En algún mundo paralelo, o perpendicular

    Siempre se habla del invierno riguroso o del riguroso invierno, pero nunca del verano en términos de rigor. Tal vez el verano no tenga que ver tan directamente con la literatura como el invierno. Hamlet pertenece al invierno. Lo mismo que Raskolnikov y Hans Cartop. El abrigo de Gogol no pudo ser escrito sin un invierno que proporcionara el rigor necesario para que la pérdida del abrigo nos sobrecogiera a nosotros tanto como a Akaki Akákievich. ¿Qué sería Auschwitz y el Gulag sin el terrible invierno? Toneladas de nieve facilitan la tarea del Mal. Los trágicos personajes tropicales parecen comparsas al lado de sus homólogos invernales.

    Y esto parece Witt bajo el riguroso verano de La Habana. Un comparsa. Un comparsa que viene bajando por la calle Zanja bañado en sudor.

    Witt añora el invierno. Ahora le habría gustado ir por la nieve, sacudiendo montoncitos blancos, apreciando al grosor de las huellas de los paseantes. Allí una bota claveteada de gran calado, aquí un bottine cuya punta se clavó al desgaire, como la espina de una flor.

    «Dios mío, como añoro la nieve», piensa Witt secándose el sudor que le corre por la frente, por el cuello, que le moja los sobacos, las ingles, y le entumece los dedos de los pies como si pisara cáscaras de plátanos maduros.

    «Plátanos maduros», piensa Witt avergonzado, «en esto me he convertido, en un evocador de plátanos maduros».

    —¿Quiele plátano madulo? —le dice un chino con una cesta en la cabeza.

    Witt se sobrecoge del pánico. «He ahí la realidad, obra de mis estúpidos pensamientos».

    —Deme uno. ¿Cuánto es?

    Sigue caminando y comiéndose el plátano. Tira la cáscara en dirección a un cesto, pero la cáscara cae afuera. Una viejita que viene caminando pisa la cáscara y cae de rodillas en la acera. Enseguida se crea un tumulto alrededor de Witt y la viejita.

    —Yo lo vi. La tiró pa´que se cayera —dice un señor que venía con un pescado fresco. Los ojos del pescado centelleaban como los del señor, hermanados en la azul humedad de la tarde.

    —Yo también lo vi —añade una señora que seguro venía de la iglesia, porque olía a incienso—. Dios todo lo ve. To-do. 

    —Y eso que es extranjero. Debían de portarse mejor cuando salen de su país.

    —Qué se creen.

    —Seguro que en su Patria no tiran las cáscaras de plátano en el suelo.

    —Les ponen una multa.

    —Por eso les gusta venir aquí.

    —Se liberan.

    —Acaban.

    —Con las quintas y con los mangos.

    —Y traen libros subversivos.

    —Como la Biblia traducida por Lutero.

    —No la tradujo Lutero, señora, la tradujo Calvino.

    —Mire lo que pasa con El Manifiesto Comunista del tal Carlitos Marx.

    —No es su mejor libro.

    —Yo prefiero algunos capítulos de El capital o El 18 Brumario, in toto.

    —También los extranjeros nos traen la sífilis.

    Witt respondió alarmado:

    —¡No tengo sífilis!

    —¿No tienes sífilis? ¿Y por qué estás tan pálido, mijo? —le dijo una señora escudriñando el rostro de Witt.

    —Seguro que es alemán. Un nazi —dijo otra—. ¿No lo has visto en las películas?

    —No soy nazi —atajó Witt—. Mi abuelo lo fue, pero yo no. Yo aprendí la lección.

    —Así que usted es el «hombre nuevo». Renació de las antiguas cenizas.

    La viejita que se había caído al suelo de rodillas, como si rezara, abrió un ojo, luego el otro. Y dijo, alargándole una mano a Witt:

    —No ha sido su culpa. Ha sido mía. Ya no veo donde piso. Ya no piso donde veo. Ando y desando en mi devaneo.

    «¿Ya no veo donde piso? ¿Ya no piso donde veo?». El español de Witt era correcto, pero, no obstante, aquellas dos frases formaban laberintos inesperados en su cabeza. «Dios mío, es este verano, me estoy volviendo loco, ya no veo donde piso, ya no piso donde veo», y alargó una mano apretando la mano de la viejita, que subió hasta volverse vertical.

    Con dos palmadas la viejita se quitó el polvo del vestido. Le dijo al grupo:

    —Bueno, se acabó el show —y a Witt: —No parece usted mal muchacho. Lo invito a un cafecito.

    La viejita se prendió del brazo de Witt, le dio conversación mientras caminaban, subió con él unas escaleras, abrió la puerta y le dijo que se pusiera cómodo, allí, en el viejo sillón que había sido el de su esposo paralítico, y desde donde dirigía las tertulias culturales de casa, su «maridito del alma», que ahora no descansaba en paz, según la viejita, porque eran pecados de suma gravedad ser un paralítico y dirigir tertulias: «Yo no soportaba su voz melosa, engolada, y su fingida o real invalidez». Le sirvió el cafecito a Witt, que dijo:

    —Vengo averiguando lo que le pasó verdaderamente a Hans Wittgenstein, hermano del filósofo Ludwig Wittgenstein, el pobre Hans, muerto o suicidado aquí en La Habana, o en el barco que lo traía a La Habana desde Virginia, muerto o matado o suicidado en algún poblacho perdido de Virginia o de Luisiana o en los marjales de Miami, incluso se rumora que lo vieron por última vez en la Pampa argentina, montado en un caballo tan desquiciado como él.

