La huida (II): Éxodo

    Llevaba varias semanas sin poder escribir, y como suele sucederme en ese tipo de situaciones tampoco había logrado dormir bien. Por más vueltas que le diera al asunto, no encontraba una historia que no fuera, a grandes rasgos, lo que ya se ha escrito demasiadas veces. Cuba se repite: escasez, políticas fallidas, represión, desencanto, apatía, miserias.

    Por esos días también me había dedicado a completar los tortuosos trámites para legalizar mi matrimonio; un proceso que incluía largas colas desde muy temprano, absurda burocracia y funcionarios públicos deseosos de ser sobornados. En la sede de la Consultoría Jurídica Internacional, me sorprendí junto a unas 300 personas con la intención de emigrar.

    —Creo que el déficit migratorio alcanzará niveles críticos en cuanto se estabilicen los vuelos comerciales. Ver a tantas personas paradas allí cada día, casi todas jóvenes, no sé… —le comenté a mi esposa, luego de pasar una mañana entera allí conversando con otros que también esperaban en la cola.  

    —¿Tú no buscabas un tema? Pues ahí lo tienes —dijo ella.

    —Sí, pero si de algo se ha escrito en este país, si algo lo ha marcado, es justamente la emigración. Eso está gastado.

    —Tal vez, pero el éxodo que se viene puede ser escandaloso en cifras. Ahí hay un tema.

    Rápidamente busqué un viejo cuaderno de renglones anchos sin estrenar, y sobre la primera página escribí:

    ÉXODO

    Estaba emocionado con este «nuevo» tema. Sin embargo, mi entusiasmo se vio frenado de golpe tres días después, luego de un encuentro con tres oficiales de la Seguridad del Estado.

    Cuando volví de aquel interrogatorio era de noche. Aunque llevaba un buen rato sin comer, no tenía hambre. Tampoco tenía muchas ganas de hablar, pero tuve que hacerle un breve recuento a mi esposa, que me había esperado durante horas, preocupada y sin conocer mi paradero.

    Luego de contarle lo sucedido, me preguntó cómo salí de aquel lugar. Le dije que el teniente coronel Rolando, después de advertirme sobre mi probable regulación migratoria, me invitó a comer allí mismo. Me negué. Dije que solo quería marcharme, pero él contestó que no dejaría que lo hiciera por mis medios. Mientras yo más insistía en salir caminando, más se enfrascaba él en que no me dejaría. En algún punto de esa absurda discusión acepté que me sacara en el mismo Lada rojo en que llegué a aquel sitio. Quiso llevarme justo hasta la puerta de mi casa, pero le pedí que me dejara un poco antes, con la excusa de que necesitaba comprar cigarros. Me incomodaba la idea de que me vieran llegar al vecindario acompañado de semejante sujeto.

    —¿Y crees que de verdad te regulen? —preguntó mi esposa.

    —Tengo razones para pensar que sí. Ellos pueden hacer con uno lo que quieran. Así son las dictaduras, ¿no?

    Mi esposa golpeó de repente la puerta del cuarto y el ruido me despertó del letargo. Yo estaba cansado, con una fuerte jaqueca, y ella, furiosa e impotente, como nunca la había visto. Esa noche apenas pude dormir, y no por la ridiculez de no encontrar sobre qué escribir.

    Ilustración: Dario Alejandro Alemán
    Ilustración: Dario Alejandro Alemán

    Cuaderno, Nota 1

    Primero fue Batista. Su fuga desesperada dio inicio al período de la huida, que duró desde la madrugada en que nació la Revolución hasta ese octubre, tres años después, en que medio mundo estuvo al borde de la aniquilación. Luego todo fue escape.

    No es lo mismo huir que escapar. Según la RAE, la huida urge, se precipita, está ligada a la premura. El escape —aunque sinónimo de huida— va más de «una cosa que está sujeta» o de «salir de un encierro»; tiene de agobio y de desgaste, no es una carrera contrarreloj, sino que puede ser lento, como los líquidos y los gases aprisionados que encuentran salida por algún pequeño resquicio.

