Hablo con Viviana Moncaleano (Bogotá, 1988) a través de Zoom. Ella está en Bogotá. Allá son las 11 de la mañana. Yo estoy en Madrid. Aquí son las cinco de la tarde. Territorios de la (des)conexión. Integrante del grupo de investigación Economía, Ambiente y Alternativas al Desarrollo de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Colombia, Moncaleano acepta esta conversación con un objetivo: que sepamos cuáles son las estrategias ecofeministas que la han llevado a emancipar las subalternidades, sobre todo aquellas que habitan la ruralidad. Reactivar los sentidos de interdependencia, cuidar lo vivo, reivindicar las minorías, poner la ecología en el centro de nuestras vidas.
Edgar Ariel: ¿Cómo el contexto colombiano ha hecho que modeles una epistemología de creación y activismo en tu territorio?
Viviana Moncaleano: Te hablo desde Bogotá; sin embargo, soy más dada a la ruralidad. Todo mi trabajo se ha enfocado en lo rural. Para mí es incluso raro estar en Bogotá, pero he entendido que es súper importante empezar a tejer estas nuevas transiciones desde las ciudades. Las ciudades, a veces, son las que están más desconectadas.
Siempre he estado interesada en la temática ambiental. Soy comunicadora social y periodista. En la universidad había una materia que se llamaba Geografía del Conflicto. Esa asignatura hablaba sobre cómo Colombia se ha organizado históricamente, desde la colonización, por la guerra. Eso me hizo sensibilizarme con los conflictos ambientales. Me di cuenta de que detrás de la violencia que hay en la historia de este país existe otra historia de extractivismos.
No me refiero solo al petróleo, al carbón… Hablo también en el sentido de los alimentos. La agroindustria es un ejemplo. Esos proyectos ven la tierra como algo que tiene que ser explotado, como un insumo que solo se puede mercantilizar. La tierra como una lectura de costo-beneficio.
Desde ahí comienza este gran camino por acercarme a los conflictos ambientales asociados a la guerra en Colombia.
Lo que dices lo relaciono con una noción que acaba de acuñar Paul B. Preciado en su libro Dysphoria mundi: la «estética petrosexorracial». Esta estética tiene su origen en los entornos extractivistas tradicionales, al mismo tiempo se disemina y llega a los cuerpos humanos, entendidos como territorios de explotación. Por otro lado, pienso en cómo también dentro de las ciudades habitan micropolíticas rurales. Habría que emancipar esas subalternidades dentro de la ciudad.
Uno de los aspectos que quiero comenzar a trabajar con más fuerza es el tema de las mujeres. Y no solo las mujeres, sino también las personas que tienen roles de cuidado. Hablamos de ecofeminismo, una manera de reivindicar los roles de cuidado. He trabajado mucho en la construcción de esperanza para construir transiciones.
Eres investigadora y educadora. Supongo que también pueda llamarte activista. ¿Te autodenominas así?
Me conmuevo y me dejo afectar por lo que está pasando. Soy activista porque estoy muy involucrada con los conflictos ambientales. Estoy siempre en comunicación con las personas que están resistiendo, movilizándose, aportando desde donde puedan.
En este sentido, ¿qué relación crees que podamos establecer entre el activismo y la creación artística? ¿Pudiéramos hablar de un artivismo en el trabajo que realizas?
Sí, incluso muchos de los trabajos que conozco acá en Colombia en temas de defensa territorial se han expresado a través del arte. El arte es muy importante en los procesos de defensa territorial porque ayuda a mostrar relaciones que a veces en nuestra concepción del mundo, occidental y moderno, no podemos visualizar. Para mí es fundamental.
Mucho se habla de la actual crisis climática. Me parece importante reconocernos desde un posicionamiento crítico. Todo el mundo habla de capitalismo, de patriarcado… Nosotros, desde el sur global, también hablamos del colonialismo. Me interesa evidenciar cómo ese «único mundo posible» nos ha llevado a entender causas, problemas y plantear soluciones.
Debemos entender que existen otras relacionalidades. En América Latina hablamos de terricidio. Es diferente hablar de terricidio y de antropoceno.
¿Cuál es la diferencia?
El [concepto de] antropoceno entiende al ser humano como un actor geológico, ya no solo histórico en el tiempo. Comprende la agencia y la transformación del ser humano en relación con la tierra. Muchos datos científicos demuestran cómo el ser humano ha trasformado las condiciones generales de la tierra.
