Julio Travieso, entre el polvo y el oro

    Resulta paradójico encontrar, en la mayoría de las noticias que se han publicado alrededor de la reciente concesión del Premio Nacional de Literatura en Cuba a Julio Travieso, menciones muy explícitas a sus primeras obras, de los años sesenta, setenta e incluso ochenta y, en todo caso y no siempre, a su novela Llueve sobre La Habana (2004). También, en alguna ocasión, se cita El polvo y el oro (1993) con referencias escuetas a algunos de los premios que recibió. En general, aquellos que han publicado noticias han buscado información general en bases de datos poco actualizadas o bien han enfatizado, quizá voluntariamente, su primera etapa como escritor, cuando Travieso escribía respetando los cánones de la época, fuera el tramo eufórico de los años sesenta, el represivo de los setenta o el de la tímida apertura de los ochenta. Sin embargo, no es fácil encontrar críticos, periodistas o agentes culturales que sepan o se atrevan a afirmar lo obvio: que la grandeza del escritor cubano reside sobre todo en su obra madura, aquella que publicó a partir de los años noventa, tanto la que fue concebida fuera de modas o circunstancias de la evolución política y económica de la isla, y fuera de las exigencias del mercado editorial, como la que aprovechó el enorme empuje que dio a los escritores la circunstancia del Periodo Especial. Pero es que incluso en este último caso, Travieso trabajó fuera de contexto, ya que su gran obra de la carencia y el hastío, Llueve sobre La Habana, se publicó bien entrado el siglo XXI, cuando las ayudas chavistas a partir de 1998 habían suavizado desde hacía seis años el ambiente irrespirable de la década ominosa.

    Es quizá en ese momento cuando debería haber recibido el Premio Nacional, ya que no hubo en esos años obras de la calidad de las publicadas por él en los años del cambio de siglo, a excepción de algún título memorable como Tuyo es el reino, de Abilio Estévez, o Máscaras, de Leonardo Padura. Sin embargo, este merecido galardón le ha llegado con 81 años y dentro de un panorama literario insular con vocación de desierto permanente. A día de hoy, los grandes escritores cubanos, nacidos, formados y baqueteados en la segunda mitad del siglo XX, o están muertos o están fuera de la isla, y la gran mayoría de los nombres relevantes que comenzaron su obra en los noventa o en este siglo, viven asimismo fuera de los contornos geográficos del país.

    El polvo y el oro es, sin duda, la obra maestra de Travieso, y su importancia está ligada no solo a la evidente calidad literaria y a la ambición y el deseo de contar, sino también a las circunstancias de su escritura y publicación. Travieso redacta su «novela del boom latinoamericano» treinta años después de la instauración de ese fenómeno de masas. Es decir, todas las características que hicieron de los sesenta la época dorada de la narrativa en América Latina y que permanecieron en el horizonte literario de los grandes autores hasta mitad de los setenta, se combinan en Travieso en esta novela de los noventa con espectacular maestría. El realismo socialista, el estalinismo y la literatura útil y directa del entorno cultural cubano en los sesenta y setenta imposibilitó que la isla generara una narrativa similar a la del resto de América Latina cuando, curiosamente, los grandes del boom, henchidos de fantasía, libertad y capacidad de experimentación, aplaudían el proyecto de política cultural cubana y se paseaban por la isla con una complicidad un tanto engañosa. En Cuba, solo escritores maduros y con una trayectoria sólida, como Carpentier o Lezama, produjeron novelas voraces, singulares y atrevidas, porque los jóvenes estaban marcados por un ámbito cultural saturado de consignas en el que habían nacido al mundo literario.

