Advertencia: Me temo que cualquier vanidad conceptual sobre esta cuestión resulte débil ante el (im)pulso de lo vivido. Sin embargo, lo vivido busca conexión en la palabra como un dispositivo móvil en las estructuras de red. Un dictador ejerce el poder por medio de una dictadura, o sistema político que premia la intolerancia a la biodiversidad y la ausencia de hábitos culturales democráticos. L1: Bueno, pero para decir eso primero tienes que definir lo que son hábitos culturales democráticos. L2: Y qué es eso de la intolerancia a la biodiversidad. Si puedes, pon menos palabras de esas. L3: Si puedes, no pongas ninguna. Pero define lo que es poder. Siempre me han dicho que el dictador es la verruga y no el cáncer. Por tanto, no pienso que sea el genio carismático, el militar invencible, el hábil economista… L4: Siempre-siempre, no. Y no puedes llamarlo cáncer. L5: A mi entender, no queda claro qué es una dictadura.
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Un dictador desempeña un desprecio por la realidad. Pero aun cuando que su discurso está cimentado en la propaganda, un dictador no dice solo mentiras. El arquetípico dictador que hoy se teme y se repudia, Hitler, «fue completamente sincero y brutalmente inequívoco en la definición de los objetivos reales del movimiento nazi, pero estos simplemente no fueron reconocidos por un público impróvido para tal consistencia».[1] El dictador busca una ruptura radical con el presente. Como sus prosélitos, un dictador busca trasgredir la realidad utilizando métodos de terror y propaganda —instituciones revolucionarias— y fabricando así la sensación de lo que está consiguiendo. Un dictador sabe habitar el lugar común del fake it until you make it.
Es así como la dictadura se convierte en una cápsula de ficciones que distorsionan la realidad mundial. Esta cápsula no depende de la consistencia de la mentira, sino del desprecio por la verdad compartido por quienes se identifican con el régimen. El dictador logra mantenerse en la historia porque él es un cazador del tiempo, un perseguidor de la neurosis colectiva, o de la época: «un caudillo que encabeza un gran movimiento social no es más que el espejo en que se reflejan en dimensiones colosales las creencias, las necesidades, preocupaciones y hábitos en una época dada de su historia».[2] El dictador promete el cambio que ansían sus interlocutores u oyentes, asegurando que solo él puede transformar sus vidas; para ello repite una ficción popular, cuya semilla no ha plantado él, pero la ha regado con cierta voluntad de hacer que crezca su tronco. Es decir, su poder es relacional y necesita un pueblo. No puede tomarlo o ejercerlo en solitario porque requiere un florero de raíces sociales.
Un dictador se justifica diciendo la vida es sueño. Tenemos la libertad de edificar el futuro, eso nos hace modernos. No solo tenemos la libertad, también el derecho. Un dictador habla en un nosotros singular. No se me ocurren en este momento usos del nosotros en plural, realmente, pero se me ocurre algún uso del yo en plural («yo soy amplio, contengo las multitudes»). No siempre el «nosotros» indica una retórica del despotismo, pero se presta para la mecánica coercitiva y excluyente de las relaciones tiránicas. Tampoco el yo premia siempre al individualismo, porque ahí se entrelazan los brazos del mundo. El yo es un punto o un lugar en la realidad y por tanto una contingencia abigarrada. Una dictadura es la coerción del nosotros singular: nosotros hablamos una lengua, esta lengua. En una cultura democrática, dirigida desde un yo plural, urge conocer las lenguas que hilan el punto de realidad habitado y decir: yo quiero que hablemos, pues aquí estamos, naciendo y haciendo.
Paisaje de arcilla
El régimen político en Cuba ha sido por más de medio siglo una dictadura con políticas militares, personalistas y de partido único. Sus medidas económicas y culturales han seguido los principios del totalitarismo, en cuya base subyace el deseo de convertir a los individuos a una ideología institucionalizada por medio de una vanguardia militar.[3] Como discurso político, el totalitarismo busca el (des)control del archivo social, a través del cual se pretende dirigir la identidad política de la sociedad a despecho de su realidad inmediata. Los totalitarismos del siglo XX están pretendidos por razonamientos ideológicos que mezclan discursos bíblicos y positivistas en un coctel retórico de cientificismo mesiánico, o de mesianismo científico, canonizado a la cañona. Paisaje de arcilla de Alejandro Aguilar es un libro que destaca la atmósfera del totalitarismo —entre 1969 y 1973— y de la disciplina militar en las llamadas «escuelas del campo» para adolescentes en Cuba.[4] La obra está compuesta por microrrelatos poéticos de la experiencia del autor en lo que fue, presumiblemente, una de las primeras Escuelas Secundarias Básicas en el Campo (ESBC), cuyo principio pedagógico era la combinación del estudio, el trabajo y el fusil.
