La contraescena/obscena del «sublime revolucionario»

    Walter Benjamin definía el momento mesiánico como una Dialektik im Stillstand, una dialéctica suspendida: a la espera del acontecimiento mesiánico, la vida queda suspendida. ¿No se produce en Cuba una realización extraña de esto, una especie de tiempo mesiánico en negativo: la suspensión social en la que el «fin de los tiempos está cerca»…? La imagen de Cuba que podemos obtener a través de alguien como Pedro Juan Gutiérrez (autor de la Trilogía sucia de La Habana) es significativa: el «ser» cubano como opuesto al acontecimiento revolucionario: la lucha diaria por la supervivencia, la escapada a través del sexo promiscuo y violento, el llenar el día con proyectos sin futuro. Esta inercia obscena es la verdad de lo sublime revolucionario.

    Slavoj Žižek, 2015[1]

    Cuando se habla de Cuba, casi siempre se regresa a esa escena obscena que no solo no debe ser vista, sino tampoco debe ser nombrada. Algo así como la escena obscena que debía ser velada para salvar el «sublime revolucionario» sustentado en el sacrificio, no de los dirigentes como ha pensado Slavoj Žižek, sino de las y los ciudadanos que, además, como sí dice el filósofo, deben estar dispuestos a recibir una bala y aceptar ser sacrificados en nombre de «propósitos más elevados» (2015, 13). Cuando se habla de Cuba —pienso en los relatos políticamente correctos— la escena de la vida popular que se desarrolla al margen de los relatos «revolucionarios» es expulsada de cualquier posibilidad representacional. Sucedió con PM de Sabá Cabrera Infante y Orlando Jiménez; con Carlos Felipe y su producción dramatúrgica, por solo nombrar dos ejemplos. La marginación de la cultura popular afrocubana —incluida durante muchísimos años su religiosidad— alentada por los «revolucionarios», poco respondía a supuestas justificaciones ideológicas, sino más bien a la supervivencia del racismo —y en gran medida también del clasismo— que hasta hoy sigue determinando a la sociedad cubana, pese a los discursos.

    Lo obsceno refiere a una contraescena que no debe mostrarse porque se considera impúdica, moralmente impropia a las representaciones legitimadas por quienes deciden lo que debe ser visto, lo que debe hacer parte del relato. Hace varios años abordé la problemática de lo obsceno y las contranarrativas que de ella emergen como políticas de obscenidad opuestas a la escena prohibida (Diéguez, 2014).[1] A partir de las reflexiones desarrolladas por Carlo Ginzburg y posteriormente Eduardo Grüner en torno a las tradicionales representaciones del cuerpo descompuesto del soberano, siempre en artefactos de sustitución, reflexioné sobre el uso político de la obscenidad desde las estrategias representacionales. La dualidad de esta estrategia me interesó para pensar, por un lado, las políticas de corrección que niegan visibilidad a lo que se considera obsceno, impropio o descompuesto; y por otro lado, lo que he llamado como políticas de obscenidad cuando conscientemente se muestran las escenas impropias como contranarrativas que interpelan al poder. Los cuerpos desbordados que no responden a figuras de corrección y que los poderes desearían mantener «fuera de escena», son precisamente lxs otrxs excluidos de los sistemas hegemónicos de las representaciones totalitaristas. Para el filósofo ruso Mijaíl Bajtín, los cuerpos desbordados o no controlados —desde la percepción carnavalesca del mundo al revés— son manifestaciones del cuerpo grotesco que tanto incomodan al poder al dar cuenta de una cultura diferente respecto a la regulada o legitimada. Cuando la política de obscenidad se asume como voluntad de representación contrahegemónica —contranarrativa— hace parte de un corpus de estrategias para la interpelación/desmontaje de las violencias.