    Julio Travieso solo pudo zafarse en los noventa del monocultivo, de esa peculiar zafra literaria de los diez millones que duró más de veinte años. Y produjo una novela total, circular, arrolladora, cómplice a partes iguales de lo mágico y lo realista, soldada a la ansiedad por lo identitario, en la que la intrahistoria de una familia y la Historia de La Habana son el mismo argumento, y la saga de los Valle, con sus aventuras y desventuras, resume lo que han sido los avatares de una pequeña isla que gravita entre las dos definiciones más categóricas y aparentemente contradictorias que se han propuesto: de la maldita circunstancia del agua por todas partes de Virgilio Piñera hasta la isla rodeada por Dios en todas partes de Eliseo Diego. Libertad a lo Martí y maldición a lo Arenas se reparten el mapa de las culpas, de los logros y los fracasos, y marcan los vaivenes que transitan del polvo al oro y del oro otra vez al polvo, desde la fundación de una familia llamada a triunfar y enriquecerse hasta el patíbulo recién construido por Castro y el Che que termina con el último vástago de la sexta generación.

    A Travieso no le hizo falta ni inventar un Macondo o una Comala, ni apoyarse en efectos especiales como la cola de cerdo o el viento arrasador. Fueron suficientes las historias reales de los blancos y de los negros, con sus respectivas creencias y costumbres, de los vivos y de los muertos, de la colonia en el siglo XIX, de la lucha por la independencia, de la república naciente, de las dos primeras dictaduras y el advenimiento de una tercera, que queda simplemente sugerida con una sutileza exquisita. Fueron suficientes de igual modo las técnicas de superposición de diferentes voces narrativas, de mezcla de estilos, de combinación de diálogos con monólogos interiores y de integración no siempre lineal de diferentes tiempos y densidades sincrónicas.

    Llama la atención, por tanto, que este panorama personal del escritor haya visto la luz en 1993, en el peor momento del Periodo Especial, cuando en Cuba no había papel para imprimir, las máquinas de escribir carecían a veces de los dispositivos de tinta necesarios para que el folio perforado se adhiriera a las palabras, y en la ciudad de La Habana no había apagones, sino «alumbrones», con ese término que se acuñó para contar las pocas horas en las que funcionaba la electricidad. Julio Travieso compaginó esa ardua tarea de escribir, desde 1989 hasta 1992, con la cría de pollos que se paseaban por el patio de la casa y merodeaban alrededor del hombre sentado en una silla, para poder comer y percutir las teclas a la vez. Cuando puso el punto final, metió las 500 páginas en un maletín y mientras lo trasladaba por el patio de la casa, la caja se abrió y todas las hojas cayeron a un charco. La maldición condensada en la historia se había trasladado a la vida real. Con mucho cuidado pudo secar las hojas mojadas, las planchó y guardó el material deteriorado, aunque legible, para presentarlo a alguna editorial. Pero en 1992 se había cortado prácticamente todo el flujo de publicaciones en Cuba, por la escasez de materiales. Así que aprovechó una invitación a la Universidad en Sinaloa, México, para presentar su manuscrito a varias editoriales, hasta que Siglo XXI lo aceptó, lo editó y en muy poco tiempo se sucedieron más de 50 reseñas y la concesión del Premio Mazatlán, de gran prestigio en toda América Latina, que había puesto de moda pocos años antes Ángeles Mastretta con Arráncame la vida.

    El polvo y el oro se publicó en Cuba a duras penas en 1996 y recibió el Premio de la Crítica, poco después de haber quedado finalista en el Rómulo Gallegos de Venezuela, y en España tuvo una edición en Galaxia Gutenberg en 1999, y otra en Círculo de Lectores en 2002. Se tradujo al italiano, vio la luz en Saggiatore y en Mondolibri y en 2015 tuvo otra réplica en España, bajo el sello de Verbum. Finalmente, coincidiendo en año, mes y día con la concesión del Premio Nacional, la editorial Renacimiento de Sevilla ha lanzado la primera edición crítica de la novela, con una fijación definitiva del texto, un amplio prólogo analítico y numerosas notas a pie de página que aclaran muchos de los aspectos literarios, históricos, sociales y políticos del texto original, realizada por la investigadora hispano-cubana Yannelys Aparicio, en el que se recorre, entre otras cosas, la presencia real de la familia Valle Iznaga en Cuba, la historia del boom del azúcar en el siglo XIX, el crecimiento espectacular de la ciudad de La Habana, el empuje económico de la isla antes del proceso de la independencia, el segundo gran impulso económico en la época de la «danza de los millones» a principio del siglo XX, y todas las cuestiones relativas al mundo de los esclavos en Cuba, tanto el real como el de sus creencias y costumbres.

