El laberinto de una época. Las iniciales de la tierra y la generación de la esperanza

    Hay novelas que son épocas, narraciones que son el testimonio de una generación, textos que rebozan épica. Hay laberintos, azarosos y complejos, con trampas y subterfugios, con delirios y epopeyas, amores y tormentas, que todo lector está obligado a recorrer. Contradicciones que son eternas y sueños que se quedan en el empeño, en la furtiva tozudez de lograrlos.

    Eso es Las iniciales de la tierra (Jesús Díaz, 1987), una novela cuyo personaje protagónico, Carlos Pérez Cifredo, se encuentra en constante formación y evolución, cuyos cambios, dudas y adaptaciones son los hilos transversales de la narración a través de los cuales pueden entenderse los intersticios de la épica cubana de los años 60, donde las esperanzas estaban vivas y no florecía aún esta patética espera que nos ha mordido después.

    En la novela confluyen diversos aspectos fundamentales. El lenguaje popular y la ilusión, el heroísmo y las consignas, Batista y Fidel Castro, los muñequitos, la guerra, los boleros, la zafra, la familia, los amigos y el amor se funden de manera tal que todos los matices del tiempo histórico quedan expuestos, abiertos en canal, diseccionados. Así se evidencia un momento en el que se pierde la frontera del Yo, de los méritos individuales, para transformarse en Nosotros, en la construcción colectiva de un proyecto que a todos arrastra. La experiencia personal se trastoca en colectiva y la colectiva en personal, convirtiendo a Carlos Pérez Cifredo en uno y mil hombres, en el arquetipo de una generación. Un arquetipo marcado por la necesidad de estar, participar y creer, por la convicción de héroe que afloró en esos uno y mil hombres.

    A través de una estructura de sándwich, en la que el grueso narrativo está emparedado por un prólogo y un epílogo que, desde el presente, funcionan como detonante y desenlace de la narración, la novela se desarrolla en pasado, mediante veintiún capítulos numerados que desplazan al protagonista a través de los momentos que, narrativamente, aportan contradicciones a su vida y permiten burlar la simplicidad de esa planilla cuéntame-tu-vida en la que «tendría que dejar hueso a hueso su esqueleto, como el leopardo extraviado en la cima de la montaña». 

    Con la complicidad del estilo indirecto libre, y esto es una de la vocaciones e intenciones más claras de la novela, el lector puede juzgar al protagonista y reflexionar junto a él, logrando que los juicios se extiendan más allá de la vida de Carlos Pérez Cifredo y terminen marcando una época, un país y una ideología.

    Hay en la novela un realismo vertiginoso y reflexivo, de isla en ebullición, a través del cual no se describe el proceso de formación de Carlos «gracias a», sino «a pesar de», concibiendo un sistema de errores y enmiendas que permite verlo como un símbolo de su tiempo, donde importaba más el sacrificio que la imaginación, el futuro que el presente. El protagonista se desgarra entre sus dudas íntimas y la pulsión de una realidad que no permite descansos para titubear, entre la fe de creerse un héroe y los miedos cotidianos de no serlo, entre la ilusión y la resistencia.

    «Todo joven soñaba con ser un héroe, luego la vida hacía su trabajo», dice un personaje, acuñando una frase que tiene vocación de englobar el contenido de la novela y la dicotomía entre deseo y realidad. Carlos se convierte en un hombre de sueños frustrados, que quiso ser más de lo que pudo, hasta que un día se paró ante el espejo y notó, no sin asombro y estupor, que «era aquella sombra que quiso ser un héroe que quiso ser un arquitecto que quiso ser un guerrillero: eso era, alguien que quiso ser». 

    ¿Cómo leer Las iniciales de la tierra?

    Cuba ha cambiado, la épica de los sesenta solo perdura en algunas consignas muy desgastadas, con melancolía insoportable. La ilusión se escabulle entre la desesperanza cotidiana, el heroísmo es un acápite en los libros de historia y no la pasión de miles de enfebrecidos, los libros no son fenómenos de masas y la industria editorial padece los mismos estragos económicos que el resto de los sectores del país. Pero tanto en 1972, cuando Las iniciales de la tierra fue escrita por primera vez, como en los albores de la década del ´80, cuando fue reescrita, como en 1987, cuando tuvo su primera y única edición cubana, el panorama era otro, la ilusión no había desaparecido y la industria editorial publicaba decenas de títulos cada año.

    Concebida en una etapa de profundo dogmatismo cultural, en medio del Quinquenio Gris, la novela fue censurada debido a sus críticas para con el sistema soviético (Cuba entró al CAME en 1972, por lo que enjuiciar la mano que daba de comer no era una alternativa posible). La manera de contar los dramas y dudas de un hombre, así como los frontales acercamientos al fanatismo y al oportunismo, que tanta mella hicieron al interior de las instituciones políticas y culturales, fueron elementos para reforzar la decisión de los censores. Una novela de profundo fervor político y militante, nombrada por algunos con el epíteto de «novela de la Revolución», era excluida por la propia Revolución, hasta tanto su autor no realizase cambios estructurales y políticos que permitieran a la obra entrar en el rango de «publicable».

    De esta forma, Las iniciales de la tierra es una novela que no acepta una lectura pasiva, es una obra compleja, profunda y divertida, que trabaja todo el tiempo desde una narración depurada, escrita para lectores que pretenden desentrañar las iniciales de una época. Es una búsqueda en el subsuelo de la esperanza, una disección de esa epopeya que, en la novela, nadie pone en duda. Y ese nadie incluye a los personajes, pero también a un lector que, estando o no de acuerdo con el rumbo del proceso revolucionario cubano, no puede evitar que la épica lo absorba y zambullirse en ella aun cuando la efusividad se haya convertido en espera. La novela demuestra que hubo, en efecto, un ideal en el que muchos creyeron hasta la desmesura.

    Las iniciales de la tierra refleja el período de Ilusión, lo que hace valer esa idea de Karl Marx, citada por Ambrosio Fornet, de que los novelistas ingleses —Dickens, Thackeray, Charlotte Bronte— habían revelado al mundo más verdades que todos los ideólogos de su tiempo. Para cualquiera que no haya vivido épica alguna, su lectura arrojará más matices, dramatismos, entendimiento y sagacidad que cualquier discurso, informe o material político.

    La pregunta de qué pasó con Carlos después de esa asamblea de la escena final es equivalente a preguntarse qué sucedió con una generación que chocó de frente contra un muro que indicaba, autoritario, que el futuro luminoso no llegaría nunca, una generación que, poco a poco, fue menguando sus cuotas de ilusión y enredándose cada vez más en un laberinto constrictor. Las iniciales de la tierra habla de una época, una épica, una fiebre revolucionaria, una Cuba que ya no existe, pero que en sus páginas, casi como un milagro, todavía permanece.

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    1 COMENTARIO

    1. Vaya lectura ideológico-entusiasta de Las iniciales a estas alturas, me sorprendió el texto. Jesús tiene novelas excelentes como Las palabras perdidas, y no precisamente por lo testimonial o quizá a pesar suyo, pero ¿cabe leer así Las iniciales?

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