Noticias que no leerás en La Habana

    Me despierto casi a las diez de la mañana y voy directo al vaso de agua y a dos ibuprofenos que aún conservo milagrosamente. Regreso a mi cuarto, aún mareada, recordando a trozos la noche de ayer. Todo iba bien. Bailábamos con distancia, tomábamos cerveza Polar, buena, buenísima, fría como diablos. Me asombraba beberla como si fuera agua. La Polar siempre fue muy mala, hasta ayer. Ayer alguna cosa había mejorado en La Habana. Saboreo un delicioso puerco asado, el único asado que he probado entre este año y el anterior. Quiero quedarme con ese sabor, aunque es poco. Intenso, goloso, se me mete entre los dientes, la lengua, los labios.

    Definitivamente aún no tengo COVID. Despedimos a una amiga que se va y se salva de esta inmundicia. Su novia anda triste, vestida de blanco. La asiste, la ayuda, en ese silencio que anticipa un desfiladero. Mira su móvil mientras todos cantan, aparenta estar entretenida. La novia vestida de blanco toca el cielo por una mujer y grita a los cuatro vientos la paz de su reciente declaración. Esa novia que bailó en los cabarets más famosos de la ciudad, con tipos atléticos que la intentaron enamorar con sus cuerpos, su fuerza, su gracia al bailar, y que ella aceptó pero no deseó. Escondía su adoración por la suavidad de una mujer. La tardía pero necesaria aceptación del deseo lésbico es una noticia que jamás leeré en Cuba: «Exbailarina se declara feliz con una mujer tras años de insatisfacción con hombres». 

    II

    Me tiro en la cama, no puedo hacer otra cosa. Miro al frente. En mi mesa de trabajo, bajo las innumerables ropas desperdigadas (ayer estuve casi una hora para vestirme, maldita inseguridad que me acompaña), veo mi consolador. Morado, metálico, frío. Me asusto, no entiendo. No recuerdo haberme masturbado, pero pudo haber pasado. Cuando tomo algunos tragos sale la libido y hace enredos con mi cuerpo y mi calor. No me asusta no recordar cómo ni cuándo jugué con ese tubo morado que, aunque no adoro, sí me enloquece cuando vibra. Me asusta porque tengo la menstruación y estoy usando ahora mismo la copa menstrual. ¿Será posible que haya llegado mi consolador al fondo de mi vagina con copa y todo? Escribo en mi mente el titular que no leeré: «Mujer llega a urgencias con copa menstrual alojada en el cerebro».

    Me aterro. Voy al baño. Poco a poco me toco, meto la punta del dedo índice, el del medio y el pulgar. Aún en pánico, hurgo, como quien intenta encontrar caracoles en la arena caliente, y al final, muy al fondo, siento una punta plástica. Respiro aliviada. Vuelve el titular a mi mente: «Una mujer llega a urgencias afirmando tener una Polar en su vagina». Nadie la cree. Pura prensa sensacionalista. ¿Quién va a creer que hay cerveza Polar en La Habana? Gracias bendita ley de la gravedad, me sacas de tantos apuros.

    Sin embargo, aún no descarto la masturbación. Es muy mío eso de llegar borracha y tocarme. Quizás solo pasé el consolador por mi clítoris medio segundo y puaf, el advenimiento. Odio masturbarme sola. Tan rápido, tan volátil, tan vacío. No quiero dejarle ese mal sabor a mi cuerpo, hacerle creer que la masturbación es sexo. 

    Pero aún estoy en resaca, tirada, tomando agua, intentando ver alguna serie que no corre en mi maldita computadora. Es mejor conectarme entonces. Internet ha sustituido los libros, las series, las películas, la TV, qué horror. Espero que pase pronto este arrebato. No soy muy popular, nadie me escribe, solo grupos de WhatsApp que me entorpecen.

    Espero algún mensaje, alguna canción en este año nuevo, que ya no llegan. Me conecto una y otra vez para confirmar ese vacío de una ilusión que quedó atorada en el 2020. Intento destrabarla, pero se enreda en la nada. Continuo en la inercia, terca y tonta de mí. Intento no esperar ya nada para no decepcionarme más. Me miento en las redes. La nada en el WhatsApp.

