Estafas, robos y asaltos. ¿Qué tanto aumentó la violencia en Cuba en los últimos meses?

    Las estafas, los robos y los asaltos han aumentado en las calles de Cuba durante los últimos meses producto de la crisis económica que afecta al país.

    Un joven corre a toda velocidad por la avenida Boyeros. Son las ocho de la noche del jueves 12 de octubre. Dos muchachos y un señor de unos 50 años observan. «Asere, este tipo yo creo que metió un toque», dice uno de ellos. El joven, que lleva un pulóver naranja, es rápido, no se cansa. Justo detrás viene Yaily, con la esperanza de que alguien detenga con un traspiés al chamaco que acaba de robarle el celular.

    Días antes, a las cuatro de la mañana, en la zona 24 de Alamar, varios hombres, a riesgo de caer de dieciocho metros de altura, subieron al sexto piso del edificio donde vive Melissa y entraron a su apartamento. De allí se llevaron una mochila, un teléfono celular, dos cuchillos grandes, 700 pesos cubanos y una memoria USB.

    «La policía no vino hasta bien entrada la tarde, porque estaban ocupados con el apartamento de enfrente, donde los ladrones sí lograron llevarse varios equipos electrodomésticos».

    Amed, por su parte, aún reverencia la astucia del muchacho que le estafó 75 MLC (moneda libremente convertible). Se asombra de la coincidencia de nombres y la confluencia de casualidades, mientras se reprocha a sí mismo por no estar más a la viva. Las estafas en transacciones se han vuelto algo rutinario desde que la moneda virtual gobierna la isla, y ahora Amed se lamenta haber caído tan fácilmente en la trampa.

    El 15 de octubre Lázaro recibe un sms de su hermano: «Pipo, si este tipo te llama pa dar un viaje o algo no le vayas a dar ninguno… No creo que te llame, pero bueno… Al final me metió pa la Cuevita… Me estaban cazando… Después te echo las pilas». Lázaro está conmocionado. Para entonces no se habrá cumplido todavía un mes desde que tuvo que lanzar su moto contra un carro, en la senda contraria, para matar a su asaltante con la esperanza absurda de salvarse a sí mismo.

    Mientras, en la piquera de motos de Alberro todavía sigue fresca la noticia del asesinato, en el puente del Cotorro, del taxista de la Suzuki naranja, y la historia de la muchachita a la que, en plena tarde, casi le arrancan el cuello en la avenida principal del municipio para arrebatarle una cadena de oro.

    La gente repite «la calle está muy mala» como una muletilla que pudiera bien definir los últimos meses en Cuba, mientras andan más precavidas que nunca.

    El sentimiento general de la población es la preocupación, el miedo. Las redes sociales y diversos medios de prensa independientes son un registro de cómo los índices de violencia en el país parecen crecer a la par de la escasez y la crisis económica. Basta sondear entre la gente o revisar las redes para notar cuán periódicas se están volviendo estas noticias. La mayoría de estos delitos incluyeron agresiones con armas blancas.

    Massiel Carram, activista por los derechos humanos residente en La Habana, lo resume de una forma bastante singular: «Fíjate si la cosa está mala, que en Jesús María, que siempre ha habido más ladrones que en cualquier otra parte, se están llevando hasta las lámparas de luz fría. De aquí salen los ladrones que asaltan en toda La Habana, y hasta la frazada de piso que yo tenía en el pasillo se la llevaron».

    Melissa Cores frente a su edificio en Amalar
    Melissa frente a su edificio en Amalar / Imagen: Melissa Cores

    ***

    «Mi zona está bastante tranquila, pero en lo que es la ciudad de Camagüey todo ha empeorado», nos cuenta Ariel McPherson, estudiante de comunicación.

    «La situación acá está más crítica que nunca, y hay gente que, como no puede resolver por una vía, no tiene escrúpulos para hacerlo por otra. No hace un mes todavía que entraron a una casa por acá de una señora, en Santa Cruz, y se robaron los animales, la planta eléctrica y otras cosas. Ella estaba durmiendo y le llevaron hasta las ollas de la cocina, ¡con la comida y todo! Uno se ríe, pero la cosa está peor que nunca».

    «A mí hace solo unas semanas me intentaron asaltar», continúa McPherson. «Yo venía caminando por la carretera principal de Santa Cruz de noche y veo a tres tipos al frente. Cuando me estoy acercando, dos de ellos se van a los extremos de la calle y hacen como que van a orinar, mientras el otro se queda en el medio de la calzada con los brazos cruzados. Parecía tener algo en la mano. Yo al momento me llevé el pase y atravesé volando por un caminito que me llevaba hasta mi casa. Por suerte estaba cerca».

