El poder del pueblo, qué poder ni poder

    Puesto que no tenemos nada mejor que hacer ahora mismo, imaginemos que los díscolos vecinos de un mugriento barrio de La Habana, o de Sancti Spíritus, o de Las Tunas, nominan como candidato a delegado de su circunscripción no a quien les mandaron que nominaran, sino, precisamente, a quien les dijeron que no debían, bajo ninguna circunstancia, nominar, un hombrecito un tanto ridículo al que le gusta hablar de derechos humanos y de la separación entre los poderes del Estado, o un tornado de mujer que estuvo una vez presa por boconear a la policía, o un jovencito esmirriado, medio muerto de hambre y un poco mariquita, que, bisbisea la gente, escribe para una publicación extranjera y es amigo de Yoani Sánchez.

    Imaginemos más, imaginemos que el leguleyo, o la mujerona, o el periodista, no solo logran ser admitidos en la boleta, sino que, incluso después de ser visitados en sus casas por una sucesión de esbirros de deplorables modales y dicción, que los conminan a abandonar su campaña, y también el barrio, y mudarse a Hialeah o a Lavapiés o al treizième arrondissement, los pasaportes están listos, el pasaje va por nosotros, les informan, los tres pesados se niegan a desistir de su descabellado propósito de ser electos delegados de sus roñosas circunscripciones, y llega el 26 de noviembre, y ganan, con inesperada contundencia, y a Raúl Castro casi le da un soponcio cuando se entera, y Miguel Díaz-Canel, que prometió hacer lo necesario para desacreditar a cualquier candidato independiente, escupe obscenidades durante veinticuatro horas seguidas, e imaginemos que aún después de varios paniaguados actos de repudio organizados en los días siguientes, en los que los tres flamantes delegados son llamados “gusanos”, “contrarrevolucionarios”, “traidores” y hasta, enigmáticamente, “anexionistas”, y largos, coléricos interrogatorios en las sedes locales de la Seguridad del Estado, conducidos por, digamos, el capitán Argelio en Villa Marista, y la capitana Anayansi en Sancti Spíritus, y el mayor Adalberto, todo acné y bíceps, en Las Tunas, los muy testarudos se niegan a renunciar a sus escaños, y se presentan, zoquetes, en la reunión de constitución de las respectivas Asambleas Municipales del Poder Popular, y toman asiento y son gruñonamente juramentados en salones presididos por retratos de José Martí y de un muy sombrío, claramente decepcionado Fidel Castro.

    Llegados a este punto, es difícil seguir imaginando, una cosa es imaginar y otra, ya sumamente peligrosa en política, delirar, pero tratemos. En la primera sesión de la Asamblea Municipal de, quizás, Centro Habana, el leguleyo introduce una propuesta de resolución por la cual los delegados de ese municipio solicitarían a la Asamblea Nacional que convoque una Asamblea Nacional Constituyente para reformar el sistema político del país y reconocer su frondosa pluralidad ideológica. En Sancti Spíritus, la mujerona propone otra resolución, reclamando al Ministerio de Finanzas y Precios que reduzca por dos años en un robusto 75% los impuestos a los trabajadores por cuenta propia y autorice la creación de empresas privadas de servicios profesionales, incluyendo abogados, arquitectos, ingenieros, contadores y comunicadores. En Las Tunas, el niñato propone que la administración del indescifrable periódico local, el 26, de Radio Victoria, y de algo llamado TunasVisión, que no se sabe muy bien qué es pero parece ser una estación de televisión, sea legalmente entregada a cooperativas independientes formadas por sus propios periodistas, con la potestad de elegir a sus directores y subdirectores, decidir la orientación editorial de sus medios, y contratar nuevos empleados, tengan o no título de periodismo de La Habana, de Santiago de Cuba o de Londres.

