Casa nueva

    Se llama Juan, tiene 80 años, y está en Maisí, Guantánamo, a fines de noviembre, uniendo con soga unos tabiques grandes de madera para hacer una casa. O «para levantarle un cuarto a mi hija, que desde que pasó (el huracán) Matthew no tiene dónde estar».

    «Y ella no tiene esposo. Ella es solita».

    Juan Bautista Pileta Pileta tiene una hija de 58 años, un hijo de 60 que está con él, levantando la casa, y un nieto de 40 que quería ser un ingeniero agrónomo, pero ocupó los años cultivando en Maisí.

    «A mi tía el Gobierno le aprobó una vivienda porque tuvo destrucción total. Mientras, le estamos haciendo esto para que tenga donde estar con sus cosas», dice Adel González Pileta, el nieto de Juan.

    «Esta casa tenía como cinco años de construida. Era de estructura ligera, de fibro (fibrocemento), y todo eso el ciclón lo destruyó. La madera era una madera mala, de palos blancos: una madera que se deteriora cuando pasan los años».

    —¿Desde cuándo viven aquí ustedes?

    —Nosotros somos de aquí. Yo vivo allá, mi hija vive aquí, y mi hijo vive por allá arriba. Las casas todas están destruidas, ¿no?, pero esta la destruyó total.

    Juan tiene barbas y las manos duras. Y la casa ahora mismo es cuatro palos puestos en las esquinas de un cuadrado dibujado en el suelo.

    Adel: «A la casa mía le destruyó el techo, la viró, le rompió tablas; la cocina y el piso también. Me dieron tejas negras (asbestocemento)…».

    Juan: «Eso es para que nosotros nos camuflajeemos mientras… Porque esto fue muy grande la destrucción que hubo. Y son muchas las casas. Entonces están tratando de que uno tenga dónde encubrirse mientras llegan los demás materiales».

    «Aquí quedó una casa que es de placa por allí, y una que hay más allá. Y más ninguna».

    Adel: «Ahora hay viviendas que hay que demolerlas para después poder enderezarlas, porque no se puede poner un techo sobre una vivienda destruida».

    Foto: Yander Zamora
    Foto: Yander Zamora

    Llegar aquí es cruzar unos 200 metros de un trillito abierto en una loma.

    La carretera que lleva a La Máquina (capital de Maisí) está lejísimo.

    —¿Dónde fue que pasaron el ciclón?

    Juan: «En una casa de placa por allá. Una casa grande, de cuatro cuartos. Estábamos sentados todo el mundo».

    «Habíamos, no sé… Niños solamente había cuarenta y pico, menores de ocho años».

    «Hombres había tres que estaban en la puerta principal, que estaba clavada, y tres veces (el ciclón) intentó llevársela. Sí».

    Adel: «Habíamos puesto dos vigas para asegurar la puerta, para darle potencia. Arrancó una de las vigas y hubo que hacerle fuerza, y acomodarle sillones».

    Juan: «Y clavarla».

    Adel: «Las rachas de viento que golpeaban allí, si se hubiera tardado media hora más, se hubieran llevado las persianas y todo. Y el agua penetraba por debajo de la puerta».

    —Dicen que nunca hubo un ciclón tan feo como ese por aquí…

    Juan: «No se puede comparar. Ninguno de estos (los hijos) existían cuando el Lili. Yo sí. Yo viví toda la vida aquí. Y cuando el Lili nosotros nos parábamos en cualquier alto ahí y se veía el yunque de Baracoa. No había tantas casas ni tantos techos. Los que había eran de guano».

    «Entonces mi papá y yo hicimos una brigada… porque quedó una casa, y la de nosotros que la viró. Hicimos la brigada e íbamos desbaratando las casas y armándolas de nuevo, mi papá y yo».

    —Y ahora están haciendo lo mismo…

    Juan: «Ahora estamos haciendo lo mismo».

    Adel: «Nos estamos ayudando mutuamente ahí. Como el tiempo está tan cabrón con la llovedera esa, el agua y qué sé yo, todo el mundo está tratando de abrigarse; tratando las mismas familias de acoplarse ahí, de ir resolviendo».