    Ningún encierro es absoluto, ni siquiera en Cuba, donde siempre se abre de manera oportuna algún agujero para sacar presión y evitar que la isla estalle en mil pedazos. Escapar —es decir, emigrar— es entonces alcanzar esa válvula intencionalmente abierta, y quien escapa —es decir, quien emigra—, representa ese excedente que debe liberarse para que las frustraciones no se acumulen y el sistema perdure.

    La primera válvula se abrió por Boca de Camarioca, Matanzas, entre octubre y noviembre de 1965, cuando Fidel Castro descubrió la alternativa eficaz de la crisis migratoria para relajar tensiones en la isla y, de paso, poner en jaque a la Casa Blanca. Entonces se fueron cinco mil personas, casi nada comparado con los más de 200 mil cubanos que llegarían a Estados Unidos, durante los siguientes ocho años, en los llamados «vuelos de la libertad».

    Más tarde, llegaría el Mariel (1980), que fue el más grande de los escapes puntuales, y luego la Crisis de los Balseros (1994), que fue el más dramático. Sin embargo, entre uno y otro, e incluso, después de ellos, el excedente de frustraciones de este país no dejó de encontrar hendiduras por donde salir. En mitad del Caribe, Cuba es un bote que no termina de zozobrar gracias a que sus tripulantes reducen lastre lanzándose por la borda.

    ***

    Dada mi situación, he pensado seriamente en las razones por las que estoy decidido a irme. ¿Será solo por mi esposa, o hay algo más? Tal vez sea por las colas del pollo, o por el hostigamiento de la Seguridad del Estado, o quizás por las carencias, que van desde crema dental hasta derechos humanos, o por la inestabilidad de cualquier proyecto personal, por lo incierto que es todo futuro. ¿Será la suma, la convivencia de todos esos factores?

    Cuaderno, Nota 4

    Existe la idea compartida de que los datos deshumanizan las historias. Pero las estadísticas ayudan a escribir con precisión muchas historias cotidianas, y a menudo sostienen grandes relatos. También suele haber pequeñas escenas reveladoras justo en la génesis del dato. De algún modo, lo que sigue puede leerse entre las gráficas y tablas de porcentaje de una encuesta sobre migración realizada por la Oficina Nacional de Estadística de Cuba:

    En un día cualquiera de enero del 2017, en La Habana, un encuestador toca la puerta de un apartamento. Le reciben una mujer y un hombre adultos a quienes el encuestador calificará más tarde en sus cuestionarios como “Jefes del Hogar”, justo al lado de la casilla destinada a los “Mayores de 50 años”.

    —Buenas, quisiera hacerles unas preguntas sobre migración como parte de una encuesta del Centro de Estudios de Población y Desarrollo. Son preguntas sencillas, para un trabajo estadístico que estamos haciendo en 42 mil hogares. ¿Puedo entrar? —dice, y le invitan a pasar. Puede que hasta le ofrezcan una taza de café.

    El encuestador entonces saca de su portafolio un bolígrafo y un enorme mazo de hojas impresas con oraciones cortas y cuadrículas vacías. Luego de hacer preguntas sobre la provincia y la localidad de origen de sus anfitriones, y de tomar las notas correspondientes, pide comenzar la segunda parte de la entrevista.

    —¿Algún miembro de la familia ha emigrado al exterior?

    Le responden que sí. Dicen que se trata de su hijo (o hijastro) y que antes de partir vivía en casa con ellos y con un hermano (o hermana) que tal vez esté presente en la sala. Cuentan también que se había graduado en la universidad y que antes de partir tenía una edad cualquiera entre los 23 y los 35 años.

    —¿Y cuándo emigró?

    Le contestan un día exacto, entre finales de 2011 y enero de 2015.

