El dólar que va y viene

    El día de ayer el Banco Central de Cuba emitió la resolución 63 de 2023, por medio de la cual deroga la 176 de 2021, que prohibía la aceptación del dólar en efectivo por parte de los bancos e instituciones no bancarias del país. Entonces escribí un artículo que titulé «Las tribulaciones del dólar en Cuba», donde critiqué la medida, esencialmente porque era un nuevo «bandazo» respecto al uso de divisas extranjeras en las transacciones nacionales; porque añadía incertidumbre, en vez de la seriedad y credibilidad, respecto a las políticas económicas del gobierno; porque las sanciones económicas de Estados Unidos existían desde la década de los años sesenta y su endurecimiento por parte de la administración Trump había ocurrido hacía cuatro años, y porque no resultaba coherente que se afirmara que Cuba tenía demasiados dólares con los cuales no podía operar cuando solo unos meses antes se daba como razón para que las CADECA dejaran de ofrecerlos, precisamente, su escasez. La medida daba un plazo para bancarizar los dólares en efectivo que estaban en poder de la población.

    Los efectos de la medida adoptada en 2021 son conocidos, y también entonces fueron advertidos: mayor incertidumbre cambiaria en el mercado informal y pérdida de respaldo del peso cubano, sobre todo por su escasa soberanía monetaria en el mercado doméstico, lo que contribuiría a la mayor depreciación de la moneda nacional; si una parte de los dólares en manos de la población se bancarizaban, disminuiría su oferta en el mercado informal y se reforzaría la apreciación de la divisa extranjera; la tendencia a la apreciación de la divisa estadounidense en el contexto de un mercado parcialmente dolarizado aumentaría la inflación en el mercado secundario informal que comercializaba en pesos cubanos lo adquirido en las tiendas en moneda libremente convertible.

    Ahora, al revertir aquella medida, que ciertamente se había anunciado como temporal, las autoridades cubanas parecen no dispuestas a admitir que entonces se equivocaron, si bien ninguna de las condiciones que supuestamente condujeron a su adopción ha cambiado. Las sanciones estadounidenses siguen existiendo, aunque se haya permitido el envío de remesas a través de Western Union (las remesas seguían llegando «mano a mano» sobre todo en el momento de la estampida migratoria, lo cual obviamente hizo difícil su cuantificación e imposible su incorporación a la economía nacional). 

    En conclusión, no debió haberse adoptado la prohibición hace dos años porque no resolvía problema esencial alguno en la economía cubana y sí contribuía a agravar otros que ya existían. La medida actual es adecuada porque al menos permite bancarizar una buena parte del flujo de divisas, siempre que exista la garantía de su plena liquidez, es decir, que luego no sea objeto de «corralitos» que limiten su utilización como «depósitos a la vista». Sin embargo, ahora como antes, muchas personas mantendrán su escepticismo, y otras su desconfianza, respecto a la credibilidad de las autoridades cubanas como gestores de política económica y de los bancos isleños como entidades seguras y confiables.

    La dolarización parcial sigue siendo uno de los problemas más graves de la economía cubana, porque mientras ella exista no se habrá logrado la unificación monetaria que, como es sabido, hizo parte de los lineamientos de política económica y social del VI Congreso del PCC de 2011, ratificados en el VII de 2016. Más allá de haber sido acordada en dos congresos del partido único gobernante —y adoptada con bastante tardanza, por cierto—, la eliminación de la dolarización era una medida imprescindible para organizar la economía nacional. Sin embargo, poco antes de aplicarse la llamada «Tarea Ordenamiento», donde se eliminaba el peso convertible (CUC) y se unificaban los tipos de cambio, se crearon las tiendas en monedas libremente convertibles, otorgando a los depósitos en dichas monedas la condición de dinero bancario, lo que significaba, en la práctica, redolarizar parcialmente el mercado. Para colmo, la unificación cambiaria no pudo ocurrir en un peor momento: cuando el turismo estaba paralizado y los ingresos en divisas del país estaban en niveles mínimos, en medio de la pandemia de COVID-19; diez años después de haberse planteado su necesidad. Si esto no fuera poco, el tipo de cambio unificado que se adoptó no consideró la realidad del momento; fue arbitrario y sobrevaluado en medio de una grave escasez de divisas y una gran incertidumbre económica y social. 

