Julio Acanda contra el porno del sentimiento

    Alguien, a inicios de los 90, le aseguró a Julio Acanda que si se paraba en medio de la Isla de la Juventud alcanzaba a ver el mar en todas direcciones. Debatiéndose seriamente entre reír o llorar, Acanda se propuso que los cubanos conocieran la segunda isla de Cuba.

    –Mostré lo básico: extensión geográfica, personajes, leyendas –dice.

    Aprovechando la mística de la piratería, la gran migración norteamericana, los horrores del Presidio Modelo, el tesoro del mármol y la cerámica, contó lo incontable: un trozo de país donde el mar informativo era apenas un plato aburrido en los 90.

    Acaso en ese punto, Acanda se convirtió en un elemento extraño y pintoresco que pende en la prensa nacional y no parece de ella. Ahora, 20 años después, es por mucho el más seguido y creativo cronista que haya dado la televisión cubana.

    En 1994 Acanda aún era corresponsal del Sistema Informativo en la capital pinera, pero volaba de Nueva Gerona a La Habana para conducir noticieros dominicales. Llegaba en el primer avión y se iba en el último.

    A la par comenzaba el proyecto Tras las huellas de la historia, sobre la vida de José Martí en Cuba y el resto del mundo. La razón era sencilla: en 1995 se cumplía el centenario de muerte del Apóstol. A cien años del cadáver, aquella serie de crónicas le devolvió lo humano; por un tiempo limpió décadas de propaganda que apenas reaparecían a un zombie bigotudo.

    Para Acanda la crónica es el género que va a trascender:

    –¿Por qué la obra de Martí trasciende? Porque las escenas de Nueva York, por ejemplo, son crónicas. Algunas que ni él vivió, algunas las saca de informaciones en periódicos; y recrea. Esas técnicas para generar estados de ánimo o tendencias de pensamiento, hacen efectiva la información –se detiene y rasca sutilmente la cabeza rapada–. ¿Y qué pasa? El público cubano se ha vuelto muy perspicaz y cuando le sueltan una crónica lacrimógena, o bien exaltada, o llevada a términos estratosféricos…

    Imita una mueca de desgano, y sigue:

    –Igual que cuando le presentan una nota desde un solo punto de vista, donde no hay conflicto, ni puntos de giro, ¿y qué es una buena información sino un relato?

    –¿Qué historia no te gustaría contar?

    –Una que me mandaran, que me encargaran. Todas las que has visto las he hecho por placer.

    –Pero, ¿no te han encargado ninguna?

    Advierte la desconfianza:

    –Ahora tengo la suerte de la condescendencia. No me ponen un plan de trabajo, ni me dicen tienes que hacer algo por este hecho histórico o por aquello otro.

    –Y en una prensa donde todo es tan dirigido, ¿cómo se logra eso?

    Acanda rectifica su postura, tensa la columna. Bajo la luz amarilla del Malecón cienfueguero hay parejas cuchicheando, jóvenes entorno a botellas, unos pocos paseantes que reparan en él, pero temen saludar. En un cabaret cercano suena Silvio Rodríguez, mortuorio y bello. La única música admitida, por un luto extendido a centros recreativos desde hace unas semanas por la muerte de Fidel.

    –Yo no sé…Pero tal vez una vía es buscar historias que hagan falta contar.

    ***

    En un viaje a Miami, sobre el año 2000, alguien se acerca a Acanda con tono apenado:

    –Me enteré de tu problema en Cuba.

    –Chico no –ataja sorprendido–, ¿no ves que yo estoy acá, pero regreso?

    Razones muy poderosas lo anclaban a la isla: su hijo pequeño y la mujer que lo crió vivían acá.

    –Sí, sí, bueno –le dicen–, allá le tiran muchas toallas a la gente.

    De vuelta a La Habana se le rompe el auto, se baja y va a buscar ayuda. Pasa frente a tres hombres sentados en el borde del contén. Alcanza a oír un murmullo:

    –Mira, ese es Julio Acanda, el que dijo lo de Elián.

    Retrocede un poco. Les cuenta su versión. Los hombres le devuelven la mirada entrecerrada y asienten mecánicamente. Al final uno se aventura y adopta una postura de pieza teatral:

    –No, claro mi hermano, yo sé que tú tienes que decir eso –y mira a ambos lados de la calle para alzar un poco la voz–, ¡pero nosotros te apoyamos!

