11-J: Los sueños difíciles de la casa 439

    «Torna tu vista, Dios mío, a esta infeliz criatura», reza una plegaria espiritista entre los creyentes cubanos. Cuando uno entra en el casi eterno pasillo que da a la casa 439, desde la Calzada de Diez de Octubre, a dos cuadras de Toyo, te parece que hasta las paredes descoloridas la entonaran sin demasiado ánimo. La libreta de abastecimiento incluye en este «núcleo» a 20 personas, y cada una de ellas ha recibido de la vida cualquier cantidad de desgracias. Que Daisy Rodríguez Alfonso esté presa por manifestarse el 11-J, es una tragedia que la familia ha asumido triste y vagamente.

    El 11 de julio del 2021, a dos casas de la suya, había una bocina, una mesa de dominó, y cualquier cantidad de ron. A las tres de la tarde ya Daisy había bebido demasiado como para tener tino o templanza. A esa hora ya venían bajando desde Café Colón los manifestantes de Santa Amalia y todo el oeste de Diez de Octubre: furiosos, golpeados. Ya habían tenido que esquivar los gases lacrimógenos que lanzó la policía, y muchos de ellos llegaron a Toyo con heridas en sus pies y en el torso debido a las pedradas represivas. Aun así, seguían gritando «Patria y Vida», «Libertad»… 

    En la Esquina de Toyo, el enfrentamiento entre las fuerzas policiales y los ciudadanos no fue de poco calibre. La paz que pregonaron inicialmente los manifestantes se había tenido que convertir en estrategias para protegerse, y luego, para defenderse. Un carro de patrulla fue volcado. Muchos vieron en esa imagen la poesía del derrocamiento anhelado. Muchos quisieron subirse encima del carro policial, que se convirtió en un podio. Subía y bajaba la gente, como posando para la Historia. Daisy Rodríguez Alfonso, a sus 38 años, tuvo ímpetu suficiente para hacerlo también. Menos de diez segundos duró su celebración. Está registrado en video.

    Libreta de abastecimiento en casa de Maritza y Daisy / Foto: Mauricio Mendoza
    Libreta de abastecimiento en casa de Maritza y Daisy / Foto: Mauricio Mendoza

    24 horas y un poco después, Daisy no tenía nada de alcohol en su sangre, y muy poca proteína en su estómago. Se adaptó a las gelatinas pues los médicos dijeron que suben las defensas. En el eterno pasillo empezó a comerse una, de frente a la puerta y de espaldas a la Calzada. No vio venir a los seis «boinas negras». «Déjenme coger las chancletas al menos», fue lo que atinó a decir. Sus primas preguntaban a gritos por qué, pero solo obtuvieron como respuesta el sonido de Daisy entrando en una guagua oscura. Nadie le dijo a la tía Maritza a dónde se la llevaban; tampoco qué pasaría con ella.

    Pasaron cuatro días antes que Maritza García supiera dónde estaba su sobrina, y más de tres meses antes de saber que la Fiscalía Provincial solicitaba que pasara los próximos 20 años en prisión, por los delitos de «atentado», «desorden público», «daños» y «sedición». Luego de un mes en 100 y Aldabó, Daisy Rodríguez Alfonso fue trasladada a un centro penitenciario para personas con VIH-Sida —conocido como Panamá— en la provincia de Mayabeque.

    ***

    En la 439 todos hablan a la vez. Amontonan una queja sobre otra porque sienten que la oportunidad de tener a alguien interesado en oírlos acabará pronto. Nos ofrecen sus mejores sillas y se agolpan alrededor nuestro.

    Yailenis, de dos años, nos observa tranquila. Lleva un solo arete dorado, en la oreja izquierda, y el pelo rizo de color castaño claro. Es la segunda de tres hermanos, hijos de Eliany Furcades. A la pequeña Yisel, de un año, se la van pasando de brazo en brazo. La madre tiene solo 24 años, y ahora espera que sea varón lo que trae en este cuarto embarazo.

    «A esta familia, conociendo que somos un caso crítico, a todos nos tratan como perros. Si vamos al Gobierno, nos tratan mal; si vamos al Partido, mal. En todos lados nos tratan mal», protesta Eliany, con parsimonia. «En la Plaza de la Revolución nos hemos tirado ya tres veces, y las tres veces han venido a decirnos que van a solucionar nuestro problema. Pero todo es mentira y más mentira».

    «Esto con Fidel no hubiese pasado», grita Leydis desde una esquina de la sala. Leydis Alonso, prima de Daisy, espera su tercera hija hembra. Es alta. Camina desde la cocina hasta el sillón y casi roza el bombillo ahorrador que cuelga de un cablerío primitivo. Leydis se queja de su anemia, por falta de comida. «Yo creo que lo único bueno que ha hecho esta gente es la chequera esa, pa poderle comprar juguetes a mis niñas… Y pa eso…», vocea. 

