La era de los influencers

    Cuba, como a casi todo, llegó tarde a Internet. Quizá por eso llegó tarde también a la «era de los influencers» y, en particular, de los influencers metidos en política. Una época cuyo momento cumbre es la llegada de Donald Trump a la Presidencia de Estados Unidos, tras muchos años como figura habitual en realitiestelevisivos y prensa de entretenimiento.

    En América Latina el fenómeno no tardó en llegar y ser arrollador. Nayib Bukele, el presidente de las redes sociales, la barba bien afeitada y la gorra para atrás, tal vez fue el primer líder influencer de la región. Y ahora le ha seguido Javier Milei, un señor que usa sus estudios de Economía para avalar el despropósito de sus propuestas, pero que como todo influencer tiene fans, y estos lo apoyan, porque lo que cautiva es el envase más que el contenido.

    En Cuba, como dije, siempre llegamos tarde. Fidel Castro no fue un gobernante influencer; fue un dictador populista que destacó por su carisma y su astucia política, aunque si hubiera nacido a finales del pasado siglo muy probablemente lo sería. 

    Tengo esa hipótesis debido a su narcicismo, su manera de utilizar la imagen para la propaganda, y porque no pocos de sus métodos les funcionan ahora, perfectamente, a numerosos influencers cubanos que han colocado la política en el centro de sus contenidos, ya sean estos, en principio, de farándula, moda, reguetón o noticias.

    Estos influencers, educados precisamente dentro del castrismo, han calcado los modos del fallecido dictador para fidelizar a sus audiencias, pero carecen de la visión estratégica de aquel, por lo que terminan a veces destruyendo en días las alianzas que construyeron durante años. Todo por generar contenido y polémica.

    Equivocan los tiempos, y a diferencia de Castro, matan a sus aliados antes de lograr sus metas. Pero así van haciendo creer a sus audiencias que poseen unos valores morales superiores a los de sus compatriotas, solo por pedir, desde sus cómodos sofás, la libertad de los presos políticos o repetir: «Abajo la dictadura» o «Patria y Vida». 

    Estos creadores de contenido logran ampliar rápidamente su número de seguidores, y erigirse como influencers, tocando algunas de las fibras de la educación sentimental de miles de emigrados que, tras haber sido sometidos por el castrismo, intentan exorcizar aquella obediencia con sus clics y sus likes, o bien dejando comentarios histriónicos contra quienes no asumen el discurso establecido en las redes sociales para enfrentar al régimen.

    Insisto: me refiero principalmente a influencers que viven fuera de Cuba, y a sus seguidores, también en su mayoría emigrados, quienes tienen acceso pleno a estos contenidos y, por supuesto, quienes menos tienen que temer al condenar sin cortapisas el orden impuesto por el Partido Comunista y, de paso, juzgar implacablemente a quien no lo hace del mismo modo.

    En algún momento esto pareció surtir efecto. Se decía que los cubanos se informaban a través de Alexander Otaola, sin dudas el más visible de esos influencers, y muchas personas que ansiaban el fin del régimen castrista se alegraron. Daba igual si las noticias de Otaola eran falsas, daba igual si eran manipuladas, daba igual si eran amarillistas; daba igual que Otaola se divirtiera asesinando reputaciones. Todo daba igual: había aparecido un líder.

    Un mesías que muy pronto comenzó a presumir de ganar mucho dinero, de tener un rancho, de ser un hombre de éxito. Y fue ahí cuando muchos de sus seguidores quisieron convertirse en discípulos suyos. Era imposible competir con él; pero, si a contenidos basados en entrevistas, comedia, música, farándula, moda, historia, economía, o cualquier otra cosa, les añadías un toque de propaganda política, algunos chismes y un poco de polémica, tal vez podrías captar una parte de su audiencia. Y, sobre todo, ganar algo de fama y dinero.

    Hay dos elementos legados por el castrismo que han sido fundamentales para que estos influencers triunfen: primero, la desconfianza en los demás; segundo, el analfabetismo político.

    El analfabetismo político ha sido clave para que no pensemos por nosotros mismos como ciudadanos, para transferirle esa responsabilidad a otro: al líder, al mesías, al iluminado, al influencer, al Fidel Castro de turno. La desconfianza, por su parte, explica la división, la disgregación de los cubanos frente a un poder cohesionado en torno a un apellido familiar, una narrativa histórica y los recursos del Estado. 

