Lo ocurrido con el equipo Cuba de béisbol que participará en el Clásico Mundial (8 al 21 de marzo) es reflejo de la sociedad cubana en este minuto. La Federación Cubana de Béisbol (FCB) recibió el permiso de los altos mandatarios dentro del régimen para convocar a jugadores profesionales relacionados con MLB y otras ligas tras 60 años de invisibilización de esos mismos atletas.
Un sector de la sociedad cubana cree que los peloteros no se deben a la política. Otro sector opina que regresar al sistema de la FCB es volver a ser esclavo. Un tercero diría que «ya era hora de convocar a los MLB», pero no dice nada sobre derechos humanos en la isla. Finalmente, hay un sector al que este asunto no le interesa mucho, o casi nada.
A principios de noviembre pasado, la Federación Cubana de Béisbol convocó a los primeros jugadores pertenecientes al sistema MLB desde 1961. Si en algún ministerio se comprendió que la derrota del socialismo cubano es definitiva, eso ocurrió en los pasillos del INDER [Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación]. Desde 2013 comenzaron con la eufemística «política de contratos», que no era otra cosa que el «acuerdo con el profesionalismo». Y así se dieron una serie de regresos y convocatorias de deportistas residentes en el extranjero: atletas de voleibol, baloncesto, atletas… Hay jugadores de fútbol que radican en Estados Unidos y juegan con el equipo nacional cubano. Incluso hay beisbolistas repatriados que juegan con el equipo Cuba. Lo que no había hasta el momento eran peloteros de MLB en el equipo de béisbol.
Cuando la selección cubana debute en el grupo A del Clásico, estarán ahí Luis Robert Jr. y Yoán Moncada, ambos jugadores de todos los días de Chicago White Sox. Robert Jr. es el mejor jugador en el anunciado lineup isleño. También integraron la convocatoria el jugador de utilidad Andy Ibáñez, que pertenece a Detroit Tigers; el pitcher zurdo Roenis Elías, de Chicago Cubs; el derecho Ronald Bolaños, de Kansas City Royals; los agentes libres Yoenis Céspedes y Lorenzo Quintana; Luis Romero, tirador de Ligas Menores con Oakland Athletics, y Elián Leyva y Onelki García, que vienen de lanzar con los Leones de Yucatán en México.
Pero, ¿qué significa esta apertura y cuál es su verdadero propósito? ¿Por qué el team Cuba ha convocado jugadores que antes se veían como excubanos? ¿Puede compensarse ahora esta deuda histórica?
La FCB empezó a contactar a jugadores que pertenecen al sistema MLB en octubre último. Entrenadores y federativos se dirigieron a los más cercanos a través de amigos en común, o mediante llamadas directas. Algunos jugadores informaron su disponibilidad, incluso sin que se les llamara. Los federativos se dirigieron a Yordán Álvarez (no respondió), José Abreu (no respondió), Adolis García (se lo pensó), Miguel Vargas (cree que ahora no es el momento), Néstor Cortés, Oscar Colás, etc.
Dos de los principales requisitos para ser elegible fueron 1) no haber abandonado una delegación oficial en eventos internacionales —por ejemplo, Odrisamer Despaigne, los hermanos Gurriel, José Iglesias o Yadiel Hernández— y 2) no mezclar la política en este asunto y, especialmente, no realizar crítica alguna contra el régimen cubano.
José Abreu —MVP de la Liga Americana en 2020 y ahora inicialista de los Houston Astros, tras nueve temporadas con Chicago White Sox— quiso responderme una pregunta sobre el tema hace unos días en el campamento primaveral de West Palm Beach, Florida: «Hablar con respecto a lo que ocurre con el Clásico Mundial siempre va a ser una polémica», dijo. «Yo personalmente decidí enfocarme en mi nuevo equipo, y tener tiempo con mis hijos, que es lo más importante. Suerte para los que estarán porque somos cubanos, aunque no nos valoren a nosotros como cubanos en un momento dado».
Otros jugadores no han querido hablar, ni siquiera decir si fueron llamados o no.
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Recuerdo ahora cuando cubrí el Preolímpico de Las Américas, clasificatorio a los Juegos Olímpicos de Tokyo 2020. Eran tiempos de COVID-19; mayo de 2021. El estadio de West Palm Beach, Florida, sede primaveral de los Astros de Houston acogió el partido entre Cuba y Venezuela. En las inmediaciones de la instalación confluían intereses y sentimientos diversos. Unos tenían carteles con fotos de presos políticos en la isla. Había integrantes de movimientos políticos, influencers y muchas otras personas a las que poco o nada interesaban las bolas y los strikes. Más de la mitad de los concurrentes no pudieron entrar por la estricta limitación de público en plena pandemia.
Cuba empezó perdiendo ante los envíos del venezolano Aníbal Sánchez. Una gran parte del público gritaba: «Díaz Canel, singao». Otros se limitaban a observar el encuentro en la tarde calurosa.
El ejemplo sirve para ilustrar la danza de factores contradictorios que, en este minuto, atraviesan el béisbol de Cuba y a sus aficionados.