    Quizás estos tres no sean tan temerarios, y quizás no deba serlo tampoco nuestra imaginación. En vez de querer cambiar la Constitución, el leguleyo emprende una cruzada personal contra Aguas de La Habana, y reclama que los directivos de esa empresa comparezcan en una sesión pública de la Asamblea Municipal para responder acusaciones de incumplimiento de contrato, negligencia criminal, maltrato a los clientes, corrupción e incompetencia. En vez de tratar de eliminar o reducir impuestos a los trabajadores por cuenta propia, la mujerona, muy anialinaresca ella, a su medida y a su manera, propone crear una comisión de la Asamblea espirituana para investigar cómo son tratados por la policía negros y mulatos, en comparación con la forma tanto más gentil en que son tratados los que pasan por blancos. Previendo, tristemente, que incluso si entregara la autoridad y el presupuesto del 26 a sus propios periodistas, el periódico seguiría siendo exactamente igual, ni una sola letra mejor, y que en realidad, a sus electores les importa el futuro del 26 tanto como les importa el de los viñedos de Nueva Gales del Sur, el muchachito de Las Tunas decide que mejor emplea en un plan más atractivo sus fuerzas, y los pocos días que durará como delegado a la Asamblea Municipal antes de que lo echen de su escaño y lo arrojen al fondo de un calabozo de El Típico. Presenta en el Tribunal Popular Municipal, como quien no quiere la cosa, haciéndose el inocente y dando muchas gracias y casi pidiendo perdón por la molestia, una demanda contra la Asamblea Provincial del Poder Popular de La Habana por violación de los derechos constitucionales de los tuneros expulsados de la capital por no tener allá domicilio u ocupación permanentes.

    Ya hemos llegado a un punto en esta historia al que ni Philip K. Dick la hubiera podido llevar. Sería una estruendosa sorpresa que en las elecciones del próximo mes, un candidato, ya no digamos tres, no aprobado por el Buró Político del Partido Comunista y por la Seguridad del Estado, gane la mayoría absoluta de los votos en su circunscripción y se convierta en delegado a la Asamblea de uno de los 168 municipios en que han sido metódicamente divididos el territorio y el infortunio de Cuba. No sería imposible que en un barrio, o en dos, quizás aquellos en los que el huracán Irma hizo más daño y la gente se cansó de esperar una visita siquiera protocolar de Raúl, o, en su lugar, paquetes de jabones, leche y aceite, los vecinos, con fina malicia, solo para, estrictamente, joder, aprueben la candidatura de alguien que no sea religiosamente “revolucionario”, en la perversa acepción de esa palabra que constituye la única identidad política admitida en la isla. Pero de ahí a que esos candidatos rebeldes puedan ganar la elección en noviembre, va un trecho tan grande como el que va de las declaraciones patrióticas de Raúl a su torrencial desdén por los cubanos. Ya en la elección pasada, algún que otro candidato autodeclarado independiente logró escurrirse en la boleta de su circunscripción, y cuando fueron contados los votos, tras una campaña de presiones, intimidación y mentiras que hasta Steve Bannon, the Trumpmaster, juzgaría excesiva, parecía que ni siquiera habían votado por ellos sus propios familiares.

    Es por eso tan notable que a los gobernantes cubanos les causen estas inútiles elecciones de noviembre tanto nerviosismo. Cualquiera diría, escuchando las amenazas de Díaz-Canel contra los candidatos independientes, o viendo las grotescas trampas puestas en cada localidad contra las candidaturas de aquellos que no hayan previamente jurado lealtad eterna a Raúl y lo que él todavía llama «Revolución», que de verdad los dueños del país creen que podrían perder dos o tres circunscripciones, de 12515, una catástrofe que nunca antes imaginaron que pudiera ocurrir. Probablemente, los reportes que recibe Raúl sobre la situación interna del país son tan negativos que el General de Generales decidió que era mejor quedarse a buen recaudo en su despacho y no asomar la nariz en Centro Habana o en Santa Clara o en Esmeralda, ni siquiera para inspeccionar los destrozos del huracán, no fuera a ser que lo recibieran en esos recónditos parajes con insuficiente entusiasmo o hasta con algún grito de, si no hostilidad, exasperación. El crónico descontento de la vasta mayoría de los cubanos con el estado y el rumbo del país parece haberse enconado después de Irma, por la obstinada incompetencia del gobierno para restaurar rápidamente los servicios básicos y atender a las necesidades de las víctimas del huracán, los de Irma, y los de los huracanes anteriores. Los grupos de oposición, ya antes de que Irma raspara el norte de Cuba, habían visto en las elecciones de delegados a circunscripción la oportunidad no de derrotar al gobierno por la imposible vía constitucional, pero sí de causarle fieras molestias, y quizás, darle una sorpresa o dos. Incluso si lo lograran, la circunscripción número 3 de La Lisa no es Pennsylvania, y la número 5 de Santa Clara no es Michigan, no habría un cambio de gobierno en Cuba si los votantes de esos barrios marcaran en sus boletas el nombre de quien, les han dicho, representa al monstruoso enemigo de la nación.