    Es falso que la dolarización se hubiera abandonado cuando se adoptó la circulación paralela del CUC porque este solo circulaba como «signo de valor» respaldado supuestamente por dólares. Posteriormente, la política de emisión adoptada irresponsablemente por el gobierno cubano hizo que también esta otra moneda careciera de valor real, lo que significó realmente una sobrevaloración de dicho billete; es decir, su valor nominal superaba ampliamente su respaldo efectivo en divisas, deteriorando gravemente la confianza en el emisor. Esta situación generó graves problemas de liquidez en divisas para las empresas nacionales, e incluso para los inversionistas extranjeros, y en consecuencia agudizó el deterioro de la credibilidad del gobierno.

    La economía cubana no ha dejado de estar dolarizada parcialmente. Y esto significa que se han dolarizado gran parte de los gastos de los ciudadanos, aunque no sus ingresos, generando una distancia cada vez más grande entre la capacidad adquisitiva de estos y el costo real de la vida, hasta niveles insostenibles desde el punto de vista social y económico. 

    El mantenimiento de la dolarización parcial es nocivo para la economía nacional, y también para la economía de las familias, porque contribuye a debilitar el valor del peso cubano en el mercado doméstico debido a que este no puede cumplir plenamente las funciones del dinero; mantiene la desconexión entre los mercados dolarizados y no dolarizados, sobre todo debido a la existencia de tipos de cambio múltiples, algunos de los cuales no tienen fundamento en las condiciones reales del mercado; genera distorsiones en los precios relativos, y contribuye al aumento de la inflación.

    En materia monetaria solo veo dos alternativas posibles: o se le devuelve al peso cubano su plena soberanía como dinero, otorgándole curso legal forzoso y fuerza liberatoria ilimitada en el territorio nacional, o se procede a la «eurización» total de la economía, acuerdo mediante con la Unión Europea. No me refiero a la dolarización total porque ello requeriría de un acuerdo con Estados Unidos que es impensable en estos momentos. 

    Personalmente, defiendo la soberanía de la moneda nacional como expresión de soberanía económica, sobre todo cuando no se hace parte de una unión económica. Ello requiere, en primer lugar, de un gobierno responsable y de un banco central que sea independiente del gobierno y desarrolle la política monetaria con criterios técnicos. Además, en la situación de Cuba resulta imprescindible desarrollar una política de estabilización macroeconómica que impondría severos sacrificios a una población que está, justamente, harta de sacrificios sin resultados positivos. 

    Para combatir la inflación galopante se requiere la reducción del déficit fiscal y, si ello no se logra incrementando los ingresos del presupuesto, vía crecimiento económico y de los negocios, la opción sería una disminución del gasto público. Hay posibilidades de hacerlo descargando los costes de la inmensa burocracia del Partido Comunista y las organizaciones derivadas de este; del abultado aparato de seguridad del Estado, especialmente el dedicado a cuestiones internas, así como del propio gobierno, que también puede ser reducido significativamente. Sin embargo, resulta muy poco probable que eso ocurra en las condiciones actuales. 

