El fuego de la Inquisición. Entrevista con Ariel Hidalgo

    Omara Ruiz Urquiola (ORU): Este es el primer programa de la serie «El color de las ideas», realizada por el Observatorio de Libertad Académica, adscrito al Programa Cuba y la Fundación Cuatrométrica, Universidad Sergio Arboleda. Para nuestra primera entrevista hemos escogido a Ariel Hidalgo, quien ha sido profesor de Historia y de Filosofía Marxista en La Habana. Ariel fue censurado, impedido de continuar la enseñanza de posgrado que estaba cursando porque no quiso participar en actos de repudio. Estamos hablando de alguien que fue preso político en dos ocasiones; en la última ocasión, condenado a ocho años por un manuscrito de un libro que encontraron al ocupar su casa. Un profesor, además, con filiación marxista, pero con una visión crítica de la realidad cubana, que dio con sus huesos en la cárcel. En el presidio político cubano sufrió torturas, todo tipo de vejámenes, persecución; hasta que, gracias a la mediación internacional, logró salir de Cuba después de cumplir siete de los ocho años de condena. Profesor, bienvenido al Observatorio de Libertad Académica, gracias por el privilegio de poderlo entrevistar, por abrirnos las puertas de su casa y contarnos su experiencia…

    Ariel Hidalgo (AH): Gracias a ustedes.

    ORU: Profesor, ¿cuál era el posgrado que usted estaba cursando en el Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona en el momento de su expulsión?

    AH: Bueno, un posgrado de marxismo-leninismo.

    ORU: ¿Y por qué estaba cursando ese posgrado?

    AH: Porque se iba a fundar la Cátedra de Marxismo en preuniversitario, en el grado 12; entonces estaban buscando sobre todo militantes, lo cual era una exigencia. En el caso mío me aceptaron sin ser militante. Yo había destacado; o sea, yo daba seminario a los profesores de historia y toda esa serie de cosas, entonces me permitieron entrar en ese curso.

    ORU: ¿Cuál es la razón por la que a usted lo privan de continuar con el posgrado que cursaba en el Instituto Superior Pedagógico «Enrique José Varona», en el cual, además, uno de sus libros, publicado en el año 1976, era bibliografía de consulta, bibliografía referencial, no solamente en ese posgrado sino en todas las carreras de humanidades, en el sistema de enseñanza superior cubano, incluso en la Escuela Superior del Partido «Ñico López»?

    AH: Lo aceptaron como un material de bibliografía suplementaria para todas las universidades de letras; incluso estando yo preso me dijeron que todavía en la escuela Ñico López estudiaban con ese libro. Lo más curioso es que en mi condena a privación de libertad por ocho años dice: «y en cuanto a sus obras, destrúyanse mediante el fuego».

    ORU: ¡Ay! Como en la Inquisición.

    AH: Exacto, un auto de fe de la Inquisición. Es una lástima que yo no hubiera podido conservar eso, porque estaba en el momento que me dieron la condena. Yo estaba confinado en una celda tapiada, en los corredores de la muerte donde llevaban a los presos. Señal de que tienen más miedo a las ideas que a cualquier otra cosa.

    ORU: ¿Usted en algún momento había tenido vida militar? ¿Habían dado con la idea de una sublevación armada?

    AH: No, para nada. Yo lo que hice nada más fue escribir un libro, y, aclaro, clandestinamente. Escribí un libro porque yo era profesor originalmente de Historia de la Facultad Obrero-Campesina, pero le llamaban «Estudio Socioeconómico», un título muy redundante. Era Historia de Cuba. Entonces, mis alumnos todos eran trabajadores, y yo conversaba con todos ellos, me daba cuenta de las contradicciones tremendas que había entre los trabajadores de base y las administraciones. Yo decía: bueno, si todo pertenece al pueblo, como se dice, y pertenece a los trabajadores, ¿cómo es posible que la dirigencia, las administraciones, esté en conflicto constante con la base, los trabajadores?

    ORU: Entonces, ¿por qué le impiden a usted continuar con el posgrado?

