Albertico Pujol: «Aún estoy vivo, y bien vivo»

    Las pocas veces que me siento a ver la televisión nacional o que veo alguna película cubana, siempre acabo diciéndome: «Coño, cómo se extraña a Albertico Pujol». Desde sus personajes en Los pájaros tirándole a la escopeta hasta el «Tavo» de la serie Su propia guerra, Albertico ha acompañado a los cubanos de la isla y del mundo. Por mucho tiempo vivió en 21 y G, en el Vedado, a una cuadra de mi casa. Pero nunca me atreví a hablarle. Ahora, escuchando «Malecón» de Issac Delgado se me prendió una cosita y me dije: «Tienes que encontrarlo y tratar de que te regale un rato».

    Gracias a su hija Laura y a un amigo en común, pude contactar con él. Hemos tenido esta charla durante meses. Es tan larga que hemos escogido un extracto para publicarla en El Estornudo.

    Buen conversador, músico, actor, director… Alberto Pujol al habla…

    CL: Albertico, ¿dónde vives ahora?

    AP: Ahora vivo en Miami, la famosa ciudad del sol.  Está sobre un pantano: es muy molesto, hay mucho calor. Pero creo que realmente vivo dentro de mi auto, para serte franco.

    Uno en esta ciudad pasa horas dentro del auto moviéndose de aquí para allá en millones de diligencias el día entero. Es agotador. Tú sabes, esa sensación de tener que montarme en el carro es algo terrible para mí. Pero, bueno, tengo que hacerlo.

    Antes, cuando era más joven me encantaba manejar; ahora prefiero que maneje otro. Pero me toca manejar todo el día y realmente la oficina es el carro. Está todo diseñado para que estés hablando desde el carro con millones de personas y conectando millones de cosas.

    Además del tráfico, que es algo inconcebible, estás interactuando con el banco, con un actor, con la oficina… y llega un momento en que te preguntas: «¿Cuándo pasé por aquí?»

    Porque estás inmerso en tantas cosas que no te puedo ni explicar. Pero, bueno, yo vivo aquí en Miami hace cinco años ya, en una casa pequeña, un efficiency.

    Vivía en mi casa, normal, pero luego de la separación de la mamá de mi última hija, pues la vida se salió de lo establecido desde hacía años y tocó buscar alternativas y empezar a reinventarme solo.

    ¿Cómo es esta nueva vida?

    En Miami la vida es muy práctica. Pero encontré un buen lugar, un buen espacio para mí, y aquí tengo mis cuadros. Aquí pinto, escribo, estudio, duermo, cocino cuando puedo… Es muy difícil cocinar; aquí no hay tiempo para cocinar. Hay muchas facilidades, pero hay cosas que no puedes hacer porque no hay tiempo.

    A esta edad hay cosas que empiezas a valorar. Me gustaría sentarme a mirar una mata que tengo en el jardín. Y me gustaría tener más tiempo para sentarme a mirar un poco más la vida desde otra óptica. No tener esta urgencia.

    Pero yo estoy bien ahora. Gracias a Dios, estoy bien. Tengo trabajo.

    Mi efficiency es muy grande, es casi un apartamento con todas las comodidades. No tengo un buró; tengo una mesa a la que me siento a escribir, a la que me siento a dibujar. Para evadir la televisión, que la tengo a mi espalda. Y eso es bueno. A veces pongo la televisión y la oigo mientras estoy haciendo otra cosa. Me paso el día en casa de mi compañera, porque aún estoy vivo, y bien vivo.

    ¿Y el trabajo?

    La mayor parte del tiempo estoy en mi oficina, en mi compañía. Tengo una plataforma para las redes, y tengo que elaborar la programación. En estos momentos estamos empezando a filmar algunas de las opciones que vamos a brindar, y todo eso lo tengo yo arriba.

    Tengo un noticiero que atender, dos comedias, mi programa…, varias cosas que conformarán esa programación que pronto empezará a salir.

    Yo me levanto a las cinco o cinco y media de la mañana. A esa hora empieza mi vida. Alisto las cosas porque no regreso a casa hasta las nueve, nueve y media o diez de la noche. Y tengo muy poco tiempo para mirar mi casa. Tengo mucho trabajo, mucha responsabilidad. Están esperando resultados de mí.

    Es una oportunidad que se me ha dado y trato de hacerlo lo mejor que pueda. Aunque son posiciones para las que uno no está preparado porque hasta ahora yo he sido fundamentalmente un actor, y ahora me toca estar al frente de otras cosas que tienen que ver con el desarrollo de otros eventos.