    El totalitarismo insular, en opinión del poeta y ensayista Rolando Sánchez Mejías, se podría explicar «por el amplio caudal de “violencia” que, a modo de capital simbólico —si se puede hablar así a un fenómeno tan complejo y difícil de definir— se ha ido acumulando» (2009, 166).[2]

    La violencia extrema que se vive en Cuba está activada por la máquina estatal, por hombres y mujeres vestidos de militares o policías, pero también vestidos de civil, que sirven a un régimen que ha hecho del otro, las otras, sujetos de sospecha, persecución y represión. Esta ha sido una práctica a lo largo de más de 60 años, y a esa maquinaria de control totalitario se han entregado ciudadanxs para vigilar y castigar a sus propios vecinos, familiares, compañeros de trabajo. Pero también a ella se han enfrentado decenas de personas que bajo las figuras del preso de conciencia y preso político han sido encarceladas, incomunicadas o forzadas al destierro y al exilio.

    La necesidad de discutir y desmontar la violencia totalitarista atraviesa, me atrevo a decir, toda la obra de Henry Eric Hernández, con especial atención al tejido de las economías afectivas y al ejercicio patriarcal que busca someterlas. La violencia totalitaria es esencialmente violencia patriarcal sostenida por alianzas de sujetos vinculados al poder por pactos reafirmados en políticas de enemistad y producción de muerte. Alianzas necropolíticas que en el contexto cubano están más dedicadas a la producción de espacios de terror y punición.

    La obra de Henry Eric Hernández, artista, investigador social, escritor, curador de tesitura dialógica que ha apostado a procesos de creación colaborativa o colectiva, es inseparable de su ejercicio de crítica cultural y desmontaje político. Su práctica implica el despliegue de operaciones críticas en torno a las construcciones de los relatos de la historia, la memoria y los afectos. Dicho de otro modo, se trata de un creador que entiende la práctica artística como un proceso de agencias performativas y relacionales, y que ha ido produciendo un escenario de reflexiones, interpelaciones y exposiciones de las violencias que atraviesan —y en gran medida definen— las vidas de las y los cubanos. Y lo ha hecho, insisto, desmontando la politicidad que habita los vínculos afectivos, sociales, culturales, indagando en el dolor propio como una manera de intentar entender, pienso, los modos de seguir construyéndose pese a tanto cercenamiento.

    Sentémonos a conversar sobre la violencia,[3] la más reciente obra publicada de este autor, es un libro realizado en diálogo con un proceso socioestético y artístico, sostenido en un conjunto de dibujos a lápiz sobre cartulinas[4] y en cortos documentales, pero sobre todo en muchas horas de conversaciones y registros que propiciaron incluso otras series, como los Cuentos cortos (2006-2008) incluida en Otra isla para Miguel, ese collage de relatos desesperados que, como ha dicho Kevin Power,[5] va adentrándonos en el detritus que hoy son las vidas de los hombres utilizados para exportar la «violencia revolucionaria». El libro es también la documentación de un proceso expositivo y conversacional. El tejido de reflexiones políticas, teóricas, estéticas y culturales que toma forma en la conversación entre el artista y Carlos A. Aguilera es un documento precioso y es, como diría Samuel Beckett, una práctica inmersiva, pero en nuestra oscura y siniestra trama. 

    ‘Sentémonos a conversar sobre la violencia’ (Rialta Ediciones. Serie FluXus; 2021); Henry Eric Hernández
    ‘Sentémonos a conversar sobre la violencia’ (Rialta Ediciones. Serie FluXus; 2021); Henry Eric Hernández

    Entre las producciones allí documentadas median vínculos metonímicos y se comprometen recursos conceptuales y estrategias etnográficas. Pienso que la práctica de Henry Eric Hernández está inserta en el campo expandido de la cultura como devenir posmodernista —evoco a Hal Foster—; o en un pensamiento más avant garde —evoco a Aby Warburg— que asumió el arte como práctica cultural y antropológica que pide ser contada desde una historia de la cultura más que desde una historia del arte. Imagino estas estrategias y tramas sin ninguna conexión con el despliegue de una autoridad etnográfica que desde la apropiación idealiza otredades. Nada más alejado de las prácticas y propósitos deconstruccionistas de Henry que la producción de utopías y relatos idealizantes, tan anhelada por quienes consagran el fracaso totalitarista desde la afección melancólica. 

