Bugarrones

    Homosexualizar a un hombre es sencillo. En el 90 por ciento de los casos solo tienes que buscar su arista homosexual. Fíjense bien que digo en el 90 por ciento de los casos. Conozco pájaras que creen que todo hombre es potencialmente bisexual. Yo no creo así. Pero sí afirmo que la inmensa mayoría puede ser estremecida hasta el roce, la paja, el sexo oral o la penetración con una de las nuestras. O, si no, pregúntenle a mi recorrido vital. Para lograrlo solo basta conocer, más que el punto débil, el agente catalizador, es decir, cómo o con qué se vuelve maricón el tipo.

    Yo he desarrollado varias teorías: comidilla de tertulias entre pájaras y lesbianos, placer al oído para heterosexuales ingenuos que no saben que por debajo de la mesa sí se habla, y hasta demasiado. Nunca las he plasmado en ningún texto, por lo irreverentes y poco intelectuales que pueden parecer. Pero en este punto de mi vida reconozco que son tan verídicas como la tendencia a la elevación que tiene el dólar en Cuba, y tan «ciencias sociales» como la concatenación universal.

    Así que, sí, hablaré sobre tres tipos de pájaros de clóset, específicamente bugarrones, y cómo sacarlos de ahí, al menos, hasta tu cama.

    El bugarrón borracho

    Cuando decimos bugarrón, término que odia o mal conoce la pajarería moderna y artificiosa, nos referimos al tipo que hace vida social heterosexual, que disfruta en la oscuridad o en el secretismo con el pájaro o la travesti, pero que lucha por conservar su apariencia y maneras machas. 

    La teoría clásica afirma que el bugarrón solo hace el rol sexual del activo, pero esto es tan risible como un show de Cristinito, y tan falso como las nalgas de Nicky Minaj. Uno de los primeros descubrimientos que hace el pájaro es que el alcohol, en tanto desinhibidor exquisito, será necesario para muchas de sus conquistas. 

    Hay varios momentos del proceso de embriaguez del bugarrón en que el pájaro debe estar atento. El primero es la desinhibición y la fluidez. Ahí entramos a socializar, a sacar guara. Atendemos al tipo en su charla cuando nadie más lo hace, preguntamos detalles, reímos el chiste horrendo; en fin, mostramos interés. Pero, cuidaditico, el macho no puede sentir que está siendo conquistado; todo lo contrario, debemos mostrarle que somos una mujer a la que asombrar, un hielo a medio derretir. 

    En esa etapa se sacan sonrisas y se instituye el tuteo cercano, que puede dar paso a un roce más físico. El alcoholizado se va volviendo cariñoso, y una se deja llevar. En este tipo de borracheras, típica de reuniones sociales, casi siempre el bugarrón termina dándole un beso al pájaro, porque la cosa ha sido más bien romántica. Por lo general faltará al menos otro encuentro para que el bugarrón se lance a la aventura del cuerpo.

    Pero hay otra etapa de la borrachera, más avanzada, que es la que lleva directo al plato fuerte. Es aquella en que el borracho puede simular que no está del todo razonando, o incluso que al otro día de nada se acordará. Vienen por la calle con un tumbao inequívoco, botella o lata de cerveza en mano, y divisan a la pajarita en la oscuridad de una esquina. La pajarita ya sabe qué hacer. 

    «Muñequear», es el término popular empleado. El pájaro, o casi siempre, la travesti, sobredimensiona su feminidad. Acentúa una mano que gesticula exageradamente, una pierna que se cruza sobre otra de forma sensual, un timbre más agudo que se apodera del habla. Potencia la mujer que tiene que ser, engalanando el plumaje: que el tipo vea que, en efecto, hay una hembra en celo en esa esquina. 

    Este hombre seguramente seguirá el proceso básico y antiguo, que anterior a los tiempos de Reinaldo Arenas: preguntará hora o pedirá para encender. Si prefiere no hablar, se tocará el rabo por encima del pantalón, mirará fijamente al pájaro, y cogerá una ruta cercana, que indique que al final habrá un pasillo cómplice, un derrumbe acogedor o una maleza gloriosa, anfitriones de todo tipo de pecados. 

    Este borracho se acuesta tranquilo porque su alter ego sobrio no se enterará de nada, y mucho menos pedirá cuentas. Según ellos mismos confiesan, es un impulso que sobreviene solo cuando están borrachos, y cuando no hay hembra a la vista. Pero ese argumento es, desde luego, muy fácil de perforar…

    Si el pájaro es amigo, y si el evento incluye que duerman en una misma cama, con total certeza he de afirmar que el borracho simulará el sueño más inconmovible de la historia, una hibernación sagrada en que puedes dar por seguro que, hagas lo que hagas, seguirá dormido. Pegará el falo erecto en tu espalda, llevará la mano tuya al sitio, se abandonará al sexo oral, tendrá incluso su correspondiente orgasmo, pero, nada, él seguirá rendido, y al otro día, como dice Talía: si no me acuerdo no pasó.