    A veces me siento un poco consternado por el hecho de estar al frente de todo eso. Por suerte, tengo un equipo que me apoya. Pero a veces tengo que tomar decisiones. Y que todo pase por ti y que seas tú quien dice sí o no, eso es bien difícil y nunca lo había hecho. Y eso me está tocando de un tiempo para acá.

    ¿Cuándo saliste de la isla?

    Yo salí definitivamente de Cuba en 2011. Decidí salir de Cuba, terminé con el apego a mi mundo, porque empecé a ver cosas… que sabía que existían, porque no soy ingenuo ni mucho menos, pero siempre he tratado de centrarme en la parte artística, actoral, y he creído el cuento del actor, y me olvidé de toda esa vaina… O sea, nunca me adentré mucho en la cuestión de qué estaba pasando. Tenía mi vida bien ocupada y nunca permití que eso calara en mí. Pero igual te cala, aunque no quieras. La realidad del país de uno es bien difícil evadirla, y me empezó a tocar muy fuertemente y empecé a mirar y en una ocasión…

    El día que a mi hija la hicieron pionera, que había que ponerle la pañoleta y me tocó a mí ponerle la pañoleta, porque los padres se la ponían a los hijos…. Ese día decidí irme del país. Yo no iba a permitir que mi hija, con cinco añitos, siguiera parada al sol con un calor terrible, sudando en un acto cívico, esperando que llegaran los funcionarios del Ministerio de Educación con sus guayaberas, para decir un lema. Y para que ellos leyeran un discurso. Me di cuenta de que todo eso era mentira.

    Me acuerdo que un día me levanté —estaba en el balcón de mi casa y le hacían una suerte de acto de repudio a Reynaldo [Escobar], el esposo de Yoani Sánchez—, y me asomé. Vi mucha gente llevándolo de la mano, insultándolo; la cosa estaba un poco caliente en esa época. Y mi hija que vio eso con seis años apenas; me dijo: «Papá, esto no puede pasar». Después de eso no podía seguir allí. Y me fui.

    ¿Puedes retornar de visita a la isla?

    Yo no puedo regresar a Cuba porque soy una persona que he tomado posición, que he tomado partido, que me he pronunciado en desacuerdo con muchas cosas y he criticado otras tantas. Cuando uno siente que tiene la posibilidad de hablar, de decir las cosas, pues las dice.

    Mi figura es bastante cuestionada porque inevitablemente [sic] fui la imagen de una institución bien compleja como es el Minint [Ministerio del Interior], la imagen de la Policía. Y a veces la gente no sabe delimitar entre el personaje y la persona. Y yo entendí que no podía seguir.

    Hablemos de Alicia en el Pueblo de las Maravillas. ¿Cómo viviste todo en aquel momento? El director Daniel Díaz Torres la pasó muy mal…

    Respecto a Alicia en el Pueblo de las Maravillas recuerdo que recibí el guion y me pareció muy divertido. Trabajamos la película convencidos de que estábamos haciendo una película crítica, muy cómica y, la verdad, renovadora. Y en ningún momento tuvimos ningún cuestionamiento. Por lo menos yo me imaginé que, si esa película se estaba haciendo con el ICAIC [Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos], eso estaba visto, leído y recontra leído, como fue. Se había aprobado por los grupos creativos y por el director del ICAIC desde hacía mucho tiempo. Recuerdo que cuando se terminó la película fui al estreno con mi padre en el Festival de Cine [Latinoamericano] y vimos la película. Se terminó, nos presentaron allí, y ya.

    De pronto se armó un gran conflicto con la película y comenzó como una cacería de brujas. Eran cosas muy raras; empezaron a aparecer artículos en la prensa criticando la película de manera desmedida. Y recuerdo incluso que nos citaron a los actores en el Partido Provincial [de La Habana], que estaba frente al ICRT [Instituto Cubano de Radio y Televisión]; fui citado por una muchacha que parece que era una funcionaria importante allí… o segunda secretaria, Glenda, no se me olvida el nombre. Una muchacha muy bonita, mulata, tiposa. Y me hizo muchas preguntas respecto a la película; un poco como buscando que alguno de nosotros se arrepintiera de haber trabajado en la película. Recuerdo que me dijo: «¿Y ese dedo así, inquisitorio, tú me vas a decir que no es Fidel?» Recuerdo que era por el personaje que hacía [Reynaldo] Miravalles. «Bueno, es que yo no sé cómo hace Fidel, pero tú conoces a Fidel. Yo no lo conozco».