    Juan: «Ahora estamos a casa de la hija de mi hija, mira, que el ciclón le llevó también el techo y todo. Lo que hubo fue que acomodarle las tablas. Ahí habemos siete personas».

    Adel: «En la casa de placa estuvimos mientras hubo evacuación, tres días creo que fueron; pero después cada cual tuvo que venir para su lugar».

    Juan: «Comida sí todo el mundo llevó un poco».

    Adel: «Y prácticamente había que comérsela cruda, porque la cocina no estaba dentro de la casa. Era una cocina de madera afuera, y el viento le tumbó tejas y fue terrible».

    Juan: «Y el ciclón se llevó casi todos los chivos. Algunos se salvaron.»

    Adel: «Las gentes trataron de asegurar sus cosas. Lo material. Pero muchas viviendas fueron arrancadas completas… El problema más grande fueron las viviendas».

    Juan: «Y la vianda, compay».

    Adel: «Los cultivos sí fueron devastados. El café, la vianda, todo fue abajo. Aquí se cultivaba mucho ñame, plátano, yuca… Ahora estamos volviendo a sembrar cultivos de ciclo corto para ir sobrellevando más o menos la situación; y más adelante, cuando haya buena producción, pues seguir aportando al Gobierno y para nosotros subsistir».

    Juan: «Porque el café demora…».

    Adel: «La mayoría de los terrenos se han hundido, y la mayoría de los árboles grandes han destruido las plantaciones».

    «La agricultura hay que volverla a hacer. Pero nada, se sale adelante».

    —¿Y avanza esto que están haciendo aquí?

    Juan: «Esto lo empezamos hoy. A mi hija le dieron una lona y cartón, e intentamos cubrir el techo y los laterales. Las tablas sí son las que quedaron de la vivienda, que no se partieron. Las tenemos ahí para entonces forrar las paredes con las tablas esas y cubrir con la lona. Los clavos son los mismos que tenía la casa».

    Adel: «De momento vamos a hacer un cuarto. Armamos el esqueleto, y después le ponemos las tablas que quedaron, y terminamos con los recursos que le han asignado a ella. Pero al techo hay que hacerle un entable para poner el cartón».

    Juan: «Esto lo fuimos aprendiendo de la necesidad, de los problemas. No hay mejor escuela que la vida. Yo de la vida he aprendido hasta a andar en un radio».

    Adel: «Sí, sí, hay que aprender de todo. No es que será un trabajo perfecto, pero bueno, hay que aprender».

    Juan: «Aquí uno da una idea y otro pone un palo. Porque hacer una casa es algo grande, ya que esa persona no tiene dónde guardarse. Entonces para uno es una buena impresión venir, y ponerle un lugar donde se pueda controlar».

    Adel: «Se ve el cambio en la persona cuando ya tiene algo que dice: bueno, estoy en lo mío. Se ve el cambio de espíritu, el deseo de vivir, de salir adelante. Y eso llena a uno de tranquilidad».

    «Uno no puede estar durmiendo tranquilo sabiendo que hay alguien mojándose. Y más si es alguien que es cercano a ti».

    Juan: «Y lo mismo que hacemos por un familiar lo hacemos por cualquiera».

    Juan tiene barbas y las manos duras.

    Adel es seco, de cuerpo liviano.

    Y esos palos clavados en el suelo después serán el techo de una mujer que no se va a mojar.

    Foto: Yander Zamora
    Foto: Yander Zamora
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    2 COMENTARIOS

    1. Que el periodista regrese por allá en un par de años. Seguro estoy que seguirá la hija del viejo viviendo en la misma precaria construcción que su padre, hermano e hijo le levantaron. Que se sientena esperar la ayuda prometida y, por si no lo ssabían, el asbesto es cancerígeno..De todas formas, conmueve la inocencia y solidaridad de estas personas, sus buenso sentimientos.

    2. Y en medio de todo son dichosos de estar vivos, de tener a su familia y no ven más que la terrible destrucción causada por la naturaleza, no que esas condiciones precarias no son vida. Personas trabajadoras capaces de levantar su casa con sus manos pero tienen que depender de un Estado que le de los materiales para una construcción mejor. Y así ciclos interminables de eterna espera.

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