La Machine Speculatrix no debe ser confundida con la Caja Arácnida. Aunque la primera llegó a tener forma aracnoide (entre otras morfologías animales, como el Catus Felix y Tigris Tigris), ocurrió solo a nivel de las apariencias.
La Caja Arácnida fue construida en el gulag por uno de esos rusos tenaces (un ingeniero mecánico). La lectura de Leibniz lo había llevado a la idea de crear una mónada real. En sus largas cavilaciones, una tarde, vio deslizarse sobre la nieve una araña, fenómeno que le pareció inusual en aquel frío feroz.
Otra influencia: el encuentro con un poema de Mandelstam (Osip dormía en una litera cercana al ingeniero, pero nunca cruzaron una palabra, a no ser la lectura que hizo el poeta unos días antes de que a Osip le goteara la nariz y muriera), en especial los versos:
Soy el jardinero y soy
La flor,
En el calabozo del mundo
Solo no estoy.
Otro poema que pudo haber influido en el ingeniero fue el que Mandelstam dedicó a Stalin, en específico los versos:
El de bigote de cucaracha
Ríe.
Poco a poco el ingeniero se agenció de los materiales necesarios y fabricó una caja de dimensiones pequeñas cuyo interior podía ser observado por un agujero. Dentro, una araña de metal muy ligero tejía sus redecillas hasta aprisionar las moscas del mismo metal. Cumplida esta tarea, la araña se descolgaba y se refugiaba en las celdillas rizomáticas que le servían como refugio temporal. Al dársele cuerda al juguete la escena se reanudaba. Era sorprendente.
Pero un día al ingeniero no le quedó más remedio que cambiar su caja por provisiones: un poco de pan, tabaco y té negro.
Finalmente, no se sabe por qué argucias del destino, la caja fue a parar a manos de Beria, que en su despacho, entre miles de expedientes y órdenes que firmar, encontraba algún solaz en la contemplación del artefacto. Beria, al mirar por el agujero, se reía mucho: encontraba entre el «rostro» de la araña y el de Stalin un parecido increíble, más que nada el chispazo pícaro que le dedicaba la araña al ojo del voyeur en el momento en que aquella se deslizaba frente al agujero para perderse en las celdillas.
Al ser arrestado Beria, la caja, entre otros objetos incautados, fue llevada a la oficina de Jruschov, que no vio en el artefacto nada interesante.
Uno de los ayudantes de Jruschov se hizo con la caja, que al cabo de los años fue vendida en la calle Arbat por unos pilluelos.
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Araña: Coche ligero, de dos asientos, muy usado en Cuba hasta la llegada del automóvil.
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Para sus constructos ficcionales Kafka prefirió topos y escarabajos. Arañas, nunca.
Hay un momento en La metamorfosis donde el padre de Gregorio Samsa llama golpeando ligeramente la puerta del cuarto de este:
—Gregorio, ¿qué pasa?
La hermana secunda al padre:
—Gregorio, ¿necesitas algo?
Entonces a Gregorio no le quedó más remedio que responder:
—¡Estoy listo!
Tratando de pronunciar correctamente y con mucha lentitud, de manera que su voz pareciese lo más humana posible, pues, según Kafka, debía disimular el sonido inaudito de su voz.
En fin: ¿hubiera podido una araña parodiar la voz humana? Lo dudo, porque:
a) la complexión física de una araña produciría, por supuesto, algún sonido inaudito, pero no hubiera resonado de la misma manera, pues la araña (excepto en ciertas películas llamadas fantásticas o de ciencia ficción) no cuenta con la dura geometría capaz de articular una voz humana.
b) un detalle psicológico: ¿qué mujer no se altera en el acto frente a la abominable presencia de una araña? Recuerden cuando Gregorio Samsa se le encara a la asistenta, que, en vez de asustarse, levanta una silla y queda a la expectativa como diciéndole: «Anda, atrévete, bicho de mierda».
c) sencillamente había que empotrar una manzana en la espalda del mutante, en este caso la sólida espalda de un escarabajo: pura economía de la ficción.
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A Witt le dio por hacer versos a partir de las formas inverosímiles que tomaban las telas de sus arañas. Trató de escribirlos en su mesa de trabajo, junto al calor de la estufa, cerca de las jaulitas de las arañas. Nada. Entonces se fue al bosque, sacaba su libretica de notas del bolsillo y entre paseíto y paseíto trataba de capturar algún verso. Nada. Witt maldecía, agitaba sus manos y tiraba, como un poseso, puñados de hojas. Aullaba al cielo: «¿Por qué no me diste el talento que le diste a él?» (se refería a Nietzsche, que escribió su filosofía dando paseítos en el bosque). De todo aquello solo pudo obtener, en un café frío, rosado, ininteresante, de Tubinga, un solitario haikai:
hilos
que no conducen
a ninguna parte
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En África, durante la guerra, una escuadra de cubanos no pudo dormir a partir del encuentro con una tarántula. Mientras cavaban en una trinchera la cabeza del bicho emergió de entre la tierra. Tenía un «rostro» (si se le podía llamar rostro a aquella cosa) apretado, negro, de geometría bestial.
En seguida surgió el cuerpo (se abrió paso en un remeneo obsceno, cantarín, diabólico), mayor que el puño cerrado de un hombre fuerte (un puño que se abría y se cerraba como las pulsaciones de un corazón nervioso).
La aplastaron con las pequeñas palas de campaña: fue un corazón muy difícil de aplastar», contaron, luego, los aterrados miembros de la escuadra.
Vino el insomnio prolongado, pleno de leones, descargas de fusiles y tambores en la lejanía. Enviaron de vuelta la escuadra a Cuba, pues ningún tratamiento surtió efecto, contando las duras jornadas con los psiquiatras soviéticos. (En las sesiones de grupo, una taza de café u otro objeto azaroso culminaba indefectiblemente en una araña. O «un negro corazón», contaron, o más bien cantaron, todos, al unísono, una tarde húmeda y calurosa, como un septeto achacoso, repetitivo, la escuadra de cubanos.)
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Decía Shih-t´ao que la unión del pincel y la tinta constituye el Caos Originario. Y que, a no ser por la pincelada única, no podría desbrozarse el Caos Originario. O sea, en medio del océano de la tinta, asentar firmemente el espíritu. Que en la punta del pincel se afirme o brote la vida. Que en la superficie de la tela obre la metamorfosis. Y que al final obren las virtualidades del mundo.
Al final de sus días Shih-t´tao dijo:
—Ku K´ai-chih alcanzó mediante la pintura la triple perfección. Yo, por mi parte, alcanzo la triple locura.
Y colgó este cartel en su estudio, cerca del río y la montaña:

Antes de morir pintó una serie de arañas. Las llamó efímeras. Lanzó las pinturitas al río, una tarde. No estaba borracho.
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Arañar: Raspar ligeramente con las uñas, con un cálamo, alfiler, etcétera.
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Nunca escribirás como Dulce araña teje sus redes.
Ni lo sueñes.
*Del libro de ficción Dulce araña de tus sueños.