    AH: Varias cosas. Primero: yo no me guiaba por los manuales cubanos y soviéticos, porque había muchas cosas que no. Yo me guiaba en mis clases por los clásicos; iba directamente a los autores, a Carlos Marx y Federico Engels, y esto era algo que llevó a que empezaran a revisar los cuadernos de mis estudiantes. Yo me daba cuenta de que algunos estudiantes no tenían dónde hacer apuntes, y yo les preguntaba. Me decían: «No, profe, la directora me quitó el cuaderno». Me daba cuenta de que no era idea de la directora; de arriba le habían mandado a hacer eso. Después, cuando se produce el problema del Mariel, yo no quise participar en los actos de repudio. Se decía que yo tenía una posición política, que supuestamente yo tenía que dirigir a los estudiantes en los actos de repudio, y yo no acepté eso. En los días que sucedieron esos actos yo no asistí al instituto porque sabía lo que había, y entonces inventé la excusa de que era por problemas nerviosos, que sé yo. Cuando llegué no me dejaron ni entrar. En el mismo patio donde hacían el matutino de entrada, me llamaron aparte y me dijeron: «Oye, queremos hablar contigo». Me sentaron en un salón donde estaba la directora, el jefe del núcleo del Partido, el del Sindicato, etc., y me dijeron que mi conducta no había sido acorde con lo que se esperaba de un profesor de Marxismo. Eso fue todo. Después lo del posgrado: me dijeron que no tenía sentido que yo siguiera en ese curso porque ya no era profesor de la materia para la cual se estaba preparando a estas personas, a estos profesores. Ni las notas me dieron; yo pedí mis notas y no me la quisieron dar.

    ORU: Profesor, a partir de que usted sale de la vida institucional académica en Cuba, ¿qué pasa con su vida como intelectual?

    AH: Primero estuve detenido tres días en Villa Marista. Con un mayor que decía llamarse Roberto Ricard, estuve discutiendo sobre eso. Yo le dije horrores sobre el problema de los actos de repudio, lo que estaban haciendo era una salvajada. Pero después de eso un auto me llevó hasta mi casa y me devolvieron muchas de las cosas que me habían ocupado. Y dije: esto está muy raro, porque con lo que dije era para que me hubieran procesado, y no lo hicieron.

    ORU: ¿Qué le ocuparon en ese registro a su casa?

    AH: Bueno, el libro que yo estaba haciendo.

    ORU: ¿De qué trataba ese libro?

    AH: Era un libro marxista, no marxista-leninista, porque el leninismo tiene ya otra connotación. Era un libro marxista en todas las categorías; no para que lo leyera la gente del pueblo, sino para que lo leyera la gente del Gobierno y la gente que apoyaba al gobierno, sobre todo los de la Juventud Comunista. Era lo que yo pretendía hacer. A ese libro no llegué ni a ponerle título; nada más le había puesto «El Estado…», nada más. Marx habló del capital; yo voy a hablar del Estado. Fue lo que puse. Después aquí en el exilio me pusieron otro título con el que yo no estoy muy de acuerdo, pero, bueno: El Estado marxista y la nueva clase.

    ORU: ¿Qué significa «a nueva clase»?

    AH: Bueno, «la nueva clase» es… yo la llamaba «gerentocracia». Los gerentes se habían convertido en una nueva clase, y yo planteaba que los medios de producción no habían pasado a manos de los trabajadores, sino que habían pasado de manos de los capitalistas a manos de los funcionarios del Estado. Eso Martí lo dijo muy claro en «La futura esclavitud»: «El hombre pasará de ser esclavo de los capitalistas a ser esclavo de los funcionarios»,[1] y dice: «Lamentable será la opresión»,[2] algo así más o menos dice, bueno, más extenso. Es muy bueno que el que no haya leído «La futura esclavitud» lo lea, es muy interesante; creo que está en el tomo 15 de las Obras Completas de José Martí de la Editora Nacional.

    ORU: Censurado. Eso hay que encontrarlo en los libreros de viejo en Cuba porque en las otras ediciones, por lo general, no se encuentra ese tomo. Todo el mundo lo busca.

    AH: Ah. ¿El tomo 15 ya no está en ningún lado?

    ORU: Es muy difícil de encontrar; parece que tuvo una tirada más corta.

    AH: Qué cosa más grande. Entonces ellos están conscientes de que no hay nada de martiano ahí.

    ORU: Profesor, sin trabajo en Cuba, año 1980-81, ni siquiera había cuentapropismo, o sea, no había otras formas permitidas, que siempre son difíciles para la disidencia. ¿De qué vivió usted una vez que se vio sin trabajo, con familia, una niña chiquita…?