    Sé que hubo muchas represalias después; no entendí por qué citaban a las personas para el cine… para no permitir las risas y para tener controlado todo aquello. Ya la película había ganado un premio fuera de Cuba; había salido de Cuba sin permisos, tengo entendido, creo que a un festival en Colombia o algo de eso, no recuerdo ahora. Sé que era inconcebible porque nadie hizo la película pensando que iba a tener esas consecuencias y, de pronto, aquello fue como un antes y después, gracias a todas aquellas represalias —incluso los extras tuvieron que aparecer en los periódicos declarando en contra de la película—.

    Siempre he pensado que gracias a esa película después se hizo Fresa y Chocolate sin ningún problema. Creo que recibió los palos, claro, salvando las distancias. Alicia… abrió la brecha para que se viera que había cosas que se tenían que decir. No sé si salió así o fue la intención de Daniel, pero la película es un poco lúgubre, un poco oscura; diferente, a nivel de imagen, de lo que yo había pensado que iba a ser. Y era rara así en su historia, pero a mí me encanta. Alicia… es una de mis películas favoritas.

    Fue tan exagerada la cosa, puso tantas cosas en vilo… hubo cambios después en el ICAIC. Pasaron tantas cosas con Alicia… que me di cuenta que no era una estructura muy sólida cuando por una película se ponían en juego tantas cosas. Y después surgió Fresa y Chocolate, y no corrió la misma suerte: fue mejor recibida y fue tan o más fuerte que Alicia. No se podía hacer lo mismo porque ya iba a ser un problema muy serio con el cine; además, una película dirigida por Titón que sin lugar a dudas es la bandera del cine cubano.

    Cuando fui a ver la película oí un comentario de alguien que decía que no sabía cómo esos actores habían hecho eso. Porque se había hecho cuando se estaba haciendo el Tavo; era más o menos por la misma época, mira tú. Fue mi segundo trabajo con Reynaldo [Miravalles], y mi admiración por él nunca ha tenido límites; no solo con Reynaldo, también otros actores cubanos maravillosos como [Enrique] Molina, Carlos Cruz…

    En fin, fue una experiencia muy agradable escrita por el grupo Nos y Otros. Creo que fue una buena película. Trajo sanciones a Daniel Díaz Torres: lo mandaron de director de la Escuela de Cine en San Antonio o algo así, o de profesor o jefe de cátedra, algo así. Sé que lo mandaron para allá y era obvio que estaba castigado. Fue una película que surgió del grupo más militante dentro de los grupos de creación que tenía el ICAIC en esos momentos, y la película está ahí, y es un referente.

    ¿Cómo llega a ti el personaje de Tavo?

    Llegó a mí por una casualidad muy grande; fue un personaje que yo no busqué. Sin embargo, parece que Dios me lo mandó por algún motivo. Yo recuerdo que era muy joven cuando leí en una revista llamada Moncada una historia titulada «Felo, un tipo duro en La Habana», sobre Rafael Saavedra escrito por un tal Juan Carlos (bueno, ahora no me acuerdo del apellido, un periodista). Y yo quedé fascinado; recuerdo incluso la caricatura: un tipo con pantalones campana y unas patillas. Y, bueno, aquel hombre en el mundo de la delincuencia me pareció fascinante. Coincidentemente, años después aparece esta oportunidad porque Mario Balmaseda, quien estaba propuesto para hacer el personaje, se iba a filmar a otro país y tuvieron que bajar la edad del elenco al designarme a mí para hacer ese personaje que no tenía nombre. Se lo pusimos en honor a Octavio Cortázar, director de la primera película que había hecho yo, Guardafronteras. Decidimos ponerle así porque era un nombre que sonaba fuerte.

    Ese personaje fue una oportunidad muy grande como actor porque yo tenía una edad y necesitaba proyectarme como actor. El personaje me permitía pasar por muchas cosas. Fueron muchas experiencias; se trabajó en el proyecto con mucho cariño, con mucho amor, de manera muy solidaria. Era la primera vez que se exponía el caso de un agente por comprometimiento; en todas las novelas era por convicción. Era un caso entre delincuentes; los guapos del barrio no entendían de delatar. Se trabajó con mucho desenfado hasta que empezaron las limitaciones.