    El encuestador quizás encuentre la respuesta casi obvia, pues en la mayoría de las familias que ha visitado, al menos un miembro emigró en este período específico de los ocho años que contempla el estudio que le encomendaron. Una vez cambiaron las leyes migratorias, concluye, el número de emigrantes fue en aumento, al menos hasta el 2015.

    El restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Estados Unidos hizo que muchos desistieran, tal vez movidos por cierta esperanza en que la situación económica y política del país experimentara un cambio positivo. Con la disminución del éxodo de cubanos y la oportunidad de repatriación, el saldo migratorio en la isla alcanzaba, por primera vez en 60 años, números positivos. Esa idea de prosperidad, sin embargo, está próxima a cambiar. En cuestión de pocos meses, las estadísticas volverán a su alarmante estado normal.

    El encuestador pregunta entonces los motivos del viaje, y es probable que le respondan —como casi todos— que la idea era buscar prosperidad económica con el apoyo de otros familiares que emigraron antes, quienes efectivamente ayudaron en los primeros meses brindando hospedaje y contactos para trabajar.

    —¿Y les ha enviado dinero?

    Le dicen que sí. Lo hace con cierta periodicidad. El dinero que les manda, continúan, lo usan para alimentarse, comprar medicamentos y reparar el apartamento, en ese orden.

    El encuestador finalmente se despide, contento de haber terminado una de las últimas encuestas que le ordenaron. Quizás, antes de irse, los encuestados le confiesan que extrañan a su muchacho, pero nunca lo sabremos. Son estos los detalles que escapan a las cifras. 

    ***

    Casi todos mis amigos y amigas se fueron del país, y quienes quedan me dicen que pretenden lo mismo. En los últimos días he conversado mucho con algunos de los que emigraron. Me hablan de sus nuevas vidas y me piden que les cuente cómo van las cosas aquí. Lo hacen por pura formalidad. Creo que en verdad no les importa demasiado cuanto les digo. La mayoría ha roto con Cuba. Cuba, en cualquier caso, son las cuatro paredes donde habitan los familiares que dejaron atrás.

    Descargo la imagen de un mapamundi, ubico con puntos rojos los destinos actuales de mis amigos, y me sorprende lo desperdigados que están: España, Estados Unidos, México, Perú, Argentina, Rusia, China, Qatar, Noruega, Ecuador, Uruguay, Brasil, Bulgaria, Sudáfrica.

    Preguntar por qué decidieron irse parece una obviedad; sin embargo, tras años de comunicación más o menos esporádica, reparo en que nunca lo he hecho. Las respuestas, pensaba, debían ser también obvias, pero ciertamente no tenía idea en qué consistía eso evidente.

    Ahora, uno por uno, voy preguntando. Escribo en mi cuaderno.

    Cuaderno, Nota 6

    Desde siempre se ha hablado de la soledad del emigrante. Tanta alusión dramática ha convertido su nostalgia en un lugar común. Pero, ¿quién habla de la soledad del que se queda? ¿Quién habla del que cada día siente a Cuba hacerse más isla?

    Cuaderno, Nota 7

    Manuel, 27 años. Estados Unidos.

    «Mirándolo desde ahora, man, con casi diez años aquí, me doy cuenta de que era muy chamaco cuando me fui. Uno pensaba si estaba bien o mal emigrar. Dudaba: a veces sí y a veces no. La decisión ahora me resulta obvia y no hay una pizca de lamento. Cuando miro hacia atrás y pienso en lo que hubiera sido mi vida si me hubiera quedado, en los trabajos que hubiera pasado, en cómo iba a ver limitados mis derechos como individuo, en cómo iba a perder mi vida y mi tiempo en vez de superarme, me alegro de haberme ido.

    »Sí, estoy seguro de que hubiese sido así porque lo vi en mis padres y ahora lo escucho de mis amigos en Cuba. ¡Mírate a ti! Todos hablan de cosas que ya no me preocupan, y que no podrían hacerlo porque tengo otro ritmo y otras cosas de qué ocuparme.