    AH: Mi esposa siguió siendo profesora de Biología, en ese momento de nivel secundario. Y yo trate de hacer otra cosa; empezar a hacer cosas por mi propia cuenta. Y eso fue interesante, porque un profesor llegó y me dijo: «Mira, yo te voy a pagar, pero me hace falta que tú hagas una…»; quería que yo le tipeara los esténciles de preguntas, de material del profesor. Yo lo hice, él me pagó, y después me entero de que él le estaba vendiendo a los alumnos esos materiales. Entonces fui a donde estaba él y le dije: «Oye, mira, tú estás vendiendo esto; esto lo hice yo, tú me mandaste a tipearlo. Pues, mira, toma el dinero; yo no tengo nada que ver con eso». Le devolví el dinero. Eso pasó y pasaron otras cosas. Llegó gente pidiéndome dólares, supuestos amigos; pidiéndome dólares en la época en que estaba prohibido el dólar. Yo dije: «No, no tengo eso». Otro me invitó a tomar unos tragos con unos amigos y cuando llegué era una fiesta, lo que en Cuba llamaban una fiesta de percheros, y yo me despedí con mucha amabilidad y me fui. Y cosas así… Y finalmente me detienen. El problema no es que me detuvieran, sino el tratamiento que me dieron por haber escrito ese libro, y otros apuntes que yo había hecho.

    ORU: ¿Cómo encontraron ese libro?

    AH: Un supuesto amigo, Genaro. Después supe que él estaba trabajando para la Seguridad del Estado. Entonces él informó que yo estaba escribiendo algo, y una de esas copias la cogieron, me la ocuparon en un registro. Cuando me detuvieron la primera vez hicieron un registro de varias horas en la casa. Fue tremendo. Mi casa no es una cosa muy grande; la casa era chiquita y encontraron ese libro y otros papeles más en los que yo había escrito otras cosas.

    En la entrevista que me hicieron, me preguntan: «Bueno, ¿qué quiere usted para Cuba?». Yo respondo: «Lo que quiero para Cuba es que, si ustedes dicen que todos los medios de producción pertenecen a los trabajadores, pues deben ser los trabajadores los que elijan a su propio director, y después los directores elegir al director del municipio y así sucesivamente, de abajo hacia arriba, no de arriba hacia abajo como ustedes están haciendo. Lo que hacen es: designan a los altos funcionarios por dedo, por su confiabilidad política, no porque tengan ninguna preparación académica ni nada de eso». Entonces me dice el teniente: «Usted está loco, completamente loco». Y al día siguiente me mandaron para Mazorra, un lugar que se llama Carbó Serviá: ese es el peor lugar donde se podía estar, porque estaba lleno de personas, las más desquiciadas, que eran no solamente criminales, presos comunes que habían hecho barbaridades, sino que estaban arrebatados, gente que estaba demente completamente. Y las cosas que hacían eran… orinarse arriba de las camas de la gente, cosas así. Bueno, ahí había violaciones; le daban golpizas a la gente y no pasaba nada. Ahí no entraba jamás un enfermero, ni un médico, ni un policía, un guardia; nadie entraba ahí.

    ORU: ¿Estaban solos ahí los pacientes?

    AH: Eso, como el Oeste. Nos ponían así en las mesas, para la comida, los platos así, pegados uno al lado del otro. Bueno, ahí estuve yo diez días nada más, pero diez días que valen por unos cuantos meses, porque las cosas atroces que sé… A los cinco días de estar ahí por fin conseguí una camita de un preso político que estuvo a punto de suicidarse. Yo lo fui a ver, lo llevé para la cama, y le dije: «Mira, el colchón te lo voy a dar», y entonces nos turnábamos para vigilar porque cualquier cosa podía pasar.

    ORU: ¿Cómo logró salir de ahí?

    AH: Bueno, ya después, a los diez días, me sacaron de allí y me llevaron otra vez para la Seguridad del Estado. Y ese mismo día me llevaron para la Cabaña.

    ORU: O sea, lo torturaron diez días.

