La periodista Paola Ramos ha publicado un libro, titulado Desertores, en el que intenta explicar el apoyo creciente a la extrema derecha y, en consecuencia, a Donald Trump dentro de la comunidad latina en Estados Unidos. Hay varios factores políticos e históricos que lo explican, así como simples estrategias electorales. Sin embargo, me parece que una de las razones más relevantes tiene que ver con un fenómeno presente en diferentes comunidades minoritarias; cuando ocurre un éxodo abrupto de nuevos miembros, sus integrantes más antiguos tienden a distanciarse e incluso a renegar de sus compatriotas.
En la comunidad cubanoamericana, con la cual me identifico y conozco mejor, esta fractura ha ocurrido casi «de manual». Hace poco leía en un periódico el siguiente titular: «Candidato republicano Donald Trump obtiene apoyo mayoritario de cubanoamericanos, quienes declaran como sus prioridades a la hora de votar: 1) desarrollo económico y 2) control de la inmigración».
Pensemos en la primera de estas razones. Podemos encontrar innumerables estudios que han analizado las tasas de desempleo, inflación, salarios, ingresos y propiedades de la vivienda para demostrar que no ha habido, respecto a la economía, un cambio drástico entre las administraciones de Donald Trump y Joe Biden. Incluso, después de una pandemia y dos guerras, este quizá sea uno de los temas que menos podríamos criticar del mandato decrépito de Biden. Estados Unidos no solo cuenta con una economía que hoy crece más que ninguna otra, sino que también es la única que ha recuperado la tendencia interrumpida por la pandemia.
Pensemos entonces en la segunda de las razones: el control migratorio. En los últimos cuatro años, han llegado al país más de 500 mil cubanos, la mayor parte de ellos ubicados en Miami. Me pregunto cómo, después de pagar travesías, reclamar allegados, ayudarlos a empezar de cero, luchar por reuniones familiares y esperar paroles humanitarios, algunas personas terminan renegando de aquellos a quienes recibieron, de esos «hijos menores», y culpándolos de los problemas que solo nosotros hemos creado y dejado crecer.
A la retórica de siempre —«que no entren más», «yo sí llegué legal», «los que están llegando ahora no son como los de antes»—, hay que añadirle hoy la inclinación hacia la extrema derecha y el fanatismo por la figura de Donald Trump. Ahora los cantantes de salsa escriben canciones propagandística y el voto ha dejado de ser anónimo para cumplir este deber conservador casi identitario.
Ya no usamos el sticker de «I VOTED» como una medalla, ese privilegio último que distingue a los ciudadanos de los recién llegados. Durante todos mis años en Miami, la ciudad siempre ha sido un territorio en disputa. Y es desolador, unas ocasiones más que otras, presenciar el despliegue de estas ideas, discriminatorias en varios sentidos, que van más allá de cualquier líder o economía de mercado.
Voten por quien quieran, se lo han ganado. Son cinco años, tan largos y a la vez tan cortos, que a veces traen el privilegio y el olvido.