Erisbel Arruebarruena le cazó un pitcheo alto a Sánchez y depositó la pelota más allá del muro del jardín izquierdo. Todos los aficionados provenientes de la isla comenzaron a gritar: «Cuba, Cuba, Cuba». Incluso los que minutos antes coreaban el «Díaz Canel, singao».
Era muy confuso todo. ¿Qué «Cuba» apoyaban? ¿El símbolo, una abstracción, nada más que aquel equipo desplegado ante sus ojos, la fragmentaria ilusión de eso que llamamos el béisbol cubano? Luego del jonrón regresaron los cánticos de «Libertad» y «Díaz Canel…».
Cualquier persona podía sentir allí la violencia del momento, bajo el sol de West Palm Beach, con el trasiego de cervezas. Muchos aficionados se apretaban detrás del home para sacar carteles políticos en la transmisión televisiva. La policía —multiplicada como pocas veces— constantemente debía dar órdenes para controlar la situación.
Hacia el final del partido, se lanzó al terreno una muchacha que no pasaba los 25 años. También llevaba un cartel. Fue retirada del campo por la policía, sin uso de la fuerza; después la sacaron de la instalación por la zona del jardín derecho. La chica había nacido en los Estados Unidos. El cartel decía: «Free Cuba»
Al finalizar el juego se realizó la conferencia de prensa virtual con los managers de Cuba y Venezuela. Pasaron unos 20 minutos. Cuando bajé las escaleras para salir del estadio ya no quedaba siquiera un alma.
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Uno de los principales alicientes de un evento como el Clásico Mundial de Béisbol es económico. Clasificar al certamen genera unos 300 mil dólares por federación, aunque la eliminación llegue en primera ronda.
Entre los meses de abril y mayo de 2022, la FCB sintió pánico. En las oficinas del Latinoamericano comprendieron que solo con los jugadores actuales del sistema de béisbol en Cuba no habría clasificación para el próximo evento universal.
«Serán convocados aquellos jugadores que hayan tenido una actitud positiva ante nuestro béisbol y nuestro país», dijo por entonces el presidente de la Federación, Juan Reinaldo Pérez, en el programa televisivo Mesa Redonda. «Estamos dispuestos a recibir, a escuchar proposiciones, ofertas…; atletas que se pueden acercar por vía correo, teléfono, WhatsApp».
El eufemístico término de «actitud positiva» se refería a quien no tuviera un historial verificable de críticas u oposición explícita al gobierno de La Habana; de este modo se dejaba claro que no habría una convocatoria abierta, general.
Además de aquellos que abandonaron delegaciones o contratos oficiales, no serían elegibles atletas como Cionel Pérez, pitcher de los Orioles de Baltimore, quien ha difundido activamente mensajes de crítica al régimen cubano.
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En el pasado Clásico Mundial, celebrado en 2017, el equipo de la isla cayó en cuatro ocasiones: ante Japón (dos veces), Israel y Países Bajos (por 14-1 en el choque de despedida). Ese torneo fue una de las más contundentes pruebas de que Cuba no podía seguir compitiendo con lo que tenía en su estructura doméstica, como hiciera en 2006, 2009 y 2013.
La emigración de talentos se aceleró. En mi libro El sueño y la realidad. Historias de la emigración del béisbol cubano (1960-2018), registré un total de 202 beisbolistas que, solo en 2015, abandonaron el país. La Federación Cubana intentó entonces concretar un acuerdo con Major League Baseball que se desvaneció en abril de 2019, cancelado antes de nacer por la administración de Donald Trump.
La Cuba invencible del béisbol amateur entre 1970 y 2004 se convirtió en víctima propicia, sobre todo, a partir de 2015. El último torneo internacional que ganó una escuadra de la isla caribeña fue el Mundial Sub-15 celebrado en Japón en agosto de 2016. Pronto serán siete años.
Pues bien, ¿cuál ha sido la única solución? Convocar jugadores profesionales fuera del sistema nacional. Esta también constituye la peor derrota del oficialismo. El gobierno revolucionario cubano había abolida el profesionalismo en marzo de 1962 con la Resolución 83-A/62.
Un sector de la sociedad dirá: «el tiempo pasa»; o bien: «hay que evolucionar».
La cuestión es que el sistema político supuestamente se mantiene donde mismo, en sus términos. No existe una separación de poderes. Nada ha cambiado: «Somos continuidad», dicen los mandamases en La Habana.
Simplemente, han convocado ahora esta nómina de jugadores elegibles porque se vació del todo la granja de talentos.
Peloteros como Moncada, Robert, Elías, Quintana o Céspedes saben esto. Llevan viviendo mucho tiempo lejos de Cuba. Han movido sus carreras profesionales según otro sistema, con parámetros que no incluyen llamadas telefónicas de Díaz Canel, ni participación obligatoria en actos políticos.
El equipo de todos y de nadie saltará este 8 de marzo al diamante de Taichung, Taipéi de China, sitiado por verdades —políticas— que se bifurcan. Inevitablemente habrá, aquí o allá, cánticos de alegría, gritos de protesta. Odios y amores trenzados. El juego como un laberinto de espejos donde cada quien cree adivinar una fórmula definitiva. ¿Alguien lee «Patria o Muerte»? ¿Alguien, «Patria y Vida»? ¿Alguien? ¿Quién?