Tocaron a la puerta y Ambrosio preguntó:

—¿Quién es?

Del otro lado le dijeron:

—Abre, Ambrosio, somos tus «amigos de siempre» —afuera aquellos cuerpos respiraban afanosamente, y se escuchaba como un leve bamboleo de sus torsos y caderas, como si ensayaran un pasito de baile o tomaran fuerzas para echar la puerta abajo.

Ambrosio se acercó a la puerta:

—¿Qué quieren decir con eso de «amigos de siempre»?

—Ambrosio, ¿tú te acuerdas qué hacías un 22 de mayo de 1969 a las tres de la mañana?

Ambrosio pensó:

—No, no me acuerdo. ¿Cómo voy a acordarme de lo que hice el 22 de mayo de 1969 a las tres de la mañana?

—Había tanto calor ese día que tus padres te llevaron a coger fresquito en el malecón.

—¿Y yo era muy gordo?

—No, qué ibas a ser gordo, Ambrosio. Eras solo un gordito. Con diez años solo se puede ser un gordito. Luego fue que engordaste hasta convertirte en lo que eres hoy. También luego fue que te salieron los granos en la cara.

—¡Sí, aún tengo las marcas! —y trató de esconderlas con sus manos regordetas.

—Y las tendrás, las tendrás para siempre, esas manchas o huellas de un error metabólico y genético con excesos no propios de un niño de diez años. Wilfred con azufre no curaba eso, Ambrosio. Siempre andamos equivocándonos. Ábrenos. No seas tan mal educado.

—¿Mal educado? ¿Y si son unos ladrones? La última vez me robaron hasta la pecera. A lo mejor ustedes vienen a por mí.

—¿A por mí? Ambrosio, ¿quién te enseñó a hablar así? A por mí… No suena mal, aunque un poco burgués, relamido, castizo venido a menos.

—Mi padre me enseñó gramática.

—Sí, sabemos que tu padre escribió libros que nunca publicó.

—¡¿Y cómo lo saben?!

—Ay, Ambrosio, mira que eres bobo. ¿No te hemos dicho que lo sabemos todo?

—A ver si es verdad. ¿Cómo empieza la novela?

—¿Cómo empieza la novela? —la voz que hasta ahora había hablado se dirigió a otro—. Makarov, dile a Ambrosio cómo empieza la novela de su padre.

—Ejem… Está escrita en… primera persona del… ejem… singular —Makarov tenía la voz ronca, dura y apagada malecón—. Ejem… Era de noche… Ejem… El hombre está sentado en un balance y…

—¡Sí, ese es mi padre! —los ojos de Ambrosio se humedecieron—. ¡Lo sé por el balance! ¡Le gustaba balancearse horas y horas mientras el aire del mar le daba en la cara! ¡Y entonces contaba las estrellas!

—Ejem… Mientras se da balance se rasca la nariz… Ejem… Entonces se levanta y enciende la lamparita y…

Su compañero lo interrumpió:

—Oye, Makarov, ¿es que piensas tenernos todo el día aquí? Mira que Ambrosio puede llegar a pensar que no sabemos contar una novela. Sáltate la escena de la sala y ve al grano.

Ambrosio dijo con voz segura:

—Entonces él cargó al niño, lo llevó al balcón y pronunció unas palabras misteriosas para que la noche protegiera a su hijo.

—¿Estás viendo, Ambrosio? Tú sabes, yo sé, Makarov sabe… ¿No somos una gran familia?

Ambrosio se conmovió ante aquellas palabras y habló con voz cargada por una antigua e indiscernible emoción.

—¿Qué somos en este país sino una gran familia? —dijo el más pequeño extendiendo sus enormes y fuertes brazos, y abrazando a Ambrosio—. Mira, este es Makarov —y señaló al gigante de hombros anchos y cabeza metida entre los hombros.

—A mí me dicen El Coronel —dijo el más pequeño—. Una vez un tipo se quiso hacer el cómico y me dijo ante la tropa: «Oiga, capitancito». Así como oyes. Capitancito, capitancito. Qué guajiro más gracioso. No llegó ni a sargento. No lo colgué porque ya no estaba bien visto colgar ni a los graciosos como en los primeros tiempos de nuestra épica.

Entraron y se sentaron.