    Desde el inicio del embarazo informó a su doctora sobre un riesgo. «Mis análisis han dado negativo, gracias a Dios; pero el padre de este embarazo es seropositivo». Leydis ha reclamado el tratamiento correspondiente pese a no estar aún diagnosticada, y ha pedido una fecha de cesárea, para evitar el riesgo de infección durante parto. Pero la burocracia… Espera, ya con 39 semanas, que el Programa de Atención a la Pareja Infértil acepte esa cesárea, comunique la decisión al Hospital Hijas de Galicia, en Diez de Octubre, y los doctores fijen por fin la fecha. 

    «Yo estuve los primeros meses de mi barriga con un parásito vaginal, pero como no tenía peste, ni soltaba nada, no se me detectó», interrumpe ahora Eliany, quien ha detectado un agujero por donde filtrar su pena. «Tuve que conseguir rosefín [rocephin] por la calle, y hacerme el tratamiento, porque ellos así no querían que yo me la sacara. Yo les expliqué que no tenía condiciones para volver a parir, y que no había medicamentos, pero ellos me dijeron lo mismo».

    Eliany, prima de Daisy Rodríguez Alfonso / Foto: Mauricio Mendoza
    Eliany, prima de Daisy Rodríguez Alfonso / Foto: Mauricio Mendoza

    Eliany y Leydis se sientan una al lado de la otra, y son un poema del infortunio a cuatro manos. En su momento, ambas han tomado locales del Estado, como tiendas, inmuebles en desuso, para hacer de ellos un hogar. Aseguran que de ambas se han desentendido todas las autoridades pertinentes, Vivienda Municipal, Gobierno Municipal, el Partido. Ambas están cansadas. No tienen refrigerador, ni escaparate, ni una buena cama. La trabajadora social les consiguió una «cajita», efecto electrodoméstico que sirve en Cuba para sintonizar la televisión digital, solo para después informar que no les tocaba televisor. 

    Ellas y sus respectivas hijas —algunas con herpes, escabiosis o chinches— suman siete. Muy pronto serán nueve, y se incrementará la pobreza y la desesperación.

    «Yo ya no tengo miedo ninguno», afirma catedráticamente la joven Eliany. «Lo único que me falta es tirarme pa la calle con mis tres hijas. Lo próximo que voy a hacer es tirarme pa la Plaza de la Revolución con mis tres hijas. Si no lo he hecho es porque para irme con ellas pa allá tengo que irme con una buena merienda para todas, y no tengo ahora mismo pa eso. Pero lo que me falta es nada».

    «Conmigo no cuentes todavía», dice Leydis. «No hasta que para esta», y se señala el vientre inflado.

    Maritza García, la tía serena que se ha hecho cargo de todo el proceso de Daisy Rodríguez Alfonso, mira a las chicas y asiente. Su hermana, la madre de Daisy, se quitó la vida hace unos años víctima de trastornos psiquiátricos. Un hermano mayor suyo también murió tras abandonar la prisión gravemente enfermo. «Allá dentro había muchísima humedad y pudrición», dice, «y cuando salió, salió ya a morirse».

    «En este cuadradito de cuatro por cuatro somos 20, y tenemos un expediente abierto en Vivienda desde el año 1992», informa.

    Nos invita a pasar a la cocina; no así a la pequeña terraza que hay detrás. Tiene miedo de que nos sorprenda algún ratón. Por suerte, la casa está situada en una zona «conflictiva» de La Habana: los apagones aquí no hacen estragos.

    Maritza fuma un cigarro sin filtro, y luego otro. En su cara muestra el desespero, pero no ese desespero juvenil por llegar a alguna meta, sino el viejo desespero que se ha acoplado a la rutina y está en cada milímetro de la piel sucia y de la casa desaliñada. La única seropositiva entre los 20 no es la sobrina Daisy. El hijo de Maritza García también lo es. Eso sí, Daisy es la única en la familia con cáncer en el cuello del útero.

    Eliany y Leydis, primas de Daisy Rodríguez Alfonso / Foto: Mauricio Mendoza
    Eliany y Leydis, primas de Daisy Rodríguez Alfonso / Foto: Mauricio Mendoza

    ***

    Daisy Rodríguez Alfonso es un número: el 5 869. Fue la persona número cinco mil ochocientos sesenta y nueve que se contagió con el Virus de Inmunodeficiencia Humana en Cuba. El paciente de VIH se identifica con ese número dondequiera que vaya a recibir atención médica. Pero atención médica es lo que menos ha recibido Daisy en el año posterior al 11 de julio de 2021. 