    AH: Y en la fortaleza de la Cabaña estuve como tres meses, y a los tres meses ellos hicieron como una recolecta de presos que habían sido muy rebeldes, que habían hecho huelgas y cosas así. Eran diez presos. Se los llevaron para incomunicarlos, y ahí me metieron a mí; después, a los tres meses yo estuve metido en ese lugar, un lugar del Combinado del Este, que no se ve porque es una sola planta y está detrás de todos los edificios esos: eso es terrible. Es el lugar donde llevan a las personas condenadas a muerte, y ahí nos pusieron en celdas aparte. Son celdas tapiadas, que tú no ves nada. Para llegar ahí son varias puertas y, cuando llegas finalmente a lo que tú crees que es la última puerta, cuando te abren esa puerta de madera y tú entras, pues hay otras puertas de rejas, y entonces ahí te meten. O sea, no ves nada. Planchas de hierro; no puedes ver nada para afuera. Te ponían la comida por abajo, por un hueco, ya, y punto. Una celda muy pequeña.

    Tú estás ahí y no sabes qué tiempo vas a estar ahí, y además estás oyendo las cosas que están pasando afuera; porque oías cómo arrastraban a los presos y los golpeaban, y se oían los gritos, los presos corriendo, huyendo de la policía y la policía detrás, dándoles…, o sea, los carceleros. Es algo que te pone los nervios de punta. Incluso, años después de haber estado allí, cada vez que yo estaba acostado en algún lugar y sentía, por ejemplo, en un pasillo corriendo gente, yo me alteraba. Porque era algo traumático; aquello y otras cosas de las que después nos enteramos.

    Bueno, aquí en este libro tú vas a encontrar varias cosas sobre eso, porque el primer capítulo de este libro es precisamente ese: «El rectángulo de la Muerte». Se llama rectángulo porque es el único edificio rectangular que hay; porque todos los edificios del Combinado del Este son en forma de U. Y ese está escondido, detrás.

    El caso es que estuve un año y 20 días allí, encerrado en ese lugar, prácticamente sin visitas; porque yo vine a ver a mi esposa como a los seis meses. Nos dieron —a mi esposa y a mi hija— una visita, y ellas no sabían ni siquiera si yo estaba vivo o muerto. Estás allí como desaparecido. Finalmente nos sacan de allí. Dejaron a un solo preso del grupo que estaba con nosotros; se quedó allí y, estando yo en las galeras normales de preso político, era algo que siempre me tenía la mente muy apesadumbrada: ese preso que había quedado allí, pasando por una situación infrahumana.

    Cuando conozco a Ricardo Bofill, que llega a la cárcel en ese momento, y empezamos a hablar, yo le comento de este preso, Jacinto Fernández. Él dijo: «Mira, yo conozco medios para hacer llegar una denuncia al exterior, a la prensa internacional, a los organismos internacionales de derechos humanos, a los gobiernos, etc. Me dices: si tú quieres, yo te doy todos esos medios para que tú los puedas usar».

    Al principio yo tuve mis dudas. En Cuba nos han enseñado a desconfiar de todo el mundo, a mirar a todo el mundo con desconfianza, y entonces… una persona que uno acaba de conocer y que le haga ese ofrecimiento… Pero, finalmente, resignado por esa preocupación mía, el remordimiento porque no hacía nada para lograr que se supiera la situación en que estaba ese compañero nuestro, le dije que sí, que iba a hacerlo, que íbamos a hacer la denuncia. Y me dice: «Esa denuncia tiene que ser confirmada con los nombres nuestros, los nombres verdaderos».

    En el presidio, siempre que se escribía y se mandada para el exterior, se hacía con un seudónimo, no se ponía el nombre real. Me dice: «Hay que hacerlo con nuestros nombres para que tenga credibilidad». Él se ofreció a trabajar junto conmigo para hacer la denuncia. Hicimos entre los dos la denuncia, y al final pusimos nuestros nombres; él puso su nombre, Ricardo Bofill Pagés, y yo puse Ariel Hidalgo. Yo veo que él debajo de los nombres pone «Comité Cubano por los Derechos Humanos», y al lado de su nombre pone «Presidente», y al lado del mío puso «Vicepresidente». Yo me reí de aquello porque ese comité no existía; sí había ideas de crear algo así, pero no se había creado hasta ese momento. Así lo hicimos. Enviamos esa denuncia y, cuando llegó al exterior, la noticia no fue sobre ese preso que estaba en condiciones deplorables, sino fue que en Cuba había surgido un comité de derechos humanos. Fue el primer grupo de disidentes que hubo. Yo en ese momento no le di importancia a aquello, porque decía: «Yo esto lo estoy haciendo por un problema humanitario, para ayudar a este compañero que está en esta situación tan crítica». Y eso lo olvidé. Quiere decir que uno no se da cuenta en qué momento está pasando algo que puede ser histórico. No memoricé la fecha ni nada eso. No sé si quedará esa denuncia, andará archivada por algún lugar; ahí puede que esté la fecha. Pero en aquel momento sí recuerdo que era octubre del 83. Fue la primera denuncia de la disidencia, cuando ni siquiera había un movimiento disidente. Éramos dos nada más, pero ya en ese momento la Seguridad del Estado comienza a investigar a ver quiénes son los otros miembros, otros miembros que ni existían.