    Los demás desequilibrios macroeconómicos requieren otro tipo de políticas. Nada lograremos en materia económica si el país no recupera una senda de crecimiento económico. Para ello no es posible continuar con las bajas tasas actuales de ahorro e inversión. La relación existente entre el ahorro interno bruto y el PIB, y entre la inversión y el PIB, son claramente insuficientes para impulsar el crecimiento económico. Para colmo, la política inversionista del gobierno también ha sido contraproducente porque ha concentrado recursos en los hoteles, insuficientemente ocupados, a costa de sectores clave como la agricultura, la industria y los servicios sociales fundamentales. En estas condiciones es necesario adoptar medidas para atraer capital foráneo, y especialmente de la comunidad cubana residente en el extranjero. Ello no será posible en el estado presente de las relaciones entre el gobierno cubano y esa comunidad, a la que no se le reconocen plenos derechos ciudadanos, pero que exige, cada vez con mayor fuerza y sistematicidad, la democratización de la sociedad. Algo que, por cierto, también reclaman de forma creciente diversos sectores dentro del país. Siempre quedaría la posibilidad de seguir vendiendo activos nacionales a inversionistas extranjeros para crear «islas» de relativo esplendor en medio de una pobreza generalizada… Pero eso es inadmisible desde el punto de vista político y social.

    Si bien es cierto que Cuba enfrenta gravísimos problemas macroeconómicos, resulta además imprescindible incrementar la producción de bienes y servicios. Para ello la opción realista y efectiva es eliminar todo tipo de restricciones al desarrollo de empresas privadas y cooperativas. Pero también en este caso se requiere un clima institucional diferente al actual, que se caracterice por la confianza y la credibilidad en el sistema político, por la democracia política y el reconocimiento de todo tipo de libertades, incluidas las garantías legales para la inversión.

    Aunque este es un tema complejo que requiere mayor elaboración, la «eurización» significaría la pérdida de soberanía en política monetaria y cambiaria; impediría que el ajuste pueda ser evacuado a través del tipo de cambio porque habría que someterse a quien mantiene la divisa en los mercados internacionales, y requeriría asumir la disciplina fiscal y monetaria impuesta por el Banco Central Europeo. Al mismo tiempo evitaría seguir descargando sobre el presupuesto de la nación el abultado déficit para pagar ineficiencias; obligaría a los sectores productivos y de servicios nacionales a mantener niveles de competitividad internacionales que aseguren la captación de divisas, porque de ello dependería la circulación monetaria doméstica, lo que obligaría asimismo a los sectores no transables internacionalmente a conectarse económicamente con los que sí resultan transables. 

    Evidentemente, un ajuste así sería muy duro al principio; por lo que tendría que acompañarse con un crédito inicial cuya magnitud dudo que las instituciones financieras multilaterales europeas estén en posibilidades y tengan la voluntad de asumir, sobre todo en las condiciones actuales. 

    Cualquiera de las dos opciones requiere transformaciones económicas, institucionales y políticas de carácter estructural. Evitarlas significa profundizar el subdesarrollo, incrementar la pobreza y dar continuidad a la estampida migratoria como solución individual. No existe razón alguna que justifique aceptar semejante destino.

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    4 COMENTARIOS

    1. Otro ordeñamiento para seguir exprimiendo jugos a la Matrix caribeña. Locos de remate quiénes vaporicen sus dólares metiéndolos en esta nueva estafeta de los amos de la inflación (de barriga). Canta a corral que da gusto.

    2. Bueno Mauricio, me parece que si la 63 sucedió a la 176 eventualmente la (adivinemos un número) 85 va a sustituir a la 63 y más tarde (adivinemos otro) la 121 va a dejar sin efecto a la 85 y ese tío vivo continuará. Los que tienen mi edad y otros más jóvenes conocen el ir y venir de interminables decretos aparecidos en la gaceta nacional de Cuba. Como dice la frase, el papel aguanta cualquier cosa.

    3. A esta Ysla hay que rentarla de una punta a la otra para ver si mejora alguito. El peso cubano no tiene razón de ser, no es fiable ni valorado por ningún banco internacional. Debido a la evidente imposibilidad de sustituirlo por el USD, la eurización no sería una solución descabellada. Hay precedentes de casos similares. En Ecuador usan el dólar y en Panamá convive este junto al balboa. Pero nada de esto ocurrirá, al menos no mientras la cúpula gubernamental y sus directrices políticas sean las mismas que ya conocemos.

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