    Yo siempre creo en las primeras partes. Al público le gustó mucho. En estos momentos se está escribiendo el libro del Tavo; la verdadera historia de Octavio Sánchez Guzmán, un libro de unas 500 páginas. Lo está escribiendo Antonio Joaquín González, uno de los guionistas del Tavo. La otra escritora fue Nilsa Rodríguez; tengo entendido que todavía vive en Cuba. El libro será publicado en Miami, y es una historia que profundiza más en este personaje.

    Fue una serie muy apoyada; la pagaba el Ministerio del Interior, con personal técnico y actoral de la televisión. El Tavo es un personaje muy querido, pero no es cómodo. Y yo le tengo mucho amor a ese personaje.

    ¿Has vuelto a ver Día y noche?

    Día y noche no la he visto más; está en Youtube y está muy presente aquí en Miami; hay mucha gente que lo ve. Incluso hay una página que se llama «Fans del Tavo» que te contesta preguntas; yo hice una pregunta para ver cómo funcionaba. Y dije que a Toña la Negra la había matado el Puri y no sabes cuántas personas me respondieron que no la había matado el Puri y, efectivamente, no la había matado el Puri. La gente está muy pendiente de eso aquí y en Cuba; esa serie es como un icono, pero yo hace mucho tiempo ya que no la veo.

    De hecho, vi una escena donde yo salía corriendo y me encaramaba en un camión y eso era como un sueño porque eso no lo podría hacer nunca más en mi vida. El Tavo en Día y noche no lo he visto más pero sí hay mucha gente acá que trabajaron en Día y noche y me los he encontrado acá. Hay otros que lamentablemente ya fallecieron. Aquí me he visto con César [Évora]; me veo mucho con [Orlando] Fundicelli.

    En Miami se quiso hacer una suerte de Día y noche y le pusimos alma, corazón y vida, pero la interpretación que hay aquí de Día y noche no tenía relación con lo que la gente conocía. Y esa es una serie prácticamente patrimonial, independientemente de lo que representa el personaje y toda esta cuestión de la policía y su vinculación con el establishment cubano.

    Juan Carlos Tabío era tu vecino en la calle 21. La mayoría de la gente lo conoce por sus largos, pero sus cortos son de culto. ¿Cómo fue para ti la experiencia en Dolly Back?

    Dolly Back fue un premio para mí muy grande porque toda la vida sentí una admiración muy grande por Juan Carlos Tabío, mi vecino.

    Recuerdo Se permuta; se filmaron uno o dos planos ahí en mi casa, porque desde mi casa se veía la de Juan Carlos. Vivía en el tercer piso y yo en el cuarto.

    Yo estaba fascinado por el mundo de misterio que existía siempre alrededor de Juan Carlos; sus padres eran gente tan fina, tan educadas, tan elegante, y eran tan amigos de mis padres. Él era mayor que yo, y Juan Carlos, en la época en que nosotros llegamos al edificio, era como el pepillo que todos queríamos ser: tenía novias bellísimas, las mujeres más lindas. Imagínate, era Juan Carlos Tabío. Yo llegué al edificio con seis años y ya él tendría 20, quizás menos, pero siempre me llamó la atención eso que todo el mundo decía: Juan Carlos es director de cine. Y como a mí me gustaba el cine…

    Y cuando hizo Se permuta quizás yo le gustaba, y me respetaba como actor, pero nunca me vio para su cine. Hay directores que no te ven. No obstante, teníamos un cariño muy grande; yo siento por Juan Carlos una admiración muy grande. Recuerdo que en el momento en que me llamó para participar en Dolly Back, ese corto fabuloso que está lleno de todos los actores emblemáticos de ese momento, Mirta Ibarra, Luisito [Luis Alberto García, hijo], Jorge Cao, tanta gente grande, pues para mí fue un premio muy importante.

    A mi generación le gustaba mucho el cine, y creo que todavía es así en Cuba. Sin embargo, cuando hicimos Dolly Back quizás Juan Carlos y yo no teníamos esa cercanía que tuvimos más tarde, cuando ya fuimos mucho más amigos. Yo era mayor, e intimamos. Lo recuerdo por la calle 21 siempre caminando hacia el ICAIC, y del ICAIC a la casa. Siempre lo admiré mucho, y siempre en mi currículo, aunque fue solo un corto, está el haber trabajado con Juan Carlos Tabío.

