Byung-Chul Han, el cansancio y la ilusión de la libertad

    Tardé una semana en leer y anotar completamente el texto La sociedad del cansancio de Byung-Chul Han. Es un libro interesante que trata de resultar alarmante y perturbador al mismo tiempo. Uno tiene la percepción de estar en el centro de una conspiración, y en función de ello su argumentación es axiomática, sentenciosa y apócrifa.  

    Byung-Chul Han ha sabido usar muy bien las cartas que bajo la manga de la publicidad «esconde». Sus «libritos» son algunos más libros que otros. En todo caso, son libros producto de circunstancias e impulsados por un espíritu que se pretende «renovador»; fundamentados, eso sí, en la relectura de los autores que lo cautivan, a quienes parafrasea no siempre abiertamente. Tiene a su favor, hay que decirlo, el ejercicio relacional y, por extensión, un pensamiento y un discurso en red, herramienta que sabe usar eficazmente; sobre todo para una sociedad anclada aún, de cierta manera, en una tradición que tiene en la cuadriculación de la experiencia su modo de razonar e imaginar.

    Son libros cortos sus libros, se pueden leer de una sentada. Si se pretende desmenuzarlos, hace falta un poco más de tiempo. Pero sus libros están concebidos para un público general, por más espaviento y estupor que este haya armado en la academia.

    Organizado en 12 capítulos de los cuales dos fueron agregados a la edición de 2020, La sociedad del cansancio es un epílogo de la desesperación, un tsunami que parece arrasar con todo. Hace ruido, qué duda cabe, y ese ruido pretende pasar por alto las alarmas de la postmodernidad. Para Byung-Chul Han, hemos llegado a la sociedad tardomoderna como sujetos de un rendimiento que sobrevive en una libertad completamente ilusoria. El arribo a esta condición no coteja adecuadamente las consecuencias, pero, sobre todo, las críticas asociadas al agotamiento del paradigma racional-positivista.

    No son nuevas las tesis de Byung-Chul Han. Lo que es «nuevo» es el delivery, que las hace sugerentes y «renovadoras» para un público de-limitado por las estrategias de publicidad y mercadeo. Pretendiendo un espíritu renovador, lo que prevalece es un principio de inevitabilidad, un nuevo teleologismo, una nueva secularidad que tendrá en el Smart-Space su espacio de referencialidad. No hay renovación ni alternatividad en Han; hay, eso sí, una búsqueda que intenta desentrañar las razones que fundamentan esta nueva condición. Y la ausencia de alternatividad se establece en el manejo nostálgico y casi arqueológico de la argumentación. Capítulos como «Vita activa» y «Pedagogía del mirar» son compendios de la añoranza. Nietzsche, Heidegger y Arendt aparecen legitimados por sus argumentos, pero trasnochados ante la vorágine de una sociedad en que se ha perdido la capacidad contemplativa, donde «nada es constante y duradero».[1] Decir por tanto que Byung-Chul Han es un deudor de Nietzsche, Heidegger y Foucault, resulta una ingenuidad. Han es, en todo caso, un apasionado de estos autores continentales, y de otros que no siempre menciona pero que le sirven en su argumentación mimética. Byung-Chul Han no es un pensador de rigor en el sentido continental de la filosofía contemporánea.

    Sin embargo, la gramática y la discursividad en Byung-Chul Han es interesante. Siempre construye oraciones cortas, oraciones con énfasis; el axioma precedido, mayoritariamente, por una referencia. En esta lógica subyace su criterio de argumentación. El lector tiene entonces la errónea percepción de que está frente a un hallazgo argumental. En todo caso, Han se vale de la arquitectura lógica de sus pensadores fetiches para darle cuerpo a su argumentación. Por ejemplo, Han eleva la patología neuronal a categoría histórica, usando el mismo algoritmo de Michel Foucault. A partir de esta delimitación articula una suerte de filosofía de diagnóstico, muy relacionada con la negación, que desemboca en una diatriba, y pasa por alto lo que verdaderamente está ocurriendo en el pensamiento contemporáneo, sobre todo en cuanto a los nuevos aportes a la fenomenología de la cognición,[2] por solo mencionar un ejemplo. 

