La censura silenciosa

    La experiencia es un viaje de eterno retorno: de ella estamos construidos y a ella volvemos y de ella escapamos, constantemente. La libertad es condición de la autenticidad de la experiencia. Un recuerdo impuesto, una actitud controlada, una memoria selectiva provocarán, sin dudas, la deformación de lo que vivimos y de lo que rememoramos, reconstruimos, evocamos, que es otra forma de decir lo que somos. Un Estado —entendido como una institución paradigmática que ostenta el poder simbólico, económico y coercitivo, según John B. Thompson, o como una estructura que se construye a lo largo del tiempo, según Anthony Giddens— tiene influencia (aunque no absoluta) sobre la experiencia y la vida de los sujetos; y puede, como en el caso de Cuba, no solo afectarlas, sino también crearlas.

    La historia de la literatura cubana tras el triunfo de la Revolución en 1959 ha sido un proceso de legitimación narrativa, y de narrativa de legitimación, en que la censura, los sesgos y la invisibilidad se han convertido en línea constitutiva. Esto no solo afectó a la literatura en sí y a la configuración modélica de la literatura cubana, sino a los escritores cubanos. Perturbó a quienes adoptaron una posición de obediencia, a quienes se opusieron y a quienes se exiliaron —si nos atenemos a la teoría de salida, voz y lealtad propuesta por Hirshman. La oposición, en este caso, no significa oposición deliberada al gobierno, sino defensa del discurso autónomo, del derecho de crítica por el intelectual y de su ejercicio de derechos fundamentales (libertad de opinión y expresión, de prensa, reunión y asociación); discurso, derechos y ejercicio que el Estado no tolera. Y, a menudo, el exilio no ha sido el resultado de una decisión natural, sino inducida o impuesta. La censura ideológica, la negativa a ceder y más aún a perder el control, la imposición del acatamiento a ciegas de disposiciones y leyes promulgadas sin ninguna deliberación y retroalimentación social, han tenido influencias centrales en la vida pública cubana y han corroborado la existencia de una voluntad de ejercer un control total. 

    La evidencia de que un Estado asume una manera de entender la cultura y someterla a cánones ideológicos y políticos no es difícil de reconocer. Un primer paso consiste en declarar oficialmente el arte como arma del Estado, capaz de responder a sus necesidades y comulgar con sus prácticas de gobierno. Un segundo paso consiste en crear instituciones aglutinadoras o reguladoras de las actividades artísticas, cuyo objetivo es controlar y encauzar el contenido y la disposición de cada una de las manifestaciones. Concebir el arte bajo ciertas reglas se convierte, poco a poco, en una norma oficial de obligatorio cumplimiento. Toda proposición que transgreda las directrices establecidas es considerada inaceptable (por contrarrevolucionaria, reaccionaria, nociva, decadente) y condenada a la desaparición o al ostracismo. En numerosos casos ello produce, además, fenómenos paralelos: pésimas producciones artísticas y autocensura de los propios creadores.

    En «Violencia y literatura», publicado en la revista Diáspora(s), Rolando Sánchez Mejías cita algunos de los elementos utilizados por el Estado cubano para re-narrar la historia de la literatura en el país: «[…] Se fue creando a todo lo largo de la isla [a través de los Talleres Literarios] una manera de contar relatos modélica, donde un supuesto ´realismo duro´ se instauró como canon, dejando fuera cualquier narrativa […] como la de Lezama Lima, Eliseo Diego, Calvert Casey, Labrador Ruiz, Cabrera Infante, Reinaldo Arenas —por otra parte muy difícil de enseñar, además de haber sido borrados por el Estado, estos tres últimos, de la literatura nacional—.

    «Esta manera de diferir la implantación del Realismo Socialista por una forma de control y de influencia más solapada, más acondicionada a un presunto ´carácter nacional´, fue la clave de la ´política cultural cubana´ […] El control de la literatura en la enseñanza, durante estos 40 años de revolución, ha sido sistemático. Si uno examina los libros de textos [texto] para las escuelas en diferentes períodos puede percatarse de lo que puede producir una ´política cultural´ regida por un Estado totalitario: la idea de la literatura que va creando es sencillamente limítrofe con la patología (…) En las bibliotecas del país existen regulaciones y controles sobre el material y la bibliografía. Estantes enteros son dedicados a esos autores y libros que no todos pueden consultar. Uno de los medios con que la seguridad del Estado controla las inclinaciones de sus intelectuales es precisamente llevar una constancia de sus lecturas habituales[1]».

