La revisión de los procesos literarios e intelectuales en diversos espacios del Caribe pone en evidencia, además de las secuelas del colonialismo, diferencias y desfasajes en los modos en que se ejerció la «colonialidad del poder». Un examen somero de la literatura en las islas angloparlantes, por ejemplo, muestra cómo esta ancla con profundas raíces en el propio accionar del Crown Colony System. Visto así, el año 1948 resultaría una suerte de parteaguas. Fue en ese momento posterior a la II Guerra Mundial, y a diferencia de lo ocurrido en las zonas francófona e hispana, cuando apareció un movimiento literario autóctono que redefiniría el Caribe intelectual de lengua inglesa.
Claro, una mirada desde una temporalidad «media» permitiría comprender el lapso entre 1930 y 1960 como una década «larga» y fructífera para esos procesos textuales, artísticos y sociales. De modo que, a partir los años treinta y la crisis en el mundo colonial, reflejo de la crisis metropolitana, surge un grupo de escritores que, al buscar y distinguir estas condiciones e influencias modeladoras de la larga experiencia colonial británica, convierten la narrativa en una forma de investigar y proyectar, desde un imaginario autóctono, la memoria cotidiana de una comunidad caribeña específica. Fundamentalmente vinculados a la prosa de ficción, estos narradores transforman la lengua inglesa en una prosa rítmica y musical que, con los acentos tradicionales del habla campesina, «miró a lo que tradicionalmente había sido pasado por alto».
Es mediante esa prosa atada a los ritmos ancestrales del Caribe profundo que intentaron revalorizar lo que George Lamming (1927-2022) llamaría, años después, «cultura del conuco», en oposición a la estratificada cultura que generó la sociedad caribeña de Plantación: solo en esa vida campesina había posibilidad de crear una cultura propia y no mimética. Dada la peculiar conformación histórica del Caribe, lo descubierto en esta escritura, en tanto sistema simbólico central con incidencia en otras esferas de la sociedad, fue un lugar propio de enunciación para una cultura: ahora, desde y para el Caribe.
Por supuesto, a ese grupo de escritores perteneció Lamming. Más allá de la calidad expresiva de la prosa del barbadense, si algo llama la atención en su ejecutoria intelectual de los inicios son los vasos comunicantes entre su obra narrativa y ensayística. Desde la primera novela, En el castillo de mi piel (1953), hasta su colección de ensayos Los placeres del exilio (1960), el hilo conductor es continuo y coherente. Así, Los emigrantes (1954), De la edad y la inocencia (1958), y Temporada de aventuras (1960), forman un tríptico conceptual donde los emigrantes que buscan su identidad, y no solo un mejor destino en Inglaterra, pueden ser vistos como una extensión del adolescente G. —el propio Lamming— que decide partir al final de En el castillo…
El tema principal en De la edad y la inocencia se ubica en San Cristóbal, mítica isla con rasgos de todos los espacios insulares caribeños. La novela narra la crisis estructural del poder y la dominación, organizados alrededor de la raza y el racismo, y el consiguiente ascenso del movimiento independentista. Al final de ella, estamos casi dentro del tema principal de su próxima novela, Temporada de aventuras. En la misma geografía imaginaria, San Cristóbal, se asiste a la independencia de la Isla —todas y ninguna— y su fracaso en manos de las nuevas élites gobernantes. Es la historia de dos mujeres: una, revolucionaria en busca de su padre; la otra, de clase media en busca de su linaje materno. Ambas se transforman en este periodo de búsqueda y reencuentro con orígenes diversos; periodo revolucionario, de cambio individual y colectivo. La década de los cincuenta finaliza con su colección de ensayos Los placeres del exilio que, fruto de múltiples viajes (Estados Unidos, África subsahariana, Francia y Haití), sistematiza algunas de estas experiencias fundamentales y constituye una incisiva reflexión sobre la dominación colonial en todas sus formas, violentas y pacíficas.
Ubicados en uno de los puntos de bifurcación del siglo XX —comienzo del proceso de descolonización en Asia, África y el Caribe; la «variante cultural» de la Guerra Fría, y el advenimiento de la Revolución Cubana como elemento dinamizador del panorama caribeño—, los ensayos agrupados en Los placeres… se mueven con mirada perspicaz a través de disímiles temporalidades históricas y culturales, geografías continentales, isleñas e imaginarias.
Al mismo tiempo, Lamming escribe cómo la lectura de Los jacobinos negros, del trinitario C.L.R. James, fue un hecho de gran importancia en la conformación de la visión caribeña y descolonizadora volcada en Los placeres… Es precisamente esa impronta de la cultura tradicional haitiana la que determina que su libro comience con la Ceremonia de las Almas, rito fundamental del vodú haitiano, donde ese campesino —cuya importancia señalamos al comienzo de este artículo— escucha «el secreto de los Muertos».
