Hay un chico que sostiene una botella con agua donde nada un pez, o quizá el pez acaba de morir y ahora se derrumbará lentamente hasta el fondo. Pero digamos que está vivo y coleando. El asunto es que esto, el agua que cabe en una botella, la botella que sostiene el chico, es, en el instante de la fotografía, todo el Universo para el pez.
Sin embargo, el corazón del asunto, pongámoslo de este modo, es que el pez ignora cuanto decimos aquí: ignora la estructura última y la materia esencial y el principio de funcionamiento de su Universo. Ignora el agua.
David Foster Wallace nos advirtió, en su famosa conferencia del Kenyon College (2005), sobre la posibilidad de que todos seamos este pez dado que “las realidades más obvias e importantes son con frecuencia las más difíciles de ver y sobre las que es más difícil hablar”.

Juan Cruz Rodríguez. «Esto es agua».
Justamente, esta serie fotográfica de Juan Cruz Rodríguez nos muestra, a nosotros mismos, como peces en el agua. Dentro de esta extraña “realidad” que cada día, no obstante, damos por sentada.
La fotografía del chico y el pez dispara una saeta irónica: allá detrás está el mar, la botella infinita, un mundo abismal hecho de agua. Pero esa es una ironía demasiado fácil, si bien perfecta, que funciona por yuxtaposición o por contigüidad. El chico nos muestra la Parte en primer plano, mientras el Todo queda al fondo.
En efecto, el valor más preciado de esta imagen es la estructura narrativa que sugiere y la travesía especulativa que esta nos hace emprender… Estamos aquí en presencia de una irreprochable puesta en abismo (mise en abyme) —ciertamente no literal— en que una historia contiene en su interior la misma historia o alguna similar, una y otra vez, como cuando miramos nuestro rostro en el espejo y allí están nuestros ojos que reflejan el espejo con nuestro rostro y nuestros ojos en él…
Porque, si el chico hace lo que hace: ¿quién —nos preguntamos ahora— sostiene a su vez el mundo que contiene al chico?; ¿qué fuerzas determinan o hacen estallar sus actos, su existencia de niño junto al litoral habanero, su destino de hombre en Cuba o en cualquier otro sitio?
Y por ahí: ¿Cuál es la “configuración predeterminada” de nuestras mentes, o el cableado ideológico con que se ha iluminado nuestra visión del mundo; o cómo se lee el plano de nuestras fobias morales y nuestros prejuicios compartidos? ¿Alguien se pone a revisar alguna vez el código fuente de su sistema operativo? ¿Qué demonios es el agua, y qué demonios es nadar, y qué demonios es esto que somos?
El fotógrafo no tiene respuestas. Solo nos pone ante el espejo, mientras nadamos…
Es Foster Wallace quien nos recuerda a gritos: “Esto es agua… Esto es agua, asere”.
(Fotografías de Juan Cruz Rodríguez).