Catilinaria criolla

    La libertad cuesta muy cara, y es necesario, o resignarse a vivir sin ella, o decidirse a comprarla por su precio.

    José Martí

    I

    Cuba es un país semifeudal y mojigato. No hay industria, agricultura ni libertad. Los miembros del politburó se desvelan maquinando, pariendo «medidas» que los perpetúen en la cúpula del poder y multipliquen continuamente sus privilegios, al menos, hasta la generación de sus nietos. Las prioridades del Estado cubano se reducen al acaparamiento y la reinversión de capital bajo el amparo omnipresente de GAESA, la exportación de mano de obra médica o pedagógica hacia cualquier geografía «hermana», y la preservación, a toda costa, de un cartelito progre-liberal que posibilite los favores de la (pseudo)izquierda internacional. El pueblo, el barrio, la gente somos, en el mejor de los casos, un engranaje decorativo que echa a andar la maquinaria mediática de la Robolución. A veces, incómodos, pero casi siempre dóciles, manipulables.

    El fuego en Matanzas es también un síntoma de este sistema carcomido y avejentado. Y sí: siempre es momento de hablar de política, porque la política es ubicua y lo permea todo, mucho más en Cuba, donde está tan politizado un libro de texto como una cola para (tal vez) comprar pollo. Una cultura solo está viva en la medida en que se ofrece revoltosa, majadera, contestona. El silencio es propio de los pueblos acéfalos, que no saben ni quieren saber; el murmullo, en cambio, es el arma más peligrosa de un pueblo amordazado. 

    Teorizar sobre la responsabilidad del gobierno cubano respecto al incendio en la Base de Supertanqueros de la bahía matancera, las posibles causas y sus nefastas consecuencias, no es, para nada, una irreverencia ante el dolor popular ni otra oportunidad para que saquemos lasca los esbirros de la CIA: es la reiteración potenciada del hartazgo político del cubano, la señal inequívoca de que ya nos asqueamos de la inmunidad y el ocultismo gubernamentales. 

    Queremos un culpable. Queremos, además, que el castrismo lo sea, pero ya esto no depende solamente de nuestro empeño. Aun así, no es necesario endosarle nuevos cargos a la dictadura: con los que ha venido acumulando durante las últimas seis décadas ya existe suficiente evidencia para motivar un veredicto. Pero no habrá investigación imparcial y, en caso de haberla, no se conocerán sus resultados ni será castigada la presunta negligencia, como tampoco sucedió en julio de 1994 con el hundimiento del remolcador 13 de Marzo. Soy presa de un fastidioso déjà lu que insiste en materializar las historias (¿lejanas?, ¿ajenas?) que he leído sobre mi país.

    Echo de menos la hora de Cuba. Todo lo ultramarino llega a Madrid después de haber descubierto su signo espontáneo y germinal, traduciéndose ante mí como una performance prorrogada, hija de otro tiempo y de otro clima. Tengo gente en Matanzas. Pregunto cada día. Ellos están. No bien ni mal, pero «están». No conozco a ninguno de los mártires / víctimas que ya no regresarán del fuego, pero me nace una voz rasgada y timorata cuando los menciono. 

    Cuba insiste en agitar los cimientos de su régimen mientras duermo, durante ese espacio íntimo que enaltece, como ningún otro, el equilibrio y la languidez. Tengo gente por allá, en todas partes. Despierto y escucho ese susurro popular que ahora explota, casi al azar, en los gritos de toda la isla. La corriente, el calor y la jama, su ausencia. Estamos, lo sé, en el comienzo del fin. Me alienta, pero me preocupa. Al menos, a mí, nada cubano me es ajeno.

    II

    Ni pan ni circo: hace mucho tiempo que este chicle ya no sabe a na’. Llevo más de un año (¿toda la vida?) postergando mi derecho a duda, réplica y diatriba. En aquel entonces, la publicación de una reseña literaria me condujo hacia el vestíbulo del cadalso político-laboral cubano: la decisión era «solo» mía, pero sus potenciales (¿indudables?) consecuencias malograban la desenvoltura de mi libre albedrío. 

     «Puedes continuar escribiendo para ellos, si así lo decides. En ese caso, se tomarán las medidas pertinentes».

