—Ay, chica. ¿Te das cuenta qué conversación mas desgarradora estamos teniendo? ¿Por qué hemos llegado a esto con los jóvenes? ¿O existió siempre y no lo vimos?
Esta pregunta, en medio de un intercambio «por privado», como suele decirse ahora, con una querida amiga que reside desde hace tiempo fuera del país, me hizo sentir de nuevo ese dolor que siempre me asalta cuando pienso en mi pasado. No supe qué responderle. Conversábamos sobre Luis Manuel Otero y su situación actual: preso e incomunicado.
Mi compañera de estudios y trabajo por más de treinta años, y otros cientos de jóvenes universitarios, entregamos todas nuestras energías, todo nuestro sacrificio, todo nuestro amor a la construcción de un futuro que creímos mejor para nuestros hijos. Mientras plantábamos árboles, sembrábamos hortalizas, recogíamos cebollas, desyerbábamos campos de papas, paleábamos arena, pintábamos techos, menstruábamos en campamentos, cortábamos caña, hacíamos guardias cederistas y obrero-estudiantiles, nos cansamos de escuchar las mismas respuestas a nuestras inquietudes: «tienes razón, pero no es el momento oportuno», «tienes razón, pero este no es el canal establecido», «tienes razón, pero no podemos hacerle el juego al enemigo», «cumplamos la tarea y luego la discutimos». Hasta que un día comprendimos que en boca cerrada no entran moscas, y el miedo nos secó la lengua y el corazón.
Trato de no angustiarme con una pregunta que empecé a hacerme hace tiempo: ¿qué nos pasó?, pero no lo logro nunca. No creo que exista una única respuesta, ni tampoco que alguna de las posibles explicaciones vaya a frenar esa angustia. También creo que buscar culpables, así sea una misma, no cambiará un pasado que no va a volver para darnos la posibilidad de rectificar el camino. Hay algo que sí tengo muy claro y es que nuestra generación no será tratada con benevolencia en el futuro. Con eso cargo, quién sabe si como castigo a nuestra ingenuidad o a nuestro miedo.
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Después del triunfo de la revolución, Fidel pasó de héroe indiscutible de la lucha guerrillera a convertirse en el mayor ejemplo de culto a la personalidad en la historia de Cuba. Todos los medios de comunicación, dentro y fuera del país, lo presentaban como el salvador de la nación. Él incentivó esa idea y, desde el primer día, supo organizar el país bajo un partido único. Las diferentes organizaciones clandestinas que operaban antes de 1959 en las ciudades fueron avasalladas bajo el presupuesto de que era el Movimiento 26 de Julio quien verdaderamente había logrado la libertad para Cuba.
Solo unos cuantos visionarios supieron ver a tiempo lo que le haría a Cuba su arrogancia y su egolatría. De ellos, algunos salieron del país, abandonándolo todo: negocios, casas, dinero, familia, recuerdos, sueños. Otros pagaron la osadía de enfrentarse a un poder que comenzó temprano a manifestarse con intransigencia e intolerancia, con años de cárcel o con la muerte.
En los primeros tiempos, después del triunfo de los rebeldes, Fidel fue la Revolución. Un líder carismático y popular. Sus discursos eran hipnotizantes, tenía el don de la palabra, sin lugar a dudas. Y el país, poco a poco, comenzó a alcanzar algunos logros sociales en las esferas de la salud y la educación. A cambio, fueron expropiadas y destruidas industrias, comercios y negocios, construidos y mantenidos a fuerza de años de sacrificio y trabajo de miles de cubanos. No se salvaron ni los «zapateros remendones».
La educación fue declarada de acceso amplio y gratuito para toda la población, y se apoyó en los primeros años en una pléyade de excelentes maestros preparados antes de 1959 y en las instalaciones públicas y privadas que ya existían. Muy pronto, un feroz adoctrinamiento fue implantado en todos los centros educativos del país y en todos los niveles de enseñanza, no solamente apoyado en una sola ideología, el marxismo-leninismo, sino marcado por las ideas excluyentes e intolerantes de «dentro de la revolución, todo; fuera de la revolución, nada», entendiendo el concepto de revolución como las ideas y concepciones del Comandante en Jefe.
Desde los primeros días de 1959 el éxodo de cubanos, fundamentalmente hacia Estados Unidos, marcó el destino del país. Los que se iban entonces lo hacían sufriendo la terrible injusticia de ser echados de su tierra definitivamente, llorando la humillación de que los detestaran familiares, amigos, vecinos, y llevando en sus oídos y en su corazón la denominación de «gusanos y traidores».
