No hay derechos ajenos 

    Una lectura, típica de la neurosis identitaria del capitalismo tardío —por eso es cada vez más pertinente entender Cuba desde claves contemporáneas, globales y no excepcionalistas— dice que la aprobación este domingo del Código de las Familias, y en particular algunos derechos contenidos en el mismo, es resultado directo, exclusivo de una pelea librada únicamente por la comunidad favorecida. Eso no es verdad. Ni en la isla ni en ninguna parte. 

    Las parejas homosexuales van a poder casarse no solo gracias a la disputa —histórica, legítima, feroz, pero, aun así, no autosuficiente— de las minorías sexuales por su reconocimiento pleno y la aprobación de sus derechos elementales. El ecosistema social genera tensiones múltiples y el poder negocia, preferiblemente para sí mismo de manera tácita, los conflictos latentes: presiona, drena y ecualiza desde la opacidad represiva de su sala de máquinas. Y, sobre todo, parcela las identidades disidentes: el negro a lo negro, el gay a lo gay, el nativo a lo nativo, diluyendo cualquier noción transversal de la política y, por supuesto, la posibilidad del cambio estructural, es decir, la conciencia de la lógica económica vigente y su correlato en grupos y clases sociales. 

    Una interpretación concreta de la dictadura y los cubanos, fuera de las consignas libertarias que pueblan el espacio mesiánico del exilio castrista, reconoce que los derechos horadan el cerco del totalitarismo y que el Estado totalitario suele entregar derechos de modo elusivo, como si estos no minaran su control, su idea de gobierno. El Estado totalitario no va a reconocer su resquebrajamiento, y todo ajuste forzoso va a presentarlo solo como ejercicio de su propia voluntad. Entonces, ¿por qué, necesariamente, creerle? ¿A quién conviene que le creamos? A todo aquel que se constituye en relación con el Estado totalitario, y esto comprende, en principio, tanto a quienes lo legitiman como a quienes dicen negarlo a ultranza. Porque no se trata de negarlo, se trata de trascenderlo. 

    Los presos políticos no son entidades abstractas. El Movimiento San Isidro o Unpacu no son entidades abstractas. Los aires inéditos de protesta social no son abstractos. Nada de eso está ahí solo para que alguien —tú— lo defienda. Están ahí para expresarse por sí mismos también. 

    La negociación política incluye concesiones y acuerdos. Algunos ocurren de manera oficiosa, viva, como ahora. Muchas cosas se ganaron en las calles, aunque la propaganda oficial no vaya a admitirlo (a quién se le ocurre que lo harían), y aunque la retórica opositora dominante crea que lo único que se podía o debía lograr en las calles era el derrocamiento y que todo lo demás es distracción. Independientemente de lo que crea la gente del No, y de lo que crea la gente del Sí, el Código de las Familias se aprueba gracias también a los cuerpos de los presos políticos, a la gente que ha tenido trágicamente que exiliarse, incluso si esa misma gente no quiere reconocer el Código como una victoria suya. 

    Los cubanos viven tentados por la retórica autoritaria: la buscan y la detectan en Kendall, Lavapiés o Calimete. La democracia, en cambio, no emana solo del poder. De hecho, la democracia donde menos se encuentra es en los gestos «democráticos» del poder; a estas alturas, la mayor parte de ellos, automatismos liberales. Hay formas de gestión democrática en toda transición, e incluso en el estancamiento. Lo que San Isidro hizo —para ejemplificar con el grupo más emocionalmente cercano a mí— fue vivir en democracia. Fue demostrar, no pontificar. No dijeron: «Mañana viviremos en igualdad de derechos», sino: «Bueno, yo voy a vivir ya como se supone, a ver qué tal». Hay un grupo que se sacrifica, y ese gesto, a la postre, también garantiza derechos ajenos. Una vanguardia política. 

    A la larga, lo que entiende cualquier individuo humanista es que no hay derechos ajenos. Si un gay se casa, me caso yo, que también habito la posibilidad. Sin embargo, hay en nuestro contexto un discurso y una institución reaccionaria que, en defensa de los presos políticos, los instrumentaliza solo como fines en sí mismos. Qué espanto. Los presos están presos también por los demás.