    En julio de este año, el sitio web de noticias Escambray informó de la captura de los miembros de una pandilla de asaltantes —de entre 14 y 25 años— que operaba en la capital de Sancti Spíritus. Según la nota, estos jóvenes, «desvinculados del estudio y del trabajo» y «bajo los efectos de bebidas alcohólicas», solían asistir a festividades veraniegas y, sobre las tres de la mañana, ocasionar lesiones —leves y graves— a sus víctimas. 

    La información ofrecida por el Ministerio del Interior de la provincia a Escambray recreaba que solo «en ocasiones» la pandilla sustrajo bienes a los asaltados. Sin embargo, Rixon Riverol, un espirituano de 24 años, recientemente graduado de la Universidad de Ciencias Informáticas, asegura que en realidad este parecía ser su móvil.

    «Muchos de ellos usaban hasta cables de la electricidad y con eso asaltaban», cuenta Rixon. 

    «Había hembras y todo, que se hacían pasar por necesitadas de auxilio, y cuando iban a socorrerla, aparecían los demás con palos, cuchillos y hasta machetes. Una viejita me contó que vio que tenían también otra forma de actuar, y era que salía uno de la pandilla, uno bien chiquito, y empezaba a gritar para que pareciera que uno le estaba dando golpes. Cuando alguien se metía, toda la pandilla aparecía y te caían arriba, para que pareciera justificado, como que estaban defendiendo al chiquito. A uno de mis amigos, cuando acompañaba a su novia a la casa, le dieron con algo bien duro y casi le sacan un ojo. Al final lo que supimos fue que los cogieron porque le dieron como catorce puñaladas a un muchacho —las niñas dieron puñaladas y todo— y le dejaron todas las tripas afuera. Una de esas niñas, de 18 años, era vecina de la zona».

    Mientras la versión oficial edulcoraba los hechos, diciendo que hasta el momento solo se contaban tres asaltos, y no necesariamente con sustracción de bienes, Rixon y varios testigos de la zona afirman que en realidad ocurrieron muchos más. El titular optimista —«MININT en Sancti Spíritus detiene a grupo organizado que provocó hechos violentos»— contradecía el criterio de no pocos espirituanos sobre la permanencia de restos de la pandilla aún en las calles, y con el cuerpo de la misma nota, la que afirmaba que solo habían sido detenido nueve de un grupo estimado de entre doce y dieciséis personas.

    La provincia Artemisa tampoco está ajena al incremento de los hechos violentos y los robos. «Mi tío Yeyo solía hacer muchas fiestas gay en su casa. Hace no mucho hizo una y al otro día, a las diez de la mañana, lo encontraron muerto. Posiblemente lo mataron como a las diez de la noche», relata Florence Montes de Oca.

    «Lo mataron por 45 mil pesos. Le robaron la bicicleta, el teléfono, la olla reina y el fogón de inducción. No sé si finalmente le robaron las cadenas, pero en la escena del crimen apareció una, partida. Lo encontramos boca abajo y con una erección, por lo tanto, creo que lo mataron mientras estaba teniendo relaciones sexuales. Ahora mismo hay más de 100 homosexuales presos, pero aún no han dado con el que fue».

    Según Florence, a unas casas de la suya entraron unos ladrones. Amordazaron a la mujer y esperaron a que el esposo regresara del trabajo. «Le dijeron: “Ni grites, que matamos a tu mujer”. Le robaron cerca de un millón de pesos cubanos que él tenía escondido entre los muebles».

    Los robos de teléfono y los asaltos con armas blancas, dice también, se han incrementado notablemente en algunas de las avenidas más céntricas del municipio artemiseño Güira de Melena, como las calles Cuba y Real.

    Otro campesino de la zona nos confirma que solo hace unos días debió ir a buscar a su sobrina, quien regresaba del municipio Artemisa, y se la encontró psicológicamente afectada.

    «Ella venía en una camioneta y vio cómo asaltaron la camioneta de atrás. Entraron, arrancaron cadenas, quitaron celulares. Encapuchados, todos a plena luz del día. Esto fue en el camino entre Alquízar y Artemisa. Y por allá también a un panadero, por una cadena, le arrancaron el cuello a las menos cuarto».

    En 2022 la Oficina Nacional de Estadística e Información (ONEI) publicó las últimas cifras de muertes por agresiones, que correspondían a 2021. Ese año hubo en el país unas 565 víctimas de homicidios, 101 más que en 2020. El último Anuario Estadístico, publicado en 2023, no cuenta con información al respecto, de manera que es solo a través de los testimonios y las denuncias de los ciudadanos y ciudadanas que podemos entender las verdaderas dimensiones de este problema en la actualidad.