    Para Byung-Chul Han el siglo XXI no es el siglo de las bacterias o los virus —esto es muy cuestionable—, como sí lo fue el siglo XX, sino de las enfermedades neuronales, como la depresión. La diferencia parece radicar no solo en la enfermedad misma —no son infecciones—, sino en sus consecuencias, que no son otra cosa que un exceso de positividad, como el propio autor lo llama. Si las enfermedades contagiosas, y por tanto la inmunología asociada a estas, introducen la negatividad, es decir, lo otro que invade al cuerpo, en las patologías del siglo XXI lo otro ha sido eliminado,[3] solo queda una individualidad desprovista de cualquier instancia de dominación sometida a sí misma. Tales desplazamientos están produciendo un inadvertido cambio de paradigma, sin el suficiente cotejo analítico. De este modo, «la desaparición de la otredad y la extrañeza» da paso a la diferencia.[4] El énfasis no está aquí en encontrar las cuestionadas razones de esa «desaparición», sino en la legitimación de lo que Han llama —desconociendo a Derrida— la diferencia.

    Pero retomemos la tesis de la inmunología. Para Byung-Chul Han la inmunología no es un principio exclusivamente explicativo en el campo médico. Han eleva la inmunología a la categoría de paradigma —sin hacer referencia a Kuhn— y principio explicativo desde el cual su fundamentación cobra sentido. Lo inmunológico se convierte en principio instrumental para explicar la dialéctica de la negación, la expulsión de lo otro en función de una violencia que nos protegería de «una violencia mucho mayor, que sería mortal».[5] La negación, lo otro, la extrañeza solo serán elementos puestos en función de legitimar lo que este llama la sobreabundancia o exceso de positividad.

    Una vez más, hay que delimitar dónde comienza el manejo utilitario del término inmunología, y en qué medida Byung-Chul Han lo usa sencillamente para fundamentar una tesis que podría ser explicada perfectamente desde el pensamiento filosófico, antropológico y sociológico. En todo caso, Han funciona desde un pensamiento como reminiscencia. Lo cual hace que su pensamiento «relacional» no sea la búsqueda de una totalidad sino más bien un ejercicio de dispersión.

    Si para Foucault la patología tiene un carácter explicativo en términos de la filosofía, la antropología y la sociología, para Byung-Chul Han solo va a funcionar como teleología. Han —hay que decirlo— no está hablando desde el reconocimiento epistemológico y, al no estarlo, hace que La sociedad del cansancio sea un grito legítimo, pero también un epílogo de la desesperación. Su texto es más perturbación que razón. Byung-Chul Han es —cómo dudarlo— un heredero del discurso de la postmodernidad, pero no se reconoce como tal. Pesa más la performatividad y la fascinación que la argumentación, epistemológicamente hablando.

    El inadvertido cambio de paradigma vendría a gestionar —para Byung-Chul Han— no una dialéctica de la negatividad, sino la prevalencia de estados patológicos atribuible a un exceso de positividad que no deja de ser violento. La violencia no solo consiste en negar lo otro, sino también en afirmar lo idéntico. Generando lo que el autor llama «sobreabundancia de lo idéntico/ exceso de positividad».[6] Esta condición ya no es viral y, al no serlo, la inmunología como «paradigma» no ofrece acceso a su entendimiento. «El agotamiento, la fatiga y la asfixia ante la sobreabundancia tampoco son reacciones inmunológicas. Todos ellos consisten en manifestaciones de una violencia neuronal, que no es viral, puesto que no se deriva de ninguna negatividad inmunológica».[7]

    De este modo, el «sujeto» desprovisto de lo otro, que no es otra cosa que lo «extraño», lo diferente en el esquema de la inmunología del adentro hacia afuera, solo cuenta consigo mismo, con su potencialidad y su rendimiento. La naturaleza de este nuevo «sujeto» está en el desplazamiento de una sociedad disciplinaria —Freud, Foucault— hacia lo que Byung-Chul Han propone como una sociedad del rendimiento. Si la sociedad disciplinar o del control, llena de psiquiátricos y cárceles, generó un sujeto de la obediencia y del terror, la sociedad del rendimiento solo tiene «sujetos emprendedores de sí mismos. Aquellos muros de las instituciones disciplinarias, que delimitaban el espacio entre lo normal y lo anormal, tienen un efecto arcaico».[8]

    Si la sociedad disciplinaria tutelada por el panóptico es inmunológicamente negativa en tanto obliga a expulsar o aislar lo otro, la nueva sociedad se rige por un poder hacer sin límites, por la iniciativa y la motivación del rendimiento. Si la sociedad disciplinaria «produce» locos y criminales, la sociedad del rendimiento produce depresivos y fracasados. Según parece, en la lógica de Byung-Chul Han, a ambas sociedades es inherente, como consecución de sus acciones, el inconsciente social en el afán de maximizar la producción.

