Calvert Casey

    En San Isidro

    Un mes en San Isidro y ya se puede dormir para toda la vida en un campo de batalla dos días después, cuando aún no han acabado de enterrar a los muertos, o en un cementerio de paquidermos. Lo que inunda la calle es el vaho de tres siglos de futilidad, del que hasta los animales huyen.

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    Como yo, el ensayo se obstina en la búsqueda de unas respuestas que nadie sabe si existen. Esa incertidumbre me otorga el consuelo de los agnósticos, la posibilidad de que un día la calle que me sacó de Cuba, y que tira de mí cada vez que mi vida comienza a ralentizarse, termine por desembocar en el que, se supone, es el sitio que me corresponde.