    Pero Raúl y su aparente sucesor han sacado mal las cuentas, han sobrestimado no el descontento de los cubanos, sino su valor. No sería descabellado imaginar que el leguleyo centrohabanero a quien le gusta hablar de democracia y derechos humanos, o la Mariana de Sancti Spíritus, o el raquítico periodista de Las Tunas, consiguieran un centenar de votos, de vecinos que los conocen y los tratan diariamente, y no los consideran en absoluto enemigos, y tuvieran que ser incluidos en la boleta de su circunscripción, junto a dos o tres pétreos raulistas. Que lo lograran, sería magnífico, daría al menos una indicación de que algunos cubanos se han curado del pernicioso miedo a las consecuencias de pensar y actuar libremente, no como les han mandado que lo hagan. Los candidatos que se proclamen independientes, sin embargo, no podrían conseguir, en las condiciones presentes, varios cientos de votos, quizás mil o dos mil, necesarios para conseguir un asiento en las Asambleas Municipales.  No hay ninguna fórmula matemática y política para que los tres héroes de nuestra historia se conviertan en delegados y cometan todas las tropelías que imaginamos, pedir una nueva Constitución, rebajar impuestos a los trabajadores por cuenta propia, crear cooperativas de periodistas. Incluso si mucho menos que eso quisieran hacer los candidatos rebeldes en caso de vencer en las elecciones de noviembre, de muy poco les serviría ser delegados a las Asambleas Municipales del Poder Popular, que carecen, como Irma probó cruelmente, de verdadera autoridad política, fiscal, legal o administrativa, tienen tan poco poder y hacen tan poco bien que nadie notaría si fueran disueltas, o si no hubiera elecciones para elegir a sus miembros y simplemente los nombrara Raúl a dedo, municipio por municipio.

    Raúl no tiene de qué preocuparse, tendrá las Asambleas que quiere, tan inútiles y serviles como las actuales. Nadie levantará en ellas jamás la mano para hacer una propuesta original de auténtica significación política, económica, legal o moral. Nadie siquiera discrepará jamás con una decisión del gobierno nacional. El leguleyo, la mujerona y el periodista no van a ser delegados, no esta vez, al menos. Fue útil, después de todo, imaginar por un momento que lo eran, que habían ganado, no fue una pérdida de tiempo. Así empieza todo siempre, en la imaginación.

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    Juan Orlando Pérez
    Juan Orlando Pérez
    Es, tercamente, el que ha sido, y no, por negligencia o pereza, otros hombres, ninguno de los cuales hubiera sido tampoco particularmente estimado por el público. Nació, inapropiadamente, en el Sagrado Corazón de La Habana. A pesar de la insistencia de su padre, nunca aprendió a jugar pelota. Su madre decidió por él lo que iba a ser cuando le compró, con casi todo el salario, El Corsario Negro. Él comprendió, resignadamente, lo que no iba a llegar a ser, cuando leyó El Siglo de las Luces. Estudió y enseñó periodismo en la Universidad de La Habana. Creyó él mismo ser periodista en Cuba durante varios años hasta que le hicieron ver su error. Fue a parar a Londres, en vez de al fondo del mar. Tiene un título de doctor por la Universidad de Westminster, que no encuentra en ninguna parte, si alguien lo encuentra que le avise. Tiene, y eso sí lo puede probar, un pasaporte británico, aunque no el acento ni las buenas maneras. La Universidad de Roehampton ha pagado puntualmente su salario por casi una década. Sus alumnos ahora se llaman Sarah, Jack, Ingrid y Mohammed, no Jorge Luis, Yohandy y Liset, como antes, pero salvo ese detalle, son iguales, la inocencia, la galante generosidad y la mala ortografía de los jóvenes son universales. Ahora solo escribe a regañadientes, a empujones, como en esta columna. La caída del título es la suya, no le ha llegado noticia de que haya caído o vaya pronto a caer nada más.
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    7 COMENTARIOS

      • Estimada Marisol,
        Anialinaresca… que guarda similitud con Annia Linares (¿en qué apectos?, el autor sabrá). Pero si la cosa viene, con todo respeto, por el «political correctness», el sr. Pérez le tiró una pedrada a la comunidad gay al decribir al candidato tunero como «un poco mariquita», y le dio un golpe bajo a los abogados al llamar «leguleyo» al candidato habanero. Aunque con toda franqueza, me parece que los abogados debieran estar exentos de consideración en cuanto a epítetos 🙂 Un cordial saludo.

    1. Tal como estaba previsto, …NO SE CUMPLIÓ LO QUE HAS NOVELADO, pero ha servido para saber que algunos periodistas como tú tienen un par de co***es para retar al régimen del nuevo Presidente Miguel Díaz-Canel.

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