    El criterio en común de los cubanos —gracias, en parte, al uso masivo de las redes sociales para informar y a la cobertura permanente de los medios no estatales de prensa sobre estos sucesos— es que la peligrosidad de las calles aumenta cada año, al menos desde la llegada de la pandemia del Covid-19.

    La prensa oficialista, en cambio, pisa un acorde menos honesto y lúgubre, informando solo de hechos con una trascendencia ineludible —como el de Santi Spíritus— y evitando, como es costumbre, plasmar una realidad que no acople con la imagen victoriosa de la mayor revolución de Latinoamérica.

    ***

    El rapero contestatario, miembro del Movimiento San Isidro, El Funky, dio a conocer en su página de Facebook el pasado martes 24 el asesinato de Julián Lescaille. El primo del joven, Leandro Lescaille, aclaró que el motivo del homicidio fue el robo de su moto. El asalto ocurrió cuando salía del hospital, pues su pareja estaba a punto de dar a luz.

    El 13 de octubre, Carlos García compartió también en sus redes sociales que ese día, a las dos de la tarde, cuando salía de su trabajo, dos hombres intentaron asaltarle para robar su moto. Las imágenes captadas por una cámara de seguridad en Guanabacoa exponían a los asaltantes, que hasta la fecha no han sido identificados ni detenidos.

    Los grupos de Facebook que aglutinan a motoristas, choferes y vendedores, y otros en los que la gente común comparte sus vivencias y reclamos, se han visto más rebosados que nunca de testimonios similares.

    De estas historias, que parecen no agotarse, surge una demanda ciudadana que se hace presente tanto en el mundo virtual como en el espacio físico: aplicar medidas más severas a los capturados. No es de extrañar entonces que, junto a las noticias alarmantes de robos y asaltos, también proliferen los videos donde se observen comunidades de vecinos mismo aplicando la justicia que consideran oportuna, cuando es emboscado por alguna víctima uno de estos sujetos. El fenómeno suele darse cuando la población desconfía de la eficiencia de las autoridades del orden o se sienten desprotegidos en alguna medida.

    En estos grupos tampoco faltan las anécdotas sobre estafas virtuales, que se han vuelto muy comunes desde la instauración del MLC el 1 de enero de 2021, como parte de la Tarea Ordenamiento.

    «Yo puse en las páginas de Revolico de Facebook que vendía 75 MLC, y no pasaron ni 10 minutos cuando me escribieron a Whatsapp», recuerda Amed de La Paz.

    —Hola, mi hermano, por acá te habla David.

    —¿Qué David?

    —Asere David, el cantante de Parisien.

    «Nosotros empezamos a conversar normal. No me extrañó que tuviera otro número, porque a veces David usaba el número de su mujer. Luego de unos minutos hablando me preguntó si yo sabía quién vendía dólares. Yo le dije que yo lo que tenían eran unos MLC. Como si fuera David de mi trabajo, con quien hay confianza. Me dio su tarjeta y yo se los pasé. Y no me pasó el dinero cubano de vuelta, obviamente, porque nunca fue David. Nada, el tipo se metió en mi página al ver el anuncio, y se hizo pasar por uno de los amigos de Facebook».

    Amed de La Paz
    Amed de La Paz / Imagen: Cortesía del entrevistado

    ***

    García suele moverse de su natal Marianao al Vedado de dos formas: camina hasta el Hospital Materno-Infantil Maternidad Obrera y allí coge un taxi directo hasta el Vedado, o sale a 100 y 51, toma un transporte hasta Cerro y Boyeros, y luego cualquier otro hacia su destino. El jueves 12 de octubre, sobre las siete de la noche, optó por la segunda.

    «Yo había escuchado muchísimos cuentos desde que regresé de España de lo mala que se había puesto la calle, cuentos de parientes a los que habían asaltado, a los que les habían arrebatado las pertenencias con cuchillos de por medio, pero no tenía incorporado el peligro».

    Llegó a la Calzada del Cerro esquina Boyeros y sacó su celular para comunicarse con los amigos que le esperaban en un café situado en 25 y O. Escribía un mensaje y guardaba el teléfono. Ya estaba servida como una muchacha sola, en una esquina, mientras entraba la noche. Mostraba un llamativo Iphone 11. Alguien no tardó en percatarse.

    El muchacho le vino por detrás, mientras Yaily contestaba uno de los mensajes, y le arrebató el teléfono de la mano.

    «Enseguida le caí atrás, pero creo que él había hecho esto varias veces o era de la zona, porque al momento supo por dónde meterse. Seguí corriendo detrás de él hasta que tropecé y me caí. Me di un buen golpe y tuve la rodilla hinchada varios días, de hecho, aún estoy resentida de golpe. El muchacho siguió corriendo y no quería perderlo de vista, pero me fue imposible. Yo gritaba para que la gente que estaba ahí lo hicieran tropezar o algo, pero nada. Unos muchachos se dieron cuenta del robo y me ayudaron a buscar mi teléfono por el GPS, pero no pudimos. Después, se me acercó un señor mayor, vestido de civil, y me dijo que era policía, que fuera a la estación de Zanja para hacer la denuncia».

