El Museo del Comunismo está en Praga sobre un McDonald´s. Y con ese dato ya todo queda dicho. Piénselo un momento: usted toma el Metro hasta la estación Náměstí Republiky, después camina en dirección a la Antigua Aduana —V Celnici 1031/4, Praga 1— y cuando está por llegar divisa al mismo tiempo, casi superpuestos, la famosa M de color mostaza sobre un fondo rojo katchup (i´m lovin´ it) y los carteles juguetones que anuncian que el MC… IS HERE!
Estos posters del MC se inspiran, desde luego, en cierta bandera roja con símbolos también mostazas. Por eso las letras y los ribetes son escarlatas. Pero los publicistas han sustituido, maliciosamente, la hoz y el martillo por una iconografía más flexible y mordaz: una matrioshka ruborosa con fieros dientes y colmillos vampíricos; Santa Claus con los colores oficiales checoslovacos y una guadaña ensangrentada; un osito muy tierno, Misha, el mismo de las Olimpiadas de Moscú 1980, armado con una AK-47 y con una cinta de balas cruzándole el cuerpo de peluche.
El visitante posa la mirada en las sillas rojas, vacías, del McDonald´s y, a continuación, la arrastra hacia lo alto por sobre la fachada del edificio que recuerda el pasado comunista. Fast food vs. Memoria. Durante medio segundo pudiera creer que se encuentra en el vértice de una paradoja o de un error. Pero eso no es cierto. En la otra mitad de ese mismo segundo ya sabe, aun sin saberlo, que todo es parte de un continuum mercadotécnico, ideológico, estético. El MC de Praga es un objeto extremo, paradigmático, hiper-meta-museográfico del capitalismo tardío. Un animal endémico de esta época.
El Museo del Comunismo ni siquiera tiene pretensiones irónicas; lo que hay en la entrada es Big Mac y afiches Communist Pulp; lo que hay dentro es pulpa kitsch y sarcasmo pa comer y pa llevar.
Y eso que el visitante aún no ha entrado al MC. Cuando lo haga verá esto que ven ustedes y mucho más: un aula con pioneros praguenses rigurosamente uniformados; una tienda o una bodega poco abastecida, donde se conservan todavía las conservas del pasado; un escritorio, con los debidos objetos, que corresponde quizá a una oficina de la policía secreta; una estatua de Lenin, bustos de Stalin y de otros líderes soviéticos, checos, eslovacos, retratos, estatuillas y pisapapeles con sus rostros y sus cuerpos infinitamente rígidos; una escafandra de aviador y un fragmento del aparato correlativo, y, por ahí, las mil cosas que el empresario estadounidense Glenn Spicker compró cuando decidió abrir el MC de Praga.
Cada uno de estos objetos aparece aquí en su tercer avatar o, mejor dicho, se nos presenta triple expuesto: alguna vez fueron realidad histórica, luego testimonio material de una época, ahora son parte de la serie The Red Stone, realizada por el cubano Alejandro Taquechel. Este proyecto de arqueología visual ensaya un punto de vista inesperado, aunque muy productivo y en cierto modo desestabilizador: el turista obsesivo, memorioso y, en este caso, inclinado a establecer lecturas comparativas con su contexto de origen.
Si hace unos pocos años, tras el 17D, Cuba empezó a parecerse demasiado a un parque temático del comunismo tropical fue porque, sin dudas, el excepcionalismo o el mimetismo histórico de las últimas seis décadas ha legado a esta isla una realidad, física y simbólica, con un merecidísimo prestigio jurásico; pero también porque la fórmula taxidermista de vaciamiento y reformulación ya se había probado a gran escala en los países del Telón de Acero y, a un nivel más explícito, en laboratorios lúdicos como el MC de Praga.
Las noticias sobre el MC nos dicen que todo, los atuendos escolares de nuestro hijos, el auto de papá, los cuadros de las oficinas públicas, las blancas efigies de Martí (aunque Martí sea inocente), la libreta de abastecimiento, por supuesto, todo puede quedar congelado de la noche a la mañana y convertirse inopinadamente en piezas patrimoniales o arqueológicas dentro de una vitrina o más allá del cordón que alerta:
Don´t touch, please.
Lo que no hemos dicho hasta aquí es que el MC de Praga también se ubica, en la Plaza de la República, junto a un Casino. Después de su breve excursión al pasado, el visitante puede llegar hasta allí y jugarse, si quiere, todos sus ahorros tranquilamente. Ninguna racha de mala suerte le parecerá demasiado onerosa, vista la manera en que apostaron y perdieron aquellos hombres…
(Fotos de Alejandro Taquechel).
[…] de Alejandro Taquechel. Su proyecto The Red Stone incluye varias series contemporáneas realizadas en países ubicados alguna vez del otro lado del Telón de […]
[…] o museos donde se han reunido por arte de los negocios y de la más desnuda ironía piezas monumentales y […]