    Alberto Pujol, actor / Foto: YR Comunicaciones
    Alberto Pujol, actor / Foto: YR Comunicaciones

    Los pájaros tirándole a la escopeta es un clásico del cine cubano, y allí están los salvajes de la actuación de la isla. Es una obra a la que siempre se le descubren cosas nuevas…

    Los pájaros tirándole a la escopeta fue para mí el acontecimiento más importante que me pudo ocurrir en esa etapa como actor. Creo que fue la experiencia más bella que tuve en mi vida hasta ese momento. El respeto que yo sentí luego de que me hubieran escogido para hacer esa película fue tal que cuando llegué a España para doblar la película Gallego me ofrecieron quedarme en allá: casa, carro, todo, en 1987, aunque me habría costado cinco años sin ver a mis padres, habría sido otra mi vida de haber tomado esa decisión. En cambio, regresé a Cuba porque acababa de hacer Los pájaros tirándole a la escopeta y había ganado un premio fuera de Cuba y me sentía seguro como actor. Creía en el cine; me creía parte de ese grupo que iba a hacer el nuevo cine, mira tú.

    Aposté por mi carrera como actor, aposté por Cuba en ese momento. Yo para Cuba soy actor. Y Los pájaros… fue mi despedida; tuve la suerte de ganar el premio de actuación en Cartagena de Indias y de verdad que tuve mucha fe en ese momento. Y no hice cine hasta muchos años después porque no me dejaron. El premio que había obtenido era importante para mí, pero para ellos no. La política del ICAIC en aquel momento era que quienes viajaban a los festivales eran las personas que eran lindas, así me dijeron: preferimos que vaya alguien más bonito. Nunca se me olvidará aquella conversación con aquel director de un departamento importante del cine cubano; no menciono el nombre por respeto a su obra, su trabajo, su familia. Pero fue muy triste. Yo era tan tonto en aquella época que escribí al Comité Central [del Partido Comunista] preguntando por qué yo no podía viajar con Los pájaros… a ninguna parte si me había ganado un premio; por qué ni siquiera me mandaron a Cartagena a recoger el premio. Lo recogí diez años después.

    He tenido que hacer una carrera muy solo. Lo que he logrado ha sido solo: muy duro, muy difícil. No he estado bajo la influencia de nadie de poder. Los pájaros… fue, como dice la canción, debut y despedida. Fue muy buena porque tuve la suerte de ser escogido fundamentalmente por Miravalles para hacer la película. Rolando [Díaz] se estrenaba como director y era un maestro que tenía muy clara la historia. Era, según Titón, su alumno preferido; el tenía mucha fe en Rolando. Yo me sentía muy halagado por trabajar con Rolando; somos grandes amigos desde entonces. Pero estas estructuras, estos grupos de poder siempre tienen sus prioridades, y yo no estaba en las prioridades de nadie. Creo que no volví a hacer cine hasta el año 1994.

    Cuando Miravalles me avisó de que había ganado un premio, no me lo podía creer porque estaba al lado de Miravalles (él tenía una magia, un misterio como actor y como persona brutal), y no solo era él: era Consuelo Vidal, era Silvia Planas… Tuve la suerte de trabajar en la primera película de Beatriz Valdés, una mujer bella que me cautivó; la conozco desde jovencita, y yo quedé fascinado con ella. Era mi pareja en la película y trabajamos muy relacionados. El camarógrafo era Luminito; el director de fotografía era Pablito. Y fue una película muy familiar, muy de amigos.

    Así surgió una gran película que después catalogaron como cine menor. Era una forma de catalogar el cine: uno más de élite que le gustaba a [Alfredo] Guevara, y el otro que tocaba estos temas más populares, como Se permuta y Los pájaros… Mi percepción, que a lo mejor está equivocada, es que el tiempo en que [Julio] García Espinosa dirigió el ICAIC, Guevara lo vio como cine menor; incluso tengo entendido que Humberto Solás fue muy criticado cuando se fue a hacer esto del «cine pobre». No sé qué pasaría en ese noveno piso, pero películas como Se permuta, Los pájaros… o Plaff no estaban bendecidas por las manos de Guevara. Se catalogó como cine menor y las colas doblaban la esquina: la gente rompió vidrieras para ver Los pájaros…

    En cuanto a Miravalles, fue muy amigo mío, hermanos como actores. Yo le gustaba como actor y eso para mí era un premio. Confiaba mucho en mí. Recuerdo que hice lo posible por que se sintiera bien cuando regresó a Cuba después de casi 18 años; hablé allá para que él pudiera ir con tranquilidad. Y ya después aquí nos vimos. Él no estaba muy bien en esa época. Fui la primera persona a la que acudió su hijo porque el cadáver de Reynaldo no podía venir de vuelta a Miami o algo así. La muerte de Reynaldo a mí me golpeó porque era de esas personas que son dioses. Y se fue; murió en Cuba. Lo cierto es que Reynaldo tuvo que agradecerle también mucho a Miami, a los Estados Unidos: pudo pertenecer al Sindicato de Actores. No se conocía en Hollywood y cuando lo vieron en aquella película, Los misterios de Galíndez, quedaron fascinados con aquel actor que podía haber hecho una supercarrera. En Cuba, como Miravalles, nadie.