    El primer mes que pasó detenida, en 100 y Aldabó, no permitieron a sus familiares llevarle medicamentos. No se los administraron. Luego, Daisy Rodríguez Alfonso fue trasladada a la prisión para pacientes con VIH-Sida, en el municipio Güines, provincia de Mayabeque, a más de 50 kilómetros de su casa. Las autoridades permitieron la entrada de sus antirretrovirales, pero pagar más de tres mil pesos mensuales en transporte no es cosa fácil para Maritza García. Solo una vez, dice, logró hacerle llegar el tratamiento doble; por tanto, durante los primeros 11 meses de prisión,[1] tomó antirretrovirales solo en dos.

    Allí, en Panamá, supuestamente acondicionada para los seropositivos, no recibió el tratamiento y la comida ha sido pésima, asegura la familia. Ya desde el primer mes de detenida Daisy presentó anemia; tampoco la trataron por eso, ni reforzaron su alimentación. 

    En una sola ocasión Maritza pudo llevarle unos cuantos bulbos de rosefín que una amiga les donó, y allí en la prisión se los suministraron. Debido al virus del papiloma humano, que padece también desde hace años, el cuello del útero se le fue minando de células cancerígenas. En 2017, le fue diagnosticado el peligroso NIC 3. Antes de su detención, Daisy Rodríguez Alfonso se atendía en el Hospital Hijas de Galicia; primero, con quimioterapia para evitar la escisión quirúrgica. Unos meses antes del 11 de julio de 2021, los doctores estimaron lo inminente de una intervención. 

    En enero de 2022, la tía buscó a sus doctores para que emitieran certificados médicos con todos los padecimientos clínicos de su sobrina. Con esos documentos fue al abogado, rezando para que le hicieran un cambio de medida a Daisy, o que por lo menos la trasladaran al hospital habanero para el tratamiento y la operación. Una oficial en prisión le dijo a Daisy Rodríguez Alfonso que los papeles médicos se habían perdido. En abril, la obstinada tía repitió la secuencia. Esta vez le hicieron entender que no podían, que no la iban a trasladar para La Habana.

    A mediados de marzo, el Tribunal Provincial de La Habana había dado a conocer las sentencias contra —según la fórmula oficialista— «los implicados en los disturbios de la Esquina de Toyo y la Güinera»durante los días 11 y 12 de julio de 2021. Daisy Rodríguez Alfonso fue condenada a 16 años de privación de libertad.

    ***

    Cuando Daisy lleva horas quejándose del dolor, viene una enfermera y le inyecta un analgésico. Nada para la anemia. Nada para el sida. La comida sigue siendo sesos de puerco y harina. Las celdas de castigo, si se porta mal, son unas cavernas húmedas y mugrosas como las que pudrieron a su tío difunto.

    Maritza García no se ha cansado. Por tercera vez ha repetido el paso de solicitar certificados médicos a los doctores de su sobrina. Esta vez ha sacado copias. Antes de dárselos al abogado, entra una llamada al celular de Yurisleydis Pérez, de 20 años, hija mayor de Daisy. Su mamá está al teléfono. El destino finalmente les hace esbozar una sonrisa corta, con sabor a limosna. Daisy será trasladada para el hospital del Combinado, para empezar un tratamiento por el cáncer. 

    Yurisleydis Pérez, hija de Daisy Rodríguez Alfonso / Foto: Mauricio Mendoza
    Yurisleydis Pérez, hija de Daisy Rodríguez Alfonso / Foto: Mauricio Mendoza

    Protesta Maritza, con la misma poca fuerza con que lo protesta todo, que más que poca fuerza es cansancio y hambre, o ganas de hacerse un buen café. Ella quería que su sobrina fuese atendida por sus doctores habituales; no la quería en manos de unos desconocidos. De los males el mejor, o de los bienes el más malo. Pero una alegría al fin.

    Yurisleydis, hermana de un varón de 16 años, se emociona, pero no visiblemente. En esta casa las emociones puras hace tiempo que perdieron intensidad. 

    A ella la hemos logrado ver en casa porque esta de pase. Cumple una condena de cuatro años por un delito de corrupción, y hace uno que es madre. Ha venido a Calzada de Diez de Octubre 439, y en la prisión ha dejado a su hija. Le impiden llevársela de pase. Está en espera de que la reeducadora logre que la trasladen a un hospital de la ciudad, para cumplir allí el resto de su condena limpiando baños o cuidando las entradas. Le dio a Daisy Rodríguez Alfonso una nieta, pero solo se la ha podido enseñar en una ocasión.