En este contexto, el narrador está situado unos 30 años después de lo ocurrido, rememorando cuatro años en una beca escolar con un régimen de pases y salidas al hogar los fines de semana. En la escuela, un comité militar es la máxima autoridad. Los profesores se encuentran bajo las órdenes de los oficiales y de un sargento apodado «Hitler». La manera de nombrar a los personajes de la obra refuerza la atmósfera totalitaria del régimen escolar-militar. Además del caso del sargento, los estudiantes son llamados «Elementos»: «Elemento 622», «Elemento 681», etc., lo cual les quita su identidad personal y los reduce a piezas de un proyecto mayor. La elección del término «elemento» alude al título de la obra y a una frase de la carta-ensayo El socialismo y el hombre en Cuba del guerrillero Ernesto Guevara: «La arcilla fundamental de nuestra obra es la juventud». Esta frase aparece en Paisaje de arcilla cuando, para una inspección de la escuela, fue inscrita con letras rojas en una valla. Los estudiantes son «arcilla» en manos de un sistema que busca moldearlos para cumplir con su proyecto de «formación del hombre nuevo». Este es también el título de uno de los microrrelatos de la obra, en el cual Aguilar explora las consecuencias de este proyecto pedagógico totalitario sobre los jóvenes cubanos. En Cuba, la palabra «elemento» también describe a cualquier joven de algún perfil problemático para la vanguardia militar.
La visión de Guevara en su ensayo ilustra una de las características más notables del socialismo cubano: su enfoque personalista y su dependencia de la figura de Fidel Castro como líder supremo. Según Guevara, las instituciones socialistas requieren una nueva formación social del sujeto, donde el individuo se piense como parte de una masa, actuando bajo el mando de una vanguardia militar y política. Paisaje de arcilla describe las experiencias de jóvenes sometidos a esta «maquinaria que despersonaliza», una frase que capta la esencia de lo que es vivir en esta dictadura: la imposición de un «nosotros» singular que borra el «yo» y convierte al individuo en la pieza del sistema totalitario. Una dictadura totalitaria es la voluntad absoluta de un nosotros singular, el terror del yo desposeído o despersonalizado.
Traducir el terror
Responder a la pregunta de qué es un dictador es algo así como traducir el terror para una sala de jueces; algo quizá similar a lo que enfrentan quienes llegan por la frontera y deben pasar las entrevistas del miedo creíble a fin de probar que, efectivamente, ¡vienen huyendo de una dictadura! ¿Cuántos desaparecidos hacen falta para condenar una dictadura? ¿Cuántos torturados son necesarios para describir el miedo que debió sentir otro Virgilio Piñera —después de encontrarse con Nicanor O’Donell, un viajero del futuro, en aquel bar de La Habana Vieja que administraba el cascarrabias cineasta marianense Eddy Plains? ¿Cuántos migrantes hacen falta o cuántos refugiados? Pienso ahora en un poema de Warsan Shire, «Hogar»: «Nadie abandona su hogar, a menos / que su hogar sea la boca del lobo… / Nadie deja su hogar hasta que su hogar es una voz que le dice: / “Vete huye de mí ahora…”».[5] Entonces, ¿quién voluntariamente deja su hogar, cuando eso es como dejar su autonomía? Pues… ¿qué libertad puede haber sin hogar?