En un ritual realizado alrededor del vévé como Centro del Mundo, se establece por medio del sacerdote la comunicación con el espíritu necesitado de hablar para obtener paz. En este sentido, abrirse a un futuro no signado por el pasado es lo más importante de la Ceremonia. Para Lamming, la confluencia de los tiempos en ese Centro Sagrado actualiza un pasado que así se mantiene vivo y que, por tanto, busca abrirse camino hacia el futuro. A fin de cuentas, el rito de comunión en ese Eje del Mundo —haitiano y caribeño— sirve para despertar la aletargada memoria histórica: la historia inseparable de la Ley y la Palabra de Próspero y de su esclavo-aprendiz, Caliban.
Explícito o no, en estos ensayos todo girará alrededor del tempestuoso personaje de Shakespeare, es decir, Caliban: su migración a través del Atlántico Negro y su apropiación del lenguaje del amo. Para Lamming, solo a través de la historia oculta y olvidada de Caliban, en tanto personaje colectivo, se puede reactivar la capacidad del pasado para generar sentidos que rediman el presente y abran el porvenir.
Tal fue el aspecto más sugerente de su relectura de La tempestad… La novedad consistió en que, por medio del idioma inglés asumido como una lengua antillana, se revelaba un sentido profundamente descolonizador y abierto al futuro político de estas Antillas. Según Lamming, la subordinación lingüística y cultural del Caribe colonial anglófono a la cultura metropolitana guardaba una estrecha relación con el mismo esquema de dominación centro-colonizador y periferia-colonizada.
Aquí, en primer lugar, el lenguaje fue instrumento de dominio y exclusión, pero, al mismo tiempo, conformó una realidad que parecía no contenerse en el esquema primigenio y binario del colonizador. Caliban —esa «fuente de energía»— fue primero aborigen Caribe y caníbal; luego, esclavo y rebelde, y, más tarde, mano de obra asalariada y trabajador migrante por todo el Caribe y en la metrópoli; ahora, era también el intelectual exiliado que escribe en la lengua que le impuso la colonización. Para Caliban, lenguaje y cultura —armas de Próspero— son, sin dejar de ser prisión y exilio, la fuente y la condición de su libertad.
«Un monstruo, un niño, un esclavo», es el texto que nuclea la colección. Fue en sus páginas donde, desde la inversión de sus signos y personajes principales, se hizo la primera relectura de La tempestad. Ahora el protagonista no es Próspero, el Rey-mago-filósofo, con sus libros y ciencias ocultas que organizan espiritualmente la realidad, sino el esclavo deforme y sin palabras que un día atravesó el Atlántico en las bodegas de un barco negrero. Caliban, a quien «nunca se le otorga el poder de ver», es —en la relectura del barbadense— «la ocasión con la que debe relacionarse toda situación en el contexto de La tempestad». En el Caribe, sin Caliban no hay Próspero ya que las historias de los dos personajes están indisolublemente ligadas al compartir la condición de exiliados. Sin embargo, una cosa es el exilio como colonizador y otra el exilio como colonizado, pues este último está excluido en un doble sentido. El primero y más importante de ellos es el lenguaje, porque, dice Lamming, la lengua no es solo escribir y hablar, sino una historia oculta de significados: derecho, política, filosofía, literatura e historia.
Son todas estas implicaciones del lenguaje, visto como instrumento de colonización, lo que le permitió a Próspero el ascenso al trono en una isla que no era suya. Es también el lenguaje, como Democracia Parlamentaria, lo que le permitirá manejar las independencias en el Caribe anglófono. Pero será también el lenguaje, es decir, el discurso y el concepto, lo que le brinde a Caliban una «vía necesaria hacia zonas del ser que no podían alcanzarse de ninguna otra forma». Este es el peligro que Próspero conoce. Aunque a Caliban no se le da el idioma como un legado perfecto, pues Lamming-Caliban siempre será un «escritor antillano colonial y exiliado», es ese idioma compartido la posibilidad abierta al futuro para construir una nueva relación con Próspero.
A esa relación dialéctica que, pese a todo, el colonialismo promueve, y que involucra a ambos personajes, Lamming dedica otro de sus ensayos. Examina ahí al patriota independentista Toussaint Louverture y la Revolución Haitiana. Ajena a todo dualismo simplificador, la genealogía del «monstruo» Caliban es híbrida y sumamente compleja. Según Lamming, ese también es el caso del historiador trinitario C.L.R. James quien, apropiándose de la lengua imperial, la tradición historiográfica occidental y el marxismo europeo, mostró en Los jacobinos negros un Calibán como Próspero nunca lo había conocido: no solo soldado y estratega en el campo de batalla, sino lector de libros, organizador de la hacienda pública, alguien que toma las decisiones correctas en el juego de la política.
