En Cuba hay más de mil presos políticos, los hospitales no tienen médicos ni medicinas y el salario mínimo equivale a seis o siete dólares en el mercado «informal», que es el único mercado que puede existir en un país como este. «Sin el régimen comercial filibustero, más organizado y poderoso que el gubernativo», dice Fernando Ortiz, «no puede ser explicada la historia de Cuba, toda ella contrabandeada».
En esa misma línea, resulta difícil toparse en la isla con un edificio que no vaya camino al derrumbe o la ruina, excepto por los hoteles de GAESA, tan monumentales como vacíos; los apagones (solidarios o no) ya han sido legislados en la Gaceta Oficial y la comida, para sorpresa de nadie, sigue siendo el topic más trending del drama nacional, tanto como en los últimos 66 años. Otro día en la oficina. Cuba va.
Todo esto, por supuesto y sin excepción, es culpa del Bebeshito, ese esbirro pusilánime que no gritó «Patria y vida» ni «Díaz-Canel singao» ni «Abajo la dictadura» en su concierto del 28 de diciembre en el Pitbull Stadium de Miami. Peor aún: los responsables del Desastre (así, con mayúscula) no son otros que los 20 mil fanáticos que llenaron el recinto, tan frívolos y vulgares que prefirieron corear «Sufre, Otaola» o el estribillo de «La totaila» antes que pedir la liberación de los presos políticos. Y no, no importa que entre el público estuviera Alexander Delgado, de Gente de Zona, quien tres días después sí reclamó una «Cuba libre» en su última presentación del año. Lo que realmente importa es que te definas, que hables claro, que dejes la tibieza, mucho más si acabas de llegar al Yuma y eres el artista más pega’o del momento: todos, desde cualquier bando o geografía, quieren capitalizar tu éxito.
Si salió en el Noticiero, no sé, yo no puedo entrar
«A propósito de Bebeshito» es el título de la emisión del 31 de diciembre de 2024 de Chapeando, pódcast del medio oficialista Cubadebate. «Lo que en realidad pasó en Miami es una nueva derrota del innombrable: El concierto de Bebeshito el sábado 28 en la noche», se lee en el texto que introduce dicho episodio, escrito por Arleen Rodríguez, en el cual lo más relevante, otra vez, no radica en el espectáculo ni en la música per se, sino en sus lecturas o secuelas políticas.
Alex Otaola es aquí el «innombrable», mientras que su «sonado ridículo» al pronosticarle una baja asistencia al concierto del repartero parece ser, sin mucha duda, el tema sobre el que se regodean los periodistas Bárbara Betancourt y Reinier Duardo junto a Arleen, la anfitriona. «Este es su tercer gran fracaso como influencer, algo que probablemente nunca ha sido», dicen: «las elecciones, la campaña contra el Taiger y ahora esto».
Según esta lógica, el propio Bebeshito, de nombre Oniel Ernesto Columbié Campos, no es un argumento imprescindible si se quiere hablar del fenómeno que él mismo ha desatado, basta con referirse a los que lo desacreditan aludiendo a sus presuntos lazos con la dictadura, ya sean ideológicos o comerciales. El oficialismo lo ve como uno de los suyos, y no precisamente porque haya gritado «Patria o muerte», sino porque, en efecto, aún no ha dicho lo contrario. Son esos espacios en disputa a los que acude el régimen en busca de legitimidad tras un capital simbólico que actualice la percepción popular y legitime la pretendida franqueza del vínculo poder-pueblo, centro-márgenes, Palacio Presidencial-La Güinera. Al Bebeshito y a su concierto, incluso, los mencionaron en el Noticiero Nacional de Televisión, la medallita definitiva del castrismo, algo que sus detractores han esgrimido como evidencia «irrefutable» de su complicidad con el gobierno cubano.
«A ver si esto lo ponen en el noticiero», dijo Alexander en su presentación del 31 de diciembre: una «pulla»que, para muchos, estuvo dirigida a Oniel y a su falta de compromiso con la Causa. Pero no, el disparo de Gente de Zona no fue para el Bebeshito, en cuyo concierto Alexander no solo estuvo, sino que también rompió en llanto cuando empezó a sonar «El punto», la última canción grabada en vida por El Taiger, su amigo, quien fuera para Oniel una suerte de mentor. Gente de Zona les gritó al Estado cubano y a su maquinaria propagandística, que no dudan en instrumentalizar cualquier suceso mínimamente provechoso para su discurso, en un intento desesperado de recomponer su imagen. «Estando ausentes del fenómeno, manteniéndonos al margen», dijo Miguel Díaz-Canel en el X Congreso de la Uneac en 2024, refiriéndose al reguetón y al reparto, pero sin mencionarlos directamente, «no lograremos jamás influir en sus creaciones ni sumarlos a la política cultural de la Revolución cubana».
