Durante 1948, Peters, investigador de la universidad de Tubinga, estudió infatigablemente el proceso de elaboración de telarañas por parte del ejemplar Zyla-x-notata.

A Peters le molestaba que la araña sólo prefiriera las noches para tejer sus telas. Se sentía cansado y le dijo a su colega Witt que se ocupara del asunto.

Entonces Witt comenzó a ocuparse del asunto y corroboró que Zyla no tejía sus redes de día. Le administró un estimulante del sistema nervioso central. Pero Zyla siguió esperando la noche para su trabajo.

Y esa noche Zyla tejió su red. Por la mañana Witt le echó un vistazo a la telaraña y su cerebro, el de Witt, logró representar una maraña imposible de definir.

Witt pensó: «Zyla tiene una marcada capacidad de reacción ante sustancias que influyen en el funcionamiento del sistema nervioso. Nada distinto a un ser humano».   

***

La Machine Speculatrix no debe ser confundida con la Caja Arácnida. Aunque la primera llegó a tener forma aracnoide (entre otras morfologías animales, como el Catus Felix y Tigris Tigris), ocurrió sólo a nivel de las apariencias.

La Caja Arácnida fue construida en el gulag por uno de esos rusos tenaces, un ingeniero mecánico de la vieja guardia trotskista, aunque amaba a los monjes del Monte Apio. La lectura de Leibniz lo había llevado a la idea de crear una mónada real. En sus largas cavilaciones, una tarde, vio deslizarse sobre la nieve una araña, fenómeno que le pareció inusual en aquel frío feroz.

Otra influencia: el encuentro con un poema de Mandelstam (Osip dormía en una litera cercana al ingeniero, pero nunca cruzaron una palabra, a no ser la lectura que hizo el poeta unos días antes de que a Osip le goteara la nariz y muriera), en especial los versos:

«Soy el jardinero y soy

La flor,

En el calabozo del mundo

Solo no estoy».

Otro poema que pudo haber influido en el ingeniero fue el que Mandelstam dedicó a Stalin, en específico los versos:

«El de bigote de cucaracha

ríe».

Poema decisivo para que lo enviaran al gulag… Poco a poco el ingeniero se agenció de los materiales necesarios y fabricó una caja de dimensiones pequeñas cuyo interior podía ser observado por un agujero. Dentro, una araña de metal muy ligero tejía sus redecillas hasta aprisionar las moscas del mismo metal. Cumplida esta tarea, la araña se descolgaba y se refugiaba en las celdillas rizomáticas que le servían como refugio temporal. Al dársele cuerda al juguete la escena se reanudaba. Era sorprendente.

Pero un día al ingeniero no le quedó más remedio que cambiar su caja por provisiones: un poco de pan, tabaco y té negro.

Finalmente, no se sabe por qué argucias del destino, la caja fue a parar a manos de Beria, que en su despacho, entre miles de expedientes y órdenes que firmar —la mayoría cárcel, fusilamiento o sencillamente «desaparición»—, encontraba algún solaz en la contemplación del artefacto. Beria, al mirar por el agujero, se reía mucho: encontraba entre el «rostro» de la araña y el de Stalin un parecido increíble, más que nada el chispazo pícaro que le dedicaba la araña al ojo del voyeur en el momento en que aquella se deslizaba frente al agujero para perderse en las celdillas.

Al ser arrestado Beria años después, la caja, entre otros objetos incautados, fue llevada a la oficina de Jruschov, que no vio en el artefacto nada interesante.

Uno de los ayudantes de Jruschov se hizo de la caja, que al cabo de los años fue vendida en la calle Arbat por unos pilluelos.

***

Witt:

—¿Sabes donde queda Cuba?

Peters da de comer a las arañas de la caja C. Contesta, sacudiendo con un palito a una araña dormilona:

—He oído hablar de ese ente más o menos ausente. ¿No es en África?

—Dios mío, Peters. ¿Qué cultura geográfica tienes? Cuba queda en América. Más exacto: en el centro de América. Más exacto: en el mar Caribe. Y se denomina más o menos, literal o metafóricamente, Puertecita de las Américas.