    En la época de mitad de los noventa los narradores estaban contando historias particulares, cortas y centradas en los temas del hambre, la carestía, el jineterismo, la picaresca, una especie de realismo sucio caribeño, el mismo que atormentaba el día a día de la población entera. Por eso, la novela de Travieso, además de constituir por sí misma una obra destacada de la literatura cubana del siglo XX, tiene el mérito de ir a contracorriente, y lo mismo le ocurre a Llueve sobre La Habana, que describe como muy pocas ese ambiente de los noventa, pero ya desde la perspectiva del siglo XXI, cuando la moda había pasado o estaba en decadencia. A pesar de ello, es una de las piezas literarias que ha trascendido su tiempo frente a la gloria efímera de muchas de las escritas y publicadas en los noventa, gracias a sus evidentes aciertos narrativos y, sobre todo, al modo de combinar la situación desesperada de los habitantes de La Habana en la última década del milenio, la del realismo descarnado, con un ajuste romántico y sentimental, ausente en la mayoría de las obras del Periodo Especial.

    La maestría de Travieso consiste en exponer la vida dura de dos personajes sin esperanzas, que parece que han tocado fondo, de tal forma que uniendo sus miserias y sus fracasos consiguen elevarse del cieno. Él, permutero que se busca la vida como puede, cae en el abismo cuando decide no informar sobre los planes de salida ilegal del país de un amigo, y ella, que se gana el sustento jineteando en el ámbito del turismo sexual, contrae el SIDA y ve como inevitable su reclusión en un sidatorio de la época. Entre los dos se establece una relación que nada tiene que ver con la descarga epidérmica de las obras de Pedro Juan Gutiérrez o Zoé Valdés. Está más cerca, por el contrario, de las obras clásicas del Romanticismo latinoamericano, en los que se construye un recorrido de pureza emocional sorprendente, que contrasta con la sordidez de los contornos y entornos de violencia e inmediatez física de los noventa. La novela se publicó por primera vez en 2004, en Letras Cubanas, y poco después hubo una segunda edición. En 2008 vieron la luz traducciones al portugués, en Sao Paulo, y al ruso, en Moscú, y al año siguiente se publicó por primera vez en España, en La Editorial Renacimiento, que ya había dado a las prensas un libro de cuentos de Travieso, A lo lejos volaba una gaviota,en 2004, y que en 2022 se aventuraba con El polvo y el oro. En 2011 se publicó en inglés, y la novela ha contado además con alguna edición en e-book.

    Aunque haya llegado tarde, este premio reciente a la trayectoria de Julio Travieso consigue poner en un lugar destacado a un autor que quizá no ha gozado del protagonismo y del reconocimiento que hubiera sido justo, dada su gran estatura literaria, al menos por lo que se refiere a estas dos obras de los años noventa y los primeros del nuevo milenio. Hay que tener en cuenta que aquellas narraciones que se alineaban mejor con la orientación oficial del sistema nunca adquirieron la talla literaria de las obras de los noventa en adelante y, cuando llegaron estas, pudieron generarse por parte del aparato algunas dudas sobre la evolución de su pensamiento, por lo que el entusiasmo con el que se recibieron en la isla no llegó a ser el que se generó en otros países como España o México. Fueron estas novelas las que significaron la verdadera internacionalización del autor, ya que sus trabajos de las décadas anteriores permanecieron en un ámbito nacional e insular o, como mucho, en un entorno relacionado con el bloque del Este de Europa, el único lugar externo a la isla donde se difundió su obra hasta 1989.

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