«Hay quien dice que no está feliz por eso pero yo sé que están contentos», ha declarado el inicialista matancero Yadir Drake, integrante del equipo cubano que participa en el V Clásico Mundial de Béisbol. El aparente absurdo de su frase recoge con envidiable economía el desgarrador, adolescente e insoportable drama nacional. El pronombre demostrativo «eso» se refiere a la milagrosa resurreción del equipo Cuba durante la etapa preliminar —ayudado indirectamente, cuando ya parecían hundidos en la infamia, por las combinaciones de victorias y derrotas de sus rivales— y su clasificación como primeros de grupo a los cuartos de final del evento, una instancia en la que los espera Australia y no Japón, lo que les facilitaría enormemente el deseado acceso a la ronda última en Miami.
La inclusión de tres peloteros de Grandes Ligas, y varios más que militan en Ligas Menores o competiciones del Caribe, ha generado un estado de promiscuidad política muy difícilmente manejable para la ideología cerrada que alimenta el negocio de la libertad de Cuba. En el exilio, la gente celebra a escondidas o se deshace, antes de cualquier festejo, en tristes explicaciones que nadie les ha pedido, pero que un fantasma exige: el fantasma de la oposición al castrismo. Hay una disciplina partidista que finge sacrificio y mano dura desde el hedonismo cínico y las vestiduras rasgadas a la distancia, como esos sujetos estrambóticos que en los zoológicos azuzan al león desde el lado externo de la reja.
Muchos peloteros que emigraron de Cuba o abandonaron la selección en un evento internacional no pueden volver a la isla y tampoco fueron llamados a salvar las castañas del fuego ante la debacle deportiva que se vaticinaba para este Clásico, si no contábamos con refuerzo alguno. Desde ahí, Yoan Moncada y Luis Robert son apreciados ahora como atletas serviles plegados a las órdenes de la organización federativa que una vez los tildó de traidores solo por haber emigrado a Estados Unidos, dispuestos como estaban a medir su calidad en el escenario más exigente posible.
Es una reacción instintiva, que yo también he experimentado, pero me pregunto si, a pesar de todo, vale la pena rebajarse a ella, si debo actuar de manera reactiva y desde la misma pauta moral del régimen que me ha desterrado. Me gustaría tener la valentía mínima de pensar por encima del dolor. Con él a cuestas, pero no solo. Desde el sentido totalizante, mesiánico, el individuo no tiene nunca poder de gestión a la hora de enfrentar o discutirle el capital simbólico y material al castrismo, porque ese, el sentido mesiánico y totalizante, es justo el sentido natural del opresor. Siempre parece entonces que vamos a ceder. La posición legítima sería la trinchera, una militancia que desconoce el deseo. La gente, donde quiera que esté, dispersos por el mundo, sigue fastidiosamente hablando la lengua que el poder les impuso.
¿Por qué el exilio le regala el país al régimen? En principio, Nicaragua y Venezuela se hallan en una situación similar a la de Cuba, pero su afición no comete el error de confundir gobierno con ciudadanía. Esto se debe a que su diáspora no ha construido, o al menos no tan sólida, una institución lucrativa que necesita como nadie la existencia de su régimen particular, pues justamente ese régimen es lo que les permite a ellos vivir holgadamente en el capitalismo, y nadie va a matar, aunque finja hacerlo, aquel cuerpo del cual depende su subsistencia.
Hay otra manera de ver la inclusión de Luis Robert y Yoan Moncada en el elenco cubano, y es la que prefiero suscribir, porque es la que no me neutraliza como individuo. Son la avanzadilla de una transición, resultados de una capacidad cívica de resistencia que los contiene y los excede. Ninguno de los dos se sumó a la selección sin imponer algunas condiciones mínimas, entre ellas no participar en ningún acto político ni arenga propagandística de los dirigentes del país. Esto, desde luego, no es menor para un régimen que vive de su retórica.
El castrismo ha variado su discurso, guardado los juicios de valor y ha tenido que admitir a los traidores, así como alguna vez admitió a los gusanos. ¿No son ellos los que ceden, los que callan, los que están obligados ahora, aunque sea parcialmente, a hablar distinto? El exilio tiende a sabotear sus propios triunfos, porque hay una casta que se enriquece con el comercio de la derrota, que dice hablar por los cubanos emigrados pero necesita que el emigrado constantemente fracase.
Ningún derecho obtenido es el resultado directo de la pelea librada únicamente por el grupo privilegiado. El ecosistema social genera tensiones múltiples y el poder negocia, preferiblemente para ellos de manera tácita, los conflictos latentes. Drena, presiona y ecualiza desde la opacidad represiva de su sala de máquinas. El Estado totalitario entrega derechos de modo elusivo, casi como si no minaran su control, su idea de gobierno. No va a reconocer su resquebrajamiento, y el ajuste que haga va a presentarlo como obra de su propia voluntad. ¿Por qué, necesariamente, creerle?
La política es siempre un ejercicio de corto plazo. A la larga, lo que entiende cualquier individuo humanista es que no hay derechos ajenos. Si un pelotero desterrado representa de nuevo a Cuba, también la represento yo, que habito la posibilidad, y que no termino en mí. La instrumentalización de los presos políticos como un argumento que anula de antemano cualquier jugada que no sea la inmolación, reduciendo todo el campo de acción social a la cárcel y al castigo como bandera moral, desconoce que los presos están presos también por los demás.
Si la selección cubana llega a las semifinales en el LoanDepot Park, ¿cómo los recibirá el exilio? Es la isla desembarcando en su puerto de salvación. Puede todo, por un rato, transformarse en un gesto que anule la trampa del destierro. ¿Van a confundir, bárbaramente, a los peloteros con los militares castristas y convertirlos en sus enemigos, o van a entregarles la devoción que merece quien juega en casa, al mismo tiempo que cuelgan detrás de home, si así lo creen, un cartel que ridiculice o debidamente ofenda a Díaz-Canel, ese títere de ocasión? ¿Cómo presentaría Granma la noticia del elenco cubano vitoreado en las tierras del mal? Porque a las tierra del mal también pertenece. Es un examen de mayoría de edad.
El exilio ya ha llegado y usurpado, en rol protagónico, el equipo predilecto de Castro. Hace falta recordárnoslo. El fin de la dictadura es eso que va ocurriendo mientras Miami todavía lucha por derrocarla.