El pasado domingo se vivió la semifinal del V Clásico Mundial de Béisbol. Este enfrentamiento entre los equipos de Cuba y Estados Unidos suscitó una ola de expectativas deportivas, políticas, y morales, que acabó ahogando el suceso y resultó más aún apabullante que las 14 carreras anotadas por los yankees frente al #TeamAsere.
Yo viví el debate desde mis redes sociales. Yo vi el juego desde mi Atec Panda en La Habana. Y es que, si ya para mí ver la pelota era un placer, prestar atención a este juego, con toda la cortina de criterios polémicos y de eventos que prometían decorar el partido mismo, era una obligación.
Mi papá veía la pelota. A mí, de niño, me ponían a ver pelota. No sé actualmente si yo vine al mundo con el gen de fan beisbolero o fue una conducta aprehendida. Como fuese, me recuerdo ya en 2006 disfrutando el triunfo nacional de Industriales, aunque mi papá fuese de Holguín. Por entonces poca gente se imaginaba que, pocos años después, yo sería un pájaro consumado. Mi papá seguramente entre ellos.
Se asocia a los pájaros un desinterés por los deportes en la misma medida en que se asumen sus filias hacia los tacones de la madre y las canciones de mujeres empoderadas. Esta generalización es, como todas, estrecha y peligrosa. A mí me gustaba la pelota, seguía fielmente los Juegos Olímpicos, y en mis años del Pre empecé a enamorarme del fútbol. Pero siempre volvía a la pelota, una y otra vez.
Yo grité en el Latino junto a mis socios heterosexuales, y se me salió «el macho» sin darme cuenta más de una vez. Disfruté los Clásicos anteriores tanto como gocé ir con los chicos a jugar fútbol. Curiosas estas escenas. El pájaro afeminado que va al Latino con todas sus plumas y que debate cada strike, comparsea cada hit. El mismo pájaro, todo emplumado, que carga con mesitas de hierro para convertirlas en porterías y se va a patear un balón de fútbol.
En el terreno de la Antillana de Acero, en el Cotorro, veintipico de machangos y yo: la portera. Todos al tanto de mi insignia como pájaro destacado del municipio. Pero todos ahí, reunidos por una pelota. Los machangos que juegan fútbol fintean en el terreno frases homofóbicas, patriarcales, y se sabe que esto es tanta costumbre como irse a los penales. Cuando yo jugaba, ellos se cuidaban un poquito más. Siempre había un ágil de mente que sacaba el chiste, desde un respeto curioso, por el doble sentido: «A ese portero nadie se la mete».
¡Qué años! Púberes de 17 a 25 años, sudados, con pectorales y muslos marcadísimos que exageraban sus masculinidades. Mis amigos pájaros me preguntaban cómo yo podía. No era difícil obtener concentración en el juego, pero solo de vez en cuando la pelota, la jugada era lo secundario. Los futbolistas siempre han usado shorts holgados, discursivos; por comodidad, obviamente. Sus bultos genitales, en ellos contenidos, se liberaban en la yerba y posaban para mí en todos los ángulos posibles. Yo nunca perdí oportunidad de fotografiar en mi cabeza cada volumen, cada evidencia. Cuando uno juega más de una vez con los mismos tipos, ya sabe quién es manguera, quién la tiene chiquita pero gorda, con la misma certeza que conoce quién juega bien, quién mete más cuerpo que otra cosa y quién tiene un solo short de nylon para ir a jugar cada día.
La mayoría de estos jóvenes que conocí no compartían conmigo la pasión por el béisbol. Y no por filiaciones políticas o por aversiones ideológicas. Simplemente forman parte de otra generación, que creció abierta a la «antena», al «paquete», a la Wifi y a los datos móviles.
Simplemente, cuestión de preferencias.
Muchos arguyen que el béisbol es aburrido, que tiene demasiadas reglas y pausas (largo sí que es). Otros, que el fútbol es mucho más dinámico y hermoso. Como sea, los jóvenes cubanos siguen apasionándose por los deportes, más allá del entramado político en que se desenvuelvan.
El pasado domingo hubo un juegazo de pelota, más allá de los hits, los ponches o la polémica selección de los jugadores cubanos. La cosa mediática estaba encendida. Los seguidores del #TeamAsere o del #TeamUSA se mezclaron con toda otra raza que colmó la capacidad del LoanDepot Park.