    Yaily realizó la denuncia y logró también que le rellenaran un certificado de lesiones relacionadas al asalto y que cancelaran su línea desde el primer momento. Todavía no pierde la esperanza de que la policía logre dar con su teléfono.

    A Lázaro Cordoví, por su parte, no hay ya quien lo convenza de botear en las noches. Siempre lo hace de día, y suele elegir y desechar clientes con una minuciosidad que roza la paranoia. Son muchos los cuentos que a diario llegan a sus oídos sobre asaltantes de motos, cada uno más tenebroso que el anterior. Su hermano Alejandro no hace mucho sobrevivió a uno.

    «A mí hermano lo llamaron para un viaje. El socio, supuestamente, intentó hacer guara con él y le dijo que fuesen por las cafeterías buscando un tipo de cigarros específico. Después le dijo que iban pa no sé qué lado, y allí le decía si se iba con él o si se quedaba ahí mismo. Cuando llegaron, después de tanto buscar cigarros y no encontrar, el hombre le dijo: “Ah, mira, ahí hay una cafetería”. Mi hermano se extrañó que, siendo aquella su supuesta cuadra, el tipo no supiera de esa cafetería. El tipo le pidió que lo esperara afuera de la casa y entró. En lo que mi hermano estaba afuera, esperando pa ver si el hombre regresaba con él o no, empezaron a subir y bajar tres tipos más. Primero pa arriba, y mirando la moto, y después pa abajo, igual. Con mucha intriga. Al ratico, el hombre salió de la casa y le dijo: “Me voy a quedar aquí ya, déjame entrar a pagarte”. Entonces mi hermano vio como los tres tipos venían por detrás, pa arriba de él, pero logró arrancar la moto y pirarse».

    Por si todo esto fuese poco, Lázaro también fue protagonista de una de estas historias, y ha sobrevivido para contarlo.

    Sucedió en una noche de septiembre de 2023, que parecía ser tan impredecible como otra cualquiera. Las «piqueras» de motos pueden ofrecerle al taxista una hora de descanso, como mismo la oportunidad de decidir a cuál de tres clientes que llegaron al mismo tiempo atender y complacer. Esa vez pasó un hombre, y tres más detrás. El primero se le acercó y le propuso un viaje hasta Cuatro Caminos, un poblado rural ubicado en el extremo sur del Cotorro que a esas horas está casi por completo a oscuras. El regateo no llegó a nada.

    A los pocos minutos, los tres hombres, que evidentemente acompañaban al primero, detuvieron un carro y le propusieron un viaje. Lázaro se extrañó que el primero no fuese con ellos, a pesar de que cabía en el auto. Justo en ese momento, el sujeto se dirigió otra vez hacia él. «Asere, me llamaron de urgencia». Lázaro apenas entendió la historia de su cliente, quien afirmó que algo había sucedido con su mujer y, quizá, con su hijo. El taxista, finalmente, cedió al precio inicial.

    Durante el trayecto, que duró una media hora más o menos, su cliente no paró de hablar por teléfono. «Ya voy por tal lado. Voy con el chamaco de la moto azul. Sí, espérame en tal lado». Lázaro comenzó a sospechar que aquel sujeto y aceleró. El cliente volvió a llamar por teléfono. «Tienes que apurarte, que el socio que me está llevando aceleró y va a pasar antes por ahí». Ya estaba todo claro.

    Lázaro, a toda velocidad, le pidió el casco al cliente, bajo la justificación de que tenía una cinta suelta. Con el casco en la mano, cambió a luz larga, apretó aún más el acelerador y cambió a la senda contraria. «Oye, wai, ¡¿qué tú haces?!», se escandalizó aquel hombre. «¿Tú quieres moto, no?», dijo Lázaro, «pero aquí no vas a coger moto ni pinga».

    De frente, a lo lejos, venía un carro, que instantáneamente comenzó a hacer cambio de luces, para avisar del error. Lázaro siguió en contra a toda velocidad. Prefería chocar —con la esperanza de sobrevivir— que entregarse a los maleantes. El chofer del carro pitaba con insistencia, y justo antes de la colisión, dobló derecha y entró a una cuneta, esquivando el golpe.

    —¡Oye, wai, para pa bajarme!

    —¡Pa bajarte te vas a tener que tirar!

    El asaltante se lanzó de la moto, y Lázaro, unas cuantas cuadras más adelante, logró parquearse al costado de una cafetería, donde pidió la cerveza que más rápido ha logrado bajar en su vida.

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