Así sucedió con el propio Taiger. Su hospitalización y muerte fueron cubiertas por los medios oficialistas de la isla, acaso sin recordar que el cantante ya se había referido a Díaz-Canel como «singaón del equipo Cuba». Pero El Taiger no era activista ni bloguero, y esta declaración suya, seguramente un hecho aislado en el conjunto de sus directas en redes, no fue suficiente para espantar a los guionistas del Noticiero.
La propaganda estatal sabe reconocer el momento indicado para apropiarse de figuras, digamos, ambiguas o controvertidas. Con Ana de Armas, por ejemplo, se mantuvieron cautelosos hasta que ella misma demostró ser una cederista confiable, mucho antes de su affaire con Manuel Anido, hijastro y supuesto asesor del presidente de Cuba. Cada cual va cayendo por su propio peso.
¿Quién organizó el concierto de Bebeshito?
El reparto se ha glamurizado, o al menos así ha sucedido con un importante sector de su espectro, al que aspiran o ya han arribado muchos de los nuevos exponentes del género. La Industria ha puesto el foco sobre ellos, los chamaquitos de barrios marginados, sobre todo habaneros, que hablan en sus temas de sexo, fiesta y alcohol, y ha comenzado a explotar esa minita de oro que trae engancha’o al público de todas las orillas. Ya no abundan videos como aquel de Chocolate MC en el que un contrapicado de genio lo hace ver como el Superman de Los Sitios, en alpargatas, sin camisa y con una bandera cubana como capa. «A golpe’ Planchao, a golpe’ Criollo, de la esquina e’ Teja por allá por Toyo», decía el Choco en 2015 mientras fundaba el reparto, en esa fisura de fuego que hay entre la lucidez y la marimba.
En la actualidad, la producción visual de este género aspira al mainstream, con escenas de colores bastante cálidos, un harén de modelos y espacios medianamente identificables por el público. El mejor ejemplo de esta deliberada metamorfosis pudiera ser, tal vez, «Marca mandarina», la canción cubana más popular del 2024, en cuyo video se ve al Bebeshito transitar por la Puerta de Alcalá, la Gran Vía, el Palacio Real y otros sitios icónicos de Madrid. Sin dudas, buena parte de este coqueteo del reparto con el mercado internacional se debe en gran medida a Planet Records, la empresa que está apostando por estos músicos, con el italiano Roberto Ferrante a la cabeza. El artista Julio Llopiz-Casal comentó esto en su perfil de Facebook: «que un italiano controle buena parte del reparto debe querer decir muchas cosas: entre ellas, que la anuencia del castrismo está ahí».
De igual forma, la participación de Amalia Rojas como productora/organizadora del evento, hija de Fernando Rojas, exviceministro cubano de Cultura, enturbia la cosa todavía más. Por si fuera poco, varios posts en redes han asegurado que el exboina negra Elio Ahumada, muy cercano a la cúpula castrista, es «uno de los cerebros» detrás del concierto. A todo lo anterior se suma la denuncia de la plataforma Cuba Primero, que acusa a la FIU (Universidad Internacional de La Florida, por sus siglas en inglés) —institución a la que pertenece el estadio que acogió la presentación— de un «posible desvío de fondos al gobierno cubano». Tremendo arroz con mango, la verdad. O con mandarina.
La paz de los ingenuos
El músico cubanoamericano Armando Christian Pérez llegó a un lucrativo acuerdo con la FIU el 6 de agosto de 2024. En dicho convenio se pactó que, durante los próximos diez años, el terreno de fútbol americano de esa universidad llevaría el nombre, con que el artista firma sus canciones: Pitbull. «Se trata de inspirar a la comunidad y mostrarle al mundo que, con determinación y una visión clara, todo es posible», dijo el músico en aquel momento.
Su segundo álbum de estudio, El Mariel (TVT Records, 2006), está dedicado a sus padres, quienes abandonaron la isla en el éxodo de 1980; en julio de 2021, Pitbull lanzó un fuerte mensaje contra la represión en el país, cuando dijo que aquello no era solamente «algo de Cuba», sino que era un problema «mundial».
¿Es Pitbull otro cómplice de la dictadura por permitir que su nombre se relacione con los presuntos «negocios» miamenses del régimen? No lo sé, pero tampoco lo creo. De la misma forma en que no cancelo a Alexander ni a Bebeshito ni a los 20 mil que llenaron el estadio. Yo no descarto a nadie; si va a ocurrir, que se descarten por sí solos. Como muchos, yo también hubiese querido que se gritara «Libertad para Cuba» el 28 de diciembre en el Pitbull Stadium. Pero no pasó. Acaso nunca suceda. Hasta entonces, seguiré de ingenuo, esperando a Godot.
«Ingenuo», por cierto, una de mis palabras favoritas, proviene del término latino ingenuus, vocablo que hacía referencia en la Antigua Roma a todo aquel que «había nacido libre, no esclavo».