Un punto particular en la interpretación de Lamming es su visión totalmente negativa sobre el personaje de Ariel. Si en su novela En el castillo de mi piel habíamos visto una aguda crítica al estrato burgués nativo, mediador entre la metrópoli y las masas populares, en Los placeres… se acusa a Ariel de «policía secreto» y «espía arquetípico». Y, claro, estamos en los años más duros de la Guerra Fría.
Por tanto, Ariel no es esclavo en el mismo sentido en que lo es Calibán, aunque Próspero nunca duda en recordarle su servidumbre. Ariel —como las élites dependientes en el mundo poscolonial caribeño anglófono— es un sirviente con privilegios. En el drama, al igual que en las sociedades caribeñas, cada personaje, Caliban y Ariel, juega un rol distinto. Formados con sustancias parecidas, pero con destinos diferentes, no puede haber acuerdo entre Caliban y Ariel. La historia de Ariel, burguesía nativa al servicio de la dominación colonial, es el pasado y el presente de nuestras sociedades. La historia de Caliban, «muy turbulenta, pertenece al futuro». Dicho de otro modo, su función —palabra y acción— es deshacer la «larga temporalidad» de la dominación para crear una temporalidad otra: la independencia.
Y como La tempestad es un «drama que crece en las semillas del exilio y la paradoja» hacia el final del libro, el autor barbadense, paradójicamente, sigue con fidelidad el texto original del dramaturgo isabelino. Próspero está dispuesto a abandonar la isla. Se impone, de esta forma, la distancia que siempre ha existido entre él y su esclavo. Caliban, como objeto inservible en el ducado de Milán, debe quedar abandonado. Al igual que Ismael —el protagonista del Moby Dick de Herman Melville— puede comenzar a contar su historia.
Si con el fin de la esclavitud, en 1833, o bien mucho más tarde, con las independencias en la década del sesenta, esa soledad hubiera sido cierta, Caliban habría tenido la posibilidad de construir un futuro propio en su isla: construir su propio barco, su Pequod (Moby Dick). No fue así. El nuevo mundo para el Caribe sería, en un plano temporal, el siglo XX, pero este significó en los hechos, a la par que la «voz» declinante del imperio británico, la «fuente verdadera de autoridad: los Estados Unidos».
Los dos últimos ensayos de Los placeres… remiten al contexto histórico que acoge el libro. En el mundo de posguerra y en plena Guerra Fría, la presencia de África es inevitable, no solo como continente que empieza a independizarse, sino como espacio donde los ciudadanos van adquiriendo diferente gravitación histórica, al redescubrir una nueva tradicional forma de relacionarse con los demás. Algo que, como apunta Lamming, los caribeños aún no han logrado. En África y Estados Unidos están la prueba de que en la relación de Caliban con Próspero algo está cambiando definitivamente: el mundo ya no pertenece por entero a Próspero y a su Palabra excluyente.
Al final de la colección la historia parece repetirse y volver al comienzo. El último ensayo, «Viaje a una expectativa», puede ser leído, más que como epílogo, como prólogo de Los placeres… Un grupo de escritores y amigos antillanos necesitados de trabajo y con la firme convicción de convertirse en literatos profesionales emigran, sin pasaje de regreso a las Antillas, hacia Southampton, Inglaterra. Repiten así, pero en distinto sentido, la experiencia de Caliban en el viaje de medio pasaje a través del Atlántico.
Los placeres del exilio son, más que nada, la posibilidad de hacer una lectura que pudiéramos llamar imaginal y a contracorriente de la historia caribeña y americana; una novedosa forma de ver la realidad desde la conciencia de un sujeto que, aunque se sabe colonial, no vacila en apropiarse de la lengua del amo para lograr su independencia cultural y política. Para el Lamming, Caliban —como todo escritor anglocaribeño— será siempre un exiliado, puesto que a fin de cuentas el exilio, metáfora proveniente del romanticismo inglés que tan bien conocía el barbadense, es la propia condición humana: un pasaje solo de ida, una caída en el mundo de lo imperfecto.
No hay —ni puede haber— regreso a una realidad caribeña idílica y sin contradicciones. Solo la aguda conciencia de ser un escritor de segundo orden en la metrópoli, un escritor condenado «a los derechos de plena ciudadanía» al no cumplirse los requisitos para la deportación. Es por esta sagaz conciencia de exiliado, y gracias a la lengua impuesta por la colonización, que la obra de George Lamming asentó una tradición que, pasados más de 60 años, se ha mantenido como la más rica en sugerencias para la historia y la cultura en ese Nuevo Mundo.
Una vez escuché una conferencia sobre El castillo de mi piel, y me lo recordaste con tu magnifico ensayo. Ocurrió en la Casa de las Americas en los años noventa. Magnifico tu ensayo.