    Aprovechando esos patrones, estos influencers empezaron a lanzar campañas de presión para que algunas personas, principalmente figuras públicas, actuaran o se manifestaran de un modo determinado, siempre con la premisa de que, debido a su status de «famosos», estaban obligados a posicionarse sobre lo que pasa en la isla: es decir, contra la dictadura. Eso generaba contenido: polémica, debates… También se alegaba que los boicots son legítimos, que los justificaba un bien mayor, que así acabaríamos más rápido con el régimen.

    Como en el mundo de los influencer todo asunto se prefiere simplificado, algunos de ellos comenzaron a defender ciertas pautas de pensamiento y comportamiento homogéneos con el objetivo de unir al «exilio» en la lucha.

    Ese modelo de conducta es sencillo: implica ser anticomunista, no mostrar ninguna debilidad ante la dictadura (si eres opositor y la represión te empuja al exilio serás criticado), no viajar ni enviar remesas a Cuba, no asistir, por ejemplo, a conciertos de artistas que no condenen la dictadura (aunque tampoco la apoyen), entre otros puntos.

    En efecto, ese clima de cancelación —por supuesto, junto a lo moralmente reprobable de apoyar una dictadura— llevó a que muchos artistas emigrados comenzaran a presentarse como enemigos del régimen cubano. Hechos los cálculos, muchas figuras públicas abrazaron el nuevo dogma, y de esa forma supuestamente purgaron sus pecados del pasado y se convirtieron en adalides de la lucha por la democracia en Cuba. 

    Enseguida fueron canonizados. Gente de Zona pasó de agradecer la presencia de Díaz-Canel en un concierto a entonar «Patria y Vida»; lo mismo Descemer Bueno, quien poco antes tenía una finca en Cuba; El Micha, quien dijo tener como ídolo a Fidel Castro, también sacó una canción contra el régimen. A Chocolate MC le fue más fácil: no le debía nada al gobierno, y se colocó un paso por delante de sus colegas. 

    Al2 «el Aldeano», con un currículo que lo avala como anticastrista, se encargó de vigilar a los reguetoneros y raperos cubanos y «cantarles las cuarenta» cada vez que incumplieran con el manual de conducta. Un artista que sí había consagrado su carrera a la lucha contra el régimen no permitiría que tantos intrusos usurparan su nicho fácilmente.

    Lo mismo hacían muchos en otros campos: la literatura, el periodismo, las artes plásticas, el cine, etc. Tener una obra de carácter político se convirtió per se en sello de calidad —algo entendible en un contexto totalitario como el cubano, sobre todo si se ejerce dentro del archipiélago.

    Tal vez todo esto debilitó al régimen, o nos hizo soñar con el fin del comunismo isleño, pero la idea de democracia no parecía salir fortalecida por ninguna parte. 

    La «revolución de los influencers» tampoco tardó mucho en comenzar a devorar a sus propios hijos. El Micha decidió viajar a Cuba para ver a su familia y cantar para sus fans de allá, y fue cancelado. Parecido sucedió con El Taiger: cancelado. Yomil, pese a ser el único reguetonero famoso en sumarse a las protestas del 11 de julio de 2021, decidió seguir viviendo en la isla y, peor, abrir allí una pizzería: cancelado.

    Entonces la desconfianza se puso, si cabe, todavía más de moda: cancelado el opositor Antonio Rodiles por discrepar con Otaola; cancelado el influencer Ultrack por contratar los servicios de un gestor inmobiliario que se pronunció contra el embargo; cancelado Chocolate MC por promover un festival de reguetón organizado por un amigo suyo puertorriqueño en un hotel de Cayo Santa María; cancelado Descemer Bueno, quien nunca entendió las reglas de ese juego, y cancelados han sido todos los que no mostraron sumisión a la doctrina del influencer.


    Como el juego de las acusaciones se repite ad infinitum, roza frecuentemente el absurdo: para muchos, los ex integrantes del dúo de rap contestatario Los Aldeanos son cómplices de la dictadura porque no cayeron presos en la isla; lo mismo Silvito «El Libre», una de las voces que popularizó el célebre estribillo «Díaz-Canel singao», porque es hijo de Silvio Rodríguez.

    Se ha normalizado la suspicacia a tal punto que, si no caíste preso en Cuba, eres sospechoso; si tienes un familiar comunista, eres sospechoso; si tienes alguna idea de izquierdas, eres sospechoso; si cuestionas un argumento contrario al régimen, eres sospechoso; si viajas a Cuba, eres sospechoso; si no defiendes el embargo, eres sospechoso. Da igual que seas más anticomunista que Ronald Reagan; nadie se libra de la sospecha.

