Hace varios días, dos acontecimientos revolvieron las aguas turbias de la política miamense. El primero fue la aparición de una valla publicitaria que comparaba a Donald Trump con Fidel Castro. El segundo, una desastrosa entrevista concedida a Jim DeFede por Alexander Otaola, influencer y aspirante a alcalde del condado Miami-Dade. Ambos son buenos ejemplos de la diferencia entre el discurso político normal en Estados Unidos y el sainete politiquero cubanoamericano que trafica con fantasías y exageraciones cuyo tema principal es la amenaza comunista y/o castrista. El epónimo fantasma que alegorizara Marx en el preámbulo de su manifiesto, ahora no tiene nada mejor que hacer que aterrorizar votantes desde Kendall hasta Hialeah.
La valla publicitaria, pagada por un PAC que se opone a la candidatura republicana, irrumpió en las noticias como un huracán categoría cinco desatado en el Palmetto. «No a los dictadores. No a Trump». Surtió el efecto deseado: iracundas llamadas a programas de radio; tropel de influencers y streamers denunciando la ofensa y exhortando a cortar el tráfico en la populosa avenida, ignorantes quizá de que la nueva ley firmada por el gobernador DeSantis le otorga impunidad al conductor que decida atropellarlos. Fuera del circuito local, las noticias desplegaron la mezcla de incredulidad y sarcasmo habitual cuando cubren ciertos hechos del exilio.
El presentador norteamericano Joe Scarborough los fustigó: «¿De dónde sacaron esa idea de que Trump es un dictador? Oh, quizá de las mismas palabras de Donald Trump». Otros medios reportaron que la congresista María Elvira Salazar se ufanó de haber presionado a la compañía dueña de las vallas para que la retiraran, ignorando las protecciones de la Primera Enmienda y también, irónicamente, el tipo de abuso de poder gubernamental, asociado con países totalitarios, que su acción encarnaría.
Hay una hipocresía inherente a las protestas por la comparación hiperbólica entre Trump y Castro, que suenan huecas cuando vienen de los mismos sujetos que constantemente asemejan a sus oponentes políticos con los regímenes de Cuba o Venezuela. Para poner un ejemplo cercano, el senador Marco Rubio comparó el juicio al expresidente Trump en Nueva York con «los juicios sumarios que ocurrieron después de Castro». Si resulta ofensivo poner una foto de Fidel Castro al lado de Trump, más ofensivo aún para las víctimas del castrismo sería equiparar sus juicios sumarios, sin garantías legales y con una sentencia predeterminada, al proceso legal estadounidense, donde Trump puede montar una vigorosa defensa con sus abogados e incluso apelar a la Corte Suprema —la cual, dicho sea de paso, acaba de fallar a su favor en el caso de la inmunidad presidencial.
La semana siguiente al episodio de la valla, Alexander Otaola apareció en Facing South Florida, el programa del prestigioso periodista Jim DeFede. Incapaz de hablar con fluidez el inglés, la lengua de la mayoría de sus presuntos electores y del gobierno que pretende dirigir, Otaola se apoyó en un intérprete de poca habilidad. La entrevista fue de mal en peor para un Otaola visiblemente incómodo, al parecer no acostumbrado a enfrentar la indagación normal de la prensa seria.
La primera pregunta de Defede apuntó a la propuesta de crear comisiones para encontrar comunistas en el condado, una obvia alusión al macartismo. La respuesta del influencer, «con referencias a la victoria de Fidel Castro y a la infiltración comunista», debe haber hecho que el periodista se percibiera en una máquina del tiempo. Presionado para que explicara, Otaola solo pudo hablar de «chavistas en Doral», «agentes de opinión» y «lavado de dinero».
La siguiente observación de Defede fue tajante y demoledora: «Me parece que está aspirando a la posición equivocada. Si quiere combatir el lavado de dinero, debería aspirar a ser fiscal del estado; si quiere hablar de educación debería aspirar a la junta escolar; si quiere regular la emigración, debería aspirar al Congreso».
