Pezuñas

    Aquel día en Carcané había llovido mucho. Había llovido tanto que el fango brotaba de todas partes. Un fango espeso, táctil, asqueroso, que emponzoñaba la atmósfera.

    Los niños jugaban con palos en el fango, hundiéndolos o dando mandobles o pellizcando la superficie con movimientos rápidos.

    A toda esta, un puerco corría por el fango dando tumbos. Una mujer flaca lo perseguía, también dando tumbos como el puerco, pero hundiendo más los pies, y adelantando los brazos artríticos y la boca de culo —le faltaban todos los dientes— empinada hacia delante, silabeando improperios al puerco. Fue cuando la vieja gritó: «¡Atájalo!», y la turba de niños se sumó a la persecución, haciendo percutir sus palos en el fango y en el aire insoportablemente caliente de la tarde.

    ¿Y por qué huía el puerco? Porque había olido la muerte. La olió cuando la vieja se le acercó sigilosa por detrás, la boca de culo más abierta que de costumbre, el pañuelo apretado sobre las cejas dejando fuera las orejas grandes de vieja. Entonces el puerco lo supo, que era la Muerte lo que le venía por detrás de sopetón. Lo supo por el destello a través del cual los animales captan la trama general impuesta por la Muerte, resuelta en inminentes y atroces partículas de Tiempo; entonces aprietan el cogote y aguantan el golpe, o, como en el caso que nos ocupa, brincan huyendo en el vacío que se abre como única solución.

    Y lo que se abría como parte del vacío bajo sus patas, aquella tarde, era el fango de Carcané. O, mejor dicho, era el mismo Carcané, con la diferencia de que en días anteriores había llovido exageradamente, mostrando ahora el lugar su verdadera naturaleza, su naturaleza abyecta, fanosa, como subrayaba Eutimio, el único Filósofo de Carcané, hamacándose entre dos ceibas mientras contemplaba un pedazo de cielo muy azul surcado por auras tiñosas.

    Para Eutimio, el tiempo de Carcané se abría básicamente en dos mitades: una pluviosa, breve, y otra —duradera hasta el agotamiento— polvorienta y caliente. Sin embargo —explicaba— no eran tales mitades compartimentos estancos. La hinchazón húmeda debía crecer como una pústula de la herida del calor. Eutimio aseguraba que Carcané «cuajaba» literalmente en aquella hinchazón de humedad recalentada. Que los demás días del año eran solo un reajuste sistemático de la Naturaleza para avanzar hacia la esfera en que cada puerco de Carcané (y también sus pollos y gallinas) luchaba por la Eternidad.

    En esos días —aseveraba Eutimio—, «el anillo natural se cierra». Y esto facilitaba que ahora el cerdo a pesar de su velocidad no pareciera avanzar —lo sabía, lo sabía el animal en su fuero interno—, o, mejor dicho: no avanzaba. Pues no es posible huir de una esfera ya totalmente trágica que apretaba sus límites como los anillos concéntricos de una Boa constrictor. Y por esa razón fue que el puerco nunca dejó de oír cerca de sus orejas el golpeteo de los palos, y olía incluso el sudor de los niños, y el crepitar de los salivazos de tabaco de la vieja contra la superficie negra y aguachenta.

    El anillo se cerraba. Y dentro quedaba una zona turbia. Y dentro de la zona turbia un cerdo moviéndose en dirección al sol, raspando con las pezuñas y el hocico la cáscara de aquella bellota gigante que era el anillo. Si le hubieran podido nacer alas en esos momentos, el cerdo se hubiera elevado con prontitud sobre Carcané y hasta hubiera visto que el lugar no era tan feo, que, visto así, desde lo alto, Carcané era bonito, hasta simpático. Pero no es lícito a un cerdo elevarse en opiniones ajenas a su naturaleza mientras el anillo lo va apretando cada vez más, dejándolo sin resuello. Lo que nuestro cerdo tenía por única realidad en aquellos instantes, era que él, en cuerpo y alma, se había convertido en tiempo y espacio irreversibles y absolutamente trágicos. 

    Y tampoco la feroz carrera le permitía ver lo siguiente:

    otro cerdo que lo miraba desde un corral;

    las palmas tiesas que avanzaban hacia el cielo;

    una vaca espantándose las moscas con el rabo;

    el hermano de Eutimio con un cubo de palmiche;

    un haitiano de ojos vidriosos arrastrando los pies;

    la maestrica de la escuela que llegaba en una mula;

    etcétera, etcétera…

    «Ciclos vitales y mortales», sentenciaba Eutimio, pues, puestos a imaginar, el espectáculo de algún otro cerdo muerto en el fango no hubiera favorecido, de ningún modo, el vector de razón que nuestro cerdo podría adjudicar al mundo tubular que se abría infinitamente ante su hocico en la carrera. ¿Acaso miríadas de pájaros vivos no festejan su propia natura y a la vez a la natura sobrevolando sobre congéneres muertos o moribundos que yacen como residuos de una estación que se despide? Ciclos vitales y mortales, decía Eutimio, donde la materia, mientras más abundosa, mientras más entregada a la tarea de multiplicarse infructuosamente en sí misma, retorna más y más hacia una nunca olvidadiza Naturaleza.