    Los entramados discursivos que sostienen las obras Sentémonos a conversar sobre la violencia y De cómo el verbo se hizo carne, implican textualidades visuales y verbales que solicitan compromisos perceptivos. Sabemos que en el arte contemporáneo mirar no basta. Las negociaciones entre lo real y su suspensión poética —prefiero esta expresión a la idea de «ficcionalización»— producen mucho más que artefactos. Implican modos de hacer que posibiliten la práctica del artista como investigador social. Implican agencias performativas capaces de generar encuentros, conversaciones —y no entrevistas— para habilitar la sugerencia de Renaud Dulong[6] de imaginar el testimonio como el intercambio entre sensibilidades humanas. Es decir, atender cómo aparece la persona en el enunciado testimonial, cómo habla el cuerpo de uno y cómo escucha el otro, cómo va tejiéndose la performatividad testimonial. Esta recurrencia imaginativa en busca de la escena antropológica me conecta con un bello texto donde Derrida[7] se pregunta si la tragedia o el arte es el bello canto que acompañaba el sacrificio ritual en las fiestas de Dionysos, o si es también el canto atroz del animal en el momento de su sacrificio. Mirado, leyendo los registros visuales y narrativos de Henry Eric Hernández, no podía sino imaginar esos cuerpos que dan soporte a los relatos visuales y a las locuciones verbales. Una situación también pensable desde las reflexiones de Mijaíl Bajtín[8]en torno a los tejidos entre el acontecimiento, la experiencia y su expresión estética.

    Regreso al comentario sobre el recurso metonímico como modo de enfatizar operaciones de contigüidad que vinculan la performatividad testimonial, los dibujos y el libro. Los dibujos como cristalización poética de una experiencia social y afectiva que vehiculan una cadena de significados, de conexiones de vidas que tienen en el registro documental de los cortos su aparición también estética. Y me refiero, más allá del libro, al tejido documental, est/ético-artístico que toma forma en el contexto exposicional. Kristine Stile[9] ha introducido la noción de «comisura» para pensar el espacio de conexiones que despliegan las obras posvanguardistas en sus distintas elaboraciones performativas, objetuales, teóricas y documentales. El término «comisura», derivado del latín significa unir o conectar. Me interesa esta noción para pensar los vínculos de los dibujos con los testimonios y documentos que en ellos se cristalizan, y su reverberación en la potencia performática que el libro activa. ¿Cómo actúa y afecta la información visual pero también testimonial y política en quienes miramos y leemos lo que está más allá de la inscripción visible? ¿Cómo se activa el rumor, capaz de envolvernos en su densidad líquida? ¿Cómo se reviven, reconocen o simplemente se intuyen las distintas capas que conforman los imaginarios del terror, según la experiencia?

    Los microrrelatos representados en los dibujos economizan la popular estética de la historita o el cómic y apelan a un minimalismo gráfico. En la serie Sentémonos a conversar sobre la violencia se habla desde la primera persona, mientras en De cómo el verbo se hizo carne los relatos son retomados por terceros. Este intercambio de personas gramaticales es propicio a la producción del rumor y al trasiego de informaciones que a modo de palimpsesto van contaminando las memorias del padecimiento propio y de otros. 

    En contextos totalitaristas el rumor se instala en el espacio intersubjetivo y redefine la percepción de una realidad acotada por las políticas del terror y los espacios del miedo. El rumor expresa el tráfico de informaciones relevantes para las colectividades. En contextos totalitarios en que se ejerce el terror como mecanismo de control, las versiones de los hechos con sus ambigüedades y verdades circulan a través del rumor alimentado por la cautela, la reserva y el miedo. «Vivíamos a base de rumores y temblábamos de miedo», dijo Nadiezhda Mandelstam (2012, 62)[10] en sus memorias sobre el gran poeta Ósip Mandelstam que perdió la vida en los campos del Gulag. El miedo ha sido pensado por Bauman como «el nombre que le damos a nuestra indefensión» (2007, 124)[11] y cuyo sentimiento, incluso después de haber perdido todas las esperanzas, somos incapaces de impedir o conjurar, sobre todo cuando nos enfrentamos a una dimensión que nunca podremos conocer. El abismo al que se enfrentan en Cuba cada día las personas que allí viven y que profesan un pensamiento distinto a la lógica oficial, es impredecible y por ello es tan terrorífico.