    »Yo creo que lo peor en Cuba es el irrespeto hacia los proyectos personales y profesionales de la gente, porque no hay tiempo para ellos y te consumen la necesidad y las boberías políticas. Más allá de las cuestiones ideológicas y la retórica del sistema, lo peor es ver cómo roban tu tiempo. Claro, cuando estás en Cuba, que es una burbuja, una probeta, no te das cuenta de que gastas tu vida. ¡Y vida hay una sola, bro! Allá pones tu empeño y gastas horas y horas, lo mismo en las guaguas que buscando qué comer, que buscándole lógica a políticas absurdas… ¿Y para qué? ¿Cuál es la meta final? ¿Comer un día, quizás dos o tres? ¿No tienes una meta más ambiciosa a la cual dedicarle tu tiempo? Pues esa pregunta me la hice antes de irme. Escucha: siempre pregúntate quién serás dentro de 20 años. Si te ves jodido, si lo ves todo igual, entonces no vale la pena quedarse.

    »No, man, no. No puedes luchar las guerras de otros. Aunque tus metas deban ser por el bien colectivo, primero pasan por tu individualidad, por eso que aportas desde tu trabajo y que, a la vez, te alcanza para ser feliz con los tuyos. No puedes ser parte de una masa homogénea que piensa igual y se sacrifica por igual, porque eso no existe. Esa utopía de la masa es solo muela que sirve para justificar la anulación del individuo.

    »Que se vayan muchos jóvenes no creo que afecte al país, la verdad. Piensa que, de quedarse, esos jóvenes van a sumarse a ese estado de improductividad perenne que existe allá. Para Cuba, quien se queda es otro improductivo más que no va a explotar nunca su talento. 

    »¿Si me hubiera quedado? Jajaja. Pues, como dice mi hermano, anduviera entregando el Paquete Semanal por toda Buena Vista, como muchos otros, y no fuese un informático que vive decorosamente de su trabajo. La diferencia, como ves, es enorme.»

    ***

    Hace un año, durante una corta estancia en Alemania, estuve a punto de emigrar. En principio, la idea no parecía tan descabellada, a pesar de que únicamente contaba con cien euros que me había prestado mi hermana para cualquier emergencia. Días antes había consultado el precio de los pasajes en ómnibus hacia España. No me importaba mucho que una vez llegara a Madrid apenas me quedaría para una merienda. No tenía nada parecido a un plan. Solo actuaba por impulso.

    En Alemania había sido invitado a un evento de cinco días, cargado de conferencias desde la mañana hasta casi la noche. En algún momento de la tarde abandoné el recinto, busqué mi maleta y me fui a la estación de ómnibus. La pizarra informaba que el siguiente viaje a Madrid estaba programado para dentro de dos horas, así que decidí esperar sentado en un banco.

    Antes de la primera hora había consumido los cinco cigarros sobrantes de una cajetilla que una amiga había comprado la noche anterior y que yo me quedé para no gastar mi dinero. Temblaba un poco, no recuerdo si por la ansiedad o por el frío. Tampoco recuerdo exactamente en qué pensaba sentado allí. Solo dejé que el tiempo pasara. Mis piernas, finalmente, se entumecieron. Me levanté, agarré la maleta y decidí volver al hotel como si nada. En ese momento me sentí un cobarde. Muchos cubanos emigran en condiciones similares o más precarias todos los días: atraviesan selvas, se aventuran en el mar, y yo ni siquiera tuve el valor para separarme de aquel banco al que parecía sujeto con tornillos.

    Para cuando salí de la estación era casi de noche y el ómnibus llevaba tres horas en camino a Madrid.

    Cuaderno, Nota 8

    Bastó la Ley de la Memoria Histórica impulsada por España para hacernos investigar sobre la conquista de América, sobre cuántos barcos llegaron cargados de exiliados del franquismo, sobre qué apellidos son sefarditas, sobre quiénes son los sefarditas. Comenzamos entonces a mirarnos en el espejo para ver qué tanto se asemejaba la aguileña punta de nuestra nariz a la del retrato de Pánfilo de Narváez que encontramos en Wikipedia. Entre un trámite y otro, los árboles genealógicos echaron insospechadas raíces.