A partir de aquí, la entrevista va en picada. DeFede confronta a Otaola sobre sus numerosas visitas a Cuba, su oposición a las presentaciones en Miami de artistas de la isla o por qué otros políticos cubanoamericanos no lo han apoyado públicamente. Incluso muestra segmentos ofensivos de su programa en los que apareció en blackface o insultó a la comunidad puertorriqueña. La respuesta de Otaola fue particularmente insensible, al tratar de explicarse como parte del teatro vernáculo cubano, sin referirse siquiera a las inaceptables implicaciones racistas del blackface, de suma importancia para los votantes afroamericanos.
Aunque Otaola, más sagaz que sus defensores, dijo al día siguiente que se había sentido bien en la entrevista, estos atacaron a DeFede e ignoraron la pifia que evidencia la ineptitud de la campaña. La mayor responsabilidad de una campaña política es obtener votos para el candidato. Si ese era el propósito, la presentación de Otaola frente a una audiencia de votantes anglosajones, nueva para él, fracasó estrepitosamente. A dicha audiencia no le interesan para nada los «chavistas en Doral» ni tiene idea de qué significa «agentes de opinión».
Si el candidato hubiera girado en la entrevista para hablar de su programa de gobierno, que incluye temas no solo de interés para los votantes, sino que sí están bajo las competencias de la alcaldía, quizá hubiera dado una mejor impresión. Pero, puesto a la defensiva por un periodista competente y recurriendo a su tema manido de una amenaza comunista obsoleta, traída por los pelos desde la era del Red Scare, Otaola lució mal preparado, ignorante de las funciones del cargo al que aspira y, fuera de su elemento, incapaz de aprovechar sus habilidades de comunicador, que no son pocas.
No hay intérprete que pueda traducir la desconexión política derivada del actuar dentro de la burbuja cubanoamericana, donde importa más el histrionismo anticastrista que la preparación para el cargo o el conocimiento del sistema de gobierno estadounidense.
Ambos eventos, la valla provocadora y la fracasada entrevista, tienen en común la instrumentalización del régimen tiránico en Cuba y el sufrimiento de sus víctimas como tácticas en la política local. Podemos mencionar la caravana interminable de políticos que se opusieron a la reunión de Elián González con su padre porque «allá le van a lavar el cerebro»; la obstaculización del concierto de los Van Van en 1999, que le costara a la ciudad de Miami cientos de miles de dólares en costos legales; la prohibición del libro infantil Vamos a Cuba en las escuelas públicas del condado mientras los aspirantes a cargos locales, como la junta escolar, declaraban: «Soy anticastrista» (la relación entre combatir al castrismo y asegurarse de que los niños miamenses tengan una buena educación nunca ha sido explicada).
En los últimos dos periodos de campaña presidencial, 2016 y 2020, el frenesí alarmista sobre esta nueva amenaza roja llegó a un punto verdaderamente absurdo. Trump fue entendido como el último defensor de América ante la toma inminente del país por los comunistas. Estas falsas equivalencias y politiquerías huecas se alimentan de la burda manipulación de las emociones del exilio y la ignorancia política a la que contribuyen los medios hispanoparlantes. Pero, más que nada, son producto del partidismo acérrimo, una herramienta de los políticos y estrategas republicanos para demonizar a los demócratas y recolectar votos.
No pasa desapercibido a observadores externos que se trata mayormente de figuras republicanas, pues son quienes en el estado recurren al autoritarismo y la propaganda, mientras que los demócratas defienden principios esenciales como la libertad de expresión. Aquí vemos otra costumbre que ha saltado el Estrecho de la Florida: la lealtad a ciegas a un partido único. Con los republicanos todo vale, todo en contra de los republicanos es comunismo.
Gracias Sr.Barreras por decirlo tal como es.
Mejor dicho imposible. Esa caterva de trumpistas del sur de la Florida llevan el castrismo bien adentro, pero con la ropa contraria. Vergüenza salir de una dictadura para venir a apoyar a un pichón de dictador.
¡Qué pesado! No es necesario ni replicar. Que Alejandro Barreras describa de una vez cuál sería su Miami ideal. Sus críticas del Miami real se agotan en sí mismas. Es la mirada de alguien sin comunidad de afectos con lo que critica. ¡Gocen!
¡Excelente! Todos los puntos sobre las íes. No me explico cómo la gente apoya a un sujeto que todo lo que ha hecho en su vida es timar y aprovecharse del papalote empinado que heredó de su padre para salir adelante haciendo trampas. No hay ninguna diferencia entre Trump y Castro. Saludos.