En el relato El orden de los insectos William Gass, a través de una narradora (?) en primera persona, cuenta cómo sobre la alfombra del piso inferior de la casa comenzaron a advertirse unos grandes escarabajos negros que estaban muertos, los cuales parecían pelusas de lana oscura o restos de barro desprendidos de los zapatos de los niños, o borrones de tinta, o quemaduras, que alarmaron a la narradora (?). 

También habló de élitros rotos. («Soy terriblemente meticulosa», declaró ella (?)).

La narradora (?) no podía imaginar de dónde salían los bichos. Solo sabía que intentaban escabullirse por entre los zócalos y las grietas del piso: esas cucarachas rojas y llenas de patas, puro nervio y rapidez.

Acto seguido cuenta: muertos, bocarriba, tenían los tres pares delicadamente extendidos hacia el cielo y doblados sobre el abdomen.

Más adelante: que aquellos bichos eran dañinos, horribles y pegajosos.

Por otro lado, ella (?) no podía imaginarse vivas tales especies, sino muertas, como los bichos que veía sobre la alfombra, como si acabasen de ser engendrados por una fuerza misteriosa. Y confiesa, ella (?), que el estudio de aquellos animales no era estudio adecuado para una mujer.

Más adelante refiere que esos insectos repugnantes —en este caso los periplaneta orientalis l— solo abundaban en las cocinas de viejas habitaciones de las ciudades, tiendas, almacenes, panaderías, cantinas, restaurantes, bodegas de barco, etc.

A mitad del relato, su experiencia con los animalejos adquiere la fría lucidez necesaria para una perfecta equivalencia con la historia narrada. (¿Había ella (?) podido dominar los «materiales», la materia obscena y trabajosa con la cual quería operar a la vez como mujer y narradora?).

Cuenta ella (?) que comenzó a acercarse a los bichos con más frecuencia, y que metió en las mandíbulas de uno de ellos la larga uña pintada que se había dejado crecer, observando, entonces:

el movimiento de los maxilares

los peciolos de las antenas

el cráneo craneiforme

los anillos del abdomen

hallando, así, una cierta intensidad en la postura del caparazón, semejante a la mirada de los nativos de Gauguin.

Y continúa:

las oscuras placas brillaban, los botones de los ojos mostraban una precisión geométrica que aplacaba su primitivo horror.

Para afirmar, en la penúltima oración del párrafo:

NO ES POSIBLE SENTIR REPUGNANCIA ANTE TAL ORDEN

Asegurando, así, la libertad suprema del punto de vista narrativo. Luego viene una suerte de confesión psicológica acerca de ciertos impulsos asesinos. En una corta oración obtiene la mutación mujer   /   esposa    /    madre. Y se refiere a su gata de la siguiente manera:

                         PASAR DE LA VIDA A LA INMORTALIDAD A TRAVÉS

                                                   DE SUS GARRAS

Casi al final del cuento expone la caterva de bichos a los que dedicó su estudio con pasión masculina:

arañas

gusanos (de cualquier género)

saltamontes

libélulas

pulgones

hormigas

larvas

cigarras

mosquitos

polillas

moscas

orugas

etcétera (se colige de la infinita perversión enunciativa que va ganando la narradora (?)

Finalmente acepta serena la imposibilidad de poder pensar en «el alma oscura del mundo»; ergo, la imposibilidad de representación.

*Del libro de ficción Dulce araña de tus sueños.

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