    Solo en 2019 el Instituto Nacional de Estadística de España registró 51 mil 669 movimientos migratorios de ciudadanos españoles nacidos en Cuba. Hasta finales de ese año, se contabilizaban 147 mil 617 ciudadanos españoles nacidos en la isla, lo cual hace de Cuba el sexto país del mundo con más súbditos de la corona española.

    A más de un siglo de haberse sacudido el coloniaje ibérico de encima, los cubanos invaden a sus viejos conquistadores. Lo hacen de manera muy sutil: disfrazados de españoles.

    ***

    Durante los últimos días mi esposa y yo solo hemos hablado de la posibilidad de una regulación migratoria. Las horas se nos pasan buscando soluciones, pero terminamos encerrados en nuestra propia impotencia. Su permiso de residencia en Cuba está próximo a vencerse, y aunque no la pueden echar del país en tanto no se regularicen los vuelos comerciales en La Habana, sabemos que su partida no demorará mucho. Mientras tanto, seguimos ultimando detalles como si nada, sobre todo los papeles para que nuestros perros puedan acompañarla a México, donde pensamos residir por un tiempo.

    Llevo varias páginas de notas, pero no me aventuro a ordenarlas. Tampoco le he dedicado mucho tiempo al trabajo. En algún momento me adapté a escribir de noche, de manera que casi siempre me agarra la madrugada frente a la computadora. A esas horas, ya agotado, me tiro en el colchoncito de mi estudio. Sin embargo, hace unos días que abandoné este hábito. Ahora me voy a dormir temprano al cuarto, junto a mi esposa. No se lo he dicho, y creo que tampoco lo ha notado, pero no pienso perder un segundo de lo que, durante un buen tiempo, pudieran ser nuestras últimas semanas juntos.

    Cuaderno, Nota 10

    Matilda. 31 años. España.

    «Desde que me bajé del avión empecé a ver cosas diferentes, empezando por la limpieza que hay en la mayoría de los lugares. Lo otro que me sorprendió fue llegar a un mercado atiborrado de productos, donde compra desde el que cobra 900 euros, que es el salario mínimo, hasta el que cobra dos mil euros.

    »La comida aquí es accesible para todos. No representa un problema. Y hay más cosas buenas, como la conciencia que hay de cuidar el medio ambiente. Hay de todo, pero la gente recicla y tiene hasta la costumbre de comprar cosas ecológicas. Y qué decir de la amabilidad del personal de servicios, que siempre te trata bien.

    »Sí, yo sé que son pequeñas, pero básicas e imprescindibles. Al final, más que la posibilidad de decir lo que quieres, de tener derechos de todo tipo, son esas pequeñas cosas las que primero llaman la atención a alguien que viene de Cuba. Y, créeme, una quiere vivir en un lugar así.

    »Cuando pensé en emigrar solo quería conocer un mejor lugar, donde tuviera al menos la oportunidad de no pasar necesidades y de superarme profesionalmente. La oportunidad, solo eso me bastaba. Claro, sabía que no iba a ser fácil. Lo mentalicé, me preparé para que no todo fuera color de rosa, y así fue. No todo me lo han puesto en bandeja.

    »Aquí todos son muy rectos. La sociedad tiene normas escritas y no escritas muy rectas. Hay que estar al tanto en el trabajo, porque te echan. A la hora de pagar facturas también es complicado. Esa es una tensión que llega mensualmente: renta y facturas. Y no es tan fácil conseguir trabajo, como muchos piensan. Hay gente que se aventura y dice “yo voy a trabajar en lo que aparezca”, y “lo que aparezca” puede tardar seis meses, en los que no puedes gastar sin tener entrada alguna de dinero. Porque entonces sí que te quedas en la calle.

