En una ciudad muy grande, en un edificio mediano, en un departamento pequeño, vive una niña pequeña con su mamá.
Marieta ya sabe contar hasta diez, aunque a veces se come el siete. Marieta tiene colmillos de jaguar, bigotes rizados y orejitas multicolores; pretende asustar a muchas personas con su rugido feroz. Termina un trazo difícil en la mejilla de su mamá para salir juntas con las caras pintadas en la bici.
La bici apareció una tarde lila como las que caen en verano. A Marieta le gustaron de inmediato los ositos pardos del asiento en el que ella cabía perfectamente y en el que, a partir de ese momento, iría a toda velocidad hacia todos los parques, cerca o lejos. No es una bici multicolor como hubiera preferido Marieta. Es beige, solo beige, pero es la bici de mamá y Marieta.
Bajan las escaleras del edificio mediano. Marieta ya sabe saltar los últimos cuatro escalones como una experta. La pequeña lleva su casco verde; mamá lleva su chaqueta roja para cortar el viento.
El estacionamiento es grande y tiene una bajada por donde suelen deslizarse o hacer carreras hasta la puerta.
—¿Y la bici? —pregunta mamá.
—¿Y la bici? —pregunta Marieta.
En el estacionamiento todo luce igual que siempre. Todo está en el lugar de siempre: el carro viejo y cansado que ya nadie usa, el carro nuevo, la moto, la bicicleta de la vecina con su canasta verde, las flores naranjas en la jardinera, la bajada divertida, las rejas de la entrada, el viento… La tarde no anuncia nada diferente; parece ser la misma tarde de ayer, tranquila y fresca como todas las tardes en que salen al parque Marieta y su mamá.
Solo que esta vez, la bici beige, solo beige, ha desaparecido.
Marieta y su mamá suben por las escaleras a toda velocidad.
A Marieta no le gusta ver a su mamá nerviosa, como aquella vez en que olvidaron la llave dentro de la casa. Mamá luce igual de preocupada, igual de sorprendida, igual de nerviosa.
—Marieta, ¿quieres acompañarme a preguntar a los vecinos?
—Sí, mamá. Pero me asusta, mamá.
—¿Qué te asusta?
—Tu voz, cuando estás nerviosa.
—Lo sé. Lo siento. Es que yo también estoy asustada y sorprendida. ¿Me acompañas a preguntar a los vecinos?
—Sí, mamá.
—También puedes esperarme acá.
—No, mamá, yo quiero ir contigo. Si me asusto me puedes cargar.
Mamá y Marieta cuentan a los vecinos lo sucedido. Marieta se tapa los oídos para no asustarse al escuchar la voz nerviosa de su mamá. El vecino del cuarto piso lo lamenta asombrado; las vecinas del tercer piso se acercan y no lo pueden creer. Buscan posibles responsables: «¿Quién dejó la puerta abierta?», se preguntan.
Todos regresan a sus casas. Marieta y su mamá también.
—Y ahora, ¿qué hacemos, mamá? —pregunta Marieta que ya se olvidó del par de orejitas de jaguar que crecen sobre sus cejas y que ahora lucen arrugadas, preocupadas.
—Vamos al parque.
De camino al parque todavía Marieta y su mamá se hacían preguntas, cada una en su cabeza.
—Mamá, yo creo que el que se llevó nuestra bici fue un bandido. Como el bandido de ese libro que sale con un antifaz. Como un ladrón, ¿no?
—Sí, Marieta, como un ladrón que es ladrón, aunque quizá este no tenía antifaz.
Después de varias esquinas, Marieta vuelve a la carga llena de inquietudes, con sus lunares de jaguar que parecen saltar de sus cachetes.
—Mamá, no sabía que los ladrones existían realmente. Pensé que solo estaban en los cuentos y las películas. Por qué el ladrón quiso llevarse nuestra bici, si no era ni siquiera multicolor, era solo beige. ¿Él va a usar ahora nuestra bici?