El capitaloceno, por su parte, es más crítico. Dice: «Sí, es verdad todo lo que ha pasado, pero no somos todos los seres humanos». No todos los seres humanos tenemos la misma capacidad de consumo. Unos explotan y otros son explotados y empobrecidos. Es más detallista en determinar quiénes son los más poderosos en este proyecto extractivo y desigual de intercambio.
El terricido, por su parte, reconoce que hay un ecocidio. La naturaleza está muriendo. No solo habla de la vida humana, sino de la vida en el planeta. En segundo lugar, habla de la muerte de las personas. El genocidio que se produce al extinguirse ciertos lugares. Y el tercer eje es fundamental: la muerte del mundo espiritual y relacional que habita allí.
Si mueren estas otras formas de relación también mueren posibilidades de transformar el mundo. Mueren lenguajes de conversar con la tierra. No solo muere la naturaleza, también los saberes y las posibilidades de modificar el mundo.
Hablabas sobre alertas. Me pregunto cuáles serían las principales alertas que deberíamos tener ahora mismo como seres vivos en el planeta.
Creo que es a diferentes escalas. Por ejemplo, la desconexión que tenemos en las ciudades de dónde y cómo se produce la vida y la energía. Debemos ser conscientes, incluso, al prender la luz o el gas. Muchas veces desconocemos en qué condiciones se producen estas energías. Tenemos desconexiones desde una lectura de ecología política y justicia ambiental.
Otra alerta que debemos tener es frente al rechazo a cosas que sentimos que son atrasadas. Las mujeres, los roles de cuidado, sentirnos sensibles… Eso lo que hace es alejarnos más de las problemáticas actuales y ocultarnos como actores configuradores del problema.
Una de tus principales líneas de investigación está relacionada con las economías alternativas.
Una de las propuestas que se plantea como falsa solución es la «economía circular. Dice el economista ecológico Joan Martínez Alier, residente en Barcelona, que la economía no es circular porque es «entrópica». Entonces es imposible que pueda haber una reutilización de los materiales porque la energía se transforma. Siempre va a haber un gasto de energía.
No es que diga que todo lo circular es malo. No. incluso en muchas comunidades lo que se produce es una recirculación de los materiales, de los residuos, de los desechos. Lo que pasa con la economía circular, como modelo de solución, [es que] lo que hace es seguir sin cuestionar el consumo ni el crecimiento económico. Dice: «Estamos siendo verdes porque estamos reciclando». Pero no se está cuestionando el verdadero problema que está generando la crisis.
La idea sería desacelerar, decrecer, si fuera posible.
A los entornos rurales muchas veces se les obliga a ser hiperproductivos. ¿Cómo valoras esta idea?
En uno de mis artículos hablo sobre el paradigma de la eficiencia. Otro de los temas que me apasiona es la alimentación. Las cadenas de vida se organizan a través de lo alimentario. Una de las grandes transformaciones de los seres humanos en el planeta ha sido a través de la revolución verde. Esto lo que ha hecho la tierra más «eficiente», y los tiempos de la naturaleza son otros. La revolución verde ni siquiera solucionó el problema del hambre, sino que la incrementó. Ahora los campesinos son más pobres, están más endeudados, y la comida nunca llegó a donde tenía que llegar.
La modernidad nos hizo creer que lo productivo es lo que se puede hacer, lo que se puede replicar. Eso no es cierto. Si algo sirve en un contexto pequeño, pero no se replica en otros, no sirve para las exigencias productivistas.
¿Cómo ser cuerpos críticos frente a una moda, la moda de lo verde? ¿Qué crees sobre el greenwashing?
Estas soluciones realmente no son verdes, sino que siguen fomentando la centralización de poder. Siguen, incluso, desconociendo las apuestas que ya están caminando en otros lugares para una transición justa. Las empresas que promueven la energía renovable son las mismas que generaron los proyectos de energías fósiles. O son empresas que privatizan la tierra y les quitan autonomía a los territorios. Debemos cuestionar y evidenciar cómo el mercado siempre busca la forma de expandirse y encontrar formas para la mercantilización de la vida.
¿Quizá debemos escuchar más desde el sur?
Volver al sur es volver a los espacios de subalternidad, de rebeldía, de cimarronaje. El ecofeminismo, dentro del entramado global, es una episteme marginal; sin embargo, está movilizando todo el pensamiento y la lucha por emancipar los cuerpos frágiles.
Cuando escuchamos los vivires y los caminares de otras personas nos reconocemos en ellas.
*Esta entrevista fue posible gracias a la colaboración de la plataforma de creación artística, sociológica y sistémica Ratiodeka.