Albert Camus sobre el «show mediático»

    Los artículos de Albert Camus en Combat, periódico de la Resistencia francesa contra el nazismo, entre 1943 y 1949, fueron la estación de partida del pensamiento político del autor de El hombre rebelde (1951). La reciente edición española de esos textos, en Debate, bajo el título La noche de la verdad (2021), en traducción de María Teresa Gallego Urrutia y prologados por Manuel Arias Maldonado, permite completar nuestra visión de la política moral de Camus.

    Hay muchísimos temas de interés en estas páginas: el gobierno de Vichy, la caída del fascismo en Alemania e Italia, la consolidación del franquismo en España, Charles de Gaulle, el Movimiento de Liberación Nacional, los Amigos del Manifiesto argelino, la Iglesia Católica, el Partido Comunista. Y hay también algunas polémicas intelectuales como las que sostuvo con François Mauriac y Gabriel Marcel, que adelantan su querella con Jean Paul Sartre y el grupo de Les Tempes Modernes.

    Una de las últimas colaboraciones de Camus en Combat, que tras la liberación había dejado de ser un periódico clandestino, estuvo relacionada con la campaña a favor de Sol Gareth (aka Garry Davis), el activista norteamericano autodenominado «ciudadano del mundo». Davis, nacido en Bar Harbor, Maine, renunció a la ciudadanía estadounidense y creó un Registro de Ciudadanos del Mundo para promover la paz en el arranque de la Guerra Fría.

    En los últimos meses de 1948, Davis acampó frente al Palacio de Chaillot y encabezó una protesta pacífica contra las sesiones de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en París. Durante los meses que duró su protesta, varios intelectuales, entre los que se encontraban André Breton, Jean Paulhan, Raymond Queneau y el propio Camus, crearon un Consejo de Solidaridad para impedir el desalojo y la represión de Davis.

    Finalmente, en noviembre de ese año, Davis logró entrar en el Palacio de Chaillot y trató de interrumpir las sesiones de la ONU para proponer la creación de un Gobierno Mundial. Tras su detención, la polémica sobre el tipo de acción política del activista norteamericano llegó a a las páginas de Combat. Muchos intelectuales de izquierda, especialmente comunistas, cuestionaban los métodos de Davis porque los consideraban «espectaculares», «escandalosos» o «anarquistas» o porque, a través del cosmopolitismo, favorecían al imperialismo yanqui. La respuesta de Camus a las objeciones sobre la «espectacularidad» de la acción de Davis contiene lecciones importantes:

    «Él (Davis) no tiene la culpa de que la simple evidencia resulte espectacular. Salvando las distancias, también Sócrates estaba montando continuamente espectáculos en la plaza de los mercados. Y solo consiguieron demostrarle que estaba equivocado condenándolo a muerte. Esa es precisamente la forma de reputación más en boga en la sociedad política contemporánea. Pero es también la forma más corriente que tiene esta sociedad de reconocer su degradación y su impotencia».

    Las machacantes quejas oficiales sobre el carácter mediático del «artivismo» en Cuba parecen ignorar dos evidencias: que el arte público no es otra cosa que espectáculo y que la política cubana ha estado marcada por la teatralidad siempre, antes y, sobre todo, después de la Revolución de 1959. Parecen ignorarlo, pero no lo ignoran, ya que si algo trasmiten esas quejas es malestar por la pérdida de control del espectáculo nacional.

    Lo vio con claridad Virgilio Piñera, lector de Camus, a quien rindió homenaje en Lunes de Revolución —las dos mejores necrológicas del autor de El extranjero en La Habana de 1960 fueron esa y la de Jorge Mañach en Bohemia— en su «Piñera teatral» y en su pieza Jesús. Entre Chibás y Fidel la política cubana ascendió a su punto más alto de mesianismo y espectacularidad. Según Piñera, el arte, bajo aquella magnetización del ágora, debía ser antiprofético.

    En la Cuba después de Fidel, la política pierde teatralidad y saca a la luz su grisura burocrática. Nada más lógico que el arte, entonces, retome el protagonismo de los que se desnudan en plena calle, los muertos vivos, los Bigote Gato y los Caballeros de París. Quienes tanto se quejan del «show mediático» de los jóvenes artivistas son como aquellos intelectuales franceses que, al decir de Camus, desdeñaban que Garry Davis pusiera una pizca de sal a la paloma de la paz. En el fondo deseaban, para evitar el ridículo, dispararle a bocajarro… a Davis y a la paloma.

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