    »¡No! ¡Ni muerta! Mijo, esto podrá ser todo lo duro que te he dicho, pero yo a Cuba no regreso ni loca. No de forma permanente.»

    ***

    Si me fuera, ¿qué tipo de emigrante sería? ¿Cuánto podría cambiar desde fuera mi relación con Cuba? La pregunta me hace sumergirme en Facebook y pasar varias horas revisando decenas de grupos de cubanos exiliados. Es difícil calificarlos. El espectro es tan amplio que cualquier esfuerzo por dividirlos en grupos parece infructuoso.

    De un vistazo encuentro, por ejemplo, a quienes abiertamente dicen no querer saber nada de Cuba, sin embargo, se hacen rodear de una comunidad de paisanos que, supongo, les sirve para manejar sus nostalgias.

    Están también los entusiastas de cierta política en sus actuales países de residencia. A veces sienten más apego por Trump, Bolsonaro o Santiago Abascal que el que podría sentir un supremacista blanco, un evangelista furibundo y un franquista trasnochado, respectivamente. Al menos en sus redes sociales, estos personajes defienden el conservadurismo de extrema derecha con el mismo entusiasmo con que un castrista convencido agita banderitas en un desfile del Primero de Mayo en la Plaza de la Revolución.

    Hay más, muchos más. Existen, incluso, algunos hijos pródigos de la Revolución, castristas inalámbricos que socializan en sus perfiles canciones de Buena Fe, textos de Cubadebate y aforismos delirantes de Fidel Castro.

    A los dos últimos grupos, estoy convencido, jamás me integraría.

    Cuaderno, Nota 11

    Hay un tipo de emigrante que me seduce por sobre los demás: el outsider. Mientras unos escapan o huyen, este se niega a ambas opciones. Una fuerza mayor que la frustración o la búsqueda de la prosperidad económica lo empuja. El outsider es vomitado porque no pertenece ni a este lugar ni a ningún otro. Siempre será bilis en el esófago, ácido estomacal desbordado, inaceptable para todo cuerpo social. Para él la libertad no es una sola, sino que la divide en clases, de manera que nunca la encontrará completa en un mismo sitio.

    El más romántico de nuestros outsiders se llamó Reinaldo Arenas y recaló en Miami. Allí se sintió como en una caricatura de Cuba, “de lo peor de Cuba”, y por eso se fue a Nueva York, donde entre tanta sofisticación y maricones con lentejuelas extrañó el sexo furtivo con los bugarrones tapiñados y los otros outsiders de su Habana recta y dogmática. Arenas era un ácido que se consumía a sí mismo, un maldito, un pesimista divertido que, moribundo, pensaba arrastrarse hasta la foto de Virgilio Piñera que tenía colgada en la pared y exigirle tres años más de vida para terminar su obra, que era su “venganza contra casi todo el género humano”».

    ***

    Realmente no sé qué espera la Seguridad del Estado. Tal vez el teniente coronel Rolando imagine que mi esposa, con tal de no separarnos, me convenza de que escriba una renuncia pública a lo Heberto Padilla; un mea culpa salpicado de extáticas acusaciones contra mis compañeros. Ella no ha hecho nada parecido. Ni siquiera lo ha insinuado, y eso me parece una muestra de afecto mucho mayor que cualquier dramática súplica.

    No lo niego: a veces he pensado en escribir un texto de renuncia, pero luego he desechado la idea con cierto asco hacia mí mismo. Lo consulto entonces con un amigo, quien me advierte que, de ceder, escribiría mucho más que una renuncia. Tiene razón. El fin no siempre justifica los medios y quizás esas no serían unas palabras que después bien pudiera justificar con las presiones a las que he sido sometido. Hay mucho más en juego.