Cuando, en 1979, aquellos «gusanos» fueron autorizados a visitar el país y reencontrarse con familiares y amigos, la propaganda castrista no se demoró en aclarar que todos éramos cubanos en donde quiera que viviéramos, y que la emigración había tenido un objetivo económico, incentivado (por supuesto) por las políticas estadounidenses. Pero era hora de reencontrarnos en esta parte de la orilla, mucho mejor si nuestros hermanos venían cargados de regalos y dólares.
En la década del ochenta el epíteto de «gusano» se convirtió en «escoria», y el país se llenó de vergüenza con los infames y brutales ataques a aquellos que decidieron seguir emigrando. Y cuando llegó el colapso del socialismo en Europa del Este y el país se sumergió en la miseria y la desidia, la mayoría comprendió que existía una sola salida.
Seis décadas después de aquel júbilo popular por el derrocamiento de un gobierno corrupto y sangriento, el saldo de tanto sacrificio y paciencia de un pueblo sufrido y maltratado no puede ser más triste: miles de excelentes jóvenes emigrados, cientos de miles de familias divididas y millones de cubanos sobreviviendo en carne viva, con la única esperanza cifrada en la partida de sus hijos, no importa a dónde, ni cómo, para que puedan alcanzar la vida que se merecen y no tener que convertirse en seres dependientes de la generosidad de parientes y amigos.
Durante sesenta y tantos años los sueños de los cubanos que creyeron en un proyecto emancipador fueron pasando, poco a poco, de la esperanza de forjar una Patria digna para sus hijos a la frustración de tener que sufrir verlos partir, muchas veces sin la certeza de poder volver a abrazarlos.
Pero lo peor estaba por llegar para muchas familias: padecer, con una impotencia que les lacera sin piedad ante la crueldad de un régimen y el oportunismo de quienes todavía lo apuntalan, la difamación, el encarcelamiento y el destierro de sus seres queridos, por el tremendo «crimen» de defender «el derecho de todo hombre a ser honrado y a pensar y a hablar sin hipocresía».
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Me he pasado 60 años de mi existencia despidiendo amigos y familiares, llorando olvidos e incomprensiones, sufriendo ausencias. Hoy sigo preparada para seguir. A veces, la vida me premia con maravillosos regalos. Hace apenas unas semanas me he reencontrado sorpresivamente, al menos de manera virtual, con una prima hermana que emigró a comienzos de la década de los sesenta. En uno de los varios mensajes que ambas hemos intercambiado, con un amor por la familia, la amistad y sus significados que me ha conmovido profundamente, mi prima me dice:
«Yo con 16 años. Contenta porque pronto me reuniría con mis padres y con mi hermano mayor después de cinco meses, pero dejando atrás a mi otro hermano, mi familia, mis amigos, ¡¡mi alma!!
«Al llegar al aeropuerto mis amigos me esperaban, me entregaron un disco de un grupo que se llamaba Los Cinco Latinos con la firma de todos ellos en la carátula, y el libro Buenos Días, Tristeza de Françoise Sagan. Nos abrazamos y nos despedimos. ¿Creerás que todavía, después de más de 60 años, los conservo?
«Lloré desde que abordé el avión hasta que este tocó tierra. Lloraba, porque en el fondo temía lo que fue, una vida truncada con un futuro impredecible».
Tú con 11 años. Me parece estar viendo a esa linda niña que tan elocuentemente describes, llena de ilusiones, celebrando con sus amiguitas y dispuesta al sacrificio. La veo y la entiendo perfectamente. Ahora en los últimos años de mi vida quisiera poder conocer a la interesante mujer en que se convirtió.
¿Qué piensan tus hermanos? ¿Alguno de ellos se acuerdan de nosotros?
¡¡¡Sigamos adelante mi prima. Volvamos a enlazarnos, pero esta vez con un nudo doble!!!»
Si algo ha logrado este sistema —que no ha logrado nada— es inculcar el odio y la intolerancia en millones de cubanos. La doctrina de que la ideología está por encima de la familia y los amigos ha calado tan fuerte en tantos, que curarse de ese mal solo se logra escapando de su influjo. Cuesta bastante. Todavía fuera de él, algunos siguen creyendo que para defender una idea se necesita arremeter con furia contra otras contrarias. Y, sobre todo, que «dentro de lo que yo pienso: todo; fuera de lo que yo pienso: nada».
Aquí seguimos, la mayoría pidiéndole a nuestros hijos que callen, que se concentren en sus vidas, que miren para otro lado cuando crean que ven injusticias, y que traten de construir sus futuros en otros lares. ¿Y la dignidad? Bien, gracias.
Excelente, necesaria y oportuna cronica. Mil gracias, Ines Casal.