Traducir el terror no es una tarea fácil, en especial si se trata de evitar la propaganda. No digo traducir como un intento de proselitismo sino de diálogo. Claro que en ambos casos hay un (im)pulso de persuadir. Traducir es dialogar y persuadir. ¿Por qué si no el afán de ir comparando figuras tan distintas y autoritarias como Fidel Castro, Adolf Hitler y Donald Trump? Las comparaciones entre Trump y Hitler han sido hechas por su propio vicepresidente, además de por la prensa estadounidense. Las comparaciones entre Castro y Hitler también pululan entre las críticas al «castrochavismo» latinoamericano. Por otra parte, yo mismo intenté comparar a Castro y Trump en 2016 frente a oyentes cubanos. Incluso recuerdo una foto que se viralizó haciendo esta comparación en base a temas tales como el populismo nacionalista y el machismo patologizante, que enuncian discursos de higiene social.
Hace unos meses estuve en Miami y, en una de las salidas del Palmetto Expressway, alcancé a ver una enorme valla roja —un billboard— con una foto de Castro a la izquierda y de Trump a la derecha. En el medio decía en letras blancas: «NO A LOS DICTADORES. NO A TRUMP». El cartel fue financiado por una organización antitrumpista que gestiona otras campañas similares en los estados de Florida, Nevada, Arizona, Georgia y North Carolina. Desató esta valla una pequeña ola de protestas entre cubanos, cubanoamericanos y otros simpatizantes trumpistas de la comunidad latina en Miami, puesto que su contenido detona para muchos el trauma del totalitarismo sin persuadirlos realmente de la amenaza trumpista. La valla quiere impactar, no dialogar. Por lo tanto, es violenta y propaga una actitud reaccionaria frente a la actual crisis política, que evidentemente suscita temores ante los presupuestos personalistas y autoritarios del trumpismo.
¿Cuándo peor quema la dictadura, en el matutino o en el vespertino? ¿Dónde más fuerte se deja ver, me preguntas, si en la vigilancia o en el castigo? Y yo —inocente recuerdo— veo la llaga en los dedos que una tarde tocaron la frente de Martí en un busto blanco y carcomido. Estaba en tercero o cuarto grado. Un amigo me hablaba de la guerra en el mundo y la paz en Cuba. Hay una brigada de paz que de un estornudo expulsa al pueblo, condenándolo a zozobrar. Hay una paz intrigándose entre cifras de emigrantes para los que no nos sirven los epítetos. ¿Económicos? ¿Climáticos? ¿Refugiados humanitarios? ¿Exiliados políticos?
Y yo —inocente recuerdo— veo los dedos de mi madre guardando fotografías en una maleta porque ya juraba en silencio que jamás iba a volver.
Y yo —inocente recuerdo— me quedo casi mudo ante el miedo. Me entran ganas de llorar cuando alguien habla de la represión y de los actos de repudio. Me entran ganas de reír cuando alguien habla de la democracia.
Y yo —inocente recuerdo— estoy parado frente al cristal del Aeropuerto Internacional José Martí, mirando hacia abajo cómo por un pasillo mi hermano se va del país. Mi madre se quedó atorada en las escaleras mecánicas de la dictadura.
Y yo —inocente recuerdo— solo tengo memoria del Chayo preso porque no lo conocí en libertad. Estoy viendo a Mama llorar y beber cada 31 de diciembre por el Chayo.
Y yo —inocente recuerdo— nunca vi que un turista me respetara.
Y yo quise entrar un día al Hotel Nacional y me dijeron que mejor fuera al Malecón.
Y yo —abigarrado punto del mundo— sueño con decir la verdad.
Y yo —abigarrado punto del mundo— para soñar cuento moscas y plebiscitos.
[1] Arendt, Hannah. The Origins of Totalitarianism. Harcourt, Brace & World, Inc, 1966, p. 343. Cita traducida de la versión en inglés: «Hitler was completely sincere and brutally unequivocal in the definition of the movement’s true aims, but they were simply not acknowledged by a public unprepared for such consistency».
[2] Sarmiento, Domingo F. Facundo. Cátedra, 2011, p. 48.
[3] Sierra Madero, Abel. El cuerpo nunca olvida: Trabajo forzado, hombre nuevo y memoria en Cuba (1959-1980). Rialta Ediciones, 2022.
[4] La primera Escuela Secundaria Básica en el Campo en Cuba fue inaugurada el 26 de noviembre de 1969, según el sitio web cubano EcuRed.cu.
[5] Traducción anónima encontrada en la página https://fundacionhugozarate.com/hogar-warsan-shire/.