    Si en 1984 de George Orwell o en La policía de la memoria de Yoko Ogama la sociedad es consciente de que está siendo vigilada, castigada y dominada, quizá hoy en la sociedad del rendimiento no seamos tan conscientes de ello. El afán, pero sobre todo la presión por el rendimiento —que puede ser traducido no solo como contenido—, genera una violencia sistémica según la cual el sujeto se autoexplota. Una vez que lo otro ha sido expulsado, vivimos siempre —en palabras de Byung-Chul Han— con la angustia de no hacer todo lo que podríamos hacer, y encima nos culpamos a nosotros mismos de nuestra supuesta incapacidad. Esa angustia es la causa de nuestra autoexplotación.

    Esta es la naturaleza de la sociedad tardomoderna, donde el imperativo del rendimiento en tanto razón del fundamento social genera enfermedades neuronales como la depresión, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), el trastorno límite de la personalidad (TLP) o el síndrome de desgaste ocupacional (SDO). Estos desórdenes generan personalidades disgregadas, fragmentadas y dispersas, fundadas y fundamentadas en el multitasking. Si para algunos esta es una «técnica de administración del tiempo», para Han el multitasking es una regresión al mundo de los animales salvajes que usan dicha «técnica» para garantizar la supervivencia.

    El sujeto del multitasking es la antítesis del sujeto contemplativo. Del sujeto de la atención profunda al sujeto de la hiperatención. De la capacidad de escuchar, que es condición para una profunda y contemplativa atención, al ego hiperactivo que no tiene acceso a ella pues se escucha a sí mismo y sus requerimientos de autoafirmación. Suerte de nuevo egocentrismo que Byung-Chul Han llama autista,[9] y que se cotiza en las redes sociales en «función de incrementar el sentimiento narcisista de sí mismo, construyendo una muchedumbre que aplaude y que presta atención a un ego que se expone como si fuera una mercancía».[10] Este ego mercantil fundamenta su rendimiento en un principio de autoconfirmación e identidad, que se convierte en autodestrucción. «El sujeto que está obligado a rendir se mata a base de autorrealizarse. Aquí coinciden la autorrealización y la autodestrucción».[11] Nada es suficiente para el sujeto del rendimiento y, ante la ausencia de prohibiciones y mandatos, típicos de la sociedad disciplinaria, se piensa que todo es posible. Se confunde la libertad con la ilusión que toda esta sintomatología genera, olvidándose que, si bien desaparece» la instancia dominadora externa, esta no elimina la estructura coercitiva: en todo caso, la búsqueda desquiciada del rendimiento es la nueva coerción que destruye al sujeto del rendimiento.

    Se requiere entonces —y esta es una de las conclusiones del libro— otro uso del tiempo, donde no se viva obsesionado con la productividad, donde el ejercicio de mirar y escuchar esté en el centro de la atención. La noción de tiempo —hasta ahora moderna— demanda también una redefinición, sobre todo en función de determinar también la noción de trabajo a partir los nuevos dispositivos electrónicos, que Byung-Chul Han llama «campo de trabajo portátil». Se logra respirar el espíritu heideggeriano en las conclusiones preliminares del libro. Sin embargo, Han no reconoce su deuda con Ser y Tiempo.

    La retórica de Byung-Chul Han trata, sobre todas las cosas, de hacer visible un mapa político; mucho más evidente a partir de la resignificación de lo positivo en términos de infección viral. La Tercera Guerra Mundial, que no ha sido otra cosa que la pandemia del coronavirus, ha venido a subrayar aún más las tesis de este pensador contemporáneo.[12] Tras la inexpresividad que ha significado cubrir por dos años nuestros rostros con mascarillas, hasta el desplazamiento de los centros de poder, la sociedad postpandemia, según Byung-Chul Han, se encamina peligrosamente hacia un régimen de vigilancia biopolítica. Una sociedad de la supervivencia en que para alcanzar tal objetivo seremos capaces de sacrificar la movilidad o la sociabilidad, el contacto con nuestros semejantes.


    [1] Byung-Chul Han. La sociedad del cansancio. Herder, 2020. Pág. 43.

    [2] Para más detalles, véanse los trabajos de Markus Gabriel.

    [3] Véase Byung-Chul Han. La expulsión de lo distinto. Herder, 2020.

    [4] Para el autor es fundamental establecer una distinción entre la diferencia, la extrañeza y lo exótico como universos conceptuales en torno a la tesis de la diferencia. Véase pág. 16.

    [5] Byung-Chul Han. La sociedad del cansancio. Herder, 2020. Pág. 18, 19.

    [6] Ibídem. Pág. 20.

    [7] Ibídem. Pág. 21.

    [8] Ibídem. Pág. 25.

    [9] Ibídem. Pág. 53, 54.

    [10] Ibídem. Pág. 89.

    [11] Ibídem. Pág. 83.

    [12] En 2020 se reeditaron la mayor partes de sus textos.

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