    La urdimbre totalitarista refiere una mitificación de lo indecible sostenido en un silencio tácito que dificulta la representación de los eventos.[12] Durante la II Guerra Mundial, el cómic de guerra se convirtió en una caja de resonancias de los rumores del mundo (Uribe, 2014, 13). Y aunque fue utilizado como un medio de información instrumentalizado por los totalitarismos fascistas y comunistas, también se consolidó como un medio a través del cual fue posible documentar y comunicar sucesos traumáticos del orden de la historia (Maus, de Art Spiegelman).[13] Los relatos recreados en las series de dibujos de Henry Eric Hernández tienen soporte en los testimonios de conocidos y vecinos del artista que inevitablemente representan una realidad nada excepcional, sino que transmiten un mundo definido por las violencias cotidianas instrumentalizadas por el Estado cubano como mecanismo de control social y marginación para aquellas y aquellos que nunca fueron incluidos en la llamada «utopía socialista», o para aquellos que una vez usados como carne de cañón pasaron a ser prescindibles. Esta es la verdad obscena que desmonta el «sublime revolucionario» y que funda el «terror fundamentalista» del socialismo, como ha manifestado Slavoj Žižek (2005, 13).

    La vida cotidiana sin el tamiz de las representaciones ideologizadas fue quedando al margen para los patriarcas «revolucionarios». Las márgenes han sido el sitio donde pueden respirar y rumorearse las disidencias, todas, las del pensamiento y las del cuerpo. Las márgenes, esa contraescena del relato oficial, donde se salvan o se hunden, se gozan o se matan los cotidianos dioses negros, es la garganta profunda, inmanejable, no negociable, de una sobrevivencia en las cárceles como resistencia a pactar exilios forzados.

    Las formas de hacer que privilegian el doble registro, aquel que mira, percibe e inscribe y aquel que recrea, imagina hacia dónde dirigir la eficacia afectiva del arte de imaginar, insisten en la potencia del ars afectandi.[14] Los afectos son siempre la consecuencia de un efecto. Desde Spinoza[15] afecto es la denominación más general del efecto producido por un cuerpo sobre otro y expresa la potencia de obrar de los cuerpos.

    En el tejido de voces y cuerpos que toman forma en los cortos documentales, como en los dibujos de Henry Eric Hernández, afloran las políticas afectivas de la marginación y la exclusión de quienes no cabían en la idílica representación del mundo nuevo y exponen las contranarrativas y el fracaso del mesiánico relato revolucionario. En Cuba hemos vivido esperando y sosteniendo desde un residuo de aliento la posibilidad de una vida digna como proyecto prometido por un sistema patriarcal que a los ojos del mundo ha sido sostenido como utopía. Las utopías son construcciones intelectuales. El mundo posible y deseado es un camino largo que en estos últimos años emerge en Cuba desde las calles y los barrios, desde las movidas de San Isidro y el 27N, y sobre todo desde los cuerpos de cientos de jóvenes que constatan el fracaso de la retórica sacrificial y machista del «hombre nuevo».

    Presentación de ‘Sentémonos a conversar sobre la violencia’ (Rialta Ediciones. Serie FluXus; 2021); Henry Eric Hernández (der.). Ileana Diéguez (izq.). / Foto: Grisel García Cortés
    Presentación de ‘Sentémonos a conversar sobre la violencia’ (Rialta Ediciones. Serie FluXus; 2021); Henry Eric Hernández (der.). Ileana Diéguez (izq.). / Foto: Grisel García Cortés