—¿Caribe? ¿Los caribes no eran indios caníbales? Cuando niño leí el diario de un cazador. Decía que se había topado con los caribes, los caribes habían derribado su balsa y lo habían cargado a él a una parihuela y le hicieron cosquillas durante el viaje de vuelta y no se lo comieron porque les pareció demasiado viejo. Eso sí, les sirvió de criado durante diez años. Sembró yuca durante sus años de esclavitud —Peters se llevó las manos a los ojos como si fuera a llorar.

—¿Yuca? ¿Qué es yuca?

—¿No sabes qué es la yuca? ¿Qué cultura gastronómica tienes, Witt? Es una raíz conocida también con el nombre de mandioca, de la familia de las euforbiáceas. Se hace con ella casabe, un pan exquisito. O se hierve y se come con puerco asado rociada con mantequita de cerdo.

Witt se relame los labios que brillan bajo la aséptica luz fría de una lámpara de laboratorio:

—Eso que me cuentas suena bien. Algún día iremos a Cuba. Comeremos casabe y puerco asado con yuca. También habrá mujeres. Y seguro que muy bonitas. Hembras caribes. Caníbales. Ya me hago la idea. Y de paso, como he leído en algunos filósofos cubanos del siglo XIX, así «adelantamos» la raza. No está mal perder un brazo en tales circunstancias.

***

Witt lee el Diario de Wittgenstein. Comenta:

—Dice que tenía miedo.

Peters, sorprendido, deja su tarea de organizar el dossier sobre la número 7 de la caja D:

—¿Él? ¿Miedo? ¿Miedo biológico, filológico o filosófico? Difícil entender a los austriacos. Son dubitativos por naturaleza. Geniales pero dubitativos.

Witt:

—Justo cuando cruzaba los Cárpatos huyendo de los rusos. Oye esto: «Ayer me dispararon. ¡Estaba asustado! Tuve miedo de la muerte. Es difícil dejar la vida cuando uno la disfruta. De vez en cuando me convierto en un animal. Como, bebo, duermo. O pienso que como, bebo, duermo. Y entonces sufro como un animal, sin la posibilidad de salvación interior. Y estoy a merced de mis odios y apetitos».

Witt se enjuga una lágrima:

—En su interior se libró una lucha feroz. Entre la parte animal y la menos animal, a veces tocada por el alma, que es la humana y tiene la posibilidad de salvarse.

—¿Crees que en realidad tenemos parte humana? ¿Y alma o espíritu? ¿Y que podemos salvarnos, ir a algún cielito lindo? Lo dudo. Somos un Error en la Gran Cadena del Ser.

—En algún lugar radica nuestra alma —Witt azorado se golpea el pecho como un poseso ruso—. Yo también de vez en cuando me convierto en un animal. O más exacto, soy mi propio animal. Soy dos, o más exacto, el Uno escindido. Dupla y son. Esa es la cuestión. Pero mis dos animales adoran ir al Cielo. Yo no quiero ser naturaleza caída eternamente —Witt se echa a llorar sobre la cajita de la araña D1, recién nacida.

—¿Alma? ¿Espíritu? ¿Pleroma? ¿Jardín Eterno? Son en el fondo solo metáforas, construcciones de lenguaje. Lenguaje que lanza su red aquí y allá pescando pedazos de sentimientos, imágenes y palabras… No, no somos distintos que estos bichos —Peters cogió una araña por una pata y la dejó colgando—. ¿Crees que pecas cuando pierdes la paciencia y tiras a estos hilarantes, ínfimos, repugnantes, siniestros, unheimlich seres, contra las paredes en tus largas noches en vela, cuando el sueño te consume y es el Diablo quien te sirve café, te pasa las manos por el cabello y te dice: «Sigue, estás cooperando»? ¿O cuando te comes de golpe la comida fría que quedó de la noche anterior? ¿O cuando buscas jóvenes tiernos en la juguetona soledad de los parques?

—No, hablo de cosas importantes. Algo en mi se conmociona. Mi ser se dilata hasta alcanzar dimensiones inenarrables. Es como si me convirtiera en un globo. Entonces vuelo hasta Dios.

