Cuba, años setenta, el dogmatismo y la burocracia invaden con agresividad todas las esferas de la vida cotidiana. Es el «Quinquenio Gris», el triunfo de la mediocridad, como dijo Ambrosio Fornet, y es, como lo calificó Jesús Díaz años después, el fin de otra ilusión. Cuba empieza a ser otra; es el fin del romance y el inicio del larguísimo desencanto. Pero hay aún, y Jesús Díaz es parte de ello, motivos para seguir adorando la utopía, para seguir creyendo que la gran revolución mundial es posible. La desilusión no alcanza, ni siquiera en esta etapa aciaga de la cultura nacional, los profundos niveles que, reflejados en críticas duras y escisiones, alcanzaría años después.
El cierre de la revista Pensamiento Crítico (1967-1971) provocó una dispersión de los miembros del Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana, que los empujó a labores tan disímiles como la agricultura o el cine. Alfredo Guevara, quien a más de uno salvó de la hoguera, propició la entrada de Jesús Díaz en el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), un espacio que funcionaba como república cuasi independiente.
I
«Me comentó más de una vez el reto que significaba convertirse en guionista, cambiar de lenguaje», recuerda su amigo Juan Valdés Paz. El propio Jesús Díaz reconoció esas dificultades: «El guion no es literatura, para nada. La palabra en el guion no ofrece resistencia, es solo un medio para llegar a un fin. Y tiene que ponerse en función de ese algo posterior, que es la película… Lo primero que yo tuve que aprender, cuando empecé a escribir guiones, fue justamente su especificidad. Es decir, estaba trabajando para otro medio aun cuando trabajaba para él a partir de la palabra. Y probablemente esa comprensión de la diferencia me atrajo a lanzarme a probar en el otro medio».
El estreno de Jesús Díaz como guionista sucedió en el año 1972, cuando trabajó junto a Pastor Vega en el documental ¡Viva la República!, y junto a Manuel Octavio Gómez en Ustedes tienen la palabra, que se estrenó al año siguiente. Ambas películas alcanzaron notable éxito, lo que no sucedió con El extraño caso de Rachel K, de 1973, en que trabajó como coguionista. A pesar de que era evidente que el escritor era capaz de adaptarse al nuevo lenguaje, no tardaron en aparecer las fricciones, y los celos intelectuales, al calor de las habituales tensiones entre directores y guionistas y dada la personalidad fuerte y autosuficiente de Jesús Díaz.
En 1974 (estrenado en 1975), Jesús Díaz dirigió su primer documental, Puerto Rico, en colaboración con Fernando Pérez, quien comentó en entrevista: «empezamos a trabajar juntos en lo que iba a ser un documental corto, pero Jesús, que era un disparao, me dijo “esto da para un largometraje”, y empezó a escribir un guion de modo febril… Jesús era un creador febril… Trabajaba con una pasión y una inteligencia superior».
Dirigió en 1975 Cambiar la vida, un documental por encargo sobre el tema de la vivienda. Y, ese mismo año, volvió a codirigir junto a Fernando Pérez: esta vez el aclamado documental Crónica de la victoria.
II
Pero es sin dudas Cincuentaicinco hermanos, que filmó durante 1978, el punto más alto de su obra documental. Considerado por el crítico inglés Michael Chanan como «la cumbre del género a finales de los setenta», el filme se acerca a los elementos idiosincrásicos que unen a los cubanos, vivan donde vivan y tengan la ideología que tengan. A partir de la visita de la Brigada Antonio Maceo a La Habana se entretejen las historias que componen un documental profundamente emotivo.
Es ese el sentimiento transversal durante la hora y quince minutos de metraje: el redescubrimiento del país natal por parte de jóvenes cubanos que, de niños, fueron trasladados a los Estados Unidos por miedo a «la garra feroz del comunismo». Personas que no pudieron elegir, sacadas de la isla por sus padres, se reencuentran ahora, llenas de añoranza, con sus raíces. Según confesó el propio Jesús Díaz, era la película suya que más le gustaba.
III
Entre 1976 y 1980 se desarrolla una de las etapas más intensas de la vida política de Jesús Díaz: su rol como secretario general del Partido (PCC) en el ICAIC fue un impulso para el vicio ideológico que acompañaba cada una de sus actividades. Al decir del cineasta Manuel Pérez Paredes: «Jesús fue siempre una persona con una huella política importante, al tiempo que era un hombre muy culto, y se convirtió en uno de los cabezas de opinión del ICAIC, sin tener una obra cinematográfica significativa». El mismo criterio que sostiene Fernando Pérez: «Uno siempre se preguntaba, ¿qué diría Jesús sobre esto?».