    La administración de las políticas mesiánicas y de exclusión determinan hasta hoy las economías del odio fundadas en la estigmatización de las diferencias, y son esenciales para entender las constituciones necropolíticas en Cuba, para alinear a unos contra otros, retomando la vieja estrategia fascista y totalitarista. Como ha reflexionado Sara Ahmed,[16] el odio no reside en un sujeto, sino que es un valor que economiza las relaciones de diferencia y desplazamiento (2015, 80) particularmente en los cuerpos racializados y marginalizados. El odio descargado sobre una parte de la sociedad a la que se le acusa de poner en peligro a la otra parte, legitima la violencia y es el detonante de las cacerías de brujas y las políticas de terror y punición con las que el Estado cubano administra hoy la vida. La necropolítica que gobierna Cuba ha procurado generar mundos de borrados o muertos sociales. Contra esa política de la negación y la exclusión emergen los testimonios —contranarrativas— que hablan en los dibujos de Henry Hernández, dando cuenta de aquellxs a los que primero fue necesario escuchar para conversar. En el diálogo con Carlos Aguilar, Henry Eric Hernández se refiere a «la pérdida de capacidad del poder para prolongar su borramiento de personas y sucesos que forman parte de la sociedad, o sea, que por ley de la vida son imborrables» (2021, 87). De la performatividad social que el Estado cubano ha calificado y excluido como márgenes —precisamente la escena considerada incómoda u obscena— no solo emergen las historias de un fracaso político y social, sino, pienso que también (re)emergen las performatividades cimarronas que han sido parte —y lo siguen siendo— del imaginario que necesitamos sostener para hacer posible otra forma de vida para todxs lxs cubanxs.

    En varias ocasiones he leído o escuchado a Henry Eric Hernández preguntarse sobre la pertinencia del duelo en una sociedad que desde hace décadas está instalada en la pérdida mientras la historia oficial intenta inscribir triunfos. El duelo es una categoría introducida en las primeras décadas de preguerras del siglo XX con la cual Freud nombró un proceso, un trabajo de reparación después de la pérdida. Para hacer el duelo se requiere lo que Freud llamaba «un examen de realidad» que demuestre que el objeto amado ya no existe más (1993, 242).[17] Pero no puede haber duelo «en la confusión o la duda», como insiste Eduardo Grüner (2005, 294).[18] No es posible hablar de trabajo de duelo cuando ni siquiera se tiene un cuerpo que confirme la certeza de su muerte. En contextos como los que vivimos, en los que se ha sistematizado el recurso de las desapariciones forzadas para sembrar el terror y la inacción, no es posible pensar desde la muerte y el duelo. Hay «pérdida a secas», como precisa Jean Allouch (2006).[19] En Cuba muchísimas madres no han podido despedir ni enterrar a sus hijas e hijos. Las aguas del Golfo de México cubren un cementerio clandestino que retiene los cuerpos de miles de cubanos. Los muertos en las guerras que exportaron la táctica de las guerrillas y las revoluciones han tenido si acaso un entierro simbólico a través de cajones fúnebres más conceptuales que reales. Muchas madres no tienen la certeza de haber dado sepultura a los restos corporales de sus seres queridos. No creo que para referirnos a la dolorosa realidad cubana podamos pensar —al menos por ahora, pienso— en la palabra duelo. Incluso, quienes sabemos que hemos perdido muchas conexiones afectivas con el lugar donde crecimos, que hemos perdido a muchos de nuestros familiares sin haberlos despedido. No me atrevería a decir que pese a todo eso estamos en duelo, sino que, aunque inevitablemente hemos perdido no podemos todavía o no tenemos cómo procesar las irreversibles pérdidas porque tampoco queremos aceptar que hemos perdido porque hace mucho tiempo supimos que el supuesto proyecto revolucionario no era nuestro, que nuestras pérdidas no se definen por eso, sino por la zona de los afectos y los cuerpos que ningún poder puede borrar. En estos últimos años releo con atención las palabras de Sara Ahmed, sus consideraciones sobre la no posibilidad de reconciliación, y sobre la necesidad de aprender a vivir con la imposibilidad de la reconciliación. El duelo como trabajo de sustitución que nos reconcilia con el mundo es una construcción utópica. Es quizás una de las mayores enseñanzas que nos dan las personas que han perdido en este lugar donde vivimos.

    *Texto a propósito de la presentación del libro Sentémonos a conversar sobre la violencia (Querétaro/México, Rialta, 2021), de Henry Eric Hernández, realizada en la Ciudad de México, 27 de noviembre de 2021.


    [1] Ver El malestar de la representación, en: Escenarios liminales. Teatralidades, performatividades, políticas. México: Toma Ediciones y Producciones Escénicas y Cinematográficas, 2014, pp. 183-200.