    Y los otros dos se desbordan:

    –Ya estábamos cansaos; hiciste bien.

    –Es verdad, Julio, tú tranquilo, tú tranquilo.

    ***

    En el 95 comienza el Noticiero del Mediodía cuando no había más transmisiones a esa hora. Pleno Período Especial. El desafío consistía en renganchar a todo el público televisivamente distanciado por los apagones.

    Y el desafío lo dejan caer en las manos del pinero. Lo mudan a la capital definitivamente, y no solo eso, sino que el nuevo trabajo llevaría su nombre: Al Mediodía, con Julio Acanda.

    –Eso fue trascendente, desde el punto de vista profesional, nada de vanidades –aclara la voz grave y pausada, vértebra de sus crónicas, y desvía la mirada–. Por primera vez se personalizaba la información; una pauta de las grandes cadenas. Es más práctico recibir la información de otro ser humano antes que de un ente que se llame Estelar. ¿Estelar de qué? ¿De las estrellas? –retoma el aire que se fue en una sutil carcajada-. Quien sintonizaba el televisor no decía dice el Noticiero sino dice Fulano.

    Acanda fue un Fulano popular. En 1996 lo nombraron Jefe de Información del Sistema Informativo de la Televisión Cubana hasta 1999. Y se ufana de haber promovido un estilo incómodo en la emisión del Mediodía.

    –¿A qué te refieres?

    –Yo me levantaba a mirar qué pasaba –chasquea los dedos grandes como castañuelas de carne–. Y un día de esos me doy cuenta que habían cambiado los números telefónicos del Hospital Calixto García, que atendía a toda Cuba. Y no se había avisado a nadie.

    –Pero es muy local, Acanda –le advirtió la jefa mientras caminan por los angostos pasillos del Instituto de Radio y Televisión.

    –Parecerá, pero no lo es.

    –Explícate.

    –Piensa que eres una madre que vive en Baracoa y tienes un hijo grave en el Calixto García. Y como cambió el número, no puedes saber de él.

    –Te entiendo –la mujer se detuvo ante el set donde aguardaban por ambos.

    –Ya eso lo hace un problema de carácter nacional, un problema humano.

    –Bueno, ¿y cómo hacemos? ¿Mandamos a un reportero?

    –No, no, se me ocurre algo mejor.

    Como de costumbre, Julio Acanda saludó a la teleaudiencia al salir al aire.

    –Pero hoy el Noticiero va a comenzar de un modo distinto: llamando a una institución tan importante como el Hospital Calixto García –dijo y las cámaras siguieron el momento en que marcó los dígitos habituales–. Queremos saber del estado de salud de un paciente.

    En altavoz, una notificación: “El número que usted llama no está asignado a ningún abonado.”

    –Intentémoslo de nuevo –dijo extrañado, tan actor como locutor.

    Al otro día apareció una nota de parte de la Empresa de Telecomunicaciones pidiendo disculpas, esclareciendo cambios. Julio Acanda lo cuenta tan sobrio, tan como si fuese diario, y a mí me suena a otro Julio, a Verne, narrando ciencia ficción en época de ataduras para la televisión. Solo que el futuro no está adelante sino, raramente, en el pasado.

    –Entonces, ¿por qué acaba el proyecto?

    –Las estructuras no estaban preparadas para asumir algo de ese corte. En el 2000 entró un nuevo jefe con…otras ideas. El proyecto feneció por eso. No lo defenestraron porque yo dijera nada de Elián, o algo por el estilo.

    ***

    El Noticiero del Mediodía fue el primer medio que sacó a la luz la historia de Elián. Llamaron a Ricardo Alarcón, entonces presidente del Parlamento cubano, quien era, además, asiduo del espacio. La primera explicación al mundo ocurrió allí.

    Por la magnitud de lo que generó o desvió luego en término de pancartas, marchas, canciones, concursos, chistes de doble sentido, reuniones, pullovers con rostro de niño, consignas, producción de banderitas, propaganda, refrescos de latica, vallas publicitarias, mensajes de bien público, libros, el Noticiero del Mediodía: con Julio Acanda dio probablemente el palo periodístico más significativo de la prensa oficial en lo que va de siglo.