    Cuaderno, Nota 15

    Rolando. 26 años. Bulgaria

    «La gente de aquí me ha hecho esa misma pregunta. Cosa curiosa: no me preguntan por qué me fui, sino por qué vine. Yo siempre les digo que en Cuba, para hacer lo que yo estudié, programación, hay tres vías. La primera es con el Estado, casi siempre en empresas militares que trabajan con conceptos desactualizados, pagan muy poco y te obligan a perder tiempo en reuniones y basuras políticas que nada tienen que ver con la función de uno. La segunda es trabajar remoto para pequeñas compañías extranjeras que saben que en Cuba hay gente con talento a quienes pueden pagar mucho menos de lo que pagan en otro país, además de que se ahorran el seguro de trabajo y esas cosas. La tercera es trabajar para compañías extranjeras con presencia en Cuba, que igual te usan de mano de obra barata y te ubican en una especie de limbo legal en cuestiones de licencias. Esa serie de condiciones, y las carencias infraestructurales, afectan tu desempeño profesional y te hacen ver que no es rentable trabajar allí.

    »Por otra parte, en Cuba la escasez es tan grande que a veces no vale de nada tener dinero porque no hay qué comprar. Eso es algo que me ha costado explicarle a la gente aquí. Ellos no se lo explican, no les cabe en la cabeza.

    »Al final, decidí irme porque no podía desarrollarme en esas condiciones. A veces uno piensa: “A mí en Cuba no me quieren”. Si te dieran las condiciones, si te pusieran las cosas más fáciles para hacer allí lo mismo que hago aquí, uno dijera: “No me voy”. Porque al final es el país donde vives, donde está la gente que conoces.

    »Siempre extrañas algo. Yo extraño a mi madre, a mi hermana, a mis amigos. Lo otro que extraño, mira tú, son los chicharrones y los tamales. En verdad, nunca fui fanático de esas comidas, pero como aquí no hay. Bueno, se me antojan mucho. Te dijera que extraño cómo se comportan los cubanos, pero aquí hay muchos, así que no es lo que más echo en falta. La playa sí, eso lo extraño. Aquí lo que hay es el Mar Negro, que es mejor de lo que yo pensaba. Yo imaginaba el agua fría y la arena pesada, pero, como sea, en Cuba las playas son mejores.»

    Ilustración: Dario Alejandro Alemán
    Ilustración: Dario Alejandro Alemán

    ***

    Desde que entregué mi identificación en la oficina del carné de identidad de Habana Vieja y pedí saber si estaba o no regulado, no he parado de fumar. Tengo los nervios a flor de piel. De lo que me digan dependen muchas cosas.

    Anoche mi esposa planteó la idea de una huida a México. Sería algo complicado, pues solo salen vuelos desde Camagüey hacia Cancún, donde tendría que tomar otro a Ciudad de México. Además, tendría que llevar en el viaje al menos a dos de nuestros perros. Después de discutirlo durante horas, coincidimos en que no hay otra opción. Debe ser rápido. Y más importante: nadie puede saber.

    Media hora después sale de la oficina una mulata bajita, hermosa, que parece haber venido a trabajar con el batón de dormir y unas chancletas de andar en casa. Me busca entre el tumulto de desesperados que afuera hacen cola y con firmeza se abre paso hasta llegar a mí.

    —No, pipo —dice, devolviéndome el carné.

    —No qué.

    —Que no estás regulado, machi. Que la computadora dice que te puedes ir ahora mismo si quieres.

    ***

    Mirta. 50 y tantos años. En la cola de la Consultoría Jurídica Internacional de La Habana.

    «Lo único que me falta por sacarle a mi hijo son los antecedentes penales y la certificación de nacimiento, todo eso legalizado. ¡He tenido que soltar un billete con tanto papeleo! Es que él, con esto del coronavirus, se quedó varado en Finlandia y necesita renovar la residencia temporal que ya se le venció. La pandemia lo cogió terminando una beca. Imagina estar ilegal allá, ve tú a saber hasta cuando… Eso fue lo que dije a los funcionarios. No les dije la verdad, tú sabes, para que me lo priorizaran. Como está la cosa, no creo que vayan a hacerle rápido los papeles a quien se quiera quedar afuera.