Makarov sacó un tabaco y El Coronel le dijo:

—Makarov, tú no irás a encender ese tabaco aquí, ¿verdad? ¿No sabes que Ambrosio es asmático? Ay, Makarov, tú no aprendes. Ustedes los rusos tienen un no sé qué que siempre me deja pensando. Me recuerdan todos al irresoluto asesino Raskolnikov, no a Porfiri el Comisario. Bueno, estáis hechos mitad y mitad. Y unos gramos del monje Zósima. ¡Qué producto!

—¿Y cómo ustedes saben que soy asmático?

El Coronel dijo:

—Te volviste asmático un año después de la muerte de tu padre —El Coronel se arrellanó en el sillón—. Que, por otra parte, murió en circunstancias poco naturales.

—¡Mi padre murió de muerte natural! —casi gritó Ambrosio.

El Coronel abrió los brazos:

—Nadie en este mundo muere de muerte natural, Ambrosio.

—Mira —y señaló a Makarov—. ¿Tú crees que un hombre como Makarov se puede morir de muerte natural? No, Makarov tendrá la muerte que se merece. Tendrá su propia muerte, el bueno de Makarov.

La voz de Ambrosio se volvió vacilante:

—¿Y de qué murió entonces mi padre?

Se hizo silencio.

El Coronel dijo:

—Murió de amor.

Ambrosio se sobresaltó en su silla:

—¡¿De amor?!

—Bueno, me explico. La historia es larga, pero la voy a resumir. Resulta que tu padre, en el fondo, era una persona muy romántica. Un hombre profundamente sentimental pero imposibilitado de expresar su mundo interior por las circunstancias históricas. ¿Qué puede hacer un hombre que se levanta a las cuatro de la madrugada y trabaja la tierra hasta que el sol se pone? Ni siquiera podrá mirar el sol o la luna con buenos ojos. Es un hombre alienado. No solo alienado de sus medios de producción, sino además del sol y la luna, pues la alienación, imberbe Ambrosio, es un cáncer que se expande a la Naturaleza y viceversa… Pero mientras toma el café de la mañana aún conserva alguna secreta esperanza en su pecho. Sí, redimir al campesinado era darles contenido a sus sentimientos. Y eso hicimos. —Se giró hacia Makarov—: ¿Qué tú crees que sería hoy Makarov si no hubiera sido redimido? El cuerpo y el alma de Makarov ha sido objeto de incontables mutaciones, seccionando por aquí, hilando por allá…. Quién sabe lo que hubiese sido Makarov si lo hubiésemos dejado vegetar en su llamado estado primigenio. Makarov hubiera sido un matarife de pacotilla en el viejo régimen. Pero ahora Makarov tiene una misión. ¿Quién le ha dado esa misión? La masa. Sus iguales. Ahora Makarov es un hombre feliz y ronca como un bendito. Y que conste que Makarov ha participado en misiones difíciles, en que sus sentimientos y escrúpulos se han puesto a prueba. Pero no hay culpa. ¿Por qué? Porque entre la masa y Makarov no hay diferencia, son la misma cosa. No hay alma individual en tales casos. El alma es como una nube colectiva que suprime los bajos instintos y los transforma en pasiones necesarias. Entonces el crimen es una pasión como cualquier otra, incluso en tales ocasiones se rodea de un aura especial.  Y tu padre el campesino no comprendió eso. Sucedió que el lado sentimental de tu padre venció a su lado moral. ¡Qué mal agradecido resultó tu padre, que en paz descanse! ¡Si la masa no hubiera triunfado aún, tú te pasearías por Carcanet con un par de pezuñas de este largo y serías un niñito barrigón, lleno de parásitos! Un fenómeno de circo. Eso no lo comprendió nunca tu padre. Y murió sin comprenderlo, que es lo peor de todo. Ahora, levántate y anda, sal de esta pocilga habanera. Baja a la calle. Intégrate en la masa que ahora adopta forma de tumulto. ¿Sabes levantar la mano derecha con el puño en alto? Así, pero con más resolución. Así, así. Y ruge. Claro que primero rugirás como un leoncito. Pero ya rugirás por todo lo alto y meterás miedo. Ni te cuento el día que salió listo Makarov de nuestros Laboratorios. No rugía, bramaba. Como los elefantes hambrientos. ¿Que de dónde le viene el nombre de Makarov? Son dilemas rusos de la semántica. Nomenclatura más o menos secreta. Creo que porque tiene alma de pistola. Pero ahora está descargado. Por eso lo ves ahí tan tranquilito. ¿Acaso no son bellas las pistolas Makarov? ¡Ah, niño, ya tendrás una!

*Del libro inédito de ficción «Vida de Ambrosio».

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