    El bugarrón cariñoso

    Hay otro tipo de hombre bisexual, más romántico, más apasionado, que para deslizarse en el morbo gay se toma un tiempo prudencial. Es potencialmente tan bisexual como el borracho, y hasta un poco más, porque en él se involucra además el afecto. La historia con este tipo de hombres es más rica en matices, y el placer sexual llega a ser a veces mayor porque la cercanía genera cariño, y hay más sazón en el potaje. 

    Tengo que insertar aquí la historia de D. D. fue un tipo que me quise tirar desde el primer día que lo vi. Era bombero. Ya te imaginas. Unos centímetros más alto que yo, que ya es mucho decir. Aunque no tenía un rostro de premio, sus labios rimbombantes y sus pestañas carismáticas invitaban a la degustación. D. tenía manos inmensas, los dedos prometían no terminar jamás. Usaba un 45 de calzado. Voz de barítono, mandíbula enmarcada, antebrazos fornidos. Con todo esto a la vista, la conclusión era obvia. Como todo bombero, D. tenía una manguera inmensa.

    A mí siempre me pusieron los bomberos. Sí, lo sé. Yendo sobre los clásicos. Soy así de básico. A D. lo vi en una reunión social, y desde ese día planifiqué la conquista. La primera parte estaba bien resuelta: las muchas risas y charlas habían demostrado que yo le había caído bien. 

    Empezamos a conversar a través de WhatsApp, y yo con mis pajarerías lo desmembraba de la risa. A veces una se molesta porque ocupa el rol de la payasa del cumpleaños, pero es necesaria la relajación del show: el mucho relajo distiende ciertas masculinidades. 

    Entre chiste y chiste pasé a ser la madrina, y empecé a dar consejos. Llegamos al tema de los tríos y las orgías. Mi bombero quería que yo le consiguiera dos lesbianas, y él me prometía que habría manguera también para mí. En ese punto pensé que estaba frente a un tipo de hombre que es bugarrón solo si… (criterio que abordaremos luego). 

    Lo calenté lo suficiente por chat como para que decidiera ir al otro día a mi casa, por primera vez. Yo pensé que ya había terminado mi labor. Una buena mamada y podría anotarlo en la lista. Pero, no, mi amor. El tipo se retractó de lo anterior y presumió que alguna confusión nocturna lo había poseído. 

    Pasó el tiempo y fuimos entrando en una intimidad que no esperaba. Los consejos dieron paso a confesiones, las confesiones a exteriorizarnos estados de ánimo secretos. Se me hizo necesario el bombero, y ni un beso le había dado. Él me soltó el primer te quiero y yo me quedé petrificada. 

    Nos estábamos queriendo, por chat, a distancia. Ya más que madrina, me veía como su novia pájaro. Me soltó que, si alguna vez estaba con un pájaro, sería solo conmigo. Un día antes me describió tímidamente su sentir: nunca dijo la palabra amor o enamoramiento, pero el concepto estaba más que explicado en su torpeza. ¡Qué lindo fue verle en ese proceso que duró varios meses!

    Vino finalmente a mí. Conversamos. Necesitábamos el contacto físico. Nos mirábamos a los ojos y nos tocábamos las manos. Él se seguía presumiendo heterosexual, y todo heterosexual así me metió un beso en la boca. El sexo que vino después fue loco, genuino, íntimo. Después del orgasmo no éramos dos desconocidos; hacía tiempo que no lo éramos. No me pregunten quién dio el culo a quién, que eso es de mala educación.

    Abrevio la historia. Dos años ha durado el romance. Uno no termina de desligarse del otro. Él sigue con su novia, y yo con mis poliamores. Cada uno se enamoró y desenamoró del otro en varios momentos. El bombero jamás hubiese apagado mi fuego sin un sentimiento de por medio. Necesitó la cercanía, que el roce fabricara el cariño. No iba a entregar nada de él a un desconocido. 

    Así pasa con muchos de estos bisexuales. Le caes bien, te quieren, puede que hasta se enamoren, y en ese descubrimiento asumen que la simpatía es más bien gusto, y que la necesidad de cercanía con el pájaro es atracción. Un día vienen, y pum… te dan el beso, y, luego, pum… te meten el rabo, o cualquier otra variante. 