    [2] Sánchez Mejías, Rolando. La condición totalitaria. En: La utopía vacía. Intelectuales y Estado en Cuba.

    Selección y Nota de Presentación de Carlos A. Aguilera. Barcelona: Linkgua ediciones S. L., 2009.

    [3] Hernández, Henry Eric. Sentémonos a conversar sobre la violencia. Conversación con Carlos A. Aguilera. Querétaro (México): Rialta, 2021. 

    [4] Sentémonos a conversar sobre la violencia y De cómo el verbo se hizo carne.

    [5] Power, Kevin. Henry Eric: Padre, Angola y Prisión. En: Otra isla para Miguel, de Henry Eric Hernández. Santa Mónica (California): Perceval Press, 2008.

    [6] Dulong, Renaud, «La implicación de la sensibilidad corporal en el testimonio histórico». En: Revista de Antropología Social nº 13, Madrid, Universidad Complutense, 2004.

    [7] Derrida, Jacques. Le Sacrifice. La Métaphore, n° 1, La Différence, 1993.

    [8] Bajtín, Mijail. Hacia una filosofía del acto ético. De los borradores y otros escritos. Trad. Tatiana Bubnova. Rubí (Barcelona): Anthropos; San Juan: Universidad de Puerto Rico, 1997.

    [9] Stiles, Kristine. Alegría incólume: acciones artísticas internacionales. En: Campos de acción: entre el performance y el objeto, 1949-1979. Paul Schimmel (comp). Museo de Arte Contemporáneo de Los Ángeles. México: Alias Fusil, 2012.

    [10] Mandelstam, Nadiezhda. Contra toda esperanza. Memorias. Trad. Lydia Kúper. Memorias. Barcelona: Acantilado, 2012.

    [11] Bauman, Zygmunt. Miedo líquido. La sociedad contemporánea y sus temores. Barcelona: Paidós, 2007.

    [12] Ver: Uribe Montes, Jhon Alexander. «Legitimidad de las representaciones ficcionales: el totalitarismo y el cómic distópico». En: Revista Escribanía. Año 17 – Vol. 12 – Nº 2, 2014, Universidad de Manizales.

    [13] Spiegelman, A., Maus. Relato de un superviviente. Barcelona: Planeta Agostini, 2001.

    [14] Lordon, Frédéric. Los afectos de la política. Zaragoza: Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2017.

    [15] Spinoza, Baruj. Ética demostrada según el orden geométrico. Edic. y traduc. Atilano Domínguez. Madrid: Trotta, 2000.

    [16] Ahmed, Sara. La política cultural de las emociones. México: PUEG/UNAM, 2015.

    [17] Freud, Sigmund. Duelo y melancolía. En: Obras Completas. Tomo XIV. Buenos Aires: Amorrortu, 1993.

    [18] Grüner, Eduardo. La cosa política o el acecho de lo real. Buenos Aires: Paidós, 2005.

    [19] Allouc, Jean. Erótica del duelo en tiempos de la muerte seca. Buenos Aires: Ediciones Literales, 2006.


    [1] Žižek, Slavoj. Bienvenidos al desierto de lo real. Madrid: Akal, 2005.

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    Ileana Diéguez
    Ileana Diéguez
    Profesora investigadora en el Departamento de Humanidades de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Cuajimalpa, Ciudad de México. Su trabajo se centra en las problemáticas de las prácticas artísticas y estéticas, las memorias, las representaciones de las violencias, el duelo, la performatividad de la falta por desaparición forzada, las teatralidades y performatividades expandidas y sociales. Entre sus libros destacan ‘Cuerpos sin duelo. Iconografías y teatralidades del dolor’ (2013, aumentado y corregido en 2016); ‘Cuerpos ex/puestos. Prácticas de duelo’ (2009); y ‘Escenarios liminales. Teatralidades, performances y política’ (2007, traducido al portugués en 2011, aumentado y revisado en 2014). Es curadora independiente de exposiciones y proyectos vinculados a los temas que investiga.
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    2 COMENTARIOS

    1. Paqui. Echate esto

      MARLENE AZOR
      ¿Por qué en Cuba los juicios públicos son «secretos»

      ?66 manifestantes del 11de julio, son procesados en cuatro juicios colectivos hoy(13 de enero) en el territorio nacional. Fiscales y jueces fabrican delitos y testigos e imponen penas violatorias de derechos por abuso de poder.

