Perú con P de «Palta», no de Pedro

    He dejado a Marieta con su papá. Voy de regreso a mi casa y he decidido ir caminando porque no tengo monedas para tomar el bus. El efectivo que tenía lo gasté en una piña, dos kilos de naranjas y dos manos de plátanos (en realidad son ocho plátanos; me amputó dos el señor de la carretilla porque me faltaba un sol con treinta centavos). Pretendía sumar una palta, pero «la guerra en Ucrania» y «el comunismo de Castillo» han hecho que una sola palta de 300 gramos cueste la mitad de lo que cuesta un almuerzo completo, con entrada, segundo, postre y refresco. Pienso en lo último que escuché, en la radio de un taxi, sobre la guerra en Ucrania: el ministro de Economía, muy indignado, refiriéndose a la crisis generada por el conflicto, diciendo algo así como: «Sin agro no hay economía, y sin fertilizantes no hay agro». Después recuerdo que hoy en la tarde el Congreso intentará, por tercera vez, vacar a Pedro Castillo. No se dan por vencidos. La palta seguirá impagable.

    Sigo caminando; escucho a Bad Bunny. Me ayuda a caminar con ímpetu; según yo, a sentirme ricotota, a pesar de la certeza de la precariedad. Pero el peso de la piña me aleja definitivamente del flow, y me lleva a otro paso, uno arrítmico y lento, sin gracia. No voy muy lejos. Si estuviera en Cuba, sería como ir de Infanta y San Lázaro a Línea y Paseo, de los límites de Centro Habana al corazón del Vedado. Pero estoy en Lima, yendo de Barranco a Miraflores, y estoy a solo unas cuadras de lo que en La Habana sería, quizá, La Rampa. Estoy llegando a la Avenida Larco, una de las arterias principales de Miraflores y entre las más turísticas de Lima.

    «Holi. Ten cuidado en la calle».

    Reviso el teléfono porque Benito se dejó de escuchar; mis audífonos no son muy compatibles con el teléfono y debo tener una perfecta coordinación entre el cable y mis pasos para que no haya falso contacto. Antes de hacer todo el ritual para que se escuche nuevamente «qué se vayan ellos, qué se vayan ellos», me encuentro con esta notificación de WhatsApp. Tengo tres mensajes de Adrián. Cuatro.

    «Las cosas se van a poner un poco movidas».

    «Ha renunciado el jefe de las FF.AA., Castillo cerró el Congreso. Hay movilizaciones hacia el centro y varias cosas…».

    «Todo está pasando ahora».

    Hoy es 7 de diciembre y son las 12:09 del mediodía. El sol salió, a pesar de la inestable primavera limeña, y quema. Las asas de la mochila van atravesando mis hombros, pero ya no siento el sol ni la piña en la espalda. Por entre mis costillas hay un correteo de varias niñas traviesas. Trato de ser responsable con mi pensamiento, y no desbordarme. Pienso entonces en lo primero y lo último que pensaría la mayoría de cubanxs y venezolanxs, desperdigadxs por el mundo al escuchar esta noticia. «Se los dije. Lo que hace el comunismo. Ya sacó las garras el profesor. ¿Querían comunismo? Pues ahí tienen dictadura».

    «¿Será?», me pregunto. «¿Será real esto?». Comienzo a caminar fijándome mejor en las ventanas de los edificios, en las pocas personas que transitan por las calles impecables y calmas de Miraflores. Nada. Los lugares tardan en evidenciar lo que sucede en los lugares. Una tragedia griega puede suceder delante o detrás o al costado de un edificio residencial con ventanas enormes de cristales sin manchas, sin polvo, sin huellas, y el edificio permanecerá inerte, con sus ventanas pulcras, sin manchas, sin polvo, sin huellas; incluso es posible que las personas detrás de esas ventanas, en que ahora solo me reflejo yo, también permanezcan inertes ante la sangre de la tragedia.