    A ello pueden sumársele (en una enumeración breve) otros dispositivos que han ayudado al mantenimiento y la consolidación del poder: los discursos y las directrices gubernamentales; los reglamentos y estatutos de las instituciones estatales; las leyes, decretos y resoluciones relativos a la cultura; los planes editoriales nacionales (con ausencias), los congresos culturales, el control de la prensa, las enciclopedias y los diccionarios de la literatura. A propósito de esas dos últimas categorías es válido señalar el caso de Historia de la Literatura Cubana (1963), de Salvador Bueno, en cuya sección de autores republicanos no se menciona a ninguno de los autores de Orígenes, por ejemplo —salvo a Virgilio Piñera—, y en la que se hace referencia a Cintio Vitier como fuente documental pero no como autor; y el más conocido episodio del Diccionario de la Literatura Cubana de 1980, del que están ausentes figuras tan importantes como las de Gastón Baquero, Guillermo Cabrera Infante, Calvert Casey, Lorenzo García Vega, Severo Sarduy y Nivaria Tejera, por citarlos en orden alfabético.

    Según Rafael Rojas, Jorge Luis Arcos y Cira Romero sostienen que la máxima responsabilidad por la exclusión de esos autores recae en Mirta Aguirre, en ese entonces Directora del Instituto de Literatura y Lingüística de la Academia de Ciencias de Cuba, institución que elaboró el diccionario[2]. EcuRed es otro repositorio reciente con exclusiones deliberadas de escritores, lo que ayuda a sostener la sesgada historia de la literatura cubana. Se pueden citar varios ejemplos de autores que no aparecen: Carlos A. Aguilera, José Lorenzo Fuentes, Rogelio Llópiz, Pedro Marqués de Armas, José Manuel Prieto, José Prats Sariol, Rolando Prats, Raúl Rivero, Rogelio Saunders; a lo que se añade la omisión de datos relevantes o la parcialización o selectividad a la hora de dar cuenta de ciertos hechos en las fichas de autores como Reinaldo Arenas, Reynaldo González o Enrique del Risco.

    La administración de la memoria y el olvido, forma indirecta de combate contra la actividad crítica del intelectual —como lo definiera Desiderio Navarro— permea varias realidades del país. Un apreciable número de miembros de las nuevas generaciones desconoce las historias así borradas; ello es resultado del impecable adoctrinamiento en la educación revolucionaria y de un proceso unilateral y dogmático de enseñanza de la narrativa cubana en las instituciones educacionales [3] [4]. La hostilidad hacia aquellos que tratan de hacer valer una opinión diferente se acrecienta y cercena toda posibilidad de diálogo, y las voces e historias de los autores censurados parecen descender, cíclicamente, a un abismo.

    Cualquier ejercicio de rescate en ese sentido no solo es válido sino también necesario. Muchos escritores han sido, desde hace seis décadas, víctimas y rebeldes: han sufrido, han sido marginados, vigilados, golpeados, se han enfrentado a las dudas y los temores que suelen aflorar en un contexto hostil, han tenido que reconstruir sus vidas en medio de climas e idiomas diferentes, han soportado la invisibilidad, la distancia, la nostalgia, han visto a Cuba revelada y no han dejado de escribir, aunque no escriban sobre Cuba.

    Se presenta, a partir de aquí, una serie de entrevistas temáticas con escritores que accedieron al diálogo y cuya experiencia ha sido significativa para la investigación de grado La censura silenciosa: el papel del Estado cubano en la legitimación de una historia de la literatura nacional tras el triunfo de la Revolución (1959-1999) y sus consecuencias en la construcción de una esfera pública estatal[5]. Los entrevistados no dialogarán sobre la concepción, el lenguaje, el estilo, el tono o la técnica de su creación literaria, sino que se sumergirán, con gesto bondadoso, en el recuerdo de sus experiencias en el ámbito de las condiciones y relaciones traumáticas antes aludidas, que es otra forma de volver a nombrar el recuerdo de sus propias vidas, de su propia obra.

    Primera entrevista (Parte I)

    Primera entrevista (Parte II)

    La condición de fantasma

    La más inocente de las ocupaciones y el más peligroso de los bienes

    Desencanto y utopía

    Jorge Ferrer: «Cuando todos los días parecían decisivos»

    Notas:

    [1] Sánchez, R. (2013). «Violencia y literatura». En Revista Diáspora(s). Edición Facsímil 1997-2002). Literatura cubana. [Vol. II, III, VI, VII]: Vol. IV-V (pp. 1-7). Red ediciones S.L.

    [2] Rojas, R. (2014). «El diccionario de la exclusión». Libros del crepúsculo. https://cutt.ly/NyhD8JI

    [3] Benjamin, W. (1990). Diario de Moscú. Taurus, Alfaguara.

    [4] Martínez, L. (1994). «Los riesgos de la identidad en Cuba». Perfiles latinoamericanos, 4, 169-192.

    [5] Cordero, M. (2020). La censura silenciosa: El papel del Estado cubano en la legitimación de una historia de la literatura nacional tras el triunfo de la Revolución (1959-1999) y sus consecuencias en la construcción de una esfera pública estatal [Inédito]. Universidad de Guadalajara.

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