Otaola en el estadio, con sus musculosos guardias de seguridad sedientos de bronca. La Diosa detrás de él. Todos detrás del home plate. Decenas de carteles con imágenes de presos políticos en Cuba y otros mensajes antigubernamentales. Activistas, periodistas, fanáticos de la pelota o del entramado político…
Por encima de los allí sentados, la conciencia social y política de los opinadores. La selección cubana estaba llena de traidores y, en la mente de muchos, apoyar al #TeamAsere era apoyar al gobierno dictatorial cubano. El espacio simbólico que proponía este juego debía ser conquistado, según otros. La pelota no le pertenece a la dictadura, a pesar de la apropiación indebida que hacen los dirigentes cubanos; por tanto, animar a los deportistas no era sonreírle al totalitarismo. Este complejo bordado ideológico propició este 19 de marzo uno de los escenarios más controversiales en la historia del deporte cubano.
En el estadio de los Marlins había un activismo sólido, a mi parecer, y también una retahíla de voces gastadas. Estos últimos no iban a faltar: cubanos #TeamUSA que apoyaban a los norteamericanos solo por decantación, por ver a Cuba perder, porque de pronto la satisfacción de hacer sufrir (en su imaginación) a Díaz-Canel sí que era muy superior a las fuerzas que alguna vez tuvieron para gritar, en Cuba, siquiera: «¡Abajo el arroz vietnamita!».
La pregunta que yo me hice fue esta: ¿se puede amar a Cuba, a la pelota, y apoyar a estos aseres, mientras se está en contra de la dictadura? He ahí el meollo.
En el estadio de los Marlins se experimentaron dicotomías hermosas. Mucho más hermosas y discursivas que el hecho de un pájaro como yo gritando cada jugada y protestando cada conteo desde su casa en el Cotorro. Vi el domingo a cubanos que sienten a Cuba y al beisbol muy adentro, y que desprecian al gobierno totalitario, apoyando cada jugada del equipo nacional y gritando contra el régimen imperante en la isla. Al mismo tiempo. Lo hicieron, y gracias por eso, me respondieron la pregunta. Como dijo en su Facebook mi amigo el periodista Pedro Sosa: «Los que dicen que los gritos y los carteles de ayer eran contra los peloteros, son los mismos que piensan que el gobierno es la patria».
Al final del juego, después de que El Sexto se lanzara al terreno con su cartel sobre los presos políticos, después de que cada grito de La Kendy González fuese escuchado a través de Tele Rebelde, después de que nuestro Carlos Manuel Álvarez corriese libre y vertiginosamente por aquel terreno con su bandera de «Patria y Vida», a muchos nos quedó la alegría, y no precisamente por el marcador de 14 carreras a dos.
Ellos dejaron apuntado este partido en la memoria histórica. Yoán Moncada puede haber quedado como un temeroso o como uno más de los peloteros a quienes este momento político los encandiló. En esas condiciones ellos salieron al terreno a jugar por el país, a mi entender, no por su gobierno. Es plausible que lo hayan hecho así; del mismo modo, que Randy Arozarena —acaso más estridentemente— haya decidido jugar por México.
Cubanos todos, desasidos del totalitarismo, ensalzaron el espíritu de un verdadero asere. Todos a favor de Cuba, de una Cuba que trasciende los conceptos geográficos y administrativos.
El domingo viví el juego desde mi casa en el Cotorro, atravesado por el recuerdo del niño que sería pájaro, pero que, junto a su papá, sentados ambos ante un juego de Industriales vs Santiago de Cuba, guardaba sus plumas para el futuro. Recordé que un pájaro como yo también puede ser un asere, como también puede ser un disidente del gobierno. Me di cuenta de que podemos decir muchas cosas al mismo tiempo, cada una sin negar la otra.
El corretaje y el griterío de la generación que vivió el 11-J estremecieron este domingo el estadio de los Marlins. Penetraron en los televisores cubanos, en las pantallas que dispuestas en lugares públicos de todo el país trasmitieron el juego.
Finalmente, se le recordó al mundo nuevamente —esta vez desde la costa norte del Estrecho de la Florida— que Cuba es una dictadura, y que muchos aseres genuinos vamos a seguir haciendo ruido a favor de un país que es infinitamente más que un eslogan propagandístico, un símbolo, un gobierno, un sistema político.
Te amo♥️♥️
Se jugó pelota y se dijeron verdades, gracias Manuel.
Tus reflexiones tan sencillas, humanas,reales y patrioticas me han emocionado. Son de una fuerza tan grande, una luz que ilumina la oscuridad de los tiempos en que vivimos. Te diria que estas plumas son de un aguila real no de un pajaro cualquiera. Gracias y un Abrazo.