    ***

    Acanda buscó al nuevo jefe del Noticiero del Mediodía:

    –Mire, yo he visto muchas personas sentadas en su silla.

    –¿Y qué?

    –Y ya no están, y yo sigo haciendo periodismo.

    Eso fue en el 2000. Dieciséis años después el director vive en Miami, y Acanda en La Habana. El director no dirige, y Acanda es periodista.

    –El tiempo, que todo lo pone en su lugar –retoma el aire zen–, dijo de qué lado estaba la razón.

    Una sonrisa le rasga aún más los ojos pardos.

    ***

    Dicen que fueron delfines, de un modo casi mágico, los que salvaron a Elián González de morir ahogado en el Estrecho de la Florida. Su madre lo llevaba a Miami como pasajero de una red de tráfico humano. Las olas y los tiburones se cebaron con la tripulación.

    Elián, de cinco años, único sobreviviente, llegó a suelo gringo. El reclamo de devolución de su padre, en Matanzas, se convirtió en prioridad de Estado. Fidel Castro en persona lideraba la pugna por el retorno del niño. El aparato oficial de propaganda y difusión molía el caso a todas horas.

    En medio de la ofensiva un rumor corrió por Cuba: Julio Acanda, en una descoordinación de las cámaras, salió quejándose de la recurrencia del tema en el Noticiero. ¡¿Otra vez Elián?!

    –Yo no lo vi, pero se habló mucho.

    –No podrías haberlo visto –suelta Acanda con una risita–. Porque no existió.

    –¿No existió? ¿Cómo es eso?

    Me asegura que las personas querían decir cosas, y al no tener medios para expresarlas directamente las achacaron a una figura pública. Y teoriza medio cansado, mientras gesticula y las mangas de la camisa danzan en cada estirón al final de la muñeca:

    –Y así se creó un fenómeno social donde todo el mundo rubrica lo que, supuestamente, ha dicho alguien conocido. Ya con el tiempo ni desmiento.

    ***

    Con el siglo XXI Acanda pasó de la solemnidad de los espacios informativos a la informalidad de los shows musicales. Para él no existe conflicto en compartir lo mejor de ambos mundos. Es como Hanna Montana, pero pelada al rape.

    A Acanda no se le ve un pelo en la cabeza casi desde que empezó a asomar en la TV nacional. Él mismo ha confesado que en cierto momento el ritmo de su vida era tan acelerado que prefirió pelarse al cero con tal de ahorrarse tiempo en visitas al barbero.

    Únicamente así, recortando minutos por acá, horas por allá, podía permitirse los trabajos como periodista, anfitrión de shows, locutor, director de espectáculos, representante artístico. La poliédrica rutina de Acanda ha hecho que muchas cosas se resientan, empezando por él mismo.

    –Pero la gente me prefiere en un lugar.

    –¿Dónde?

    –En mis crónicas para el noticiero.

    –Y tú, ¿dónde te prefieres?

    –En mis crónicas para el noticiero.

    Lo mismo ha visitado fiordos escandinavos, que España, que la tumba de Evita Perón en Buenos Aires, que un glaciar antártico. Y con él la teleaudiencia también ha viajado allí cada domingo en la emisión de las ocho de la noche. Los materiales han mostrado el mundo desde los ojos de un cubano, y son una alternativa casera al Discovery Chanel.

    La gente se pregunta cómo vence tan a menudo la maldita circunstancia del agua por todas partes. ¿Gestión propia? ¿Ayudas de la TV nacional?

    –Mucho del atractivo que tienen mis crónicas es ese misterio. Hacerlo sería como si Alicia Alonso, por ejemplo, explicara cómo hizo para que Giselle volara. Solo te voy a contar algo…

    Queda unos segundos en silencio.

    –Se hace estrictamente con mi cámara, yo soy el camarógrafo, el chofer. Lo único que no hago es la edición –toma aire–. Y siempre se ha hecho sin un apoyo oficial.

    ***

    En ese año 2000 Acanda anduvo por días con los ojos gachos. Sintió quizá que el murmullo había triunfado. “Sabes cómo es nuestro sector”, me dice e imagino saber. Gente que lo saludaba días atrás apenas lo veía de lejos y le dedicaba un desabrido “y qué”.