    Bueno, entonces ya mucha gente empieza acercarse a nosotros. Constituimos un grupo de seis presos. Comenzamos el primer grupo de derechos humanos que fue el Comité Cubano por los Derechos Humanos, que en la cárcel creció a 12, más adelante. Y posteriormente, con los que fueron saliendo de la cárcel, empezaron a crearse otros grupos. Este grupo se fue multiplicando. No porque se estuviera creando división; nos estábamos multiplicando. Yo esperaba que me fueran a desaparecer; yo dije: «No, aquí me desaparecen completo del mapa».

    Y entonces sí hubo represión. Incluso a Bofill se lo llevaron de allí. Pensaron: «Este es la cabeza. Vamos a sacarlo de aquí y a ponerlo en una celda aparte. Sin la cabeza, sin el líder, ya, todo lo demás se acaba». No fue así. Nosotros seguimos trabajando y llegamos a crear revistas dentro del presidio; revistas que tú las veías y parecían revistas de verdad. Y eso empezó a moverse, a divulgarse por todo el presidio. Incluso salían, y al extranjero llegaron algunos ejemplares.

    La primera revista se llamaba El Disidente, y después creamos Aurora. El Disidente era más amplia, con caricaturas; llegó a tener hasta 64 páginas. Parecía que era una revista de verdad hecha en imprenta, y era hecha a mano. No solamente hacer un ejemplar, sino hacer varios ejemplares. Y constantemente la Seguridad del Estado estaba asaltando nuestras celdas. Asaltaban nuestras celdas buscando material que estuviéramos nosotros escribiendo. A veces se llevaron cosas. Había que volver a empezar a escribir, y así por el estilo.

    Se divulgó en el exterior. El trabajo que se hizo en aquel momento del Comité Cubano por los Derechos Humanos logró poner a Cuba en el banquillo de los acusados, por violaciones de los derechos humanos.

    Empezaron a llegar a la prisión muchos periodistas de diferentes países, preguntando por nosotros. Al principio el gobierno no les permitía la entrada, pero ya después, cuando querían demostrar que en Cuba había libertad y toda esa serie de cosas, pues entonces les permitían a varios periodistas llegar. A mí me ocurre una situación, y es que el jefe de la Seguridad del Estado de la prisión viene a buscarme para decirme que me iban a entrevistar. Yo le dije que no, que no: «Yo no sé lo que van a hacer ustedes. Ustedes me van a entrevistar y después editan, y salgo yo diciendo lo que a ustedes les da la gana». Y me dicen: «No, no, mira, es un grupo inglés, un grupo de Inglaterra que vino aquí a entrevistarte…». Yo sabía que era un grupo de periodistas de tendencia izquierdista, no comunista, pero sí tenían una tendencia de izquierda, y por eso le daban todas las facilidades. Cuando yo los veo a ellos, me preguntan dónde hacemos la entrevista; yo estaba afuera del campo de la prisión, y digo: «Bueno, miren, aquí hay un lugar muy especial por ahí, por allá atrás, y me gustaría que ustedes me hicieran la entrevista allí, que es un lugar donde llevan a los prisioneros que van a fusilar y a otros que quieren castigar, y las condiciones que hay allí son infrahumanas». Me dicen: «Ah, bueno, vamos».