    Familiares de Daisy Rodríguez Alfonso / Foto: Mauricio Mendoza
    Familiares de Daisy Rodríguez Alfonso / Foto: Mauricio Mendoza

    Nos vamos despidiendo cuando entra en casa otra de las hermanas de Maritza, con su esposo. Ella es débil visual, y él, totalmente ciego. Los buenos modales del señor nos abrazan. Cuenta —con su voz de barítono y con sus palabras un poco más rebuscadas que las del resto de la familia— las mismas penurias que ya hemos escuchado, mientras ofrece su celular para que me enseñen algo.

    En el viejo teléfono, ajustado para débiles visuales, me enseñan el video de su hija ciega, cantando alegremente, con la misma alegría tenue de la casa 439, una canción infantil compuesta por José Luis Perales. El ruido de las muchas conversaciones permite que me aísle un momento en la afinada voz blanca de la pequeña.

    «Yo canto para ver un mundo feliz», entona dulcemente la chica. El padre ciego, tío de Daisy Rodríguez Alfonso, mi anfitrión ahora, está pendiente de la voz de su hija. «Y canto para que me dejen soñar», sigue ella. Yo no he terminado de estremecerme con el cambio en la letra, oportuno y profético, cuando el padre me advierte: «Manuel, yo creo que esos sueños están bien difíciles».

    Una hermana de Maritza junto a su esposo / Foto: Mauricio Mendoza
    Una hermana de Maritza junto a su esposo / Foto: Mauricio Mendoza

    *Este trabajo forma parte de una serie gestionada y publicada por el sitio Cultura Democrática


    [1] El autor conversó con la familia de Daisy Rodríguez Alfonso poco antes de cumplirse un año de su arresto, ocurrido tras el estallido social del 11 de julio de 2021. [Nota del Editor]. 

    spot_img

    Newsletter

    Recibe en tu correo nuestro boletín quincenal.

    Te puede interesar

    La Resistencia, los Anonymous de Cuba: «para nosotros esto es una...

    Los hackers activistas no tienen país, pero sí bandera: la de un sujeto que por rostro lleva un signo de interrogación. Como los habitantes de Fuenteovejuna, responden a un único nombre: «Anonymous». En, Cuba, sin embargo, son conocidos como «La Resistencia».

    Guajiros en Iztapalapa

    Iztapalapa nunca estuvo en la mente geográfica de los cubanos,...

    Selfies / Autorretratos

    Utilizo el IPhone con temporizador y los filtros disponibles. Mi...

    Un enemigo permanente 

    Hace unos meses, en una página web de una...

    Reparto: la otra relación entre Cuba y su exilio

    El dúo de reguetoneros cubanos Dany Ome & Kevincito el 13 aterrizó en La Habana el jueves 7 de marzo. Sin haber cantado jamás en la isla, son uno de los responsables del boom que vive actualmente el reparto cubano. La voz principal, Ome, llevaba casi 13 años sin ir a su país.

    Apoya nuestro trabajo

    El Estornudo es una revista digital independiente realizada desde Cuba y desde fuera de Cuba. Y es, además, una asociación civil no lucrativa cuyo fin es narrar y pensar —desde los más altos estándares profesionales y una completa independencia intelectual— la realidad de la isla y el hemisferio. Nuestro staff está empeñado en entregar cada día las mejores piezas textuales, fotográficas y audiovisuales, y en establecer un diálogo amplio y complejo con el acontecer. El acceso a todos nuestros contenidos es abierto y gratuito. Agradecemos cualquier forma de apoyo desinteresado a nuestro crecimiento presente y futuro.
    Puedes contribuir a la revista aquí.
    Si tienes críticas y/o sugerencias, escríbenos al correo: [email protected]

    spot_imgspot_img

    Artículos relacionados

    Guajiros en Iztapalapa

    Iztapalapa nunca estuvo en la mente geográfica de los cubanos,...

    Un enemigo permanente 

    Hace unos meses, en una página web de una...

    Parqueados en el cine

    Cuba: el romance cinéfilo de más de un siglo  El...

    Güines, entre la esencia y el descenso

    Doscientos años después, Güines resulta un pueblito venido a menos, sin cañas ni azúcar, poco a poco olvidado y abandonado, tanto por los jóvenes que emigran como por la administración y el relato nacional. Un lugar que vive de sus antiguas glorias, cada vez más lejanas.  

    1 COMENTARIO

    1. Impresionante Articulo. Me ha dejado mas que consternado, demolido. Como se puede ayudar a esa familia ? Si me escribes a mi correo ,nos ponemos de acuerdo Manuel ,por favor. Gracias,

    DEJA UNA RESPUESTA

    Por favor ingrese su comentario!
    Por favor ingrese su nombre aquí