    El bugarrón solo si…

    He dejado esta categoría de última por lo amplia que es. Aquí caben solo los bugarrones condicionales. Son tan bisexuales como los anteriores, pero traen una cláusula en el contrato. Los borrachos necesitan el alcohol para convertirse en otros. Los cariñosos necesitan el roce, que la energía del pájaro los atrape y los envuelva, que la presa les exija conquista. En cambio, estos usualmente no andan buscando la sodomía; pero, si viene a ellos, tienen preconcebida la condición.

    Lo primero es el factor económico. Con el incentivo del dinero, o de un pullover o de un par de zapatos, últimamente hasta de una recarga telefónica, estos tipos te pueden saciar toda la sed de macho que traigas: en sus conciencias quedará como un trabajo más. Su labor es proveer para una felación, y como son tan responsables lo hacen sin mucho dilema existencial. Conversas con la mayoría de ellos y no se sienten bisexuales: es solo trabajo. Los veo bien vestidos en el Cabaret Las Vegas, o en cualquier otro sitio donde haya viejas pájaras extranjeras, y allí promocionan sus centímetros, susurran sensualmente sus precios. Piden tragos y devuelven risas y brazos que recorren las blancas espaldas que más tarde empanizarán con semen.

    La cosa anda desproporcionada. Un bugarrón del Parque de la Fraternidad puede cobrar 250 pesos cubanos por poner la pinga para una mamada, mientras que uno de los trigueñazos del Café Cantante solo se va a un rent room con un europeo por un mínimo de 50 a 70 euros. Y, nada, con ese dinero llevan al otro día a sus respectivas novias a comer pizza: el primero, a la esquina de su casa; el segundo, a La Juliana.

    En los barrios la cosa es más informal. El pájaro le llena los ojos al pepillo, y le promete un pullover, y lo acerca así a su casa. Se habla de cerveza, se coordinan salidas a bares caros. Se negocia y se pone el dinero en la cama. Ahí mismo habrán de reventarle el culo a la pajarita. Todo el mundo es feliz. La billetera del bugarrón sale bendecida, y el pájaro ha logrado comerse el plato exótico, la delicatessen más inaccesible de la carta.

    Hay otros bugarrones que necesitan la presencia de una mujer en la escena. En su dinámica, el fin de comerse a una hembra justifica los medios. En ese mismo medio se mete la pajarita astuta, que siempre tiene buenas amigas, tan o más locas que él.

    El pájaro pone la conocida piedra: establece el contacto entre el bugarrón y la mujer. El tipo sabe que está en deuda. «Preséntame a una amiguita tuya», le dice un hombre a un pájaro en el mundo dos veces cada cinco segundos. (Puse el enlace aquí, pero parece que lo quitaron).

    Esta especie de bugarrón venera al pájaro, fuente inagotable de amiguitas, Cupido eterno, y promotor de fiestas y relajos. Yo usaba las piscinas, el alcohol y las amiguitas. Ahí sí que no fallaba nada. Allí ponía a esta con este, a aquel con aquella, y en lo que pegaba un cable con otro le metía corriente todo el mundo. Obviamente, si yo articulo todo ese complejo intercambio comercial, he de cobrar mi comisión.

    Estos tipos dejan que formes tu relajo. Lo propician. Muchos de ellos están más deseosos del relajo contigo que con la hembra. Pero la necesitan. Así, suponen, nadie pensará que son pájaros.

    «Es solo un hombre que hizo cualquier cosa por follarse a una mujer», creen que es nuestro análisis. Ellos seguirán haciéndose los desentendidos. Serán felices pensando que no sabemos, y nosotros seremos felices sabiéndolo todo y mostrándonos estúpidas. La propina, a menudo muy generosa, ya estará del lado de acá.

    Puedo mencionar otros tipos de bugarrones condicionales. Los que necesitan el conflicto, los que se pasan la vida diciendo que es su primera vez, los que necesitan que prácticamente los lleves a la fuerza hasta tu cama. Hay de todo bajo la bandera gay. Esta comunidad es más inclusiva que lo que nadie sabe.Pero la conclusión de esta blasfemia es que homosexualizar a un hombre resulta fácil. En realidad, una no hace nada trascendental. Ellos vienen a ti. Y si atiendes a las señas que da la vida, a esas manos que recurren injustificadamente al rabo sarazo, a esa risa orgánica por la gracia que me da la pajaritaejta, a esos abrazos porque es pájaro, pero es mi amigo…; cuidao, en cualquier momento podrás servirte de esta vida, prácticamente, al hombre que quieras. Se que suena a hipérbole. Tengo años, y pájaras amigas, que lo pueden corroborar. Salgan y hagan periodismo pa que vean.

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