    Solo esta mirada al corazón de la democracia como un nudo de fuerzas individuales, pero solidarias, permitirá la no revictimización de los cuerpos disidentes, una lectura ecuménica de su apuesta cívica (aquí no importan las opiniones políticas sobre asuntos manipulados que se convierten en ficciones delirantes, como el embargo, la anexión, la guerra, la preservación del socialismo, sino el lugar ideológico que se ocupa como sujeto), y el entendimiento convergente de las identidades subalternas. Lo otro, los logros particularizados, la mera negación, el olvido o el silencio tendido sobre los actos y las palabras del otro, son los métodos del autoritarismo —su educación, su impronta—, y pueden encontrarse tanto entre la gente del Sí como entre la gente del No.

    En resumen: no hay Código de las Familias sin 11-J, porque el cuerpo de alguien paga mi privilegio. Y eso es una verdad histórica, al margen de su inmediato reconocimiento o no.

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    Carlos Manuel Álvarez
    Carlos Manuel Álvarez
    Bebedor de absenta. Grafitero del Word. Nada encuentra más exquisito que los manjares de la carestía: los caramelos de la bodega, los espaguetis recalentados, la pizza de cinco pesos. Leyó un Hamlet apócrifo más impactante que el original de Shakeaspeare, con frases como esta, que repite como un mantra: «la hora de la sangre ha de llegar, o yo no valgo nada». Cree solo en dos cosas: la audacia de los primeros bates y la soledad del center field.
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    3 COMENTARIOS

    1. «Nunca preguntes por quién doblan las campanas», doblan por tí y por mí, la muerte y la vida, la desdicha y la dicha, nos atañe a todos. En este mundo incierto e impredecible va quedando en la mochila siempre imperecedero nuestro Martí. Con todos y para el bien de todos.

    2. No sé, pero desde el abismo de mi experiencia personal con el totalitarismo castrista, me cuido mucho de calificar de buenos y malos los emprendimientos y sus resultados en esta traumática experiencia. A mi juicio, todo lo que incluye este sistema de esclavitud es una mierda, a la corta o a la larga. Creo que lo contrario es ponerse a banalizar una terrible experiencia que nos envilece, maltrata y encanalla constantemente. Y esto es lo que me parece lo que argumenta Carlos Manuel Álvarez en su trabajo, una banalización de esta perfidia. No hay derechos ajenos. Creo que en el fondo, soslaya que todo lo que rodea al ser humano no implica que de por sí se tiene derecho sobre ello. Los derechos no son ilimitados ni pueden ir contra la continuidad de la especie humana. Si la mayoría de la Humanidad fuese gay de corazón y recto, dicha Humanidad estaría cumpliendo las predicciones del Malthus en un ejercicio de chacumbelismo extralimitado. Nadie tiene derecho a comerse un niño, aunque sea de su carne y sangre. Nadie tiene derecho a proclamarse dictador bienhechor de su pueblo. Nadie tiene derecho a cambiar oficialmente el nombre de su abuelo. La civilización del ofendido que en el presente infecta a la Humanidad se nutre de esta misma banalización, soslayando el delirio des-civilizador actuando a nombre de esta. ¿Dónde están los derechos irrestrictos y bien establecidos por ley de los zurdos? ¿O de los tullidos de la pierna derecha? ¿O de los tartamudos y orejones? Solo proponerlos parece una imbecilidad mayúscula, incluso dentro de la órbita de moda, el influjo wouk. Pero ojo, estos delirantes derechos van en el mismo tono de este mal intencionado Código de Familia cubano, porque celebrar como triunfo y considerar bien intencionado el interés de una dictadura decadente por promover derechos de estrecho margen, cuando denodadamente irrespeta todos los derechos humanos universales, no me atrevo a calificarlo de ingenuidad, no a estas alturas del juego. Estos asuntos que fueron aprobados en una de las tantas discutibles votaciones nacionales de los últimos sesenta o setenta años, domeñadas a priori para lograr un resultado a gusto del grupo dominante y único proponente en medio de acuciantes problemas de miseria creciente, son temas que las sociedades discuten larga y libremente, por años, en un proceso de decantación, retroceso y avances por convencimiento propio, no como algo impuesto a empujones desde el poder. Toda esa lenta evolución ha faltado en este país por la ausencia de libertad y democracia de una nación empotrada en el autoritarismo desde la época colonial (lo que se percibió claramente luego de un período democrático con altibajos de 58 años). En este vacío evolutivo, el adefesio del Código de Familia cubano es como celebrar que en campos de concentración y exterminio como Auschwitz o Kolymá en la distante Siberia, a los judíos y otras víctimas del totalitarismo, entre ellos los gay de ambos sexos, sus represores y verdugos les concedieran graciosamente el derecho a casarse y tener o adoptar hijos…claro, y con las chimeneas constantemente echando humo.

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