    Como se había creado aquel rumor con el tema de Elián, llevaban a Acanda a todas las tribunas. “Para que se viera que no había problemas conmigo”, precisa. Sin embargo, la gente interpretaba tal recurrencia como una especie de castigo: “¿Estás cansado de Elián? Ahora coge hasta por gusto”.

    En los pasillos del Instituto de Radio y Televisión se tropezó con Manuel Calviño, popular psicólogo que ha conducido por años un programa motivacional en la televisión.

    –¿Qué se puede hacer con esta situación, profe?

    –Nada, nada.

    –¿Así no más?

    Calviño negó con la cabeza y volvió:

    –Eso forma parte de tu currículum.

    Acanda es, en ese sentido, el Armando Caderón del siglo XXI. Calderón, conocido como El hombre de las mil voces, le ponía diálogos cubanizados a las comedias silentes de Chaplin que se trasmitían las mañanas de domingo y captaban la atención de toda la familia.

    En pleno apogeo, corrió un rumor por Cuba: que Armando Caderón, en un subidón de adrenalina por una guerra de tartas, había gritado como clown poseído. “¡Esto es de pinga, queridos amiguitos!”

    ***

    Le interesa –y no la ha hecho– hacer una metacrónica. Es decir, la crónica que habla sobre sí misma. En 2015 quiso hacer una, pero fue a un sitio maravilloso y se desvió el tema y se decidió por el lugar.

    Cada año asiste en calidad de ponente a un evento de cronistas en la ciudad de Cienfuegos. La gente queda lela mirando la selección que presenta Acanda. Y cuando pide preguntas, el público, unánime, le pide que ponga alguna más.

    Y elige la de Norka, la más famosa modelo cubana, que ahora cría perros en la periferia habanera; y luego la de un muchacho que el 14 de febrero cuelga de un puente elevado una pancarta de amor para que su novia, leucémica, la vea desde el hospital en que permanece aislada.

    Quizá el mérito de Acanda está en advertir la maravilla de lo cotidiano. Otras veces en devolver a la gente sobre las cosas que dan por sentado.

    Si el 27 de noviembre Cuba recuerda el fusilamiento de ocho estudiantes de medicina por el colonialismo español, Acanda no dice que fue injusto; en su lugar, prueba que lo fue. Va a archivos centenarios, esa cantera de sorpresas donde se puede encontrar, por ejemplo, la carta del hijo de Gonzalo Castañón afirmando que la tumba de su padre nunca fue profanada.

    Cronicar no es musarañear; es también investigar.

    ***

    Cada personaje que trabaja le parece un Molino. Lo estresa mucho. Cada crónica, mientras la hace, le parece lo más complicado que ha hecho. Acanda boquea en la incertidumbre. No sabe cómo va a condensar en tres minutos y medio todo lo que le cuentan. Piensa mucho antes de montar. Mientras hablamos en el Malecón cienfueguero, no está pensando en la crónica de la semana venidera, ni en la de la otra, ni en la de más arriba, sino en la que contará dentro de un mes. Trabaja por temporadas, pero a veces se ha visto con la soga al cuello.

    –Con la muerte de Fidel me ocurrió así, y pensé mucho qué iba a hacer el domingo.

    Ese día finalizaba el duelo nacional. Durante ese tiempo se hablaron y repitieron tantas cosas. ¿Cómo no llover sobre lo mojado?

    El 4 de diciembre, a las 8 y 26 de la noche, la crónica incluyó videos y fotos de varios formatos, pixeladas algunas, sin el foco, la luz o el encuadre debidos. A la vez, la crónica incluyó videos y fotos inéditas, desde ángulos atrevidos, con una espontaneidad, honestidad y originalidad impensadas.

    Acanda llamó a un par de amigos y recogieron para él imágenes tomadas con celulares durante los días del duelo. El domingo 4 de diciembre, a las 8 y 26 de la noche, compartió lo que nadie: la memoria personal.

    –Hay materiales míos que parecen reportajes, pero no lo son, salió así, porque estéticamente ese contenido llevaba esta forma. No lo puedo calificar. Me es más cómodo decir que es una crónica, porque como género lleva una gran subjetividad, una dosis de sentimiento, emotividad. Y eso sí lleva mucho mi trabajo. Pero en buena lid, lo único que hago es contar una historia.