    En este punto, pregunto: ¿se puede construir una democracia con métodos antidemocráticos? ¿No ven que se contradicen cuando abogan por que los exiliados políticos puedan regresar a la isla, pero critican a los emigrados que lo hacen? ¿O acaso solo les importa que se respete ese derecho a quien ellos creen que va a Cuba para hacer lo que quieren que haga y no lo que desea esa persona hacer?

    Un día me encontré a un reconocido músico cubano en una calle de Madrid. Al saber que soy un «periodista independiente», sintió que tenía que justificarse por vivir en Cuba. Me dijo, sin preguntarle nada al respecto, que ahí están los orígenes de la música que lo apasiona, la fuente que alimenta su trabajo, y que, aun cuando ha vivido en muchos sitios, nunca encontró mejor lugar para desarrollar su obra que Cuba. Me pareció lógico. Se trata de una persona absorta en su arte, poco atenta a la política. Naturalmente, no todos tenemos las mismas prioridades.

    Creo que hemos llegado a un punto donde da igual si estás contra la dictadura, lo importante es aparentarlo cumpliendo ciertos estándares. En una ocasión vi un debate entre influencers de Miami que usaban como sello de garantía haber ido a Washington para protestar frente a la Casa Blanca. Se catalogaban en dos grupos: los que fueron y los que no. Daba igual si fueron justamente para legitimarse o si lo hicieron por convicción.

    Una parte de la emigración y el exilio parece olvidar lo que es vivir en una dictadura. De ahí que con frecuencia veamos el apoyo irrestricto de muchos cubanos a líderes antidemocráticos en los países de acogida solo porque se han posicionado contra el régimen de la isla.

    Creo necesario recordar justamente eso. Que la lucha, en última instancia, es contra la dictadura real; no solo se trata de desterrar de la isla el viejo fantasma del comunismo. 

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    Mario Luis Reyes
    Mario Luis Reyes
    Su vida va como el Real Madrid en la tabla de la Liga española. Vive orgulloso de tener muy buenos amigos, aunque algunos muy lejos. Después de años intentando sobresalir como repartero, ahora defiende a Charly García y a Santiago Feliú. No se siente tan cómodo leyendo en ningún sitio como en las clases. Le hubiese encantado saber, finalmente, dónde estaba Benno Von Archimboldi.
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    5 COMENTARIOS

    1. A los influencers lo menos que les importa es la democracia, su reino es por los clicks. La mayoría son dictadores en miniatura, action figures de caudillos venidos a menos. Siempre se habla del daño antropológico en la isla, pero el de afuera no es menor y es más trágico porque los exiliados o inmigrantes han tenido más oportunidades para crecer y superarse, pero un alto porciento ha escogido lo contrario.

