¿Quién habrá sido la primera mujer cimarrona en Cuba?, se pregunta el joven fotógrafo Manuel Almenares, y sale a buscarla, cámara en mano, por las calles de La Habana.
Con esta selección —donde, explica, «convergen imágenes de varias series que fueron tomadas en diferentes momentos»—, el autor prosigue su ciclo, previsiblemente interminable, de retratos callejeros en los barrios populares de la «ciudad heterogénea».

Por supuesto, estas mujeres ya asomaban en cada una de sus series y publicaciones anteriores.
Ellas, lo sabemos bien, sostienen de algún modo esta urbe achacosa: marcan secreta, horizontalmente, el ritmo de las cosas y, al mismo tiempo, esculpen la milagrosa estática vertical de lo real habanero.

En rigor… Nadie sabe cómo. Nadie sabe quién hace el milagro. Pero ciertamente nosotros apostaríamos por estos rostros, estos ademanes. Esa lentitud y ese estallido que vemos.


Almenares dice que suele haber «un detonante antes de obturar», a saber, cada escena que capta es hija de un ínfimo cataclismo estético que acontece mientras camina por La Habana: «matriarcas, amas de casa, mujeres jóvenes y adolescentes que están en la calle y se hacen notar», comenta, en específico, sobre esta compilación que ha titulado «Mujer mestiza».
¿Y qué nota el fotógrafo? ¿Qué lo hace cubrirse medio rostro y disparar sobre estas mujeres? ¿En realidad importa eso?



Con afán etnográfico, Almenares obtura y —a continuación, en su statement artístico— postula una «Cuba mestiza».

Postula unas mujeres que serían, esencialmente, «mestizas como su nación».
Recuerda incluso a Mariana Grajales, «Madre de la Patria», repite, citando su viejo manual escolar de Historia de Cuba, «quizás el ejemplo más sublime de las mujeres criollas descendientes de aquellas africanas esclavizadas».

Nadie dirá que Cuba no pueda ser, en efecto, también eso: mestizaje. Pero ya sabemos que todo discurso de unidad nacional es siempre sospechosamente simple, siempre la perversión de una metáfora que se autoproclama fundacional: mi abuelo blanco… mi abuelo negro… bla bla…

El fotógrafo Almenares posee, sin embargo, ese instinto poderoso de la autocontradicción, del desvío retórico, del error luminoso.

Viene caminando entonces esta mujer que mira al cielo, y lo interpela, o tal vez está felicitando a alguien por el orden de las cosas allá arriba, a través de la ínfima rendija que permite la estrechez de las callejas habaneras… Y algo en ese instante se siente como una silenciosa explosión, y Almenares, que avanza en sentido opuesto, se apresura a obturar su cámara y, desde luego, retrata a una negra, negra, negra cubana que en realidad es la reina cimarrona del mundo.

(Fotografías autorizadas por Manuel Almenares).