      AQUÍ 57 DE ELLOS:
      Ningún medio de propaganda de las autoridades cubanas ha informado hasta ahora de la ejecución de juicios ordinarios a al menos 223 manifestantes. Al menos otras 234 personas tienen peticiones fiscales en espera de juicio. Otras 98 personas han sido multadas y 9 han sido beneficiadas con el sobreseimiento de sus casos.
      En relación con los menores de 18 años detenidos desde el 11J, hemos podido actualizar la situación de varios e incluir nuevas detenciones, para un total de 48 menores detenidos, de los cuales 15 continúan en establecimientos penitenciarios. Confirmamos que los menores William Chenier Ríos Arrieta (16) y Yanquiel Sardiñas Franco (17) han sido excarcelados, presumiblemente sin cargos. Añadimos a nuestro listado, con carácter confidencial, la información de 3 niños de 12, 13 y 14 años respectivamente, que se encuentran cumpliendo la sanción administrativa de un año de internamiento en el centro de detención de menores llamado “Escuela de Formación Integral” de Matanzas, por su participación en las protestas de Cárdenas.
      Hasta donde hemos podido verificar, durante la semana del 10 al 14 de enero se realizarán 3 juicios a al menos 57 manifestantes del 11J en varias provincias del país. Entre los delitos que se imputan están desórdenes públicos, desacato y atentado. En la provincia de Holguín serán juzgados 4 menores de 18 años junto a otros manifestantes por el delito (contra la Seguridad del Estado) de sedición.
      Además, el pasado 7 de enero fueron juzgados Maikel Armentero Orama, Yilian Lucía Orama García y el activista Geobel Manso Lopez, con petición fiscal de 6 años, por protestar fuera de una funeraria en Santa Clara el pasado 15 de agosto.
      A continuación, detallamos los nombres de los manifestantes, la edad (entre paréntesis) y las peticiones fiscales de privación de libertad:
      Del 10 al 14 de enero, Santa Clara, Villa Clara; Fiscal Dayli Carrazana Rodríguez:
      1. Yunior Sebey Mena (29), 8 años
      2. Andy Dunier García Lorenzo (23), 7 años
      3. Randy Arteaga Rivera (31), 7 años
      4. Mercy Daniela Pichs Martínez (23), 6 años
      5. Liván Hernández Sosa (30), 6 años
      6. Maykel Fleites Rivalta (36), 7 años
      7. José Miguel Gómez Mondeja (25), 6 años
      8. John Luis Machado Marrero (19), 7 años
      9. Pedro Manuel Nicodermo Cabrera (53), 6 años
      10. Amanda Dalai Matamoro Cabrera (25), 6 años
      11. Leonel Tristá Garcia (36), 8 años
      12. Ariel Núnez Martínez (45), 6 años
      13. Armando Guerra Pérez (49), 6 años
      14. Jorge Gabriel Arruebarruena León (23), 6 años
      15. Lázaro Alejandro Rodríguez Ruiz (23) 6 años
      16. Brian Amed Ceballo O’Reilly (20), 5 años
      Del 10 al 14 de enero, La Habana; Fiscal Susdinay Acosta Traba (delito de sedición):
      17. Yoilan Limonta Mojena (18), 15 años
      18. Yosnel Daniel Castro Fernández (18), 15 años
      19. Juan Yanier Antomarchi Nuñez (18), 15 años
      20. Eloy Bárbaro Cardoso Pedroso (18), 15 años
      21. Dariel Cruz García (20), 15 años
      22. Yurileidys Soler Abad (20), 15 años
      23. Franyer Abad Dumet (26), 20 años
      24. José Luis Castillo Bolaños (29), 20 años
      25. Yan Carlos Martínez Bonne (22), 20 años
      26. Freidel Ramírez Calzado (40), 20 años
      27. Jarolkis Suarez Rojas (33), 20 años
      28. Idael Naranjo Pérez (30), 20 años
      29. Yunan González Terry (42), 20 años
      30. Felix Jesús Armada García (49), 20 años