    Íbamos para allá, y el segundo jefe de la prisión salió: «Oigan, paren, paren. ¿A dónde van?». Entonces se dirige a mí y dice: «¿Ariel, por qué tú les dijiste de ir a allá?». Le dije: «Bueno, porque ustedes los llevan siempre a los periodistas a los mejores lugares; yo los quiero llevar al peor lugar». Me dice: «No, no puede ser». Entonces les dijo a los periodistas: «Sí, él tiene razón con que es el peor lugar, pero ahora está en reparaciones»; dijo algo así: «No pueden ir allí». Me dice el periodista que dirigía el grupo: «Yo no me explico, porque nosotros fuimos a la prisión de Boniato, en Santiago de Cuba, y entonces pedimos ir a “Boniatico”, que es un lugar terrible, tremendo, y nos dejaron ir allí». Entonces yo le digo: «Bueno, pues entonces dense cuenta cómo debe ser esto; porque si a ustedes le permitieron entrar a “Boniatico” y ver lo que había allí adentro, y aquí no les permitieron ver lo que hay en este lugar, el rectángulo de la muerte, ustedes deben imaginar cómo debe ser…».

    Vino entonces un proceso en el que poco a poco nos fueron liberando, porque en el año 88 iba a ir de visita la Comisión de Derechos Humanos de la ONU. Esa comisión iba a estar en La Habana, en el hotel Comodoro, recogiendo todas las denuncias, todos los testimonios de las personas que podían ir. Se suponía que iba a ir a la prisión, y poco antes me sacaron a mí y me trajeron para acá. Porque, fíjate, varias personalidades que habían visitado Cuba habían pedido mi libertad; me incluían en las listas de los presos que querían que liberaran, y siempre se negaron a liberarme. Cuando entró el Cardenal O’Connor de Nueva York, venía también con mi nombre; finalmente se lo aceptaron. Entonces les decían a los presos: «Los que quieren ir para la calle pueden irse para la calle; los que no, esperen a que sean sacados al exterior», y algunos decidieron salir. Entonces me mandan un mensaje… Yo digo así porque me sacan para una entrevista, supuestamente, con dos periodistas, que no querían saber de nada: no me hicieron pregunta ninguna, ni les interesó que yo les dijera nada a ellos; lo único que me dijeron fue: «Mira, estuvimos con el ministro del Interior, [José] Abrantes, y él nos dijo que no te iban a liberar a no ser que tú salieras, que tú decidieras salir del país, que para dentro de Cuba no te iban a soltar».

    El que no conoce bien la historia de lo que pasa dentro del presidio, lo ve como algo sin importancia, pero eso era una amenaza de muerte. Porque ya teníamos casos, habíamos denunciado casos de personas que dentro de la prisión habían sido demasiado conflictivos, y que les faltaban días nada más para salir en libertad, y en la semana de salir en libertad les pasó algo: lo ingresaron por algo, por una bobería, y salió muerto de allí. Entonces yo dije: «Bueno, no voy a ser el próximo»; así que acepté salir del país. Que, por cierto, el que no salió fue Abrantes, que después cayó preso, después del juicio aquel famoso, y murió en la prisión, también misteriosamente. Yo sabía que en algún momento venían a buscarme para sacarme del país.

    Habrían pasado ya como dos meses y un día, finalmente, ya por la tarde, entraron unos guardias con mi nombre: Ariel Hidalgo. Salí y me llevaron abajo a un salón donde había ropa, infinidad de ropa de los presos: «Escoge ahí y ponte lo que tu creas». Imagínate tú, buscar algo que me sirviera, cualquier cosa que me sirviera a mí. Entonces dije: «Ven acá, me van a sacar y yo no puedo despedirme de mi esposa y de mi hija», y me dijeron: «Ah, te echas otra cuando llegues allá», y dije: «No, espérate, yo puedo echarme otra mujer por allá, pero otra hija no: yo tengo que ver a mi hija». Entonces cogí el pasaporte —me habían dado un pasaporte ya—, y dije: «Mira, toma». ¡Pam…!, lo tiré: «No me voy hasta que yo no vea a mi hija”, y me dijeron: «Bueno».