    Ahora bien: que un puerco en plena huida se tope con una foto en el fango, y detenga su carrera para observar dicha foto —digo observar, no olisquear—, habla lo mismo a favor que en contra de la sapiencia de los cerdos, cuestión que aún se preguntan en el no lejano Alto Palo, y hasta en la Capital. Pero la mayoría de la gente en Carcané, Alto Palo, y hasta en la Capital, concluyó lanzando un escupitajo:

    —Eso le pasó al cochino por comemierda.

    Porque el puerco, observando detenidamente la foto, había sentido el apretón ineludible del manojo de manos que lo aferraron por paletas, orejas y patas —¡incluido el rabo estirado hasta el dolor!—, y supo que todo estaba perdido. Entonces berreó en dirección al cielo, donde creyó que estaba Dios.

    La vieja llegó apenas un segundo después, recogiendo la foto del fango, limpiándola apenas contra la saya, y consiguiendo ver las tres cuartas partes de un niño que sonreía con un dedo metido en la boca, el pelo ensortijado, cachetudo como el niño de las compotas. Entonces la vieja exclamó abriendo su boca de culo:

    —¡¿Qué hace aquí la foto de Ambrosio?!

    A ella no le pareció de buen augurio haberse encontrado con aquella foto. Ambrosio era el caso más raro que se había conocido en Carcané en lo que la vieja tenía de uso de razón.

    Pues resulta que Ambrosio había nacido con un dedito, en forma de pezuña, en ambas manos. Alguien dijo:

    —Es un santo.

    Otro dijo:

    —Es el Demonio.

    Otro:

    —Es un lelo.

    Y otro:

    —Es un monstruo.

     Y Eutimio dictaminó:

    —Es un protoángel. Alguien que está a medias entre dos mundos, uno terrenal y otro sagrado, sin decidirse por ninguno. 

    Claro que era cosa difícil imaginar, lo mismo en Carcané que en Alto Palo (y otros pequeños pueblos más allá de la marca), incluso en la Capital, qué era exactamente un protoángel. Así mismo pasó cuando veinte años después llegó a Carcané la palabra protón. La gente prefirió ignorarla. Y ambas palabras —protón, protoángel fueron archivadas, o, mejor dicho, sepultadas junto a otras como: gaznápiro, atrio, cornucopia, bandurria, celosía, menestral, forcluir, intríngulis, parusía, acíbar, trampantojo, anfibología, primicia, dadá, zurrón, metalenguaje, epítome, ataraxia, serendipia, mamporro, y otros innúmeros vocablos que ni siquiera tuvieron tiempo de volverse inútiles.    

    *Del libro inédito de ficción «Vida de Ambrosio».

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    Rolando Sánchez Mejías
    Rolando Sánchez Mejías
    Rolando Sánchez Mejías (Holguín, Cuba, 1959). Ha escrito ficción, poesía y ensayo. Libros de narrativa: 5 piezas narrativas (Ed. El Libro, la Habana), Escrituras (Ed. Letras Cubanas, La Habana), Cuaderno de Feldafing (Ed. Siruela, España), Historias de Olmo (Ed. Siruela, España). Poesía: Collage en azul adorable (Letras Cubanas, La Habana) Derivas (Letras Cubanas, La Habana), Geschichten von Olmo (Ed. Schöffling&Co., Alemania) La condición totalitaria (Ed. Casa Vacía, USA) En antologías se han publicado cuentos y poemas suyos , ejemplos: Poésie Cubaine du XXe Siécle (Géneve), Antología de la poesía cubana siglo XVIII al XX (Ed. Verbum, España), Antología de la Poesía Latinoamericana del siglo XXI (Siglo XXI, México), Prístina y última piedra. Poetas latinoamericanos (Ed. Aldus, México) Cuban Poetry Today, Antología del cuento latinoamericano del siglo XXI, An Anthology of Cuban Stories (Londres /USA), Cuerpo plural. Antología de la poesía hispanoamericana contemporánea (España, Ed. Pretextos, España), Cuentos latinoamericanos (Ed. D.T.V), bilingüe, Alemania) Ha antologado y prologado libros como : Obras maestras del relato breve (Ed. Océano, España), Cuentos chinos maravillosos (Ed. Océano, España), Mapa imaginario: nuevos poetas cubanos (La Habana). Fue director del grupo y revista de literatura y pensamiento DIÁSPORA(S) en Cuba y Barcelona realizada al margen del Estado cubano en forma de zamisdat. Sus libros Derivas y Collage en azul adorable recibieron el premio nacional de la crítica. Próximamente se publicará en México su Poesía Completa y una antología de su trabajo en varios géneros en la Ed. Linkgua, España. Vive desde 1997 en Barcelona.
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