Carta a un hombre blanco, heterosexual, intelectual y socialista

    Algo cambió en Cuba el 11 de julio y tú lo viste. Hemos estado distanciados desde entonces. ¿Cómo habría sido encontrarnos en la multitud? La vida me debe tantas cosas.

    Bajó la marejada y aparecieron los trastos que el mar les devuelve a las personas, los testimonios de la gente detenida tras las manifestaciones. He pensado en tu reacción al testimonio de Leonardo Romero Negrín, y en la reacción de tantos que como tú todavía creen salvar cosas del sistema cubano escogidas con pinzas.

    Hay violencia y corrupción en todas sus formas y colores en el relato de este muchacho estudiante de Física de la Universidad de La Habana, vejado por la policía política. Pero hay también, a lo largo de 62 años, innumerables historias así. Solo recientemente puedo mencionarte el testimonio de Héctor Valdés, parecido al de Leonardo, o el secuestro de 29 días al que estuvo sometido Luis Manuel Otero hace unos meses en el hospital Calixto García, o el tiempo que llevan desperdigados por cárceles del país la mayoría de lxs muchachxs de la Protesta de Obispo.

    He visto a varios como tú, y lo celebro, tomar ahora posturas firmes y reclamar una comisión que investigue y esclarezca los hechos para comenzar un proceso de reconciliación nacional. Sin embargo, sospecho que las razones por la que te identificas con Leonardo son, todas, aspectos suyos que lo acercan a ti. Hombre, blanco, heterosexual —al menos así lo piensas tú—, universitario reflexivo como tú, muchacho serio, pero sobre todo socialista, como tú. Hay que salvarlo por esas razones, no porque sea alguien sometido a una injusticia. Alguien que se distingue de la chusma gusana y su retórica, ante la que reaccionas casi con gesto de asco.

    También este joven se separa del negro artista que muchos no validan como tal, y del periodista negro y gay que muchos tampoco validan como tal, y todavía más de lxs revoltosxs de la Protesta de Obispo, evento en que Leonardo por primera vez se dio el lujo de expresarse con su cartel «Socialismo sí, Represión no».

    Te sientes aturdido, confrontado por el poder y las personas que lo mantienen. Y no encuentras motivos, y quieres descubrir por qué. ¿Qué mueve a estas personas a voltear la cara y no validar, ni querer leer, ni escuchar el testimonio del muchacho socialista?

    Luego apareció un nuevo relato también perteneciente al 11-J. Se trataba de una adolescente, aún menor de edad, negra y pobre, alumna del sistema educativo dizque socialista de tu revolución. Se llama Gabriela Zequeira. Su testimonio fue seco, duro, sin adornos ni golosinas morbosas. ¿Qué necesitaría un hombre, blanco, heterosexual, intelectual y socialista para reaccionar y sacudirse toda tibieza ante el testimonio de una niña negra, pobre, de educación secundaria?

    «Yo soy menor de edad, yo no debo estar aquí. Yo soy menor de edad, yo quiero ver a mi mamá. Avísenle a mi mamá», decía Gabriela, pero los hombres blancos, heterosexuales, intelectuales y socialistas necesitan, antes de dar un paso en defensa del otro, identificar ciertos requisitos impuesto por su honra acartonada. Y es que, si han de salvar a alguien, lo hacen para salvarse siempre ellos mismos.

    ¿Qué tipo de socialismo defienden los hombres blancos, intelectuales y heterosexuales, cuando uno de estos testimonios los levanta de la silla, mientras cuestionan la legitimidad y veracidad del otro, su forma, su contenido, y también el medio de prensa que lo publica? ¿Qué tipo de socialismo… cuando este otro testimonio se ignora o, peor, se normaliza?

    Leonardo es un joven blanco universitario socialista. Y merece justicia. Gabriela es una adolecente, menor de edad, negra de educación básica y pobre. Y merece justicia. Pero bien sabes que la justicia no es la misma para ambos, porque, aunque lleve túnica y nombre de diosa, detrás y desde siempre la justicia siempre ha sido un hombre, y uno blanco. En esa mazmorra, Leonardo y Gabriela son dos presas diferentes.  El apetito de la fiera para deshumanizar el cuerpo de un joven blanco no es el mismo con el que devora el cuerpo de una niña negra.

    No confío en quien defiende a ultranza un diálogo y, al mismo tiempo, ignora a las personas que justo habría que representar en esa conversación. Me resisto mil veces a la normalidad disfrazada de paz, repleta de buenas intenciones. Y dudar del diálogo, por favor, no significa una ambición bélica con tanques y cohetes, misiles y miseria, prisioneros de guerra o políticos, tortura, incertidumbre y miedo. Aunque en cierta medida algo así ya esté sucediendo.

    Y, bueno, yo soy una madre, ama de casa, que padece desde otros lados los vacíos y a veces reflexiona sobre ellos. Pero tú, ¿qué piensas tú de todo esto? Quedo atenta a tu respuesta, o quizá no tanto.

    Abrazo de gusana.

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