    Acanda tiene un hábito. Una vez terminada, les muestra la crónica a los amigos. Y los reta a que cuenten la historia de otro modo. Se generan propuestas, algunas malas, otras atendibles. Ese brainstorm le es posible hacerlo solo una vez que ya ha terminado la suya. Porque si no se confunde. Pierde el rumbo; el rumbo que a veces ni ha encontrado.

    –El concepto de crónica ha sido muy tergiversado. La gente cree que diciendo unas cuantas frases de corte propagandístico político ya tiene una. Y a mi entender es todo lo contrario: lenguaje bien conciso, sin adjetivos, solo con la sobriedad de la historia, crear cierta atmósfera. Todo lo demás, los sentimientos, deja que los ponga la gente, no tú. Cuando me empiezan a hablar de lágrimas que no paran, cosas de esa corte…

    Aguanta un segundo, y continúa:

    –Con los sentimientos pasa como con la pornografía: es mucho más erótico sugerir que ver.

     

    Por: Yoe Suárez

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    11 COMENTARIOS

    1. Cuando paso un susto grande Acanda fue una vez que le pregunto a Fidel en la Fortaleza de La Cabana que como se sentia y Fidel le dijo airado: Que como me siento..? Quien te dijo a ti que yo estaba enfermo…? y el: No,solo le pregunto ya que hace dias no lo veiamos y Fidel : Y que tiene que ver eso…? y el: No,es que estamos acostumbrados a su presencia Comandante.Ya esta chicarroneria aplaco al ComAndante y le pregunta a Julio: Y tu quien eres y Julio: Soy el reportero que hizo los programas sobre Jose Marti y bueno ahi se aflojo la cosa que se puso pelua de verdad…ja,ja,ja,

    2. Dice Eduardo Cáceres Manso «Cachito», director de tv afincado en Miami, que lo de Calderón no es cierto. No importa. Me agrada conocer un poco de Acanda y sus rutinas como realizador. Gracias por esta entrevista.

      • Lo de Calderón sí es cierto porque yo no me perdía ni un programa de La comedia silente y ese día estaba, como era habitual, viéndolo cuando Calderón comenzó a narrar una pelea entre Cara de Globo y Soplete. En su entusiasmo, lanzó el comentario famoso que fue exactamente : «Y esto ha sido de pinga, queridos amiguitos». No sé por qué Cachito niega lo que vieron y escucharon miles de personas.

    3. Me encantan las crónicas de Acanda, me encanta cuando hace trabajos serios, me entristece mucho lo que está haciendo ahora con el programa musical de los Miercoles, no le pega, dista mucho del antiguo conductor de programas como «Para no salir de casa» (que el programa tampoco era bueno, pero él lo hacía un poco mejor) Julio Acanda por favor recapacita, se que hay que comer, pero no pierdas tu imagen, sal de ese programa que te está haciendo perder el prestigio que tienes en el pueblo. Te queda mucho mejor tu imagen de conductor serio o de cronista apasionado.

    4. No me gusto el articulo. Usted queria que Acanda hablara o usted hablar de Acanda? Yo no queria su opinion, solo sus preguntas para el. La estrella del articulo debio haber sido Acanda, no su verborrea para adornarlo. El no necesita adornos. Uff no pude terminarlo y es una lastima pq hubiese sido una excelente oportunidad para conocer mas al hombre q por años nos ha deslumbrado con su trabajo.

    5. Antes de salir al aire se revisaban los vídeos que ese día se iban a rodar. Ese día estaban Adela Fiallo, Tania del Real, Julio y yo. Entonces, el dijo eso:
      Otra vez Elian! No sé si como él lo dijo airado y alto alguna otra persona que pasaba escuchó. El zoológico es grande! Yo garantizo que para mi eso no tuvo trascendencia ninguna, porque sabía que la historia de Elian era un instrumento que utilizaron ambas partes. Antes de Elian los militares evitaban vestirse como tales para «evitar problemas en la calle». Después de Elian todo volvió a tomar fuerza, a reorganizarse y gustó tanto el método que siguieron con «los cincos». Que no eran espías, pero que el gobierno cubano defendía… nada los primeros «gusanos» que defendía la revolución cubana, no?

    6. Me encanta Acanda, adoro sus crónicas y envidio su periodismo. Yoe Suárez, buena la entrevista, no me gusta el título ni el final, debías haberle consultado al entrevistado.

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