—¿Dios te recibe en ese estado?

—No sólo que me recibe. Me aloja en su seno.

—¿Y hablas con Él?

—Le cuento en mi pobre lenguaje inferior. Y Éll arrullándome, me cuenta Cosas en Lenguaje Superior.

—Me interesa sobre todo lo que Él te cuenta.

—Un día te contaré. Es una historia muy larga. Y muy difícil de contar. Uno no vive todo el tiempo en el lenguaje, como ya hemos comprobado nosotros, infelices seres humanos, Ni siquiera Dios, como me confesó llorando, querido mío.

***

Peters y Witt desembarcan en el Puerto de la Habana. Tropiezan con maletas, levantan las cestas que llevan porteadores de aquí para allá, por donde sobresalen cabezas de gallos mexicanos, monos verdes que arrojan mierda, cotorras argentinas (myiopsittaa monachus) chillando en lunfardo, guanajos medio drogados por el calor de las bodegas, enanos de circos que gritaban posesos de hambre y porque el Evangelio no los quería de sacerdotes ni por asomo… Peters y Witt sienten la inclemencia del sol en la cara, el vaho de tabaco y ron que viene como un émbolo de los almacenes les sacude la nariz.

—Mira, Witt, qué ciudad más bella.

—Sí, es como si la ciudad, como un animal travieso, respirara bajo el cielo azul.

—¿Ahora te gusta hablar en metáforas?

—No, pero me siento forzado a ello desde que arribé a estas costas. Oye estos versos, niño, y quédate pasmado:

«Desde el fragante centro

de opacos bosquecillos,

donde jamás la sierpe silbadora

letal veneno adormeció entre flores,

el regalado coro

de mélicos pintados pajarillos

al Sol aplaude con sus picos de oro.

El eco de sus trinos delicioso;

los profundos suspiros de la palma;

el solemne zumbido pavoroso

del crujiente bambú; las gratas voces

de los preciados plátanos sonantes;

el giro lento, manso y placentero

de cristalinas fuentes murmurantes;

el lejano fragor de la cascada,

y el aliento apacible

del naranjo florido y limonero,

del suavísimo mango y del arbusto

              de la Arabia feliz…»

—Witt, ¿qué es un mango?

Witt caza un pequeño diccionario del bolsillo de su chaqueta:

—Mango: Árbol de las anacardiáceas, de 15 a 30 metros de alto, hojas lanceoladas y coriáceas, flores amarillentas y fruto de mesocarpo carnoso y endocarpo leñoso y con una sola semilla como el melocotón y la ciruela, por cierto, querido Peters, es comestible, dulce, melodioso, con largos pelos que se te quedan cogidos entre los dientes, la tarea de extraerlos es lenta pero propiciadora de largos y no menos dulces pensamientos.

—Ya estoy ansioso por comerme un mango. Otra cosa: ¿es feliz la Arabia?

—A su manera. Al menos de una felicidad astuta. ¿Te acuerdas cómo mataban los fellahs? Durante años se encontraron cadáveres sin heridas. Pero los ingleses, siempre tan inteligentes, descubrieron que los fellahs introducían el cañón de la pistola por el ano de sus enemigos, entonces ¡pum!.

—No sigas contando, es terrible. Todo lenguaje es terrible. Y entre las cosas y el lenguaje…

—¿Me dejas terminar la lectura del poema?

—Es un poema aburrido. ¿De quién es?

—De un poeta cubano del siglo XVIII, un tal Iturrondo. Si no te gusta el tal Iturrondo, oye este otro, niño, no sé si es de un tal Gabilondo:

«Una mañana de Pascua

Del Guayabal a la Ceiba,

No quedó un aficionado

Que a las Mangas no corriera,

A presenciar de los gallos

Las celebradas peleas.

Apenas la luz del alba

Dora los montes risueña,

Cuando de airosos jinetes

Nuestros caminos se pueblan.

Entre todos se distingue

Por su gallarda apariencia,

Noble ademán, bella estampa

Juan Pérez el de las Vegas.