No son pocos los que coinciden en la opinión de que Jesús Díaz fue un militante radical y, en ocasiones, dogmático, de fuertes convicciones socialistas y signado por la necesidad de hacer valer su criterio. Fueron largas y enconadas sus polémicas ideológicas como secretario general del PCC: el amplio salón de reuniones del sexto piso del ICAIC se llenaba de humo —casi todos fumaban— y las discusiones animadas por Díaz, Julio García Espinosa, Manuel Pérez Paredes, Pepe Massip, entre otros, podían extenderse durante horas sin que decayera el ritmo ni el interés.
La obra cinematográfica de Jesús Díaz, y sus 20 años en el ICAIC, estuvieron fuertemente influenciados por los acontecimientos políticos y las contradicciones inherentes a «la construcción del socialismo».
«Él era un escritor revolucionario», ha dicho también Fernando Pérez, «de una generación en la que sentíamos que estábamos trayendo lo nuevo. Después empezaron a sucederse contradicciones más profundas que, en el caso de Jesús, al ser un animal político, yo siento que lo afectaron mucho más».
La política fue sin dudas una de las grandes pasiones de Jesús Díaz, al punto de convertirse, a ratos, en el centro de su vida. La novela Los años duros, y toda su obra narrativa, las revistas El Caimán Barbudo, Pensamiento Crítico, Encuentro de la cultura cubana, así como Polvo rojo, su primer largometraje de ficción, constituyeron proyectos de corte esencialmente político.
IV
Fue en 1985 cuando Jesús Díaz estrenó Lejanía, su segundo largometraje de ficción. Debido a la algidez del tema, la película tuvo una complicada recepción entre el público, la crítica y, sobre todo, los militantes furibundos. El argumento presenta a una madre emigrada que, tras más de diez años, regresa a Cuba para visitar a su hijo, quien no le perdona el abandono.
Lejanía —inspirada en la experiencia de dirigir Cincuentaicinco hermanos— fue la primera película cubana en abordar, como elemento central, el tema del exilio y los desencuentros familiares provocados por el mismo. La madre pretende, subrepticiamente, convencer al hijo para que emigre, pero él decide quedarse en Cuba, en su lugar, inmerso en su cotidianidad: una vida que finalmente, pese al sufrimiento causado por la distancia de la madre, ha recuperado la felicidad. Lejanía es una obra que no ha envejecido tan bien como la narrativa de Jesús Díaz, pero es una muestra muy válida del drama humano que significó (y significa) el exilio.
V
Tras filmar ese largometraje, Jesús Díaz regresa a su encomienda de guionista, esta vez para escribir una historia épico-romántica en la Cuba prerrevolucionaria, que se convertiría en la aclamada ópera prima de su amigo Fernando Pérez.
Clandestinos, estrenada en 1987, es una las películas imprescindibles del cine cubano y una evidencia de la madurez creativa de Jesús Díaz. Su pulcritud en el guion permite que convivan, sin forzarlas, situaciones de comedia y escenas de gran carga dramática. Hay secuencias de mucha adrenalina y diálogos que con frecuencia se quedan tintineando en la conciencia del espectador; personajes que enamoran y otros que generan estupor; roza en ocasiones el melodrama, pero jamás llega a naufragar en esas aguas.
El filme obtuvo muchos elogios entre la crítica y el público, y numerosos premios. Nereida y Ernesto —los personajes protagónicos interpretados por Isabel Santos y Luis Alberto García— no son solo una de las parejas más recordadas del cine nacional, sino, a nivel individual, un punto de cristalización en la escritura cinematográfica de Jesús Díaz.
VI
1989: la utopía mundial está en crisis; también las utopías políticas y literarias de Jesús Díaz, que vive un fuerte proceso de desencanto. Es por entonces, en esa etapa de polisemias y ambivalencias, que echa una mano en el guion del largometraje de ficción Alicia en el pueblo de Maravillas, un verdadero parteaguas en la historia del ICAIC. El filme, dirigido por Daniel Díaz Torres, constituye una metáfora del inmovilismo nacional; una de las obras que con más rigor ha evidenciado la dicotomía entre esperanza y espera… La película, con argumento y guion de Eduardo del Llano y del propio Díaz Torres, no parte —como más de una vez se dijo— de un guion concebido por Jesús Díaz, quien, si bien colaborar en el mismo, no escribió ni una sola línea.
Con el estreno y, sobre todo, la acogida controversial de Alicia…, las tentativas de censura total y las voces que contra ella se levantaron, se cierra un ciclo en la vida Jesús Díaz, cuyo nombre no volverá a aparecer en la prensa oficial, ni en boca de las instituciones culturales de la isla, hasta que, casi como un proceso inherente al exilio de un intelectual de su estatura, comenzaran a emerger las estigmatizaciones y demonizaciones que el poder reserva a los herejes.