El holandés Ed Van der Elsken fue uno de los grandes cronistas fotográficos del París de post-guerra; una ciudad donde la vida ganaba consistencia de aventura individual tras emerger de las ruinas espirituales de la guerra y la ocupación. Con frecuencia, Van der Elsken no encontró mejor lugar para atrapar la esencia de París que, precisamente, la existencia de sus mujeres: sus rostros, sus ademanes, el humo de sus cigarrillos. Algo se tramaba en aquellas miradas, aquellos cabellos al desgaire. En el bohemio temblor de las tardes y las noches de París.
Luego, a la vuelta de unos años, supimos de mayo del 68.
Algo, leve y trascendental, parece tramarse asimismo en esta Habana femenina que ha fotografiado Evelyn Sosa. Estas jóvenes también están paradas al borde del desastre. Pero sin dudas de este lado.
Sosa —como en otras urbes solía Van der Elsken— fotografía a sus personajes en los cafés, los bares, las fiestas privadas, las alcobas y los espejos de La Habana. Las chicas posan, sonríen a la cámara, nos miran; habitan el acto fotográfico. Existen. Su discurso es la existencia.
Sin embargo, acaso no quieren decirnos nada en particular; nada demasiado importante.
Aquí, La Habana emerge femenina y hípster, lánguida y posmoderna, esperanzada y energética sin grandilocuencias. No está aquí la obrera, la miliciana, la estudiante; tampoco la mulata voluptuosa, colorida y cimbreante, deshaciendo el tiempo en una llamarada mientras un tumbao invisible repite obsesivamente: Cuba, Cuba, Cuba… Es este, en todo caso, un ejercicio de exotismo inverso.
Algo se trama. El mundo ha llegado a La Habana de contrabando, y ahora fuma, bebe, sonríe y se hace, ante el espejo, una selfie decadente y prometedora.
(Fotos autorizadas por Evelyn Sosa).