Monta el bizarro guajiro

Un caballo de piel negra…»

—Ese sí me gusta. ¿Cuándo iremos a Guayabal y a la Ceiba? ¿Y a las Mangas y a las Vegas? Deben ser pueblitos encantadores. Así conoceremos al tal Juan Pérez. Y jugaremos a los gallos.

Peters huele el aire cristalino, casi clarividente:

—Huele a canela. Esta ciudad está llena de mulatas y mulatos.

Witt extiende su hocico en la brisa:

—Yo huelo a carbón. Yo diría que hay más negras y negros que mulatas y mulatos.

—Me gustan los negros, a veces. Negros altos, fornidos, de dentaduras muy duras y blancas.

—Peters, serena tus apetitos. Venimos en misión especial. Nada de negros y chinos en nuestras vidas (si no lo sabes, hay chinos en este país, y son peligrosos, hacen magia negra combinada con la china, y luego eres un semi-muerto errante para toda la eternidad). Por otra parte, he leído manuales sobre los negros de Cuba. Son algo díscolos, vagos y mentirosos como los blancos africanos de Andalucía. Y exageradamente dotados.

—Presiento, Witt, que bailaré mucho en esta isla.

Peters deja las maletas un momento y ensaya un pasito de conga.

—Peters, no te apures. Tal vez bailes en la cuerda floja. O ensartado en la verga de un negro (Witt se aprieta los dientecillos de ratón para no morirse de risa con los movimientos descoyuntados de Peters).

Peters deja de bailar y se pone pálido:

—¿Crees que nos acusen de terroristas?

—Después de la guerra todo se ha vuelto más complicado. El terrorismo es el modo más civilizado de hacer la guerra. El Terror es meramente una Cosa o Cuestión europea, que no excluye lo euroasiático… ¿Sabes cuántos terroristas mueren por día? Uno. O dos. O diez o treinta si son los llamados «días oscuros de oscura redención» en el argot de la Contrainteligencia Ultra Universal… Sin contar los que pierden un brazo o un ojo en el empeño.  Son cifras que no se publican. Además, acuérdate que somos más o menos alemanes.

Por el malecón llega un sordo rumor. Portando carteles una multitud arriba. Los rugidos se van aclarando hasta que las palabras se oyen nítidas en el aire irredento:

¡¡¡ABAJO EL TIRANO, CARAJO!!!

De las callecitas que desembocan en el Puerto salen tropeles compactos de policías con porras en las manos. Se oyen disparos aislados. La corriente principal que viene del malecón y las pequeñas corrientes uniformadas se abrazan como un animal de múltiples tentáculos.

—Dios mío, Peters, mira cómo les dan golpes a esos pobres estudiantes.

—Y mira cómo los estudiantes devuelven los golpes.

—Ojo por ojo.

—Diente por diente.

—Es una lucha pareja.

—Y divertida. Mira cómo a ese policía le pellizcan las orejas.

Trompe l´oeil. No se las pellizcan. ¡Se las arrancan!

—Merecido se lo tiene. Debe haber arrancado testículos de lo lindo.

—¿¡Aquí arrancan testículos!?

—Especialidad de la casa. No está en la Guía pero es vox populi.

Witt, despavorido, se lleva las manos al bulto de su pantalón.

—No me habías dicho eso.

—No habrías querido venir —sonrió socarrón Peters.

Tres policías pasan arrastrando a un estudiante. Uno de los policías va sacando tenazas de distintos tamaños de un neceser metálico y se las va mostrando al herido. Prueba la tenaza más pequeña en una uña del estudiante. El estudiante grita como un demonio.

—¿Qué dijo?

—Que vencerán.

Witt corrobora:

—Si ellos lo dicen…¡Vencerán!

Peters:

—Y luego perderán.

Witt:

—Y luego vencerán.

Peters:

«Y así será. Por los Siglos de los Siglos. El Eterno Regreso de lo Mismo y lo Mismo y lo Mismo. ¿Acaso no has leído a Nietzsche? Es realmente entretenido —y ensayó otro pasito de conga.

*Del libro de ficción Dulce araña de tus sueños.

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