    Llego a Larco, finalmente. Una calle comercial, típica, de turistas flojos que caminan orgullosos al confirmar lo bien civilizados y contentos que vivimos reproduciendo aún la colonialidad de sus tatara tatarabuelos. 

    Calle de veredas amplias, de tráfico controlado, de serenazgos cordiales, de cafés al estilo de cualquier ciudad europea, de restaurantes y de mujeres que piden plata o leche para sus bebés y que se pasean Larco arriba Larco abajo, sorteando el serenazgo cordial que debe velar por el bienestar, la belleza y progreso de nuestro Perú, bajo el ojo del amo, dígase ante el extranjero blanco o el compatriota miraflorino.

    Busco entonces dentro de los locales algún televisor encendido. En un café de estos con nombres alusivos a París, un mozo de corbatita michi y camisa blanca deja un capuchino en la única mesa con clientes del lugar, y regresa raudo a la barra para seguir la noticia en la pantalla. Pasan el discurso de Castillo, sin audio, pero en un cintillo se lee, con letras mayúsculas y blancas: «Presidente Pedro Castillo da golpe de Estado».

    Pedro Castillo, expresidente (depuesto) del Perú. / Foto: EFE / Paolo Aguilar / Vía: www.forbes.com.mx
    Pedro Castillo, expresidente (depuesto) del Perú. / Foto: EFE / Paolo Aguilar / Vía: www.forbes.com.mx

    Ya se habla de golpe de Estado. Siento otra vez esa alegría, esa ilusión que me provoca siempre la perspectiva del caos. 

    Avanzo. Logro ver otro cintillo, en otro televisor de otro café. Esta vez, se anuncia el adelanto de la vacancia que estaba programada para las tres de la tarde. El Congreso hoy intentaría, por tercera vez en el año, conseguir los votos suficientes para sacarse del medio al profesor. Han declarado inconstitucional el proceder de Castillo. Así lo ha dicho el fiscal de la Nación. El jefe de las Fuerzas Armadas renunció. Los ministros también renuncian.

    ¿Por qué habría de emocionarme tanto lo inconstitucional? ¿Por qué no le tengo miedo a la supuesta dictadura de un supuesto comunista, siendo yo cubana, viniendo de una dictadura supuestamente comunista?

    Cruzo las calles sin disimular el fueguito en mis ojos; busco las miradas de las señoras preocupadas que se acercan al sereno con su carrito de compra abarrotado de papel higiénico. Para regocijo de ellas, es venezolano, y aviva todo el miedo y la desesperación burguesa. No logro escuchar más que una u otra palabra, pero sus gestos, la expresión en su rostro, está desbordada de ese fatalismo del emigrante víctima de otras dictaduras, de otras ideologías. Cualquiera podría decir que está disfrutando este segundo de gloria, ahora que las señoras miraflorinas lo ven como el venezolano amigo experto en calamidades comunistas y no como el venezolano «que nos asalta todos los días».

    Puedo ser muy irresponsable, pero yo sigo disfrutando el cierre del Congreso. ¿Y por qué no habría de hacerlo? ¿Cómo es que no todos están saltando de alegría? ¿Por qué las personas deciden indignarse, alarmarse, comprar papel higiénico, pensado en aquello que Castillo podrá o no hacer a partir de este momento? ¿Por qué no desata igual rechazo, indignación, alarma y rabia todo lo que el Congreso de la República ya es y hace? 

    Leo comentarios en las redes alentando a la ciudadanía a tomar las calles y rebelarse contra el comunismo. Supongo que siempre es más cómodo pelearse contra un fantasma que contra la realidad impuesta. Supongo también que, según los políticos y los analistas, no es correcto, o constitucional, la manera en que Castillo ha disuelto el Congreso. Pero yo soy una mujer con una piña y ocho plátanos en la espalda, y no puedo evitar ilusionarme pensando en la desaparición de este Congreso. 