    Así que me permitieron llamar por teléfono. Hablé con mi esposa, o sea, mi primera esposa, la madre de mi hija, y le dije lo que pasaba, que yo iba a salir. Entonces ellos fueron para allá por su cuenta. Me llevaron escoltado en un jeep hasta Río Cristal, porque en esos días parece que estaban haciendo reparaciones en el aeropuerto, en las oficinas del aeropuerto, y todos los papeles los estaban haciendo en Río Cristal. Ahí estaba, por cierto, el hombre de los Estados Unidos. A mí me despidió él, el cónsul de la Oficina de Intereses. La esposa de él me dijo: «Ya aquí es como si estuvieras libre», y le dije: «No, señora, eso no es así. Nosotros los cubanos decimos que ya libramos cuando aterrizamos en Miami porque hasta arriba, en el vuelo, te pueden virar».

    ORU: ¿Y allí estaban su esposa y su hija?

    AH: Sí, estaban allí, sí. Bueno, no entraron, no podían entrar allí, pero sí afuera. Me despedí de ellas…

    ORU: Profesor, este libro que yo había querido tener hacía mucho tiempo, por supuesto, no lo puedo entrar a Cuba. Pero ya me lo leí y ya sé lo que dice. Aquí están los orígenes del movimiento disidente en Cuba, el movimiento por los Derechos Humanos, su obra de vida y no solo su obra intelectual. Yo creo que es importante para las nuevas generaciones conocer lo que ha sido la historia del activismo en Cuba. ¿Cómo ve usted que su trayectoria, su experiencia vital, pueda incidir sobre las nuevas generaciones de intelectuales cubanos?

    AH: Bueno, si pudiera difundirse, porque en Cuba no es fácil que se difundan estas cosas, sería muy efectivo en muchos sentidos, porque es muy importante que conozcan ellos toda la lucha que se ha librado, todos esos años, y eso incluso los puede alentar más. En Cuba hay que hacer una revolución del espíritu, en el sentido de que hay que cambiar la mentalidad de mucha gente, no solo de los que están con el Gobierno, sino también en el campo de la disidencia. Tener presente que se está luchando no contra los que han engendrado la injusticia y la mentira, sino por amor a la justicia y la verdad, ¿entiende? Hay que ser implacable con la verdad; desenmascarar todo lo falso, todos los engaños, pero siempre teniendo presente que nuestra lucha no es con odio, sino con amor.

    ORU: Profesor, después de tanto, y usted todavía habla de amor.

    AH: Bueno, es que todos estamos en este mundo aprendiendo. Unos están un poco más allá, otros un poquito más acá, pero, no sé, nadie es perfecto; todos tenemos nuestros defectos, todos hacemos un poco más, un poco menos, pero debemos entendernos todos. Y eso es importante: que haya una conciencia de fraternidad entre todos los cubanos, y comprender… Fíjate, yo no sé si tú la viste, una película sobre la llegada de Nelson Mandela al Gobierno de Sudáfrica, Invictus: es increíble ese hombre cómo logró unificar a Sudáfrica.

    ORU: ¿Y el perdón?

    AH: Mira, hay una cosa que es importante; no es que se diga: silencio, ya, y olvido, no es eso. Yo creo que los que han tenido culpa deben reconocerlo, y esa es una forma de reivindicarse, de reconocer los males, las cosas malas que han hecho, las violaciones que han perpetrado. Es muy importante que lo reconozcan. No estoy a favor de que les metan años de cárcel ni nada de eso, pero sí que reconozcan las faltas cometidas. Algo semejante a eso se hizo en Sudáfrica, precisamente; la reconciliación se hizo así: se le perdonaba a la persona que había cometido violaciones, atropellos; se le perdonaba a condición de que reconociera sus culpas. Y eso es muy importante.

    ORU: Profesor, ¿cómo usted se imagina Cuba libre, Cuba siendo un Estado de derecho, la República de Cuba de verdad? ¿Cómo usted imagina la Universidad en esa Cuba futura?

    AH: Bueno, yo me imagino una Universidad universal, donde estén todos, donde quepamos todos, tengamos las ideas que tengamos, la religión que tengamos; o sea, que las personas no sean discriminadas, no solo por el color de la piel, sino tampoco por el color de las ideas. Y esto abarca todos los campos. Por tanto, lo que tiene que enseñarse en una universidad es, primero, la diversidad de pensamiento, las diferentes corrientes de ideas. Y enseñar a los estudiantes para que por sí mismos puedan sacar sus propias conclusiones; enseñar a la gente a razonar. No enseñarlos a someterse, a bajar la cabeza y repetir como papagayos lo que se está diciendo en las altas esferas. Es la forma de buscar el desarrollo. Un desarrollo no solo del pensamiento, sino de la sociedad en general.