    Debí haber imaginado que la aparición de un texto sobre (una novela de) Guillermo Cabrera Infante en El Estornudo sería un coctelito muy difícil, casi imposible de digerir para la policía político-cultural cubana. A pesar de esta mixtura un tanto incómoda, mi artículo no renunciaba en ningún momento al análisis literario ni se adentraba en la consabida perspectiva política de Caín, asunto que tampoco figura en La Habana para un Infante difunto. Fui acusado, simplemente, por mi pésima elección de autor y revista: en Cuba hay personas de las que no se debe hablar y lugares que no se deben visitar. Hay ideas que no deben ser concebidas.

    Pero yo odio el pecado, no al pecador. 

    Estoy enormemente satisfecho y agradecido por mi experiencia en mi antiguo centro de trabajo. No existe rencor alguno, todo lo contrario. El mío solo es otro proceso nacido de la precaria autonomía de las instituciones cubanas, disimulada bajo el rótulo de varios ministerios que suponen más o menos el mismo sujeto político-inquisidor, vistan o no de verde olivo. 

    Sé muy bien que la metodología de la censura en mi país ha devenido, por su uso reiterado e instintivo, un suceso fáctico que sobrecoge e intimida a sus propios orígenes teóricos. Mientras exista un indicio mínimo de contaminación (esto es, referencias a sistemas, personalidades u obras que confundan la misión político-evangelizadora del gobierno cubano), el resto del contenido está condenado al rechazo o a la corrección. El automatismo y la simetría (impuesta, ineludible) son pilares básicos en la concepción de los regímenes totalitarios y fundamentalistas. Mata al mensajero, no leas su mensaje.

    Pero estoy de vuelta, o eso creo.

    He pensado muchísimo, observado de cerca por la testarudez de mi conciencia; he hablado todavía más (sin pensar, en ocasiones) con cualquiera que se atreviese a facilitarme un pie forzado, y le he cedido a mi descendencia algunos tímidos posts en Facebook que insinuaban mis deferencias políticas. Así, esta es solo la segunda ocasión en que intento racionalizar mis postulados partidistas y los expongo por escrito de manera coherente. La primera, hace tres años, tuvo lugar durante el paripé circense que precedió a la Constitución cubana de 2019, a su «aprobación» casi unánime.

    Aquel texto, de nombre «Yo voto, solo eso», fue una ráfaga contestataria que se gestó durante la vomitiva campaña propagandística del estado cubano, y nació, desafiando mis métodos escriturales, en una noche con electricidad, pero sin aire acondicionado. A día de hoy, lo encuentro un tanto distante en términos de estilo (sobran adjetivos, metáforas e interjecciones), aunque la intención de Homo politicus que desde ahí se perfilaba no ha hecho más que acentuarse, intensificándose mi animosidad hacia el gobierno de la isla. 

    Finalmente, nunca fue publicado: a pesar de mi entusiasmo y convicción, la «prudencia» de amigos y familiares me hizo desistir de la idea. En mi país no hay garantías legales que asistan a los ciudadanos en el ejercicio de muchos derechos: nuestro conjunto de leyes está dispuesto de tal forma que la criminalización de la disidencia resulta, mal que nos pese, terriblemente legal. Y, casi sin haber comenzado, sanseacabó mi activismo político durante la universidad.

    Que quede claro: en Cuba no existen Tres Poderes: hay un Poder con Tres Funciones.

    III

    63 a.n.e., 8 de noviembre. Marco Tulio Cicerón está a punto de pronunciar las primeras palabras de un discurso que promete llevar a buen puerto, otra vez, el barco de la República. El Senado romano permanece en ascuas. Lucio Sergio Catilina, destinatario de la invectiva, simula ecuanimidad bajo su toga y aguarda las palabras del orador, que se regodea en la impaciencia de su público. De súbito, y como buen maestro de ceremonias, Cicerón espeta en cada rostro de los presentes las primeras palabras de su Catilinaria, reteniendo sobre sí la mirada de aliados y detractores:

    «Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?».[1]

    «Déjate ya de abuso, asere», traducirían algunos eruditos, siglos después, en alto cubano.


    [1] «¿Hasta cuándo abusarás, Catilina, de nuestra paciencia?». [Nota del Editor]

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    5 COMENTARIOS

    1. No importa si es diatriba o ditirambo… lo TRASCENDENTAL es el acto propio de la ESCRITURA… si calidad INTRÍNSECA… ¡¡¡ Vaya… si está bien escrito!!!….

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