado su descontento, ha vencido el bullicio y la estridencia. Es la opositora del Cotorro. La calle lo sabe, la gente lo sabe. De esa libertad no se regresa, como dijera su colega, la curadora y activista Anamely Ramos.
«Y hoy se resiente el corazón…». José Raúl Lorenzo recuerda cómo el anfiteatro de la Lenin lloraba a pleno con la canción. Los estudiantes sentían que culminaba una etapa hermosa de sus vidas. José Raúl Lorenzo canta a viva voz. «Siento algo más que una ilusión…». Miryorly García ha profetizado que su etapa de profesor terminará muy pronto, inevitablemente. Él no quiere creerlo. La canción también es profética, pero José Raúl Lorenzo está ahora mismo tan enajenado que se pone firme, junto a su esposa, como para discursar ante sus enemigos que el amor es más fuerte…, y que el de ellos ha rebasado cada desafío.
«Y aquí está, pues esta edad. Que al elegir te encontrarás…». Miryorly García pudiera también ser separada de su vínculo laboral con el Estado. José Raúl Lorenzo quedará muy pronto sin entradas económicas para sustentar a su familia. «Si soñar, frente a tu propia imagen…».
La curadora de arte eleva su voz y piensa en su hijo, en la patria que quiere para él. Quiere que sea un hombre de bien, y lo ha instruido en la verdad y en la honradez. Piensa en los presos políticos de los últimos meses; por unos instantes ha sentido que los acompaña. José Raúl Lorenzo alza la flor blanca. Miryorly García alza también su cartel libertario. Al frente van desarmando el tinglado dispuesto para el acto de repudio. Ninguno de ellos canta a Pablo Milanés.
Miryorly García y José Raúl Lorenzo saben el camino que han emprendido: «…un viaje del que jamás regresarás. Jamás».
Alguien quiere leer lo que le respondio Frei Betto a la doctora Graziella Pogolotti cuando le pregunto por Fidel.
Yo no lo voy a leer, pero ya me lo imagino
Escribe Silvio R
traidores van a resultar los que impidan hacer lo que hace falta, porque nos va la vida en ello.
René Rodríguez Rivera dijo…
Hay una retranca premeditada para que los problemas no se resuelvan;quizás lo están haciendo para cuando esto explote quedarse con empresas y negocios como sucedio’ en la URSS.