    ORU: Muchísimas gracias, profesor. Un placer que haya aceptado estar con nosotros.

    AH: Bueno, el honor es que hayas venido tú aquí a hacerme la entrevista.

    ORU: No, no, no, es al revés.

    *Primera entrega de la serie de entrevistas titulada «El color de las ideas».


    [1] La frase exacta es: «De ser esclavo de los capitalistas, como se llama ahora, iría a ser esclavo de los funcionarios». José Martí: «La futura esclavitud». Biblioteca Virtual Universal.

    [2] En realidad, dice: «Lamentable será, y general, la servidumbre».

    spot_img

    Newsletter

    Recibe en tu correo nuestro boletín quincenal.

    Te puede interesar

    La Resistencia, los Anonymous de Cuba: «para nosotros esto es una...

    Los hackers activistas no tienen país, pero sí bandera: la de un sujeto que por rostro lleva un signo de interrogación. Como los habitantes de Fuenteovejuna, responden a un único nombre: «Anonymous». En, Cuba, sin embargo, son conocidos como «La Resistencia».

    Guajiros en Iztapalapa

    Iztapalapa nunca estuvo en la mente geográfica de los cubanos,...

    Selfies / Autorretratos

    Utilizo el IPhone con temporizador y los filtros disponibles. Mi...

    Un enemigo permanente 

    Hace unos meses, en una página web de una...

    Reparto: la otra relación entre Cuba y su exilio

    El dúo de reguetoneros cubanos Dany Ome & Kevincito el 13 aterrizó en La Habana el jueves 7 de marzo. Sin haber cantado jamás en la isla, son uno de los responsables del boom que vive actualmente el reparto cubano. La voz principal, Ome, llevaba casi 13 años sin ir a su país.

    Apoya nuestro trabajo

    El Estornudo es una revista digital independiente realizada desde Cuba y desde fuera de Cuba. Y es, además, una asociación civil no lucrativa cuyo fin es narrar y pensar —desde los más altos estándares profesionales y una completa independencia intelectual— la realidad de la isla y el hemisferio. Nuestro staff está empeñado en entregar cada día las mejores piezas textuales, fotográficas y audiovisuales, y en establecer un diálogo amplio y complejo con el acontecer. El acceso a todos nuestros contenidos es abierto y gratuito. Agradecemos cualquier forma de apoyo desinteresado a nuestro crecimiento presente y futuro.
    Puedes contribuir a la revista aquí.
    Si tienes críticas y/o sugerencias, escríbenos al correo: [email protected]

    spot_imgspot_img

    Artículos relacionados

    Guajiros en Iztapalapa

    Iztapalapa nunca estuvo en la mente geográfica de los cubanos,...

    Un enemigo permanente 

    Hace unos meses, en una página web de una...

    Parqueados en el cine

    Cuba: el romance cinéfilo de más de un siglo  El...

    Güines, entre la esencia y el descenso

    Doscientos años después, Güines resulta un pueblito venido a menos, sin cañas ni azúcar, poco a poco olvidado y abandonado, tanto por los jóvenes que emigran como por la administración y el relato nacional. Un lugar que vive de sus antiguas glorias, cada vez más lejanas.  

    3 COMENTARIOS

    1. Gracias a Omara y equipo de trabajo por dedicar esfuerzos y contar esta parte de la historia cubana.
      Al mismo tiempo alentamos a los protagonistas de estos sucesos con la esperanza de que una Cuba mejor llegará, no es el fin.
      Dios nos bendiga a todos.
      Abrazo.

    2. Historia a respetar pues en aquel entonces , el solo hecho de mantener una postura contestataria contra el sistema dictatorial imperante en Cuba era prácticamente «inmolarse». Menos mal que este cubano logró partir al forzado exilio después de las vicisitudes extremas a que fue sometido por una dictadura que en aquel entonces se sentía «inexpugnable». Su nombre , junto al de Bofill , Arcos Bergnes , Elizardo y otros pocos , quedará como los de los cubanos que , por vez primera ,disintieron del monstruo comunista que ensombreció a Cuba hasta la fecha .

    DEJA UNA RESPUESTA

    Por favor ingrese su comentario!
    Por favor ingrese su nombre aquí