    Avenida José Larco, distrito Miraflores, Lima / Foto: www.miraflores.gob.pe
    Avenida José Larco, distrito Miraflores, Lima / Foto: www.miraflores.gob.pe

    Cagadas del Congreso 2022

    17 de noviembre 2022. La Comisión de Justicia y Derechos Humanos formada en el Congreso rechaza un proyecto de ley que buscaba despenalizar el aborto para casos de violación sexual de niñas y mujeres, y aprueba otro que ataca el aborto terapéutico.

    En el Perú, durante el primer semestre de 2022, se reportaron cinco mil 805 casos de violación sexual de niñas y mujeres. Esto significa que, en promedio, se reciben 32 denuncias por día.

    En el Perú, de enero a octubre de 2022, se registraron mil 74 nacimientos cuyas madres eran niñas y adolescentes menores de 14 años. Según la legislación peruana, el embarazo de una niña menor de 14 años es consecuencia de una violación sexual. 

    Agosto de 2022. El Congreso pretende aprobar una modificación de ley que perjudica bosques amazónicos y comunidades indígenas.

    Mayo de 2022. El Congreso aprobó una ley contra la educación sexual integral y la educación con enfoque de género para evitar que se imponga una «ideología social». Para ello se apoyaron en la opinión técnica de cuatro asociaciones antiderechos compuestas por personas evangélicas y católicas que niegan la existencia de la violencia basada en género.

    Congreso de Perú / Foto: Congreso de la República / Ernesto Arias / Vía: rpp.pe
    Congreso de Perú / Foto: Congreso de la República / Ernesto Arias / Vía: rpp.pe

    Son muchas más las cagadas, pero estas son las que recuerdo. Y soy feliz; quiero gritar: «¡Sí, conchasumare, qué se vayan todxs, carajo! Ya casi estoy llegando a mi casa. Reviso nuevamente el teléfono. Mientras yo quemaba cada escaño del Congreso en mi cabeza, el poder una vez más volvía a brindarle calma al turista del capuchino, a las señoras de papel higiénico, y al sereno venezolano. 

    Habré caminado unas diez cuadras. Estoy casi segura de que el tiempo puede modificarse a veces, según cómo una lo percibe, según cómo lo vive. En el tiempo que me tomó caminar las últimas diez cuadras: 1) el Congreso vacó a Castillo por incapacidad moral; 2) Castillo fue interceptado por la Policía mientras se dirigía a la Embajada de México; 3) Castillo está preso.

    En instantes jurará la primera presidenta mujer del Perú: Dina Boluarte, exvicepresidenta de Castillo.

    Trago en seco; no entiendo nada. No entiendo la estrategia de Castillo. En mi cabeza todo sucede con la música de un sketch de Benny Hill. 

    El Congreso golpista y disuelto por el presidente golpista y vacado ha vacado al presidente golpista que disolvió al Congreso golpista por intento de vacar al presidente vacado y golpista.

    Busco la llave para abrir la puerta del edificio donde vivo. Tengo casi una herida en los hombros, por la piña, los plátanos y las naranjas. De pronto todo vuelve a tener el peso que nunca dejó de tener. Meto la llave en la cerradura, pero me distraen unos bocinazos en la calle. Mi pecho vuelve a desordenarse. Pienso, durante la milésima de segundo que me toma identificar de dónde proviene el ruido, que sí, que la gente está harta de que no pase nada, de la calma a costa de los derechos de las personas, del orden a costa de la corrupción de unxs y el empobrecimiento de otrxs. 

    Los bocinazos vienen de una flamante camioneta Jeep blanca manejada por una mujer blanca que alza su brazo y su voz por la ventanilla: «¡Perú, Perú, Perú!».

    Subo las escaleras. Llego finalmente al departamento donde vivo. Descargo mi mochila, y me pregunto si, ahora que ellos —el poder blanco como la camioneta Jeep— están contentos, bajará el precio de la palta.

    Palta / Foto: elproductor.com
    Palta / Foto: elproductor.com

    *Palta (aguacate), en la jerga peruana, es también: expresión de vergüenza o miedo hacia una situación o persona.

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