    III
    Reviso las últimas fotos que he tomado. Unos peces en la calle me desgarraron el alma días atrás. Las subo a Facebook y recibo mil comentarios. Sabía que eran unos peces muy raros, y que había algo inaudito en el hecho de encontrárselos tirados intactos en una acera del Vedado. Dicen que son manjuaríes, una especie endémica de Cuba y en peligro de extinción. Yo no sé. Todos parecen dolidos, enojados, hablan una vez más de la necesidad de una ley de protección animal. Si fuera periodista, y hubiera algún medio nacional para publicar tales barbaridades, tendría media noticia hecha. Ya había tomado las fotos, la evidencia más importante. Imaginé el titular en mi mente: «¿Santería o vandalismo? Una cruzada a los manjuaríes». No me atreví a profundizar. Por suerte, dos horas después encuentro este titular en Cibercuba… «Aparecen tirados en una calle de La Habana dos manjuaríes, especie cubana en peligro de extinción». Me sorprende. Ellos están superatentos. También leo que es una especie endémica de La Isla de la Juventud. Ahí subliminalmente llega la Isla a mí, siempre, mi pequeño terruño donde fui tan feliz. Quizás por eso me dio por tomar esas fotos. Me alegra haber denunciado cómo asesinan y tiran en la calle aquellos peces únicos de mi Isla que han sobrevivido al Tiempo. Formar parte de la inmediatez te llena de energía. Estás en el aquí y en el ahora, atenta a tu tiempo y a tu espacio. Basta ya de noticias tardías, inexactas, infladas. Basta ya de recorridos, reuniones, asambleas. Esas no son noticias, ocurren todos los días aburridamente. Hablemos del tiempo real.

    Imaginemos nuestros titulares, que también pueden ser statements: «Todos se quieren ir», «Vagan los habaneros con caras de amargura», «Otras maneras de nombrar la Covid en Cuba que no sea “la compleja situación”». Pero ya no serían noticias. No son noticias aquellas con las cuales convivimos todo el tiempo, y releerlas una y otra vez nos asquea.

    Recordé también que anoche vomité todo el cerdo. Qué dolor que no lo haya asimilado. La proteína al retrete. Hoy me metí los dedos en mi vagina para sacarme la copa menstrual de silicona –tan increíble invento que recomiendo a todas las mujeres–, y anoche los había metido en mi garganta. Sentí una explosión en mi estómago y mis dedos me ayudaron a expulsarlo todo. Así pude descansar. Los otros también vomitaron. Me acaba de llamar Dylan y Orlando y me cuentan que hubo vómitos por doquier. Por la cama, todo el piso, sin agua para limpiar. Unos dicen que fue la Polar, otros que el Tequila. Yo digo que fue el cerdo, el manjuarí, el peligro, la extinción, La Isla, el aburrimiento, la despedida.

    IV

    Hoy sí quiero escribir alguna noticia, algo raro, diferente, algo que esté sucediendo no tan lejos de acá. Digamos que escribo de explosiones. Digamos que mi amiga ha invitado a su amiga y su hijo a almorzar y está tranquilamente pelando unas yucas en la cocina de su nueva casa y siente una fuerte explosión, tan fuerte, que las ventanas de plástico que mal protegen el apartamento de las lluvias, el viento y el sol se han movido como si fueran de tela. Su corazón se estremece. Mi amiga se asusta. Sale de la cocina, saca a todos de la casa y luego se oye otra y otra explosión, que viene del suelo, de abajo. Empieza a salir humo de un alcantarillado muy cerca y temen un fuego. Llaman a los bomberos, a la policía, a la compañía de electricidad. Todos llegan, puntuales. Digamos que todos hacen su trabajo y aún así no encuentra una explicación. De sus bocas solo sale «eso tiene que ver con una zona militar». De ahí para allá el vacío. No se sabe por qué explota, ni qué está explotando. Eso es militar, eso no se habla, eso no se dice, eso no se toca. Los vecinos más viejos le dicen a mi amiga que allá abajo está lleno de gas metano. Mi amiga teme. Digamos que vella ive cerca del Cementerio, cerca de Jalisco Park. Digamos que es nueva en la zona y nada de esto lo avizoró. Ahora resulta que es normal vivir entre explosiones que no se sabe ni se sabrá jamás por qué suceden y que puede deberse a gas metano o a militares jugando con quién sabe qué. Sé que mi amiga estará atenta a los ruidos. Ya no la sorprenderán. Digamos que escribo esta noticia y que a mi amiga, por suerte, no le ha pasado nada. Titulo: «Vecinos aterrados denuncian varias explosiones (inexplicables) en el Vedado».

    Sigo en mi cama, pasando el día funesto después de beber, después de masturbarme o no, después de saber que no terminaré en urgencias, después de esperar mensajes de amor que no llegan, de otros que sí llegan a chorros entre la princesa de blanco y su novia, después de convencerme de que los que les quitaron la vida a los manjuaríes no pagarán por su delito, ni nadie indemnizará a mi amiga, a su familia y a sus vecinos, a todos nosotros, por los daños emocionales acumulados tras aquellas explosiones que nadie quiere explicar por qué suceden. Una disculpa quizá hubiera sido suficiente. Un reconocimiento, un «no pasará nunca más». Pero así me quedo, quietecita, pasando el mal momento, haciendo catarsis con las palabras. Que me salvan y me mantienen, como la gravedad, como el país, a ras del suelo.

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