    2. Acabo de borrar sin querer, un comentario largo que escribí sobre este artículo. Le decía al autor Mario que se le fue la mano. Los influencer Luis Dener, Ian Padrón y Eliecer Ávila no entran en tu crítica y sin embargo son influencer. A los tres, los he visto dando clases de sentido común sobre la historia de Cuba, los disparates de la política nacional, las mentiras y los atropellos diarios contra los ciudadanos. Son pedagogos populares, del sentido común que la dictadura eliminó desde 1959, hasta hoy. Hacen muchísima falta porque los cubanos nos enfrentamos a una narrativa delirante sobre la realidad cubana y sobre la historia de Cuba que es pura y dura manipulación de los ideólogos del partido. Una sociedad con los medios secuestrados por un partido, un sistema de educación secuestrado por un partido político y una represión diaria contra la libertad de expresión e información pública, por supuesto que produce y más durante seis décadas, un desconocimiento de los derechos civiles y políticos, de los derechos humanos universales de la ciudadanía y la opinión pública nacional también está secuestrada. Salvo la prensa cubana independiente, y los Informes de las Ongs, no existen análisis sobre la realidad nacional. Por lo tanto bienvenidos los influencer sean muy buenos en su labor pedagógica o sean menos buenos. Hacer tocar tierra a la narrativa mentirosa de la dictadura es imprescindible. En cuanto a los músicos que siguen entrando y saliendo, la dictadura quiere efectivamente que la ciudadanía se olvide del hambre y las violaciones de todos los derechos humanos universales todos los días del mundo. El asunto es vender que «la isla es musical» y prostituir la cultura cubana, «todo para vender» y hacer turismo. ¿Los músicos cubanos pueden seguir como los intelectuales y actores y actrices cubanas dentro de Cuba, al margen de la debacle nacional? Lo hacen, pero recibirán todas las críticas. Mi comentario. Los talibanes del Caribe, Miguel Díaz Canel y el PCC, prostituyen la cultura cubana, para ponerla de escudo como hace Hamas con la población civil palestina, militarizar Cuba y blanquear la dictadura comunista.
      No sé quién le ha dicho al designado que él y su partido en el poder pueden definir la identidad cultural cubana, para imbuirla del estalinismo copiado por el dictador Fidel Castro desde inicio de los años 70s del siglo pasado. Ese es precisamente el colonialismo cultural estalinista del cual nos debemos desprender.
      Es colonialismo cultural, el PCC ESTALINISTA totalitario.
      Es colonialismo cultural, el PRAVDA-Granma estalinista y toda la prensa secuestrada por el PCC.
      Es colonialismo cultural, el marxismo leninismo soviético impuesto en los 70s del siglo pasado, por el PCC en Cuba.
      Es colonialismo cultural el Parlamento estalinista copiado por el dictador Fidel Castro desde 1976 en Cuba y que no funciona.
      Es colonialismo cultural la unidad de poderes estalinista que impuso el dictador Fidel Castro desde 1976.
      Es colonialismo cultural las Comisiones de candidatura estalinistas para impedir elecciones libres.
      Es colonialismo cultural la copia de un sistema judicial y jurídico estalinista sometido al partido, copiado por el dictador Fidel Castro desde 1976 en Cuba.
      Es colonialismo cultural, toda la institucionalidad económica, política, judicial, cultural, copiada e impuesta por el dictador Fidel Castro desde 1976, a cambio de subsidios, pero también porque el estalinismo es tiránico y totalitario algo perfecto para un megalómano tirano como Fidel Castro y sus continuadores.
      Es colonialismo cultural estalinista la criminalización de la autonomía ciudadana, de los derechos civiles y políticos y la criminalización de la discrepancia.
      Es colonialismo cultural estalinista el anti occidentalismo de los talibanes en el poder en Cuba.
      Todo lo anterior es impuesto por la dictadura comunista totalitaria y nada tiene que ver con la identidad cultural cubana. Dejen de utilizar la cultura cubana aplastada y reprimida por la dictadura totalitaria como escudo y blanqueo del desastre y la debacle nacional.
      Los 1062 presos y presas políticas siguen muriendo en las cárceles cubanas por la voluntad política de los talibanes cubanos en el poder.
      Primero su liberación inmediata, y luego debatimos todas esas palabras sin sentido impuestas por la neolengua de la dictadura comunista cubana como «identidad cultural», «socialismo», «bloque ideológico hegemónico» «revolución»(el muerto de 1960), y el resto de las sandeces de Rogelio Polanco y el asesino Miguel Díaz Canel.

    3. Como no leo para estar de acuerdo con todo lo que escribe cualquier autor, tampoco he caído en manos de ningún influencers, la mayoría de los cuales son oportunistas inescrupulosos. El tema del analfabetismo funcional no sólo implica, como sabe Mario Luis Reyes, el analfabetismo político… Felicitaciones, artículo nada maniqueo y nada demagogo.

    4. Mario, esto mismo que argumentas acá, palabra por palabra, se puede decir de los medios al estilo de El Estornudo, que sacan de sus páginas poco a poco a autores que no son de izquierda y promulgan un mensaje socialista cada vez más radical.
      Cada plataforma tiene su política editorial, y la de cada influencer no es la excepción. Mi pregunta es: ¿reconoceran los escribanos del eje El Estornudo-La Joven Cuba (uno más rosa, el otro rojo, con todo lo que hay en el medio) que la lucha, en última instancia, es contra la idea socialista?

    5. Excelente comentario. Mientras se celebran festivales, cenas de blanco y desfiles de moda, cientos de cvubanos languidecen en las cárceles o padecen todo género de privaciones en la cárcel grande en que se ha convertido la isa. El cubano de a pie necesita informacipon como la que proporcionan los influencers mencionados por usted. Además de que no puede hablarse de dictadura sin ponerle el apellido que le corresponde: {dictadura estalinista, que no es otra su clase. Dictadura fue la de Pinochet , sin desconocer los desmanes que cometió, hizo de Chile un país próspero, lo cual no puede decirse del engendro castrista.

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