—También puede venderla.
—No, no puede, mamá. ¿Cómo el ladrón va a vender nuestra bici, si es nuestra, no suya? Ojalá alguien lo regañe, porque no está bien conseguir plata con una bici que no es suya.
La niña dijo esto, colocó las ruedas de su scooter hacia el frente, y echó a andar sin esperar ya respuesta de su mamá.
Ya en la noche, mientras combinaban yogurt con galletas, Marieta tuvo una idea.
—Mamá, qué tal si le pedimos al ladrón que nos devuelva nuestra bici; quizá se dio cuenta que no la va a usar tanto como nosotras. Quizá no le gusta que sea solo beige.
—Quizá, pero aun así no sabemos quién es, ni dónde vive para preguntarle si quisiera devolvernos nuestra bici.
—Yo creo que es un hombre muy muy delgado, y un poco molesto. Mamá, ¿qué tal si hacemos un dibujo?
—¿Un dibujo del ladrón?
—Sí, y le escribes una nota, para que cuando vuelva a pasar por la puerta del edificio se vea y la lea.
—Estoy de acuerdo, ¿y qué diría esa nota?
—Señor Ladrón de Bicicletas, que tiene un polo de loros…
—¿Un polo de loros?
—Sí, sí, lleva un polo de loros que se lo regaló su mamá y no le gusta. Ya no me interrumpas más, mamá. Escribe, por favor.
Sr. Ladrón de Bicicletas, yo sé que estabas molesto porque no te gusta el polo de loros que te regaló tu mamá, y por eso sí te gustó nuestra bici que, aunque es solo beige, tiene ositos marrones en el asiento que es para mí. Quería decirte que a mí también me gusta mi asiento de ositos marrones, y me gusta mucho que mi mamá me lleve en la bicicleta a todas partes y a toda velocidad. Y me gusta cuando nos saludamos en un cristal que es como un espejo mientras esperamos en el semáforo. Y me gusta jugar a Veo veo… en el camino al parque, y me gusta la gran bajadota al entrar al estacionamiento. No me gusta la voz de mi mamá cuando está preocupada, me asusta. Mi mamá ya es adulta, pero también llora y se molesta a veces, como yo. También se le olvida lavarse los dientes, como a mí, y también ponerle cadena a la bicicleta, para que todos sepan que es nuestra, y para que no te la lleves tú. ¿Tú eres un ladrón? ¿Sabías que los ladrones son como bandidos, pero sin antifaz? A mí me gustan los antifaces, tengo uno de la Mujer Maravilla. Pero creo que no me gusta tanto ser ladrona. Creo que prefiero ser una niña jaguar. Fin
Ah, lo que quería decirte era: devuélvenos por favor la bici solo beige.
Marieta y su mamá bajaron a botar la basura y pegaron la carta y el dibujo en la entrada del edificio mediano. Había llegado el final del día. Mamá terminó de sacar la pintura amarilla de jaguar de los cachetes rebotantes de Marieta. Se metieron a la cama y leyeron el cuento de esa noche, aunque ninguna prestó atención. Se quedaron dormidas Marieta y su mamá, cada una con preguntas correteando detrás de los párpados.
Mamá volvía a esa noche en que regresaron cansadas y decidió no ponerle la cadena. Se preguntaba cómo iba a sentirse mañana, si la ausencia de la bici se sentiría aún más con el transcurso de los días.
Marieta vivía ese momento en que le contaba a su papá, al chofer del bus, a su amigo del parque que los ladrones sí existen. Se preguntaba para qué quería el ladrón una bicicleta con asiento de ositos marrones.
En el departamento pequeño de un edificio mediano de una ciudad muy grande, vive una niña, ahora un poco menos pequeña, con su mamá.
Qué hermoso Olivia!!! Quiero que el ladrón les devuelva la bicicleta y esta en vez de ser beige tenga más colores aunque el asiento mantenga los ositos. Te abrazo.