    »Sí, sí, lo de la beca es verdad, porque mi hijo es muy buen arquitecto. Un muchacho joven, estudioso, echao palante. Pero ya le dije cómo estaba esto y cómo pinta para dentro de muy poco. Él decidió quedarse y yo lo apoyo. ¡Qué se quede! Duele, pero más duele verlo jodido aquí, tú sabes.

    »Lo que pasa es que allá se buscó una novia australiana, y lo que van a hacer es casarse e irse para Australia. Y para eso necesita muchos papeles. Tengo que ver si está funcionando el DHL para mandarle los documentos. Ojalá que sí, y que todo sea rápido porque entonces sí se le va a vencer la residencia de verdad y todo se va a complicar.

    »Ay, mijo, para qué va a venir. Por mí que no venga más si está feliz. Él me dijo bien clarito: “Mamá, con lo que tengo aquí voy a empezar de cero. Aquí no me hace falta nada”. Así que regresar pa´qué.»

    ***

    Esta noche parto hacia Camagüey, con dos perros y 15 kilogramos de equipaje. Atravesaré medio país por carretera, de madrugada. Tomaré el primer vuelo de la mañana. Mi esposa se reunirá conmigo en México en unos días. Hemos pensado que, mientras tanto, puedo pasar ese tiempo en casa de unos amigos suyos.

    Ayer me despedí de mis padres, o eso intentamos. Almorzamos juntos y compartimos una botella de ron que tuvimos que interrumpir en cuanto nos llegó la noticia de la muerte de mi abuelo. Muy mal augurio, pensé.

    Transcribo las notas de mi cuaderno. Después, la maleta: ropa para abrigarme, la laptop, cosas de los perros y una rueda de cigarros que adivino se me acabará muy pronto. Creo que es suficiente para comenzar.

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    Darío Alejandro Alemán
    Darío Alejandro Alemán
    Nació en La Habana en 1994. Periodista y editor. Ha colaborado en varios medios nacionales e internacionales.
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    4 COMENTARIOS

    1. Normal…Te ladraron y te fuistes…como a todos. El problema es que esta gente tiene una trasmutación fonológica que le ronca: un sato parace un pitbull; un pitbull es una hiena… Y también está la cuestión del tamaño de la cerca que saltas…la tuviste facil…ya viajastes…no estás regulado…piensas…Yo he conocido gente que lo veia en vez del Malecón era la Gran Muralla China y todavía me discute cuando nos tomamos algo que nos duerma las amigdalas de Papez que aquello era un problema de óptica…

    2. Cada vez que fui a preguntar si estaba regulado, porque fueron varias en una década de arreciar contra mi el odio+ terror, me hicieron firmar un libro por la respuesta. Envidio esa soltura habanera de las inmigratorias enruladas y chancleteras. ¿ o son: @h! Bananeras!? Qué viva el minimisterio ese…

    3. Pero tú pactaste con la dictadura, o al menos en una negociación terminó la primera parte.
      ¿Eso no te da verguenza? ¿Haber sido tan cobarde, con tantos colegas regulados dentro de Cuba que alzan su frente, no negocian, y desde adentro le cantan las cuarenta al comunismo?
      A mí me parece que tú no vas a ser un outsider, como dices, sino un lameculito de la dicatdura allá, donde estés, en México o en España. Ya te veo de evangelista del deshielo y francocastrista del centro jajaja
      No sería extraño, porque todos los socialistas y socialdemócratas de El Estornudo salieron echando con el primer ladrido de la dictadura…corren más que Tortoló los chicos estos, si hacen una maratón de medios independientes cubanos seguro ganan.
      Vamos a ver si El Estornudo no me censura

      • Creo que debes volver a leer el texto porque tu capacidad de compresión lectora es un poco limitada, por no mencionar tu falta de educación.

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