    Mucha gente olvida que trabajaste con Manuel Octavio Gómez. ¿Cómo fue la experiencia en Gallego?

    Hicimos Gallego, de Manuel Octavio Gómez, en el año 1987. Estuve en España con esa película; gracias a ella pude viajar y ver Europa. Ir a España era el sueño de mi vida. Coger un avión de noche; llegar a Madrid al mediodía, e irme a las siete de la noche siguiente a caminar por Madrid. Y fue así. El 24 de septiembre de 1987 viajé de La Habana a Madrid para doblar la película. Junto a Alberto Pedro, que en paz descanse: compañero, amigo, actor. Pero los españoles no estaban muy convencidos con la voz de Alberto Pedro y decidieron utilizar la mía. Me tocó doblar la voz del boxeador que hacía Alberto Pedro. En esa época no se podía doblar en Cuba, por suerte, y tuve la oportunidad de estar casi un mes en Madrid. La pasé requetebién; pude encontrarme con mucha gente que quería. Pude conocer a Paco Rabal, a Benito Rabal, a Sancho Gracia, mira tú. Muchos planos de esa película se grabaron en la bodega de la esquina de mi casa en 21 y H, y me daba una alegría tremenda. Jamás imaginé que me iba a sentar con Paco Rabal a las puertas de un lugar que se llamaba Cinearte.

    Quedé fascinado por ese país. Y me di cuenta de dónde venía yo. Fueron muy gentiles, sobre todo Sancho Gracia, productor de la película, muy buena persona, que en paz descanse. Quería hacer en Madrid una versión de Los pájaros tirándole a la escopeta. Hablamos muchas cosas y nos hicimos grandes amigos. Cuando vino por segunda vez a Cuba quise tener un gesto; lo llamé a la habitación del Habana Libre para invitarlo a un café. Hablé con el camarero del café El Patio, en el lobby, para pagarlo yo, y me dijo que era en dólares y yo no tenía dólares. Lo único que se me ocurrió fue irme antes de que bajaran ellos, Sancho Gracia y Benito Rabal. Creo que Sancho, desde el Más Allá, debe de estar tratando de comunicarse conmigo porque no nos vimos más. Yo me desaparecí, y nunca pude invitarlo a tomar un café en mi país. Qué pena. Nunca le expliqué porque me daba vergüenza ajena que yo no pudiera invitarlo a un café en un hotel llamado Habana Libre.

    ¿Qué cosa es La muerte del gato?

    La muerte del gato es una historia, como sabes, de Lilo Villaplana. Una historia real; él la llevó a libro. Cuando conoces la historia verdadera es muy sórdida, muy fuerte; tuvimos la suerte de que él pensara en nosotros para filmar. Fue un trabajo coral, creo yo; todos participamos en todo y tuvimos que convertir Bogotá en La Habana. Aquello fue un avatar fuerte: teníamos pocos días para grabar, teníamos que entregar la casa en que filmamos, teníamos pocas posibilidades económicas; nadie cobró nada por hacer La muerte del gato. Se trabajó con mucha pasión, mucho deseo; fue una posibilidad de que los cubanos en Bogotá pudiéramos empezar a exponer algún material que tuviera que ver con nuestras realidades. Y Lilo lo hizo muy bien; todos le pusimos alma, corazón y vida a ese proyecto. Tanto así que llegó al Festival de Cannes y en España ganó un premio al mejor corto de Latinoamérica. En fin, ha tenido muchos reconocimientos el trabajo de Lilo a partir de La muerte del gato

    El personaje de Ventolera existió; se ahorcó de verdad. Lilo lo conoció. Yo traté de recurrir a otros Ventoleras que conocí y aportarle eso a mi personaje, que era ciertamente dramático. Traté de hacer lo mejor que pude.

    Por último, ¿cómo estás llevando la cuarentena?

    Mis días ahora trato de acomodarlos de manera tal que siempre sean reconfortantes, que pueda regresar a casa con la recompensa de haber logrado algo.

     

     

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