    La viejita se sentó frente a Witt, soplando su taza con disciplina, levantando olas en la superficie negra.

    —¿Sabe usted de verdad qué es un filósofo? —preguntó la viejita.

    Witt respondió con cierta gravedad no exenta de embarazo:

    —Es alguien que piensa con mucha profundidad. Eso. Tal vez eso.

    La viejita entrecerró los ojos, y dijo:

    —En primer lugar, la gente no piensa. Y, en segundo lugar, si alguien en algún momento pensara, no se le ocurriría pensarlo. Y el dilema entre superficie y profundidad es falso. Decía mi abuelita: «Algo así como un pseudoproblema».

    —Ah —dijo Witt escondiéndose detrás de su taza de café.

    —Vaya a ver al capitán Buenaventura. Él sabe la vida y obra de la gente en esta ciudad. Dicen que mata, pero él no es el que más mata. Le gusta el batido de plátano. Y el de chocolate. No es mala gente, pero tampoco es buena gente. Cuídese de él, pero no lo suficiente. Hay que vivir peligrosamente, y usted es joven. O, más exacto, un joveneto. Así que someta su escuálido cuerpo a todo tipo de experiencias.

    Una arañita de medio centímetro se descolgó de la lámpara y vino a parar ante los ojos de Witt.

    —Qué zorra —dijo la viejita—. La maté esta mañana y ahora vuelve. O es su hermana. Su hermana del campo que vino a visitarla.

    Witt se acerca a la arañita y la contempla embelesado.

    —¿Le gustan las arañas? Vaya al cabaret Violeta Embotellado. Allí verá al capitán Buenaventura. Y también verá a Dulce araña de tus sueños. Ella bailará para usted.  Le gustan los blancos europeos. Así, medio albinos como usted.

    —No soy albino —reclamó Witt.

    —Pues lo parece. Y no hay peor cosa que parecer y no ser, o ser y parecer, como le pasó al pobre Hamlet.

    La viejita miró picarona a Witt, como si en algún mundo paralelo quisiera seducirlo:

    —Y no se olvide de ver a Buenaventura. Él no mata, pues solo le basta con mostrar los instrumentos de tortura, o ni siquiera eso. Casi siempre con sus grandes y perfectos dientes, basta. ¿O usted no cree en las políticas de la violencia? Yo creo en las políticas del espíritu y en las políticas de la violencia y hasta en las políticas de los perros y los gatos. Son la misma cosa, esas políticas, o en algún momento se abrazan en maridaje infinitesimal. Usted y yo, como ya viene notando, somos eternos. Sin embargo, como también viene notando, estamos muertos. O bailando, muy juntos, pegaditos, en algún mundo paralelo, o perpendicular. ¿Sabe usted, jovencito, quién mató a mi marido? No, no me mire así. No ponga esa cara de desconcierto. Ser y parecer, ¡esa es la cuestión! No, no ponga esa cara de desconcierto. Nunca deje su ser totalmente al descubierto.

    *Del libro de ficción Dulce araña de tus sueños.

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    Rolando Sánchez Mejías
    Rolando Sánchez Mejías
    Rolando Sánchez Mejías (Holguín, Cuba, 1959). Ha escrito ficción, poesía y ensayo. Libros de narrativa: 5 piezas narrativas (Ed. El Libro, la Habana), Escrituras (Ed. Letras Cubanas, La Habana), Cuaderno de Feldafing (Ed. Siruela, España), Historias de Olmo (Ed. Siruela, España). Poesía: Collage en azul adorable (Letras Cubanas, La Habana) Derivas (Letras Cubanas, La Habana), Geschichten von Olmo (Ed. Schöffling&Co., Alemania) La condición totalitaria (Ed. Casa Vacía, USA) En antologías se han publicado cuentos y poemas suyos , ejemplos: Poésie Cubaine du XXe Siécle (Géneve), Antología de la poesía cubana siglo XVIII al XX (Ed. Verbum, España), Antología de la Poesía Latinoamericana del siglo XXI (Siglo XXI, México), Prístina y última piedra. Poetas latinoamericanos (Ed. Aldus, México) Cuban Poetry Today, Antología del cuento latinoamericano del siglo XXI, An Anthology of Cuban Stories (Londres /USA), Cuerpo plural. Antología de la poesía hispanoamericana contemporánea (España, Ed. Pretextos, España), Cuentos latinoamericanos (Ed. D.T.V), bilingüe, Alemania) Ha antologado y prologado libros como : Obras maestras del relato breve (Ed. Océano, España), Cuentos chinos maravillosos (Ed. Océano, España), Mapa imaginario: nuevos poetas cubanos (La Habana). Fue director del grupo y revista de literatura y pensamiento DIÁSPORA(S) en Cuba y Barcelona realizada al margen del Estado cubano en forma de zamisdat. Sus libros Derivas y Collage en azul adorable recibieron el premio nacional de la crítica. Próximamente se publicará en México su Poesía Completa y una antología de su trabajo en varios géneros en la Ed. Linkgua, España. Vive desde 1997 en Barcelona.
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