      31. Jesús Ramón Rodríguez Pérez (29), 20 años
      32. Rubís Carlos Vicet Padilla (38), 20 años
      33. José Antonio González Guerrero (32), 20 años
      34. Rainel Mayet Frómeta (23), 20 años
      35. Adan Kiubel Castillo Echevarria (18), 22 años
      36. Amalio Álvarez González (44), 26 años
      Del 11 al 14 de enero, Holguín; Fiscal Fernando Sera Planas (delito de sedición):
      37. Marcos Antonio Pintueles Marrero (18), 18 años
      38. Franklin Reymundo Fernández Rodríguez (20), 18 años
      39. Miguel Cabrera Rojas (50), 30 años
      40. Mario Josué Prieto Ricardo (26), 28 años
      41. Yosvany Rosell García Caso (33), 30 años
      42. Maykel Rodríguez del Campo (34), 28 años
      43. José Ramón Solano Randiche (30), 30 años
      44. William Manuel Leyva Pupo (20), 18 años
      45. Cruz García Domínguez (59), 25 años
      46. Jorge Luis Martínez García (18), 18 años
      47. Jessica Lisbet Torres Calvo (27), 27 años
      48. Yoirdan Revolta Leyva (21), 22 años
      49. Miguel Enrique Girón Velázquez (24), 25 años
      50. Samuel Torres Durán (18), 18 años
      51. Yeral Michel Palacios Román (17), 15 años
      52. Ernesto Abelardo Martínez Pérez (17), 15 años
      53. Yasmani Crespo Hernández (32), 25 años
      54. Yoel Ricardo Sánchez Borjas (18), 18 años
      55. Ayan Idalberto Jover Cardosa (17), 15 años
      56. Keyla Roxana Mulet Calderón (16), 15 años
      57. Iván Colón Suárez (51), 30 años
      Varios acusados han denunciado tratos crueles y hechos violentos. Idelsys Pupo, madre del manifestante William Manuel Leyva Pupo, denuncia que ayer su hijo, de apenas 20 años, fue víctima de violencia al interior del centro de reclusión donde se encuentra: «el 2do jefe de la prisón junto a otros guardias le dieron a mi hijo, le apretaron el cuello, y lo tiraron contra los cables de corriente». Dariel Cruz García, también de 20 años fue apuñalado dos veces el día 6 de enero en la cárcel Jóvenes de Occidente. Cuba no es segura, nuestras cárceles NO SON SEGURAS.
      Agradecemos cualquier información adicional y exigimos que se haga pública la información sobre el número de personas detenidas en el contexto de las manifestaciones y los procesos penales a que han sido sometidas, así como la cobertura de los juicios por los medios de prensa extranjeros acreditados en Cuba.
      ****
      De un total de 1355 personas detenidas en relación con las protestas del 11 de julio, al menos 719 continúan en centros de reclusión, 70 de ellas son mujeres. De las 593 personas que han sido excarceladas, muchas están en espera de juicio bajo medida cautelar de libertad bajo fianza o prisión domiciliaria. Un total de 158 personas están siendo o han sido ya procesadas por cargos de sedición y 40, de sabotaje.
      De las 93 personas detenidas en relación con la Jornada Cívica por el Cambio, continúan en detención 9. Hemos confirmado la ejecución de 2 juicios sumarios, 1 revocación de libertad, y 6 personas permanecen pendientes a juicio.
      #QueremosJuiciosPúblicos
      #QueremosJuiciosTelevisados
      #LibertadParaLosNiñosDel11J
      #LibertadParaTodosLosPresosPolítiticos.
      #Diaz Canel singao

    2. Me ha dado por comentar en Cubadebate con diversos seudonimos a ver si no se dan cuenta que me burlo de ellos. Ja ja ja

      Mi comentario ha sido recibido.

      Tushi Chavez dijo:

      Contra la desinformación o la información parcial y manipulada lucha Cubadebate

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